Partida Rol por web

Radovina dudó un segundo, pero se encogió de hombros, y entró justo detrás del Caballero Durius. Lo que Iacobus acababa de decir era que pasaran, sin concretar quiénes. Si no era ése su lugar sin duda se lo dirían.

Ya he visto lo que he visto, ¿qué más da...?

Envuelta en el edredón Dubieta no se movió del dintel de la puerta de la habitación de su hijo. No hizo gesto ninguno de seguir a su prima, o al Primer Caballero. En vez de eso miró significativamente a su paladín, Schaar. Y esperó.

Schaar se queda frente a la puerta, protegiendo a la dama Dubieta. Su gesto aparenta despreocupación, pero cualquiera que sepa tanto de guerra como él (el capitán o el segundo caballero, exclusivamente) sabría que tal apariencia es falsa. Está preparado para actuar y en tensión. Como si la sangre que se ha derramado ya esta noche le hiciera estar prevenido de nuevas eventualidades. Y con los actores principales de esta tragicomedia, no era para menos

- Dama Radovina y el Primer Caballero pasan al interior de la habitación de los Dravescu, donde aguarda el Caballero de los Cárpatos.

FALTA ESCASAMENTE UNA HORA PARA EL ALBA.

ESTANCIA DE LOS DRAVESCU:

- El Caballero Zuyla Dravescu (Tercer Caballero de la Corte) y su padre Zort están muertos, ambos ataviados con ropas camisones de dormir.

- Junto al cuerpo de Zuyla hay una espada ancha desgastada por el uso, la suya. No está manchada en sangre, lo que indica que no llegó a cortar o tajar con ella. Su cuerpo sin vida muestra una cierta expresión de sorpresa y tiene dos profundos tajos de espada.

- El cuerpo de Zort está desplomado como si hubiese estado avanzando hacia la puerta cuando le alcanzó de frente el único tajo de espada que acabó con su vida.

- Hay mucha sangre.

Ferenk saludó con la cabeza a los presentes, Dama Dubieta y Caballero Schaar, sin pronunciar palabra. La noche estaba a punto de dar paso al amanecer, y sin embargo, los habitantes del castillo seguían reacios a regresar a sus respectivas habitaciones y dejar la oscuridad les envolviese y les permitiese olvidar por un momento lo acontecido durante esa desgraciada boda. Sin ninguna duda, es lo que él hubiera hecho de no tener otras obligaciones. Los demás parecían expectantes, como si supieran que algo más había de ocurrir y temieran perdérselo. Más bien deberían ser espectadores...

No perdió más tiempo y siguió a la Dama Radovina y el Secretario Durius al interior de los aposentos de los Dravescu.

Durius observó el cuadro dibujado ante él, casi estudiándolo, y después miró al artista. Cuando entraron Ferenk y Dama Radovina, entornó la puerta cerrándola.

-Habéis acabado con los conjuradores -señaló escuetamente-. Os felicito, Caballero Radoslav -dijo el secretario ducal para estrechar luego con ambas manos la de este-. Dadle un buen uso a esta oportunidad que se os brinda. Capitán, quiero que establezcáis de inmediato una guardia doble que permanezca a las puertas de la habitación del Senescal e impida todo acceso a la misma, momento en el que os pido digáis a Maese Maserrak que se retire a descansar. El veto incluye a la Dama Dubieta. Daré instrucciones a mis lacayos para que organicen y se proceda a la limpieza del salón. Segundo Caballero, haced que los cuerpos de estos desgraciados sean conducidos a la capilla y que esta cámara sea clausurada. Capitán, que un guardia se sitúe a esta puerta para velar que nadie entre aquí. Ahora debo retirarme. Iacobus Radoslav, dejo el castillo en vuestras manos. Aún quedan pendientes muchos asuntos pero me temo deberán esperar. Y Capitán, descansad en cuanto tengáis la ocasión de hacerlo.

Dicho aquello, Durius volvió a abrir la puerta y se retiró.

Cuando Durius estrechó la mano de Iacobus Radoslav, un extraño presente pasó de uno a otro. La lengua del Senescal Stolnic constituía una pequeña y oportuna baza que transformaría aquel aposento en la cámara de dos asesinos, si era convenientemente empleada. Y o mucho se equivocaba o aquella era la intención de Radoslav ante su demanda, expresada de boca de su recién desposada hacía unos minutos.

El caballero Schaar se quedó, un instante, mirando la puerta cerrada por la que acababa de entrar el primer caballero, a reunirse con el segundo. Tras esto, miró a la dama Dubieta, con semblante pensativo

- Capitán... ¿habeis visto al senescal? Desde la cena y la boda no lo he visto, ni se ha pasado a ver a su reciente esposa. No es, desde luego, algo normal ni habitual. ¿Acaso...? - dejó la pregunta en suspenso. Dados los acontecimientos de la noche, no era preciso decir mucho más

- El Capitán Zarak ha entrado en la habitación de los Dravescu y Schaar Dvy se ve obligado a hablarle a través de la puerta cerrada.

- Al poco sale de esa habitación el Caballero Durius Tremere, quien rápidamente abandona la zona.

Durius soltó su torrente de palabras y no se quedó a comprobar que se cumplían sus órdenes. Si alguien hubiera deseado rebelarse, lo habría hecho antes. Y no le quedaba mucho tiempo.

Los dos cadáveres, padre e hijo, reposaban en la alfombra de su propia sangre. Zuyla, aún en su camisón, su rostro devenido en una máscara de cera modelada en un perpetuo gesto de sorpresa, nunca había esperado algo así.

Ferenk dudaba que, por sí solo, Zuyla hubiera sido capaz de detener a Iacobus. El Matavampyr podía haberse ganado su apelativo combatiendo contra los seres de la noche, pero no era más que un hombre. El Caballero de los Cárpatos, fuera lo que fuese, era un monstruo más terrible que los propios vampyr. Su mera presencia en Balgrad era suficiente como para que los ciudadanos de Alba Iulia perdieran el sueño durante años. Aunque en unas horas probablemente dejaría de ser el hombre del saco de Balgrad. En cuanto se hiciese de día y los rumores sobre el horror que había escapado del castillo y cruzado la ciudad durante la noche se extendieran, el hombre lobo obtendría el honor.

Desde el otro lado de la puerta llegó la voz del protector de Dubieta. No, sin duda no era habitual que el recién desposado dejara sola a su esposa durante la noche de bodas. Incluso el Caballero Iacobus había honrado a la Dama Radovina a su manera, pintando una escena como un siniestro homenaje a sus singulares pupilas.

Sin mediar palabra, Ferenk abandonó la habitación cerrando la puerta tras de sí.

El Capitán de la guardia dejó los aposentos de los Dravesucu y cerró la puerta tras de sí. Todavía permanecían en el pasillo uno de los guardias de las Szantovich, la dama Dubieta y su protector, Schaar Dvy.

—Schaar Dvy, Dama Dubieta, ha sido una noche larga y difícil para todos, y todavía queda trabajo que hacer. —El tono de voz de Ferenk era monótono e inusualmente grave, y su mirada colgaba en algún punto del espacio entre la dama y el caballero—. Les pido por favor que descansen por ahora. Estoy seguro de que el Secretario Durius les informará de lo acontecido en cuanto tenga ocasión.

Y si no lo hace él, lo harán el Segundo Caballero o la Dama Radovina. En cualquier caso, era evidente que Schaar Dvy ya ha atado suficientes cabos como para no necesitar confirmación de sus temores.

Ferenk abandonó lentamente las estancias de invitados, en busca de sus hombres, si es que a alguno de ellos le sobraba energía para seguir con su tarea tras un día entero de trabajo, y asistir a los horrores de la noche.

Iacobus no hizo nada frente a la impetuosa entrada de Durius, y tampoco ante la de Radovina. Ni siquiera ante la del Capitán. Mantuvo un silencio que casi era agradecimiento, o verdadero cansancio, frente a lo que podía suponer que sería una catarata inagotable de palabras. O de más estupideces, joder. Él no dijo nada, ¿por qué lo haría? Ni siquiera se echó a reír de Durius y su escolta, como si el Primer Caballero no hubiera tenido dos cojones para presentarse solo ante su presencia, tal como había sido su voluntad. Tampoco tuvo tiempo, o no quiso tenerlo. La puerta se cerró y, en la penumbra de aquella estancia malsana, cuatro figuras quedaron erguidas con las pupilas puestas en el abismo.

Un instante, y Durius hizo lo que se esperaba de él. Soltó el hatajo de palabras como un fardo, como un vómito, al galope como un caballo atizado en el culo por un malintencionado hierro candente, esgrimido por un imbécil con aires de amo que sin sentido común sólo pensaba en avanzar. Y lo hizo acompañado de un gesto que más parecía una palmada en la cabeza que otra cosa. El rostro de Iacobus, mientras quitaba bruscamente la mano de las suyas y apoyaba los nudillos contra la espada, era una máscara de piedra y sarcasmo. Hablaba muy claramente de lo que pensaba de que el castillo quedara en sus manos. Mejor dicho, hablaba muy claro de lo que pensaba de aquella concesión pretendida. Y de las órdenes. Y de la puta madre de todo.

Bastó una media sonrisa seca para responder. Durius se fue, y el Capitán se quedó unos segundos más, allí, a la orilla de la sangre. Pero él también dio media vuelta y se fue. Los ojos de Iacobus lo habían mirado desde que Durius se fuera, y continuaron haciéndolo mientras se marchaba en silencio.

Corre, Capitán, corre, parecieron decir, por un momento. No vaya a ser que no puedas cumplir las órdenes del amo.

La lengua pasó de mano en mano como si no existiera. El rostro de Iacobus no experimentó ningún cambio, ni su mirada, ni hubo gesto alguno que dijese a Durius que aquello era exactamente lo que esperaba. Quizás, sí, se lo dijo justamente el hecho de que no hubiera reacción por su parte frente al macabro presente otorgado en su mano como felicitación. Que, como un experimentado ladrón, Iacobus sacara la mano y se llevara consigo el objeto para depositarlo fuera de la vista de todos. La brusquedad era sólo parte de la pantomima, del hastío.

Ahora, sólo faltaba escoger dónde dejar aquella lengua. La creatividad, lamentablemente, no era uno de sus fuertes. Salvo en la tortura.

La puerta volvió a cerrarse, y volvieron a quedarse solos en el interior de la estancia. Iacobus miró a Radovina, sin que sus ojos oscuros despidieran ningún reflejo, ni que el vestigio de sonrisa que aún hacía eco en sus labios despidiera sentimiento alguno.

- ¿Seguís creyendo lo mismo, querida? - fueron todas sus palabras.

Se dio vuelta hacia los cadáveres y la estancia y, aunque por un instante pareció que no iba a decir nada más, finalmente volvió a separar los labios.

- Ya que habéis mandado a vuestro guardia a la Capilla, id vos también. No querréis que vuestra criada repose al lado de estos dos - Iacobus miró hacia la puerta - Marchaos. Y esperad allí.

IACOBUS:

- Nada nuevo por parte de Schaar y Dubieta. Han estado muy callados desde su conversación acerca de ser aliados útiles de alguien que pueda garantizar su supervivencia, y no meros peones prescindibles.

Dubieta se adelantó un poco, ante la despedida del Capitán, colocándose justo detrás de las espaldas de Schaar. Ferenk No había contestado a la pregunta de éste, y estaba claro como el agua el motivo. Con voz casi inaudible, como un susurro trágico, la Duquesa murmuró para sí misma unas palabras en la oscuridad, aunque audibles para al hombre que partía en ella.

-Jensi... pobre anciano. Por lo menos tuvo unos segundos de placer y de vida, aunque fueran arrancados a la fuerza, si a las horas le esperaba la muerte...