Partida Rol por web

- El Guardia Boru abandona la estancia de su señora, sale al pasillo y de ahí al Patio del Castillo.
 

La noche tocaba a su fin por hoy, pero no podía dejarse caer al sueño sin antes comprobar el bienestar de su retoño. Con paso tranquilo, casi como un fantasma hastiado de las paredes a las que estaba atado de por vida, anduvo por el pasillo hasta llegar a sus aposentos. Con suavidad tocó la puerta para anunciarse, no quería alterar a Tomescu que sin duda estaría alerta.

- Tomescu... -Con eso bastaba.

Entró casi etérea, circunspecta en semblante.

- Schaar está en su habitación, arregla con él la seguridad -susurró mientras veía a su hijo.

¿Tendrían el descanso que se merecían? ¿Algo más podría suceder en aquella aciaga noche? Cuando su guardián pasó junto a ella lo detuvo, sosteniéndolo por el antebrazo con aquella mano que parecía de cristal: delicada y hermosa.

- Que jamás te quepa duda lo mucho que estimo tu labor. En tus manos dejo la vida de mi hijo -Mostró la verdad tras aquellas palabras con una mirada de auténtico respeto.

Lo dejó marchar y cerró tras él una insignificante barrera que los separaba del peligro, una puerta que nada era en aquel lugar maldito. Se acercó a la cama sentándose en el borde de la misma para observar dormir a su pequeño, a lo más bello que había creado. Tal vez debía sonreír como lo hacía el Duque antes las graciosas particularidades de su hijo, aquel genuino e ingenuo carácter que devoraba con avidez su alrededor con la falta de objetivo que un niño tenía. Pero no podía, no debía... Y sin embargo, un murmullo de puro amor en una letra oculta en su memoria brotó de sus labios:

"Duerme, duerme y sueña a tener 
una vida sin la tentación 
de delirios, de oro y poder, 
de juzgar, aunque exista razón. 

La avaricia es la esclavitud 
del alma y de la libertad. 

Que no te bese nunca la envidia, 
que no te abracen el odio y el mal,
que no te abracen el odio y el mal.

Duerme, duerme y sueña con ser 
de tu mejor tesoro el guardián: 
el amor que yo en ti he volcado, 
de eso tienes mucho que dar. 

No te engrandezcas con la riqueza 
ni te apoques con la pobreza, 
que ni la derrota ni el fracaso te impidan 
ver que mañana otro día será. 

Duerme, duerme, aquí estaré, 
las nubes serán tu colchón, 
que ni el viento ni la brisa te dejen 
de acariciar, pues tú eres mi Don. 

Duerme, duerme y sueña a tener..."

A Schaar le gustaría aquella canción de cuna.

Tomescu se cuadró en cuanto oyó a la Dama Dubieta hablar a través de la puerta, aunque su tono era tranquilo y distinto al de otras veces.

Está cansada se dijo el guardia al ver cómo la mujer pasaba a la habitación y no desviaba la mirada de su hijo.

O quizá... pensó alarmado. ¿Sabía ella algo? ¿De qué se habría enterado?

Pero ese no era su cometido. Sea cual fuera la situación, él protegería a la señora y a su hijo con su propia vida.

Asintió cuando Dubieta le pidió que se reuniera con Schaar. Al pasar por su lado, la mujer le sujetó el brazo. Sorprendido, casi se pierde sus palabras, que llegaron un par de segundos tarde. Cuando quiso reaccionar, la Dama ya estaba cantando a su hijo.

Sin decir ni una palabra, Tomescu salió de la habitación sin hacer ruido, dirigiéndose a la habitación para reunirse con Schaar.

Cuando Tomescu regresa a la habitación Schaar está tumbado en la cama pensativo, con los ojos abiertos, ha dejado su espada cerca y mira al guardia unos instantes

- ¿Cómo está todo ahí fuera, Tomescu?

Tranquilo, capitán Schaar djio Tomescu dejando su arma y respirando. Notaba como si llevase varios días sin pasar por la habitación. Necesitaba dormir, pero eso no lo iba a decir.

Señor, la Dama Dubieta me dijo que debíamos hablar de la seguridad. ¿Cómo quiere que nos organicemos?

Schaar casi sonrie

- ¿Tan cansado como yo verdad? - trabajosamente se pone en pie- Dormid un par de horas, lo necesitareis. Luego os despertaré y hareis guardia lo que queda de noche. A la mañana cuando se despierte la dama avisadme, y como quiera que estaré con ellos podreis descansar unas cuantas horas

Tomescu no contestó a Schaar con palabras, si no con una sonrisa. Estaba totalmente agotado.

Gracias, señor dijo mientras se empezaba a quitar las piezas de su armadura. Si iba a dormir un par de horas, debía aprovechar para descansar lo máximo posible.

Se sentó en la cama y se frotó los muslos. Se sentía muy cansado, pero no se tumbaría hasta qeu Schaar Dvy saliera de la habitación. No quería que viera con qué facilidad se quedaba dormido.

- Descansad lo que podáis. Aprovechad - aconseja el caballero Schar mientras se pone en pie y, nuevamente, vuelve a vestirse con la armadura. Luego sale fuera, y se queda de pie, apoyando en la pared, entre su habitación y la habitación de su señora, tapándose la boca para evitar un bostezo.

Según Schaar salió de la habitación, el guardia Tomescu se dejó caer en la cama. No tardó ni 10 segundos en quedarse dormido.

DE MADRUGADA.

- Boru regresa al pasillo de las habitaciones de invitados, procedente del Patio.

En su lecho Radovina permanecía en un estado de duermevela, salpicado por momentos de somnolencia profunda inundados de pesadillas horribles. Se revolvía entre las sábanas, sudada de pies a cabeza a pesar del frío, y la inquietud y el pesar la devoraban a partes iguales.

Completamente ajena a lo que sucedía más allá de la puerta de su habitación, su mente febril, sin embargo, imaginaba episodios terroríficos que tenían a su esposo, o a cualquiera de los dos seres inhumanos ahora muertos, por protagonista. Incluso el fantasma de Mariana, rezumando sangre de su boca abierta, la acechaba desde los rincones más oscuros.

Pero tampoco los vivos, si es que finalmente lo estaban, aparecían en sus sueños con normalidad. Durius, su verde mirada sibilina, era una amenazante sombra en el propio castillo. Y los Basarab, con el extraño sacerdote entre ellos, lo eran también desde fuera...

Llegaría el alba en algún momento. Pero no la paz. No el descanso.

RADOVINA:

- En tus sueños ves a Durius y a tu esposo, ambos con las manos manchadas de sangre y mirándose con sonrisas cómplices llenas de inhumana crueldad.

- El sonido de las pesadas placas y mallas de la armadura del Caballero de los Cárpatos perturba el sueño de todos los invitados nobles en el Castillo...

Al llegar a la estancia donde se alojaba mi dama, me dirigí directamente a su habitación y golpeé la puerta, esperando alguna respuesta. No quería interrumpir a mi señora si estaba descansando o alguna otra cosa. Me pregunté cómo reaccionaría a lo que había pasado. Bajo mis ojos, había tomado el mejor curso de acción, pero era una maniobra arriesgada, y era uno de los últimos aliados que mi señora tenía en este castillo, no podía fallar.

IACOBUS:

- Ves al lamentable guardia de antes golpeando la puerta de la habitación de tu esposa.

Schaar Dvy está en ese momento montando guardia, tras revelar a Tomescu, y descansar un par de horas. Al verle llegar asiente. Sigue llevando su armadura, y en el cinto lleva su espada

- Saludos Iacobus. Confiaba en que esta noche no volveríais

Iacobus miró a Schaar y, por el contrario de él, parecía cansado de volver a verlo. En realidad, estaba cansado de todo, y de todos, y cuando sus pies volvieron a pisar el suelo en el que hacía sólo horas se había malgastado la vida de Farkas Deli, su ceño se frunció en desagrado.

- Yo también confiaba en que esta mierda se hubiera ya terminado. Pero, ya ves, Schaar. La vida es muy puta.

Se dirigió a la habitación de su esposa. Apartó con una mano a Boru, sin violencia, pero con una autoridad cortante, y abrió directamente la puerta.

En su sueño exhausto y terrible Radovina percibió algo. No supo qué, no hasta que en su mente se perfiló la figura de su esposo, ataviada con su armadura, moviéndose hacia ella. El sonido era el de las mallas rozándose, el de la espada repiqueteando contra las placas del costado, era él en su avance, completamente dispuesto para la lucha. Y para la muerte, la muerte que él servía con el filo de su acero, sin distinción.

¿Era su turno...? La muerte podía ser pavorosa, pero había sin duda cosas peores. Y supo que si Iacobus llegaba, quizá era para reclamar su derecho. O para cobrarlo, arrebatarlo. Le imaginó como acababa de verlo en su pesadilla, sonriendo con la crueldad del diablo asomando a sus pupilas, desdeñoso, implacable. Dubieta había dicho que hasta un demonio podía amar... No sabía lo que decía...

Justo entonces sonaron los golpes secos en la puerta, y abrió los ojos, súbitamente desvelada por completo, alerta. Se levantó del lecho, empapada como estaba por el sudor de las pesadillas. El camisón se le pegaba al cuerpo como si de una segunda piel se tratara, empapado a su vez, y su aspecto era tan sensual que aquello que ella temía en el fondo de su mente apareció a gritos para cualquiera, menos para ella, para sí misma, ajena a la visión: Toda ella era un trofeo para ser degustado, un premio que tomar.

Acercó el rostro a la madera de la puerta, dudando aún qué hacer. Si abría, era una claudicación, un ofrecimiento. Si no lo hacía, aún pudiendo parecer dormida, levantaría las sospechas de aquel que se acercaba sin disimulo ni conteniendo el sonido de sus andares. Y ese... hombre... despechado, podía ser terrible, estaba segura.

Finalmente su voz, apenas un hilo de ella en la fría vacuidad del amanecer, sonó quebrada y trémula.

-¿Quién... llama...?

No pudo seguir, ni siquiera esperar a obtener respuesta. Antes de que el siguiente latido apartara la sangre de su corazón, o allí la aupara, la puerta se abrió sin más, quedando ambos frente a frente.

Y comprendió, al ver a Boru a su espalda, que había sido él quien había llamado. Pero su esposo había acudido antes de que ella hubiera llegado a responder. En realidad, ella casi ni siquiera había sido capaz de reaccionar...