Partida Rol por web

Aren sintió que sus últimas fuerzas se escapaban y con ello se deslizaba por el costado de su fiel compañero. Lo último que pudo ver antes de que un sopor infinito se apoderase de él era como Rakard obedecía sus órdenes alejándose a través de la maleza a gran velocidad. También tuvo la sensación de que su fiel amigo se movía rápido pero dando tumbos ¿lo habrían alcanzado a él también? ¿Llegaría a tiempo de pedir ayuda? Las fuerzas abandonaron a Aren...

***

Cuando logró recuperarse un poco se notó embotado. No tenía todavía fuerzas para moverse pero aunque las tuviera comprobó que llevaba manos y pies atadas. Estaba colgando de un palo espalda hacia el suelo, alguien lo llevaba como si fuera un trofeo de caza. Entreabrió un poco los ojos y vio delante de él, del revés, una espada peluda y amorfa, con unas extrañas jorobas. Y se sorprendió más al ver las piernas de uno de sus captores porque parecían más bien patas de un enorme insecto. Se movía con agilidad entre la maleza y las rocas. Estaban en el bosque todavía, en el exterior. ¿Cuánto tiempo había permanecido inconsciente?

Muy a regañadientes, Firfin siguió a Noren. Primeramente sus opiniones no habían sido escuchadas, aunque bien sabía que solo era cosa de sobarles la panza y echarles cal en el culo. El tiempo estaba de su lado, o al menos eso esperaba. Tras un tiempo, lograron dar con una pista, una gran pista, una pista peluda de hecho. El oso estaba allí, plácidamente dormido, lo cual no era coherente. Nada era coherente.

Firfin rápidamente le hizo señales a Noren para que guardase silencio. Y hablándole en murmullos le dijo – El oso no debería estar dormido, algo lo ha hecho caer en sueños y se ha llevado a Aren. Revisa al oso sin despertarlo, cualquier cosa pueda ser una pista. Mantente atento, yo voy a subir – y sin dar oportunidad a Noren de algo más, Firfin subió a los arboles de más altura esperando encontrar allí, una respuesta a lo que estaba sucediendo.

Controló el sol. Una hora para que Noren y Kraken regresaran con noticias. Con suerte también con Aren. Si no, significaría problemas. Por el rabillo del ojo: Roland y el chaval junto a las mulas. Chismorreaban asustados. Volvió la mirada hacia la mujer. Luego miró a Morkai. No es que le agradaba la idea de quedarse a solas con ellos, pero ambos habían demostrado arrojo.

— Atentos y en silencio. — Oten afinó el oído, la mano apoyada en su arma al cinto. Listo para la acción.

Esto sí que era raro. Noren le dedicó una breve mirada al humano. Estaba claro que no era un hombre muy valiente, pero realmente no lo culpaba: debía ser algo de su raza seguramente; tampoco se detenía demasiado a pensarlo.

Se armó hasta los dientes y se caló el casco que buscaba caer por el costado gracias a la transpiración de la caminata. Comenzó a darle un rodeo al oso, sin acercarse aún, que todo eso de un oso dormitando en el medio de un claro le sonaba a emboscada. Miró hacia los arbustos, y luego, aprendiendo de Kraken, también en las copas de los árboles, que tal vez los asaltantes pensaban como él.

"Suerte compañero" fue lo único que pudo pensar el explorador mientras sentía como sus huesos iban a dar al suelo, fuera de su control.

Cuando por fin consiguió abrir los ojos, Aren se dio cuenta que su vida estaba en peligro y debía hacer algo. Aunque atado como estaba no tenía muy claro "que" es lo que podría hacer. Solo le quedaba la alternativa de hablar. Hablar y hablar hasta conseguir terminar de recuperarse y que le liberasen las manos. Pero antes de hablar necesitaba entender que estaba pasando.

Manteniendo los ojos semi-cerrados, con el fin de evitar que sus captores se diesen cuenta que ya estaba volviendo en si, estudio tanto los cuerpos de quienes lo cargaban como el entorno...

Stela dejo su mochila en el suelo, se descolgo el escudo y se solto la melena antes de rehacerse la coleta. Bebio un trago de agua de su odre.

Se acerco a Oten:

-¿Os conoceis desde hace mucho tiempo?-pregunto. Luego aclaro-Ya sabes, el del oso y tu.

—Sí.— Contestó girándose hacia a Stela para mirarla directamente a los ojos

—Conozco a Aren desde hace mucho tiempo. Tanto que seguramente ni tus abuelos habrían nacido. ¿Por qué lo preguntas, humana— Ahora la examinó de arriba abajo. Analizándola. Como si intentara descubrir algún gesto o signo revelador.

-Es bueno conocer un poco a tus pagadores-contestó Stela sentándose junto a Oten. Aún así, era casi tan alta como el enano-Arriesgas tu vida más a gusto cuando lo haces por alguien que te cae bien, ¿no crees, sacerdote? Por ejemplo, "Kraken" no es de los que encuentran guardaespaldas fácilmente...

Rio echando la cabeza hacia atrás. Miró a su alrededor antes de volver su atención al clérigo:

-Sois los primeros enanos que conozco. Vuestra gente no abunda por esta región: ¿Es verdad eso que dicen de que los soldados enanos se presentan unos a otros antes de la batalla para que haya alguien que les vengue si caen?

Se sorprendió a si mismo sonriendo con la broma sobre Kraken. Solo fue un esbozo. Giró la vista hacia el bosque. Stela a su derecha. Sentada en una piedra.

—Mmm.— Musitó mientras escudriñaba la espesura. —Pensé que arriesgabas tu vida por sales no por la gente. Yo tampoco he conocido a muchos humanos, pero he leído libros de otros enanos que sí. En esos libros se dice que los de tu raza no tienen honor, ni palabra, que son egoístas, traicioneros y que solo les mueve el interés y dinero.—

—¿Acaso tú eres distinta? — Se giró. Ahora la volvía a mirar a los ojos

—¿Acaso eres distinta a Kraken?—

-No te confundas, maese enano, estoy en esto por dinero. La lealtad al oro también es lealtad. Pero me gusta llevarme bien con los que me contratan: la reputación de un mercenario depende de algo más que de su espada. 

Alzó una ceja. Casi podría decirse que aquel enano escritor de libros había conocido en persona a sus círculos más íntimos. 

-Muchos humanos son como dices-dijo tras pensarlo un poco-pero también hay buena gente. "Kraken"... y yo misma vivimos en un mundo difícil donde sólo los fuertes y los despiadados sobreviven. 

Arrancó una brizna de hierba y se la llevó a los labios.

-¿Cuánto viven los enanos?

—¿Lealtad al oro? Ja. Cuando los momentos dificiles lleguen, cuando vuestra propia supervivencia esté en juego, vuestra verdadera naturaleza se revelará y entonces la fuerza de esa lealtad de la que hablas será puesta a prueba.— Oten señaló a los porteadores: Temblorosos y asustados. 

—¡Y  sucumbirá! ¡Si! Vuestra lealtad se deshará como la débil neblina de una mañana de primavera con los primeros rayos de sol.—

—Apuesto a que cuando llegue el momento de la verdad, os rendireis, escapareis en la noche, mentiréis o nos robareis...  ¿Y sabes por qué se que lo haréis?—

—Porque la lealtad al oro solo tiene sentido si sobrevives para disfrutarlo.—

Stela solto una carcajada:

-O podriamos ahorrarnos todos esos problemas y aprovechar ahora que las alforjas de las mulas estan llenas, no estamos lejos de nuestro punto de partida y que tus amigos, el del oso (Aren, ¿verdad?) y el del hacha enorme (que anda nada menos que con "Kraken" a solas), no estan para ensartarte como a un pollo, tirar tu cadaver al rio y escapar con todo el botin. Seguro que a Roland, a Tempest e incluso a Morkai les seduce la idea.

Hizo un gesto con la mano para aliviar la tension del enano. Incluso para el cejijunto Oten, el grado de fruncimiento de su ceño estaba a punto de partirle la nariz.

-Tranquilo, mi buen enano: somos de confianza. Pero he aprendido en el poco tiempo que llevamos juntos que los enanos careceis de sentido del humor.

La mirada del enano no se ablando en lo mas minimo:

-Oh, ivamos! iSirves al Dios de la Guerra y hemos derramado sangre juntos!-hizo un puchero exagerado-¿O es que luchar codo con codo en aquella trifulca no significo nada para ti?

El tiempo pasaba mientras charlaban, pero aún sólo la mitad del establecido, así que Stela y Oten charlaban. ¿Qué otra cosa podían hacer? 

Morkai se movía inquieto, mirando de vez en cuando hacia los matorrales, quizás con la esperanza de que regresase el grupo o, al menos, aparecieran nuevos enemigos. El gigantón era difícil de mantener quieto.

Tempest y Ronald parecían compartir la inquietud del semiogro pero no decían nada. Aprovechaban la inesperada pausa para revisar las herraduras de las mulas y ajustar las cintas de las alforjas.

Aren se fijó un poco mejor en las criaturas que lo llevaban prisionero. Eran hormigombres¹, unos humanoides insectoides que según las leyendas habían sido creados por Zwagonard, el dios de la Oscuridad, en tiempos inmemoriables. Su aspecto era similar al de una hormiga gigante que anduviese sobre dos patas, aunque sólo tenían cuatro extremidades como los humanos. A cambio habían aprendido a usar rudimentarias armas, como lanzas y cerbatanas. Su cuerpo estaba cubierto por un exoesqueleto quitinoso que equivalía a una buena cota de mallas y decían que su sangre era tan ácida que podía quemar la piel si alguien la tocaba. Por desgracia para Aren también había escuchado que no hablaban humano, sino que se comunicaban entre ellas por alguna especie de telepatía insectoide que las conectaba con la colmena a la que pertenecían.

Y eso era lo que más podía preocupar al enano: la colmena. Probabablemente lo llevaban hacia allí para servir de alimento a la gran Reina que normalmente había en la parte más profunda de la misma. Siguiendo el simil de los insectos a los que se parecían los hormigombres vivían en colmenas subterraneas con decenas de guerreros que protegían a una gigantesca larva ubicada en el centro, incapaz de moverse, que mantenía la conexión entre ellos.

Seguramente el desafortunado enano se había topado con una partida de caza que había decidido aprovechar un cambio en el menú.

Firfin intentó subirse a un árbol con tan mala fortuna que una de las ramas se quebró, haciendo que acabase con un buen golpe en el suelo. No fue tan doloroso como humillante, pero no ayudó a mejorar el humor del humano¹.

Noren estaba revisando al pobre Raakard. Lo hizo con cautela, asegurándose primero de que no hubiera nadie acechando en las copas de los árboles o alrededores. Al aproximarse se dio cuenta de que varios dardos sobresalían entre el pelaje del animal. Eran de factura muy primitiva pero eficiente: lo suficiente como para sumir en un sueño al oso que, probablemente, había escapado de una emboscada. Pero Raakard jamás habría dejado sólo a Aren... salvo que Aren lo hubiera ordenado. Probablemente su amigo se había visto superado por los oponentes y había enviado al oso a pedir ayuda².

¿Debían regresar al campamento a informar o apurarse para ayudar a Aren donde quiera que estuviese?

—Sí. Significó que vales lo que pagamos por tu servicio. Nada más. — Dijo pensando en la extraña forma que los humanos intentan ganarse la confianza de otros. Primero te advierten hacen ver que pueden matarte y arrojar tu cadáver a una cuneta.  Y luego te intentan convencer que el no hacerlo es un acto amigable que merece ser reconocido.

—Solo fue una pelea.—

—Pero he de reconocer que lo hiciste bien.—

—Bien para ser un humano y mujer, claro.— Sonrió ligeramente.

Miró el sol. Calculó que había pasado media hora. Se preocupó, pero intentó disimularlo. Luego cogió una piedra del suelo. Una piedra redonda y lisa y la examinó asintiendo como si la piedra encajara con algún tipo de plan que tenía concebido y luego la guardó en un bolsillo.

—Preparaos. Si en media hora no han regresado, retrocederemos por donde hemos venido. Debemos proteger las mulas ante todo.—

Noren se dio vuelta al escuchar la rama. Negó con la cabeza en silencio y se acercó al oso.

-Kraken, avisa a los demás que Aren está en problemas- dijo con voz tranquila, del que sabe que la violencia se acerca y él está capacitado para enfretarla y proteger a lo suyos -Rakard venía en busca de ayuda, pero estos...- comenzó a sacar los proyectiles -...dardos... no le deben haber dejado llegar a nosotros-

Miró de nuevo a sus espaldas.

-Ahora, mejor, que no sabemos cuánto tiempo tiene nuestro compañero- agregó con esa mirada tan característica que tenía el enano.

Acto seguido, sacó el escudo y cubriéndose, intentó despertar a Rakard. Le sacudió un poco un cachete, siempre frente a él, y comenzó a llamarlo.

-Rakard... muchacho, ¡Rakard! Aren está en problemas, ayúdame a encontrarlo...- le dijo en tonos que iban de un susurro a un voz elevada pero que no llegaba a grito... hasta que llegó -¡Rakard! ¡Levántate y anda!-

Una vez había intentado despertar al oso. No sabía que hibernaban, o algo así había mencionado Aren después, pero él quiso despertarlo. El oso le había lanzado un zarpazo que le había abollado el casco y tajeado una ceja profundamente. El casco nunca lo arregló, y de la cicatriz se inventaron una historia en la que luchó con un grifo enfurecido. Al menos eso sabía Oten.

Así que esta vez estaría preparado, con escudo en mano y casco ajustado, listo para dar un salto hacia atrás. Ojalá que no reaccionara de la misma manera.

Y si llegaba a tardar demasiado, entonces seguiría el rastro que tampoco parecía muy difícil de seguir dado el tamaño del oso.

"Esto si que es un problema" se planteó Aren a si mismo al darse cuenta de quienes lo habían capturado y de lo indefenso que se encontraba. "Si me llevan al hormiguero no tengo posibilidades, así que si voy a actuar, que sea ahora".

El enano juntó fuerzas y agradeció que no lo habían amordazado. Sabía que los humano-insectoides no hablaban entre ellos, pero serían capaces de entender si el levantaba la voz? No lo sabía, pero gritar, por el momento parecía casi su única posibilidad. Aunque si consiguiera  desprenderse del palo en que lo llevaban...

Lentamente un esbozo de plan comenzó a formarse en su cabeza. Tenía las manos atadas, si. Pero con suerte sería capaz de usar sus fuertes dedos para moverse lentamente hacia atrás, usando el palo en que lo llevaban como soporte hasta estar lo suficientemente cerca del porteador como para intentar pegarle un cabezazo. Incluso el movimiento hacia adelante de los porteadores le ayudaría en su movimiento hacia atrás.

Para su sorpresa, consiguió hacerlo. Lentamente, con mucho esfuerzo y poco movimiento real, pero quedó lo suficientemente cerca como para poder atacar. Por un momento se planteó si intentar darle un mordisco a la pierna del porteador pero desechó la idea. Acababa de recordar los cuentos sobre el daño que podía hacer el contacto con su sangre. Debería pensarl cual sería la mejor opción.

Morkai solamente entendía que Stella se había soltado el pelo, y que le gustaba. Lo de si uno valía las sales que le pagaban o si el honor o... Tales cosas hacían que le doliera la cabeza. Eran estupideces.

Se aburría. Se le ocurrió una cosa.

— Amo Oten─ Le tiró de la manga. ─  Amo Oooteen. ─ Y así hasta la saciedad, con infinita paciencia.

Cuando, por fin, pudo llamar su atención (y puede que dislocado algunas articulaciones), dijo: ─ Tú encender fuego. Ellos ver humo y venir. ─ Se estaba poniendo nervioso, porque Aren le había liberado. Y creía que debía protegerle de todo mal. Y si estaba lejos de él, pues era imposible que le protegiera, venía a ser obvio. Como sumar... Simplemente obvio.

Giró la cabeza. Ridícula imagen: El semiogro completamente agachado tirándole de la manga y llamándole "amo". Una gota de sudor resbaló por su frente. Pensó en explicarle que él no era su amo, que había sido liberado y que no era propiedad de nadie y también que el humo llamaría la atención de posibles enemigos o bestias del bosque. Quizás demasiado complejo para aquella mente. Mejor ser más directo y sencillo:

—Dejaremos un mensaje.— Oten empezó a buscar mas piedras y formar un pequeño montículo con ellas y luego metió la mano en el bolsillo y sacó la piedra que había metido antes. Era lisa y plana. Sacó entonces un cuchillo y con cuidado grabó algo en esa piedra: unas runas enanas que significaban "regresamos por donde vinimos" 

— Media hora más y nos marchamos— comprobó otra vez la posicion del sol. El tiempo transcurría lentamente.