Partida Rol por web

- ¡Vasile! ¡Ioan! ¡Acompañad al lacayo y traed a nuestros dos nuevo huéspedes! ¡Y cuidad de vuestros modales si os encontráis en presencia del Secretario Ducal o de cualquier señor! ¡Que no se diga que los guardias de las mazmorras no saben estar entre caballeros!

El Carcelero se frotó las manos mientras sus dos guardias salían apresuradamente en pos del lacayo, aunque por otra parte se preguntaba si aquellos sería presos normales, de los que se pueden torturar y jugar con ellos, o serían presos de alta cuna que requiriesen un trato más refinado por ser especialmente valiosos a su señor. No es que los presos de sangre más azul recibiesen un mejor trato (aunque en muchas ocasiones se había dejado sobornar por sus familias, hasta que las familias ya no habían tenido ni una moneda más que darle, o más hijas que ofrecerle, o hasta que se había aburrido), e incluso al contrario, para los conspiradores a menudo el Duque había ordenado penas especialmente crueles e incluso había llegado a idear refinadas formas de inflingir un inmenso sufrimiento durante periodos extraordinariamente prolongados durante los que el reo era consciente en todo momento, por gracia de unas gotas de vitae empleadas muy oportunamente. Sin embargo, en otras ocasiones, los prisioneros resultaban más valiosos completos que mutilados, o su culpabilidad estaba en duda, y la custodia no era más que una cuestión preventiva. En esos casos, debía limitarse a asustarlos torturando a otros presos, mientras les permitía recrearse en cómo sería su propio sufrimiento, llegado el caso.

Tendría que esperar a ver qué le traían.

El carcelero sonrió como un niño el día de navidad.

ALBA DEL PRIMERO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

Los llamados "mazmorreros" regresan a las mazmorras del castillo portando a dos prisioneros: los criados Innya y Dagu, tía y sobrino.

- "Carcelero. El Secretario Ducal ha ordenado que no sufran daño alguno hasta que se decida cuál será su suerte." -

Todo había ido tan rápido que apenas había podido reaccionar. Abracé cómo pude a mi sobrino mientras nos bajaban a las mazmorras. No dejaría que le hiriesen, nunca. 

"Ha dicho que no suframos ningún daño... pero sólo hasta que se decida nuestro destino. Y ése... ¿Cuál será? Señor, ayúdanos..."

Abracé con más fuerza a mi sobrino mientras le susurraba al oído palabras tranquilizadoras, aunque era posible que yo las necesitase más que él. Estaba decidida a no soltarlo hasta que se decidiese nuestro castigo. Le protegería hasta el último aliento, fuese del frío de la mazmorra o de la espada de algún verdugo.

- Como ordene el secretario- respondió el Carcelero, con la sonrisa torcida. Así que eran de la clase de prisioneros que no se podía torturar directamente... - Vasile, ponlos en la celda vacía.

Uno de los guardias de las mazmorras abrió la celda, que efectivamente estaba vacía. El suelo estaba sucio. Tan sólo había una pila de paja vieja y maloliente, seguramente llena de piojos, chinches y otros bichos igual de desagradables.

En las celdas contiguas había varios desgraciados. Algunos llevaban tanto tiempo que ya habían olvidado que un día fueron libres, y prácticamente ni parecían humanos, sino que se asemejaban a guiñapos tirados en el suelo, mutilados, con la mirada perdida, que musitaban incoherencias o dejaban escapar gemidos de dolor. Otros, los más sanos, estaban sentados por acá y por allá en el suelo, sobre su propia inmundicia. Uno de los hombres dedicó a Innya una mirada lasciva, mientras que una mujer de edad indefinida que contemplaba el vacío sin más, dedicó al niño una mirada de compasión. Sin embargo, no dijo nada. Instantes después, parecía haber perdido toda lucidez y de nuevo su mente se alejaba de la realidad, tal vez para internarse en lugares más felices.

- Bueno, bueno... bienvenidos a mi humilde hogar - les dijo el Carcelero, todavía con la misma sonrisa torcida, nada tranquilizadora, mientras volvía a abrir la puerta y entraba en la celda para dejar un cubo metálico, que seguramente estaba destinado a que los prisioneros hiciesen sus necesidades... a la vista de los guardias, por supuesto -. No son muchas nuestras comodidades, pero mientras se mantenga la orden de que esteis a salvo, nadie os hará daño - ahora el Carcelero mostraba una ligera decepción en la voz -, hasta que la justicia del Duque decida que se ha de hacer con vosotros. Más os vale ser inocentes, porque de lo contrario...

El carcelero cerró la puerta y salió dándoles la espalda, riendo entre dientes. Quién sabe qué atrocidades estaba imaginando. Todavía riendo, se fue a limpiar la dama de hierro. En contraste con la suciedad reinante en todas las mazmorras, los instrumentos de tortura estaban brillantes, bien engrasados, pulidos, afilados y abrillantados.

Entré sin dejar de abarazar a mi sobrino, agradecida porque estuviésemos juntos. No era sólo porque de este modo podría protegerle, sino también cuidarle. El lugar era frío y sin duda el calor del otro nos ayudaría. 

Cuando la puerta cerró tras nosotros me arrodillé enfrente de mi sobrino cogiéndole las manos.

- Todo saldrá bien. No dejaré que te hagan ningún daño.

Me permití soltarle unos instantes para intentar acomodar la paja del mejor modo posible. Era lo único que habría entre nuestors cuerpos y húmedo, sucio y frío suelo de la mazmorra. Una vez conseguido algo decente cogí a Dagu del brazo y le estiré en el lecho, tumbándome a su lado.

- Intenta dormir pequeño... -le susurraba mientras le acariciaba el pelo y, quisiera o no, el cansancio empezaba a aglomerarse tras mis ojos y era una lucha difícil mantenerlos abiertos.

PRIMERAS NOCHES DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

El tiempo parece transcurrir de un modo distinto en las mazmorras. Días y noches son iguales y parece enternos.

Los mazmorreros se pasan el día fantaseando con que la condena para Innya y Dagu llegue pronto y sea dura. Las largas noches de guardia y los largos días de trabajo, desde el punto de vista de los prisioneros no se distinguen más que por los horarios de sueño del Carcelero, que al parecer vive en ese lóbrego lugar. Saben que es de noche, porque el Carcelero duerme, aunque si durmiese a las doce del mediodía, no sabrían distinguirlo, pues la única luz que llega hasta las mazmorras es la de las velas.

Para matar el tiempo, los mazmorreros juegan a las cartas, y se apuestan quienes, cómo y en qué orden violarán a Innya y Dagu. La chica está más cotizada, pero a medida que las apuestas suben, nadie le hace ascos a satisfacerse con el niño.

El Carcelero, por su parte, no interviene en ese tipo de apuestas, ni para impedirlas, ni para participar en ellas. No se sabe si es porque su posición superior le garantiza ser el primero en servirse de los prisioneros, y si es porque no tiene interés en el sexo. Probablemente, se trata de lo segundo, pues Innya nunca ha adivinado en su mirada el poso de lujuria que muchas veces ha visto en la mirada de otros hombres desde que comenzó a tener atributos de mujer. En realidad, al Carcelero lo que le atrae no es el sexo, sino provocar dolor. Se pasa horas y horas jugando con los otros prisioneros, ora introduciéndoles palillos bajo las uñas, ora cortándoles pequeños trozos de piel... A veces parece plenamente extasiado ante el refinado dolor que inflinge con tanto cuidado y dedicación.

Hacía tiempo que había perdido la cuenta de las horas y días. Intentaba guiarme por el sueño del carcelero o por las comidas. Incluso había intentado guiarme por las veces que necesitaba ir al baño,si es que el cubo para la excreciones se podía llamar así, pero no era fácil. Perdida en ese sentido había decidido que el tiempo tal cómo lo conocía ya no importaba. Estaba en esa mazmorra hasta nueva órden y no tenía más responsabilidad que proteger a mi sobrino. Por lo tanto, las horas y los días habían pasado a un segundo plano en mis preocupaciones.

La primera preocupación era, obviamente, mi sobrino. Su futuro, pero también su presente. Hacía todo lo que estaba en mi mano para que no enfermase, para que no se preocupase incluso para que se relajase y por unos instantes olvidase lo que ocurría a nuestro alrededor. Pero sobretodo, hacía lo que fuese para protegerlo.

Cuándo los guardias empezaron a apostar usándonos a nosotros cómo moneda me prometí que no tocarían a Dagu. Nunca. Si era necesario les arrancaría el miembro... aunque obviamente esperaba que no se llegase a esos extremos. Cuándo Dagu dormía yo rezaba. Pedía piedad, protección y esperanza. Piedad para que el castigo no fuese grave, sobretodo con el pequeño, al fin y al cabo era sólo un niño... Protección sobre las enfermedades y la locura que acechaban en los muros, pero también ante la crueldad tanto de los verdugos como de aquellos debían elegir nuestro destino. Y por último esperanza. Esperanza para convencerme de que todo iría bien, de que volvería a ver la luz del sol, la sonrisa de mi familia, el calor de las cocinas...

Pero no estaba segura de que mis plegarias pudiesen cruzar estos muros infestados de crueldad, desesperación y oscuridad. También iba a necesitar esperanza para eso...

Me arrodillé y recé una vez más. 

"Por favor señor..."

- Una noche Flaviu Krevcheski desciende a las lóbregas mazmorras del Castillo.

- ¿Quien es el que me llama con tanto descaro en las mazmorras? ¿A quién osas advertir, aquí en mis dominios? - la voz del carcelero rechinó como una puerta mal engrasada. Ahora que los ojos de Flaviu se iban acostumbrando a la luz, se dio cuenta de que varios pares de ojos, de hombres de mala catadura, los llamados mazmorreros, lo observaban con sonrisas socarronas bajo sus barbas descuidadas.

El Carcelero salió de entre las sombras, limpiándose las manos con un trapo sucio, lleno de manchas de todos los colores. Su mirada lo miró de arriba a abajo con un poco de asco, como si se hubiese colado un insecto repugnante en la cocina. Sólo que aquello no era una cocina, y ya estaba lleno de insectos repugnantes.

Parecía que estaba a punto de ordenar a sus hombres que lo echaran de allí sin contemplaciones, cuando sus ojos se posaron en la insignia del Caballero de los Cárpatos, y en ese momento compuso una sonrisa que, lejos de resultar tranquilizadora, lo hacía todavía más siniestro.

- ¿Venís de parte de vuestro señor? Decidme qué os trae por aquí.

- ¿Acaso se ha escuchado un lejano aullido lupino? ¿O son imaginaciones vuestras?

Había oído hablar del origen noble de carcelero. Se comporta de forma arrogante, como lo haría yo. Pero si un sótano húmedo es a lo que se reducen todos sus dominios, debería haber aprendido ya a tratar a un Krevcheski doblando la espalda para saludar.

No tengo porqué daros explicaciones. ¿Qué hacíais vos y vuestros hombres que no respondíais a mí llamada? ¿Durmiendo, quizás? Panda de haraganes, sangráis las arcas del Duque con vuestras pagas generosas a cambio solo de tener los párpados levantados. ¡Cualquier niño abre los ojos gratis cada maña...!

Flaviu se encogió al escuchar el aullido, asustado como una comadreja. Pero al ver que nada más ocurría tras el aterrador sonido, el Petimetre trató de recobrar la compostura.

Uy... jejeje... es cierto que dicen que Farkas está de nuevo en el castillo. Ejem... Debí empezar el día diciéndole al Capitán Ferek que le pusiese un bozal. En fin, vengo a ver a dos de tus prisioneros... ¿Cómo se llamaban? La sirvienta descarada y el niñato sirvevinos... ¿Annya y Danni? ¡Innya! La mujer se llamaba Innya.

Absorta en mis plegarias apenas me di cuenta de la voz que provenía de lo alto de las escaleras. No fue hasta que el carcelero "amenazó" al susodicho que me levanté. ¿Venía alguien del exterior? Sería la primera vez en...¿cuánto? que veía a alguien que no era el carcelero, sus secuaces y los otros prisioneros. ¿Sería alguien que venia a por Dagu y a por mi misma? Y si era así...¿Era para bien o para mal?

Me acerqué un poco más a los barrotes pero me quedé a suficiente distancia como para que ninguna mano del exterior pudiese alcanzar a tocarme.

Escuchaba las palabras pero no llegaba a ver a la persona que había entrado. Lo único de lo que estaba segura era de que era un hombre y de cierto rango, por sus palabras.

El repentino aullido me puso la carne de gallina, pero fue lo siguiente que dijo el misterioso hombre hizo que mi corazón palpitase tan fuerte y rápido que pareciese que iba a explotarme fuera del pecho.

"Oh Dios bendito, ¿Has escuchado mi voz? ¿Traes misericordia? ¿O es acaso un castigo lo que porta este hombre?"

Sabiendo que venía por mi sobrino y por mi, intenté hacer que mis ropas no se viesen tan... ¿asquerosas? Sí, esa era sin duda la palabra. Qué poco agraciada iba a estar viéndome sucia y pálida, tendría suerte si el hombre no se alejaba de mí al primer vistazo. 

"No pienses eso, Innya. Sabrá el porqué de tu aspecto, eso no cambiará la decisión que hayan tomado."

PRIMERAS HORAS DE LA NOCHE.

- El Lacayo Mikail entra en las Mazmorras procedente de la zona del servicio.

MIKAIL:

Tiradas secretas y ocultas:

* Destreza + Sigilo.

* Percepción + Consciencia.