Partida Rol por web

Schaar abre la puerta

ESTANCIA DE LOS DRAVESCU:

- Schaar Dvy, otrora caballero al servicio del Conde Radu de Covasna (y anteriormente del Conde Dumastru de Bran), abre la puerta de la estancia de los Dravesc de un empujón, haciendo saltar el pestillo. La estancia se encuentra pobremente iluminada por un par de velas encendidas.

- Schaar Dvy lleva su espada en la mano, pero no lleva puesta su armadura de caballero.

- Al entrar, ve al Caballero de los Cárpatos, ataviado con su armadura completa de caballero y con una espada ensangrentada en la mano.

- En el suelo, desmadejados y llenos de sangre, los cadáveres de los dos Dravescu, padre e hijo. Uno con una daga otro con una espada, que no les sirvieron de nada contra Iacobus Radoslav.

Schaar observa la escena, sin parecer en absoluto acongojado por la misma. Mira la habitación, incluso antes que al caballero, viendo si hay alguna ventaja abierta. Esté la ventana abierta o cerrada, la señala mientras cierra la puerta tras de sí y envaina su arma

- Vaya... parece que ambos hemos llegado tarde, y el asesino de los Dravescu ha logrado huir, ¿no es así caballero? ¿llegasteis a herirlo? - hace una pausa y observa la escena- ¿A qué creeis que puede deberse que estos dos hombres, aliados al fin y al cabo de uno de nuestros señores, hayan fallecido?

- La puerta estaba cerrada con pestillo, pero Schaar le dio un fuerte empujón con su fuera sobrenatural, y el pestillo simplemente saltó.

No ha habido tiempo de reaccionar, ni de obedecer la orden del Caballero Dvy, sumidas ambas damas en el ansia.

Sólo sonidos, angustia....

-¡Dos! ¡Santo cielo, dos muertes... más!

Las palabras brotan de entre los labios de Radovina que tiene las pupilas clavadas en alguna parte allá delante, en la oscuridad.

-¿Dos...? Por la espada, la he oído caer sobre carne indefensa, varias veces...

Un murmullo, eso es todo. Tiberiu debe seguir durmiendo, y ella debe asegurarse de que está bien. Se va a la habitación de Schaar y el chico, y cierra la puerta tras de sí.

Tiberiu siguió durmiendo ajeno a cuanto a su alrededor ocurría. Atrás quedaba su intención de permanecer despierto, atento y vigilante como Tomescu, protegiendo a su desamparada madre, que aquella noche se había ido a la cama sola. En eso había quedado su promesa de guardián, en un profundo y placentero sueño en el que los sonidos que a otros despertaban no eran sino una parte más del fantástico escenario que en su imaginación tomaba cuerpo.

- “¡Un anciano en peligro!”- exclamaba el niño.- “Vayamos a salvarlo”

Y allí que se fue espada en mano y a lomos de su corcel negro, tan parecido a Fiero Orgullo que se podría decir que era su onírico gemelo. O quizá era el mismo Fiero Orgullo, el de carne y hueso, que durmiendo desde su cuadra acudía en forma de sueño a la mente del niño para ayudar en sus gestas al pequeño caballero.

El pestillo saltó, voló hacia algún sitio en la penumbra, pero el aire apenas rozó a Iacobus, tal como le había rozado el susurro de Zort. Erguido en su sitio, tenía los ojos quietos sobre las figuras de los Dravescu, mientras las gotas caían de su espada como hilos de un péndulo que había dejado por fin de balancearse. Mucha suerte había el Castillo de que de que Iacobus reconociera los pasos de Schaar, o de que no tuviera intención alguna de moverse. O que esperase a su reacción. Los escasos segundos continuaban escurriéndose como cuentas de un rosario, mientras dos o tres latidos de corazones vivos parecían marcar el ritmo al que estaba decidiéndose el destino. Al menos, el destino de Schaar. Los demás destinos, en fin, estaban ya muy claros.

La puerta empezó a entornarse. Iacobus giró para mirar a Schaar, que envainaba frente a la vorágine de muerte, mientras volvían a quedar aislados del pasillo y aislados de la cordura.

¿Pero qué le pasa a este imbécil? ¿Otro más? Joder, hostia.

Sus palabras le desconcertaron más. Casi se sintió tentado a reírse a carcajadas. Tenía la pregunta por si aquel tío era verdaderamente idiota o qué le había pasado por la cabeza. ¿Era aquello producto de una severa estupidez del antaño servidor de Radu, o era un torpe intento por intentar una conspiración? Iacobus decidió darlo por perdido. Lo mismo daba una cosa o la otra. Los hechos estaban allí, como allí habían estado los guardias, y la gente, y había una única interpretación posible. Casualmente, la verdad.

- Os diré qué fue, Schaar - dijo Iacobus, clavándole los ojos al caballero - Fue una larga conspiración por su parte que, para su lamento, hace muy poco acabó por descubrirse. 

Si Schaar se había vuelto un imbécil que realmente creía lo que había sugerido, lo notaría. Si era medianamente inteligente, comenzaría a comprender el alcance de aquellas muertes.

- Ya os enteraréis de lo que hablo, pues estará a la vista de todos. Ahora, traed aquí a Radovina - dijo, sacudiendo su espada - Vos debéis quedaros a proteger a Dubieta - hizo un breve gesto hacia los cadáveres de los Dravescu - Podría haber más.

- Vaya.... así que teníais un motivo para matarles confesable- los ojos de Schaar se han vuelto de hielo y el tono irónico de sus palabras es claro- Por un momento pensé que os vendría bien que os recordara cuántas cosas nos unen a los dos, y hasta qué punto la vida de casi todos los miembros de este castillo me es indiferente si se cruzan bien en vuestros planes, bien en los míos. O en los de nuestros señores- tras estas palabras da un largo suspiro y menea la cabeza ante la mirada reprobadora del caballero de los cárpatos- Si eran dos traidores, bien muertos están. Pero como sabéis este hecho sólo acercará aún más estas tierras a la guerra. Y ya esta noche se ha hecho lo necesario para estar en guerra contra los basarab. Ambos lo sabemos, supongo.

Al escuchar las palabras de Iacobus le mira pensativo

- El senescal no ha llegado en toda la noche. Me parece extraño que no haya deseado estar con su esposa. ¿Sigue vivo o era de los conspiradores?- pregunta en un tono cuidadosamente neutral mientras mira la escena-Iré a proteger a Dubieta, por supuesto. Pero tal vez sería mejor que me acompañárais y defendiérais a vuestra esposa Radovina en sus habitaciones. Dudo que este espectáculo sea el más adecuado para una joven y bella esposa en su noche de bodas. ¿No sería por ventura mejor que vos fuérais donde ella y no al contrario? Esos- dice señalando a los cadáveres- Ya no se moverán. Y si deseais buscar pruebas puedo mandar al guardia Tomescu a ello. Es un buen soldado, pero si los dos defendemos a las damas, cuyas habitaciones están una al lado de otra... dudo que haya fuerza o conspiración que pueda hacernos sucumbir en este castillo. Me gustaría que los dos habláramos, más tarde.

Dicho esto el caballero Schaar se gira y abre la puerta. En el quicio de la misma observa a Iacobus

- Resumiendo: ¿tenéis noticias del senescal?, ¿queréis acompañarme u os mando a este matadero a vuestra esposa?, ¿tendremos más tarde esa conversación?

Schaar se queda esperando respuesta           

La ironía, la frialdad, y todo aquello que se desprendió de los ojos de Schaar resbaló, como resbala la gota perdida de una lluvia escasa, por los bordes de la armadura y los propios ojos de Iacobus. ¿A quién le importaba que aquel pensase que sus motivos eran confesables? O que eran existentes. Era evidente que el otro caballero había aparecido para juzgar, y la siguiente catarata de palabras lo dijo con toda claridad. Más palabras. Iacobus se sintió tentado a callarlo, de una puta vez, joder, ¿por qué todo el mundo perdía tanto tiempo con tantas vueltas? Joder, hostia.

El único sentimiento que reflejaba su rostro era, siquiera, hastío. Schaar estaba irónico, pensativo, calmado, reflexivo, helado. Iacobus, simplemente, estaba hastiado. Lo cual, para un hombre ataviado en una armadura completa, con una espada ancha ensangrentada en la mano y dos cadáveres desmadejados a los pies, era sin duda algo que tener en cuenta.

- Podríais haber empezado por allí, joder - soltó, una vez que la puerta fue entreabierta, y Schaar terminó de hablar por fin.

Agitó la espada un poco más, con una suavidad y gentileza que parecía indigna de la fuerza de su mano.

- En principio, creedme que no me lo olvido. Por algo estamos hablando ahora, cara a cara, y no otra cosa - dijo Iacobus, lo cual más que ser una amenaza, era una simple aseveración - Y la guerra es inminente, gracias a la puta desgracia de muchos esta noche. ¿Os interesa tener que luchar a dos frentes?

Las gotas de sangre se deslizaban, por la hoja de la espada, dejando caminos como si fueran las venas de un brazo.

- Ya veréis con vuestros propios ojos lo que preguntáis - continuó, y acabó por mover la cabeza - Mandad a Radovina. Si algo sucede, necesitaréis ser dos para Dubieta y el crío, y yo me encargaré de lo que me concierne. No son pruebas lo que busco.

No, justamente, no.

- Hablaremos luego del amanecer - agregó - Será el mejor momento, cuando se acabe esta puta noche.

Le hizo un gesto para que saliera de una vez.

- Sea - Schaar tenía claro que Iacobus era un guerrero terrible, y desde luego no tenía ganas de un combate contra él. Nunca. Y sin llevar su armadura, al menos, mil veces nunca. No sintió, empero, miedo. Y tal vez fuera necedad por su parte, pero creía que Iacobus seguía tenido, con él, un vínculo ante un ser superior a ambos. Y que por poderoso que fuera no desearía ofender a su patrón que, cada vez lo tenía más claro Schaar, seguía allí, de alguna manera, vigilándoles. Pero notaba el cansancio del caballero de los cárpatos, y no era buena idea seguir con el tema. Ni con su presencia allí, de hecho- Es bueno no olvidar a los aliados. No sabía quien era el que atacaba a los Dravescu. De haber sabido que erais vos, ni habría venido. Os mandaré a vuestra esposa. Mañana, con más calma, tendremos esa conversación. Y veremos qué es mejor para que la guerra termine como debe, con todos nuestros enemigos rendidos o muertos. - dicho esto, y sin más palabras, Schaar sale de la habitación y camina hacia donde están las damas, Tiberiu y Tomescu

- Schaar sale de la habitación de los Dravescu y se reúne con Radovina. Dubieta está en la habitación con Tiberiu, que sigue durmiendo plácidamente.

Schaar abre un momento, en silencio, su habitación, y observando que en la misma se encuentra la dama Dubieta, y que Tiberiu  está bien, suspira con evidente alivio

- Dama - dice en tono quedo- Salid un momento, por favor, debo hablaros - entonces mira a la dama Radovina, y al guardia Tomescu- Dama Radovina... ¿podeis acercaros? Tengo instrucciones para vos de vuestro esposo. Tomescu, venid también

El caballero Schaar parece reflexivo, y preocupado. Su espada está metida en su cinto, y no parece haber sufrido daño o percance alguno

La presencia de Schaar de nuevo en la habitación la tranquilizó, porque su Caballero no parecía haber luchado, ni tampoco estaba asustado. Aunque sí preocupado.

-Claro, voy con vos... -susurró siguiéndole, sin despertar a su hijo.- ¿Qué sucede? -Miró a un lado y a otro, allí no había nadie más que ellos, los Szantovich. Ni su esposo, ni los Dravescu, ni el Caballero de los Cárpatos, a quien Dvy acababa de nombrar, y al que, por tanto, había visto.

-¿Tenéis instrucciones para mí... de mi esposo...? -Radovina estaba aturdida, y se le notaba. Había dormido poco, y mal, y había sufrido una ristra de desgracias que la habían dejado exhausta. Y ahora... -Decidme, Caballero, Dvy, ¿dónde está él...? ¿Por qué os manda a vos, acaso está herido...? Y... ¿dónde está el Senescal...? He oído gritos, y me pareció que eran de los nobles Dravescu. Pero no puedo estar segura... También percibí... muerte...

No dijo más, y quedó a la espera de lo que el joven paladín de su prima tuviera que comunicarles. Fuera lo que fuera, no iba a ser agradable, no lo dudaba.

- Damas... os ruego calma. No se aún qué ha sido del senescal - el tono era cuidadosamente neutro- Vuestro esposo, sin embargo, dama Radovina, está bien, y os espera en los aposentos de los Dravescu. Me ha pedido que vayáis con él, pues teme que estéis en peligro. - le mira a los ojos- Como bien sabéis ahora él es vuestro señor. Está en el dormitorio de los Dravescu. Pienso... que es aconsejable que mantengáis la calma, dama. Id con él. Está, creo, inquieto, y bastante harto. Estoy convencido que si sois cuidadosa, e inteligente, le seréis de ayuda - tras las palabras mira a la dama Dubieta y por unos segundos parece no saber qué decir, pero luego se repone- ¿Está bien Tiberiu?

-Tiberiu está bien. Duerme. Duerme el sueño profundo y plácido de los inocentes. Y... nada ni nadie nos ha perturbado esta noche, mi fiel Caballero. Tomescu y Boru han custodiado nuestras puertas, y no ha sido necesario más.

Se giró hacia Radovina, seria, serena.

-Id, prima. Tenéis un deber que cumplir. Que Boru os acompañe, creo que será mejor, por... si acaso. Tomescu, seguid atento. No me gusta lo que... sea que esté ocurriendo.

Tras eso hizo una seña a Schaar para que la siguiera, y volvió a entrar en la habitación.

Tragó saliva, y asintió. No entendía ni aproximadamente el significado de las enigmáticas recomendaciones de Schaar. Algo había ocurrido, o estaba ocurriendo, eso era prístino. Pero, ¿Iacobus estaba... harto...? Inquieto, había dicho. Y que podía serle de ayuda. ¡La necesitaba! ¡A ella, el soberbio y prepotente Caballero al que muchos llamaban maldito!

Sin embargo, le había recomendado inteligencia, y cuidado.... no, no sabía qué ocurría, pero tampoco a ella aquello le gustaba ni una pizca, fuera lo que fuera.

Sin añadir nada, y tal como iba, empezó a andar en dirección a los aposentos de los Dravescu. Temiendo lo que fuera a encontrar allí.

Schaar asiente, pero ante la intervención de la dama, mira un instante al guardia Boru

- La dama Dubieta habla con sabiduría. Pero id primero, y avisad a vuestro señor que os habeis hecho acompañar de uno de vuestros guardias, para que él decida si debe pasar o esperaros fuera, o lejos. Creedme, dama Radovina. Es lo mejor - tras estas palabras sonríe a la dama Radovina, intentando darle ánimos, y entra en la estancia con la dama Dubieta, cerrando con cuidado detrás suyo, no sin antes mirar a Tomescu- Saldré en breve. Estad preparado, y con las armas listas