Partida Rol por web

Valru salió del carruaje, para reunirse inmediatamente con su señor. Es cierto que no era lo que más le apetecía en éstos momentos, pero lo primero era el deber. Y mucho se temía que el deber exigía una audiencia con el Duque.

-Mi señor, ¿qué deseáis que haga?

Miró largamente al caballero sopesando si entrar o no en su juego de irreverencias. No lo hizo finalmente, pues no era su estilo. Por ello incluso más tarde se preguntó cómo era posible que tan siquiera se lo hubiese planteado. Obviamente echó la culpa a la desazón que le provocaba el comportamiento de aquel recién nombrado caballero.

- Tenéis razón caballero, ha sido descortés por mi parte no haberos presentado antes. Mis disculpas. He aquí al noble Zort y al caballero Zuyla, padre e hijo, ambos miembros de la antigua casa Dravescu. Él es el Caballero Iakobus Radoslav de los Cárpatos.

El mayordomo hizo un gesto a Visany para que se acercara.

- Llévate su caballo. Vos debéis estar cansado caballero Iakobus. Quizá algo de agua con la que refrescaros las muñecas y el cuello…- Al ver bajar a Durius y el estado en el que estaba Otto calló lo justó para dedicar una mirada a Visany en la que se mezclaban la duda y el reproche.-… os venga bien. Por favor Innya, lleva una jarra de agua fresca a su habitación. Y ahora, si me disculpáis, debo presentar a nuestros invitados Dravescu al resto.

Se despidió con una leve inclinación de cabeza e invitó a padre e hijo a que se acercaran a Durius, y al “mayordomo” que le acompañaba.

Veo como el Mayordomo Otto me hace llamar.

- ¿Si señor? - le digo con una inclinación de cabeza.

Tras recibir las ordenes cojo las riendas del caballo y me dirijo al establo para encargarme del mismo. No sin antes decirle.

- Vuestro mensaje lo entregué en cuanto localicé a su destinatario pero me temo que ya habíamos salido de aquí cuando eso ocurrió.

Justo en ese momento baja el Caballero Durius de su carruaje y noto la mirada fría del Mayordomo Otto sobre mi.

Realmente no pude hacer otra cosa así que inclino la cabeza y espero un instante antes de dirigirme al establo a cumplir con la orden encomendada.

Como una exhalación Tiberiu dejó el libro sobre la mesa, bajó de la silla y salió por la puerta abierta. El ruido había sido como de cadenas y madera, de voces de hombres y estruendo caballos, y el niño ya estaba deseando descubrir a quién pertenecían. Sin olvidar, por supuesto, que estar durante tanto tiempo quieto en una silla era de lo más molesto. La única forma que había encontrado de aliviar el aburrimiento había sido balanceando los pies, bailoteando en la silla, pasando páginas cuando se aburría (esperando encontrar alguna colorida iluminación en el manuscrito) o haciendo cualquier preguntas que se le pasaba por la cabeza.

Una vez con los pies fuera de la habitación se giró hacia Lindor.

- ¿Quién crees que son? Seguro que son caballeros con sus caballos. Y espadas. Y perros, perros de caza. ¿Has visto perros de caza? Yo sí, uno. A algunos nobles les gusta cazar.- Tiberiu asintió dándose la razón.- Me lo ha dicho mi madre.- Luego miró a Maserrak. Al no estar su madre ni Schaar él era el único al que podía preguntar con la esperanza de obtener una respuesta -. Maestro, ¿al Duque le gusta cazar?

No fue una profunda reverencia, Innya era, después de todo, hermana de Pavetta. Fue más bien un asentimiento expeditivo a la orden del Mayordomo, a quien dedicó una sonrisa y una mirada de comprensión.

E, inmediatamente después, se dirigió al Caballero de los Cárpatos, sin miedo pero con respeto, y le habló.

- Mi Señor, voy a por esa agua. ¿Deseáis quizá que algo de vino, o un tentempié, os espere en vuestros aposentos? Y veré también que la chimenea esté ardiendo con viveza.

Esperó un segundo su respuesta, antes de salir a toda velocidad hacia el interior del Castillo. Le constaba que el fuego ya ardía, a pesar de su puntualización, así como los del resto de viajeros: ella misma se había ocupado de ello...

Flaviu ve como, bajo las órdenes del Mayordomo Otto, los siervos se apresuran a servir a su señor Caballero. Como Escudero sería él quien debiera atenderle, pero está fatigado tras el largo viaje haciendo de cochero. Y a fin de cuentas él es de sangre noble, desde luego más noble que la de su nuevo señor.

- "Valru, debemos comunicarle al Duque los resultados de nuestra misión." -

-Como mi señor ordene-dijo, haciendo una leve reverencia. Aquello ya se lo temía y esperaba, pero era parte del deber. 

Así que esperó detrás de Durius, pacientemente, a que éste iniciara la marcha hacia los aposentos del Duque. 

Rápidamente me dirigí a los aposentos de mi señor, pasando por una serie de pasadizos y escaleras algo enrevesadas. Abrí la puerta y comencé a limpiar, parecía que aquello estaba algo olvidadizo por la densidad del polvo acumulado pero debía darme prisa y arreglarlo todo lo más pronto posible.

Encendí unas cuantas velas para iluminar la estancia y seguí con mi labor. Arreglé el lecho de mi señor, cerré las cortinas para mayor comodidad, la luz diurna molestaba si dormías por la mañana. 

Cogí la ropa nueva y limpia para que se vistiese al despertar y la situé en una mesita principal, todo bien plegado y elegante, listo para ser usado.

- Veamos - eché un último vistazo por la habitación - todo en orden.

Me mantuve de pie esperando a que llegase mi señor.

Flaviu estaba agotado tras el viaje y la larga espera, se sentía defraudado, no había podido ser de más utilidad que como cochero. Ser cochero es trabajo de plebeyos, y no de nobles. Con este tipo de trabajos nuca conseguiré ascender.

Miro aun lado y a otro del carro buscando algún lacayo o sirviente que se hiciera cargo del carruaje y su tiro. No pretenderán además que yo agá semejante trabajo. Se acercó a uno de los sirvientes que parecía desocupado, y  le hablo con voz suave y pausada. ¡Mozo! Guarda el carro y desengancha los caballos; acomódalos en las cuadras, y asegúrate que no les falte de nada. También limpia el carruaje. Si quedo satisfecho con el trabajo, puede que te recompense.  

Luego se dirigió al primer carro, donde se encontraba el caballero de los Cárpatos, El Mayordomo ya había repartido las tareas menores referentes a la comodidad del caballero, trabajos que desde la particular vista del petimetre no eran de su incumbencia.

Cuando descendió de su carruaje el Caballero Durius, Pavetta anduvo unos pasos, pocos, pero los suficientes para que él la viera, al igual que el Sargento Dominik, que era quién le había transmitido la orden de su Señor.

No habló ahora tampoco, sólo se mantuvo en silencio a la vista de todos. Era un modo de hacerse notar sin interrumpir.

DAGU:

- El noble Escudero Krevcheski se está dirigiendo a ti.

- La Sirvienta Enrietta sale del patio de armas y se dirige a los aposentos privados del Caballero Durius Tremere de Slobozia.

La sonrisa de Iacobus no disminuyó un ápice frente a la falta de reacción del Mayordomo. Lo cierto era que no tenía intención alguna de generar un comportamiento en particular por parte de aquel hombre, así que sólo se divertía vislumbrando cuáles eran los límites de su carácter. Teniendo en cuenta que el Mayordomo no le respondía a nada que realmente estuviera preguntando, Iacobus hizo sus apuestas mentales y finalmente, se dirigió con la mirada a los recién presentados caballeros. A ellos, teniendo en cuenta la premura del Mayordomo en presentarlos a los otros, se limitó a hacer un gesto de reconocimiento con la cabeza. El protocolo indicaba que irrumpir en otras presentaciones para saludarlos era de muy mala educación. La realidad, en cambio, era que Iacobus no tenía motivo alguno para irrumpir... por ahora.

Los ojos del caballero de los Cárpatos, oscuros como las noches sin luna, se deslizaron por Durius y su demacrada apariencia. Hubo sorpresa en su fuero interno pero, a la mirada de todos en el patio de armas, no hubo atisbo de ella en su rostro. Miró al Mayordomo Valru, luego a Durius de nuevo, repentinamente pasó a Flaviu, y finalmente terminó en la mujer que se estaba dirigiendo a él. ¿Qué le estaba diciendo? Ah, por supuesto.

- Sí, aseguraros de que todo aquello esté tal como decís. Que es lo que esperaré ver al llegar - le dijo, sonriendo, aunque algo en su tono parecía reírse de lo que podría pasar si no lo encontrase - Podéis partir.

Pero, antes que Innya se fuese, Iacobus se inclinó hacia ella y pareció susurrar algo fuera de alcance del resto de los oídos.

- ¿Ya habéis delegado todos vuestros trabajos? - dijo el caballero, al pasar, mirando a Flaviu. No parecía disgustado, sino divertido - ¿Os habéis aburrido demasiado en este paseo? - agregó, sonriendo de costado, y dijo unas pocas palabras para el único oído de su escudero.

Y en vez de retirarse, se quedó allí en el patio de armas, como si le interesase ver cómo se desenvolvían los demás.

- Pero aseguraros de estar allí en la habitación cuando yo llegue. Hablar aquí es imposible.

Pocas palabras, propias de quien sabe lo que quiere. Difícilmente podía saberse qué era peor, si la idea de que el caballero no quisiera exactamente hablar, o la idea de qué pasaría si acaso desoyese su deseo de verla en privado.

- Porque yo sí, si os lo preguntáis. Comentadme luego sobre los Dravescu, cuando me encontréis solo.

Esas fueron las palabras que agregó Iacobus, sólo para su escudero.

La comitiva era un misterio aún para los Dravescus. Cuando habían preguntado de qué se trataba habían evitado responder. Asi eran las cosas en la Corte, las respuestas se obtenían generalmente observando y deduciendo.

- Caballero... Zort saludó a Iacobus cortésmente. Admiraba a los Caballeros, la bravura en combate siempre fué algo que le llamó la atención. Lo respetaba, tal vez más que a la lengua de los nobles.

Siguió con Otto para ser presentado al resto. Tal vez fue la impresión de la oscuridad, de las sombras creadas por la poca luz del lugar, pero la comitiva la pareció algo realmente sombía.

Mientras observaba el movimiento del patio la curiosidad del joven Tiberiu atacó con una nueva pregunta, cosa que me hizo sonreir inevitablemente.

- El Duque Gyula Kadar es un hombre misterioso, poco sé sobre sus aficiones - respondí tratando de escoger las palabras adecuadas.- Sin embargo, lo que dice tu madre es completamente cierto, la caza es una afición muy común entre la nobleza. Ciertamente debe haber muy pocos nobles que alcancen el final de sus días sin haber participado en una cacería al menos una vez.

Volví a centrar mi atención en el patio, dónde el Caballero Durius bajaba de los carrueajes con todo su séquito, parecía que el viaje tocaba a su fin.

- El Caballero Durius vuelve al castillo - les dije para despejar sus dudas acerca de los visitantes.- Por cierto, Tiberiu ¿Qué hicisteis Lindor y tú ayer por la noche? Ya sabes, cuando yo tuve que marcharme y os dejé en los aposentos de tu familia.

Los ojos de la mujer se entrecerraron sin desviar un ápice la mirada de los del temido Caballero. Temido por todos en la ciudad, según los rumores que circulaban.

Innya asintió en silencio. Había comprendido la orden, aunque ni idea de lo que había tras ella. Lo más probable, se dijo, era que hubiera una intención oscura, la de sacarle información, o la de buscar una espía. También podía querer algo más libidinoso, claro, pero lo dudaba. No era un hombre feo, ni viejo, ni insulso. Tendría a todas las mujeres que quisiera, posiblemente en el propio Castillo... y su mente se desvió a la diablesa de ojos rojos y apariencia inocente.

No, pero, no podía más que elucubrar. Y obedecer mientras lo hacía. Así que se fue corriendo a cumplir con su deber.

En el rostro levemente demacrado de Durius de Slobozia podía leerse una sutil preocupación. El Duque no era hombre paciente, ni alguien que alentara los fracasos con segundas oportunidades. Y si bien era cierto que la misión en las tierras de los Basarab había fructificado, los plazos establecidos por Gyula Kadar no habían podido ser satisfechos. Nada que no pudiera razonar e incluso disculpar bajo el pretexto de una negociación que, regada con sangre, había concluido satisfactoriamente para ambas partes, pese a la dureza e inflexibilidad del viejo patriarca.

La mano de Durius se elevó hacia la nuca que masajeó suavemente mientras, con los ojos cerrados por un instante, oía el cruce de órdenes y breves esbozos de conversaciones que apenas o nada le interesaban. Cuando volvió a abrir los ojos, sus verdes pupilas se detuvieron un instante en la figura de Pavetta que se desplazaba, silenciosa, para hacer evidente su presencia. Serio, casi adusto, hizo un leve movimiento de cabeza hacia la viuda de su antiguo compañero de andanzas, reconociéndola en medio de la barahúnda de rostros y figuras.

-Sargento Dominik, llevad a Pavetta y al pequeño Lindor a mis aposentos. Deberéis esperar allí a mi regreso para poner fin al asunto que nos concierne, espera que confío no se demore en exceso -dijo Durius a su hombre de armas. Al alzar la mirada, vio a Otto acercándose con dos hombres con un paso que lo fijaba a él como el destinatario de su avance. Su mirada pareció atravesar al mayordomo como consecuencia del inevitable retraso que su presencia determinaría en la necesidad de informar al Duque-. Podéis retiraros, Sargento.

Con Valru a sus espaldas, Durius aguardó inmóvil a que el mayordomo llegara hasta él.

-Mayordomo Otto, señores -dijo saludando al recién llegado y sus acompañantes-. Debo personarme de inmediato ante el Duque y vuestra presencia, Otto, sería conveniente en lo que allí ha de decirse.