- Los dos lacayos están terminando de ponerle a Durius su pesada armadura de caballero, de forma apresurada.
- Tirada de Percepción + Consciencia.
Tirada oculta
Motivo: Percepción + Consciencia
Tirada: 5d10
Dificultad: 7+
Resultado: 1, 1, 7, 1, 7
Exitos: 2
Motivo: Percepción+Consciencia
Tirada: 6d10
Dificultad: 7+
Resultado: 2, 7, 9, 7, 10, 2
Exitos: 4
Durius asintió al tiempo que se colocaba la última pieza de su armadura. Si lo hizo porque asentía a lo dicho por Farkas o por algún pensamiento, era imposible de determinar.
-Sea como decís Farkas, más si nuestro enemigo hubiera accedido a las mazmorras, cabe la posibilidad de que Carcelero haya sido atacado, con lo cual, vuestra potencial ayuda sería inexistente. Se ha alimentado y abundantemente. Batir a nuestro adversario no será fácil. No obstante, acepto vuestra estrategia. El Segundo Caballero y yo mismo permaneceremos en el patio, si bien una visita a la Capilla no sería aspecto a desmerecer -dijo el secretario ducal poniéndose en marcha hacia la salida-. Vayamos. Malas horas se avecinan y parece qu del acero será el protagonista.
Tirada oculta
Motivo: Percepción + consciencia
Tirada: 8d10
Resultado: 7, 8, 6, 5, 3, 9, 4, 7
Motivo: Percepción+consciencia
Tirada: 5d10
Dificultad: 7+
Resultado: 23 (Exito)
Motivo: Percepción+consciencia
Tirada: 5d10
Dificultad: 7+
Resultado: 5, 2, 5, 6, 8
Exitos: 1
Tirada oculta
Motivo: Per+Con
Tirada: 10d10
Dificultad: 7+
Resultado: 2, 10, 7, 5, 5, 4, 3, 3, 5, 5
Exitos: 2
Tras decir todo lo que quería decir, Iacobus se mantuvo al margen, dedicándose a mirar de modo apremiante a los dos lacayos que, joder, ni siquiera podían obedecer una puta orden. No era extraño que hubieran caído como paja inservible ante un soplido, aunque sin duda lo hubieran hecho de igual modo a pesar de ser más diligentes. Cuando Farkas expuso su plan, el caballero de los Cárpatos le dirigió una mirada silenciosa, dado que el jefe de la guardia no estaba sino acomodándose a su propio plan ya expresado. Y cuando Durius finalmente decretó sus intenciones, Iacobus se limitó a girar hacia la puerta de salida, no por seguir las instrucciones de Durius, sino porque simplemente los otros se habían acompasado a lo que él mismo ya había avisado que haría desde el principio.
- Vamos.
Pero esperó a que los otros se pusieran en marcha, llevándose una mano al pomo de la espada.
- A todos os parece escuchar la voz de un guardia ducal procedente del patio... dando la voz de alarma.
- ¡Joder!
Iacobus dejó de esperar. Simplemente, desenvainó la espada en un parpadeo y corrió fuera de las estancias.
El lacayo desenvainó su daga esperando órdenes, no temía actuar tanto como tomar una mala decisión, su señor era el experto en lo que estaba por venir y seguiría sus órdenes tan pronto fueran formuladas.
Durius, ante el grito de alarma, hizo lo que único que correspondía y a lo que Iacobus se le había adelantado. Correr, cosa que hizo en pos del Segundo Caballero.
Al patio
Cautelozamente, el lacayo siguió a los nobles en su prisa hasta el patio. Mientras lo hacia, revisaba sus cuchillos en la bandolera.
Al escuchar el grito procedente del patio Farkas desenvainó también su espada y salió al patio junto a los otros dejando escapar un pequeño gruñido.
Al patio.
- Todos desenvainan sus armas y salen al Patio.
// Salen de escena: Durius, Iacobus, Farkas, Mikail, Vasilov.
// Siguen en: Patio del Castillo.
Durius no ha desenvainado.
La Dama Radovina, con su guardia de confianza y los sirvientes de Durius, llegan a los aposentos de éste. Unos instantes después, es el propio Secretario Ducal el que atraviesa las puertas.
Entran en escena: Dama Radovina Radoslav de los Cárpatos, Durius Tremere de Slobozia, Guardia Boru, Lacayo Mikail, Lacayo Vasilov, Sirvienta Enrietta.
Vienen de: patio del castillo.
Durius, pálido, atravesó la estancia sin mirar a unos u otros para acceder a sus habitaciones. Tras atravesar la puerta, cerró de un fuerte portazo, que hizo vibrar el aire con los ecos de las profundas emociones que agitaban al Secretario Ducal.
Tras el sonoro portazo, Durius abrió el ataud y sus manos aferraron la tierra que contenía. El recuerdo de Farkas transformándose, su ataque al quinto hijo de los Basarab y su posterior huida lo ocupaban prácticamente todo en su mente. No obstante, la vieja y corrupta tierra ejerció un efecto balsámico que permitió a Durius aferrarse a su voluntad como el náufrago a una tabla y mantener la cabeza fuera de las tormentosas aguas en las que se agitaba. Cerró los ojos, y el temblor que lo agitaba se fue disipando poco a poco.
Rememoró lo ocurrido, las muertes, el desastre, la apenas percibida marcha de los Basarab que ahora se iba matizando. Una marcha que incluía a los pequeños Basarab, los rehenes ducales. Una furia caliente como el magma fue creciendo en sus entrañas muertas, junto con otras emociones y la ignorancia. La ignorancia en cuanto al destino de Otto, su chiquillo. Mas nada había que dijera que su lazo de sangre se hubiera roto, no había un dolor oscuro e imperecedero como el que el agitó cuano Valru, su amado Valru muriera. Y Lindor, su pequeño tesoro. Si su vida había corrido peligro o había sufrido mal alguno, no habría muerte que lo compensara.
Y con las manos aún enterradas, Durius gritó. Gritó de furia, con un rugido que atravesó puerta y paredes y que, posiblemente, alcanzara a quienes se hallaban más allá, al otro lado. Sus colmillos aparecieron, un instante, como la promesa de una sangrienta bacanal. Responsables. Sí, los había. Y tenían nombre. Fundamentalmente uno. El Senescal Stolnic.
Los colmillos se retrajeron. Y una mirada glacial, imposible de percibir en la absoluta negrura de la habitación, se instaló en sus pupilas. Estiró su cuerpo, calmó sus últimos temores, pese a saber que cuando se enfrentara a Farkas, el recuerdo sería fuente de agonía. Mas esa no era ahora preocupación alguna.
Caminó. De un lado a otro, como una fiera enjaulada, haciendo resonar su armadura, hasta sentir que todos sus miembros le obedecían. Era hora de volver a nacer al mundo. Y era hora de matar. De hacer pagar.
Durius abrió la puerta, con una sosegada calma, mero teatro ante los demás, fruto de una vieja escuela perteneciente a otra vida que ya no poseía. Y salió a la antesala de sus aposentos, donde sus lacayos y Radovina permanecían.
Minutos después de su desaparición tras la puerta, esta volvió a abrirse. Y Durius Tremere de Slobozoa volvió a parecer. Su rostro era una máscara pero sus ojos eran una promesa de muerte. Lenta, fría y dolorosa.
-Permaneced aquí -se limitó a decir a sus lacayos-. No os mováis en lo que resta de noche, salvo que mande buscaros. Dama Radovina, permaneced aquí si así lo deseáis, mas entiendo que vuestro esposo os aguarda.
No dijo más, mientras avanzaba hacia la salida, la mano apoyada en la empuñadura de su espada.
Al patio del Castillo.