Partida Rol por web

Schaar acompañó a Dubieta de nuevo, como cada noche, al Salón Principal, costumbre que debía recuperar después de tantos años en el exilio.

Con un gesto e cabeza, hizo señal a Tiberiu, para que le siguiera, con semblante serio, para denotar la actitud algo turbadora de su madre aquella noche.

Sin causarle mucha sorpresa, encontró al Caballero Dravescu ya posicionado en su asiento, a la espera del resto de comensales.

- Hay algo en los seis Guerreros de Sangre del Duque, sus seis guardaespaldas preferidos, que resulta profundamente perturbador.

- No es sólo su apariencia bárbara, con sus ropas bastas de cuero y pieles y sus alfanjes.

- No es sólo su horrible olor corporal, aunque también, pues hay algo de animal y bestial en ello.

- Es un todo, desde su incapacidad total para relacionarse socialmente o casi para hablar y comunicarse al nivel más básico, hasta su presencia total y absolutamente intimidatoria.

- Hay en ellos algo de depredador. Y en su presencia todo el mundo, exceptuando el Duque, no puede evitar sentirse como una presa.

Es cierto que el Salón está tenuemente iluminado por apenas unos pocos candelabros dispersos, sin embargo el Duque siempre parece materializarse de las sombras como por arte de magia.

En un momento dado el Trono Ducal está vacío y envuelto en sombras, y al momento siguiente el Duque Kadar se encuentra sentado en el mismo, como si llevase allí todo el tiempo.

La presencia del Duque es soberbia y majestuosa, una presencia señorial y radiante. Su blanca piel de alabastro casi parece como dotada de una luminiscencia propia.

Sus ojos son profundos y severos, aunque su boca de finos labios esboza una tenue sonrisa irónica.

Una Corte nocturna era de por si algo raro, pero podía aceptarse como una excentricidad del Duque. Ahora, los bárbaros guerreros y la propia figura de Guyla materializándose en el trono de la nada, era algo más... sugestivo.

Zort saludó a los presentes, y se acomodó al lado de Zuyla. Observó detenidamente a los guerreros, y se preguntó cuán letales podrían ser realmente. Seguro que su hijo pensaría lo mismo en aquel instante. La mente de Zort era muy creativa y hasta a veces infantil a pesar de sus años. Por un rato imaginó cómo sería una épica batalla entre los caballeros del castillo, incluída la guerrera Basarab, y aquellas bestias.

Estos ridículos magyares probarían el buen temple Transilvano...

Estaba distraído, divertido, pensando en aquello, pero de repente un escalosfrío le recorrió la columna, y lo hizo volver a la realidad. Automáticamente supuso que el Duque debía estar allí.

Entrando con elegancia en el salón principal del castillo, Dubieta esperaba mantener una actitud ejemplar. El caballero Schaar volvía a acompañarla y su hijo, a pesar de demorarse, regresó a su lado.

Dubieta vuelve a posar su mano sobre el hombro del muchacho.

- Esto es muy importante para nosotros, cielo, debes comportarte como un Szantovich que eres - Acaricia el cabello del muchacho - luego ya jugarás con ellos, pero ahora muestra tu mejor reverencia a los presentes.

Dubieta así lo hizo, antes que su hijo, mostrando su mejor reverencia en cuanto a elegancia se refiere. Con la cabeza en alto esperó que su hijo hiciese la reverencia para tomar su lugar en el salón, esperando a los nobles y personas recién llegadas al castillo.

Una nueva corte se celebraba en el castillo, con un nuevo asunto a tratar: nuevos invitados. El Senescal sabía de antemano que esta velada sería -salvo imprevistos- bastante corta. Al fin y al cabo, las presentaciones y los juramentos no llevaría mucho tiempo.

Como siempre, la entrada del Duque es silenciosa, solo precedida por la llegada de sus guardaespaldas. Ahora solo debía esperar en caso de que su señor le necesitase.

El mayordomo se acercó al trono por su izquierda y quedó a escasos pasos por delante. Luego, cuando terminase su labor y todo el protagonismo fuese para el Duque se retiraría para quedar por detrás de él. Sí, se lo sabía muy bien a base de verlo y hacía poco además por verse obligado a practicarlo. El baile siempre era el mismo, lo que cambiaba eran los bailarines en un salón cada vez más menos vacío.

- “Demasiados. Demasiados…”- pensó al ver todos aquellos rostros aguardando a que él diera comienzo a la velada.

Pero las preocupaciones por su número y los problemas derivados no eran nada comparadas con la congoja que constriñó su corazón cuando posó su mirada sobre uno de los guerreros de sangre. Una molestia que no consiguió aliviar ni carraspeando.

- Bienvenidos damas y caballeros, señores y señoras reunidos bajo el techo y protección del Duque Gyula Kadar señor de Transilvania. Bienvenidos sean hoy en especial los ilustres miembros de la Casa Basarab que se unirán a los nobles invitados con los que ya contábamos de esta noche en adelante. Giorgina Basarab, Svitlana Basarab, Vikos Basarab y Veronika Basarab.

Había llegado el momento importante de esa sesión de Corte, la verdadera razón por la que se habían reunido esa noche: el juramento de los dos niños. Otto tan solo esperaba que la madre se lo hubiese explicado y les hubiese preparado para ello.

- “Si no un problema más…”

- Vikos Basarab y Verónica Basarab, por favor acercaos.

El mayordomo se apartó un poco dejando que el Duque interviniese en el juramento, si es que quería. Si no, cuando el silencio se prolongase más de lo debido, le tocaría a él volver a tomar las riendas.

El Duque sonríe mirando con fijeza a los dos niños Basarab mientras las aletas de su nariz ventean.

Asiente ante las palabras de su Chambelán, obviamente complacido por su actitud y por sus palabras.

- Lo que el Duque olfatea es la sangre, la sangre pura Basarab de los dos retoños nietos del Señor de la Casa Basarab. Es un aroma total y absolutamente delicioso.

El petimetre miraba con curiosidad a los nobles recién llegados, ¿Qué premio les tendrá preparado el duque?. Mientras tanto, seguía en un discreto segundo plano, cerca del caballero de los Cárpatos. Hoy no es mi día de gloria. Rio para si mismo. El honor de presentarse ante duque es para otros. Esa presentación podía cubrir a uno de gloria o arrástrale a la más profunda humillación.

Mientras llegaba el momento, Flaviu paseaba la mirada por la estancia, el rudo aspecto de los guardias de sangre no eran una visión agradable. De forma que la mirada del petimetre se fue posando en las damas de la corte,  contemplaba la delicada silueta que les proporcionaba el vestido, el marcado rojo de sus labios resaltando sobre su blanca tez, y los juegos de sombras que se formaban en sus cincelados rostros con el parpadeo de las antorchas.

La voz de mayordomo, hizo que su mirada se fijara en la explanada que se formaba delante del conde, el teatro donde se iba a interpretar la función.

Durius había llegado con anterioridad a la siempre exótica aparición de su señor, acompañado de su buen y fiel Valru. Ambos habían procedido a ocupar el lugar que les estaba asignado y Durius de Tremere, silencioso y serio, observaba cuanto se desarrollaba ante sus ojos, como un gato subido a lo alto de un muro.

Si el hedor de los guardaespaldas del Duque le ofendía, nada en su rostro lo delataba, mientras sus ojos esmeralda registraban cada presencia, cada movimiento, cada gesto. Si las pomposas formas de Otto de Sajonia le mortificaban o le parecían excesivas para una corte como la transilvana, nada lo reflejaba, mientras escuchaba el frufrú de los vestidos de las mujeres, los pasos de los sirvientes siempre prestos a atender a quien así lo exigiera o retazos de conversaciones indistinguibles y mantenidas en voz baja pero que constituían un rumor sordo de fondo que acompañaba insidioso a cuanto de verdad debía ser escuchado.

Pero los pequeños Basarab y su séquito familiar y de servicio habían llegado. Eran la nueva y pequeña novedad que rompía con la monotonía del castillo. Las pequeñas joyas secuestradas por el Duque en base a su condición de señor feudal y cuya presencia era exigida, con exiquisito gusto, por el mayordomo Otto. Aquellos por los cuales el viejo patriarca le había exigido un juramento inapelable de protección. Sí, los nietos, los vástagos de la casa Basarab eran ahora sus protegidos. Y si aquello constituía una pesada carga, sus hombros erguidos no lo demostraban.

Durius los miró. A ambos. Y su mirada buscó la de los dos niños. El rostro serio no varió. La mirada serena continuó siéndolo y sus labios no se entreabrieron en una sonrisa. Nada parecía reflejar un mensaje. Pero su inmutabilidad y serenidad eran el único mensaje a transmitir. Nada cambiaría para ellos, más allá del escenario en que habrían de vivir. No correrían más peligros que aquellos a los que estarían expuestos de forma natural en su hogar familiar. De algún modo, él sería el avatar de su casa, del viejo patriarca, quien se asegurara de que nada habría de ocurrirles.

Y entonces, sus ojos se desviaron y se clavaron en el Duque. Y solo entonces su ceño pareció fruncirse por un instante, aunque quizá solo se tratara de un juego de luces y sombras provocado por las titilantes luces del salón. Pero Durius sabía, conocía más allá de lo que otros podían saber o ver. Era actor y testigo, juez y parte.

Aún esperaba el día en que el Duque apareciese en el salón atravesando la puerta y no con aquellos trucos de prestidigitador, pero sinceramente, creo que aquel día nunca iba a llegar, a Gyula Kadar le encantaba aquel teatrillo. Una noche más esperaba lo inevitable, un nuevo encargo estaba por llegar, uno al que no me podría negar, muy a mi pesar. Pero los niños no tenían la culpa, estaban siendo manipulados por las intrigas de los nobles a los que les encantaba tratarlos como piezas de ajedrez.

"Maldita sea, si con dos es ya dificil ¡imagina con cuatro!" -pensé tratando de que me salieran las cuentas.

No había tiempo material para continuar con el ritmo que llevaba hasta el momento, por no hablar del que tenía cuando sólo tenía que enseñar al joven Lindor, aquello iba a ser irrecuperable. Sólo quedaba el consuelo de que al menos recibiría una compensación extra por mi trabajo... bueno, y que aún quedaba la posibilidad de que todo el asunto de los niños no fueran más que imaginaciones mias aunque, francamente, no creía que así fuera.

Valru aguardaba silencioso, detrás de su señor Durius. Sabía que la función de títeres de aquella noche no tardaría mucho en empezar. 

Y allí estaban los dos pequeños protagonistas, probablemente sin comprender demasiado bien el papel que les tocaba representar... Pequeños y maleables peones en manos demasiado astutas y retorcidas. Sin embargo, así había sido siempre aquella tierra, así que Valru no tenía nada de lo que sorprenderse. 

Simplemente, se esperaba de él que atendiera a su señor y estuviera presente en la ceremonia, y a éso se limitaría. 

Lealtad. Serenidad. El sargento Dominik como acostumbraba había seguido a sus señor Durius, y se había quedado a escasos pasos de él y de Valru. El sargento intentaba lentamente acostumbrarse a la intimidante presencia de los ferales guardias del duque.

Bien... la verdad es que Dominik se había ido acostumbrando a muchas cosas. Sabía como funcionaba ese mundo. Y sabía que se esperaba de él su lealtad y su fuerza. Miró con seriedad a su alrededor. Cruzó sus brazos sobre su pecho en actitud defensiva, dejando su mano, casi inconscientemente y como siempre, cerca del pomo de su espada 

Si alguien desentonaba entre los distintos hombres de armas, ese era el capitán. Sus ojos lucían con diversión y miraba a su alrededor, atento, y divertido. Fuera como fuera lo que se sentía fundamentalmente era feliz. ¿Qué le importaba a él que los guardias de su señor el duque fueran ferales? Cierto, intimidaban. Oh por los dioses, hasta él se sentía intimidado.

Pero estaba con su señor. REcordó todo lo que tenía que hacer, y eso le hizo sentirse feliz.

- "Por favor, Chambelán, tómales juramento a los dos nuevos miembros de la Corte." -

El Duque habla en esta ocasión con voz lánguida y meliflua.

El mayordomo asintió y se dispuso a continuar impelido por el tono del Duque. Había esperado callado demasiado tiempo, quizá complacido por el gesto de aprobación del mismo que ahora parecía impaciente por terminar con todo aquello. Lo mejor era dejarse de tautologías y discursitos y decidirse por el camino más rápido.

- Vikos y Veronika nietos ambos del Boyardo Blaatu Basarab, Señor de la gran Casa Basarab, ¿juráis fidelidad y obediencia al Duque Gyula Kadar aceptándolo como vuestro señor legítimo? ¿Juráis servirle y serle leal hasta el último de vuestros días?

A Veronika no le gustaba nada ese lugar, mucha gente y esos hombres..con esas pieles y ese olor que le daban en su infantil mente miedo, aunque nunca lo aceptaría, no por ahora. Se vio ante el señor del castillo el cual apareció de entre las sombras como una treta muy divertida, ella también quería aprender a hacer eso, pero si se lo decía a madre se ganaba minimamente una azotaina. Uno de los hombres habló de un juramento, parecía que era el Chambelán, su hermano y ella se acercaron un paso más como habían pedido y escuchó el juramento seria y nerviosa al estar en medio de las miradas de todos. Su respuesta no tardó en salir tras mirar a su madre que estaba en el salón.

No

Quería añadir una respuesta mas larga pero no le salió, la cabeza bien alta aunque las rodillas le flaqueasen un poco, fijo que una buena azotaina le caía encima, pero ella era de la familia Basarab y no tenía que aceptar a otro señor. Tampoco habían hablado del tema con ella, que suponía que era importante pero no sabía cuan lo era.

¿No?

Zuyla alzó una ceja en un gesto a medio camino entre sorprendido e interesado. Aparentemente, nadie había aleccionado a esa niña sobre lo que debía decir, o si lo habían hecho, estaban jugando a algo muy peligroso.

No obstante, será muy interesante ver cómo reacciona el Duque...

Valru alzó una ceja, sorprendido, a la vez que sus labios se movieron casi imperceptiblemente, en lo que podría haber sido una sonrisa o una mueca de disgusto.

"¿No? Vaya, quizá la corte de ésta noche sea más interesante de lo que aparentaba..."

Lanzó una fugaz mirada a su señor Durius, preguntándose como reaccionaría ante aquello.