Partida Rol por web

Mientras esperaba la respuesta a su pregunta, Radovina hizo un gesto a Boru para que se acercara.

-Preguntad al Capitán, ahí fuera. Quizá no se hayan movido de su habitación por alguna razón que se nos escapa...

Estaban ocurriendo demasiadas cosas funestas estos últimos días, y ahora, con la cúpula de autoridad del Castillo fuera de él, se sentía extraña. No desprotegida, nunca se había sentido lo contrario desde que llegó. Pero sí vulnerable, y... un juguete. Un juguete que nadie temería romper.

Y no se pondría en más peligro del que ya estaba, ni ella ni los suyos. Asintió con la cabeza al sargento, mirándole con complicidad y entendimiento. Él era ella misma.

Diligente, al ver el gesto de su Señora, el Guardia dio dos pasos al frente, situándose junto a ella, y agachándose parcialmente para escuchar aquello que le dijera su Señora sin necesidad de que esta alzara la voz. Se llevó una mano al pecho, asintiendo a las palabras de la Dama Radovina. -Sí, mi Señora. - Susurró, mientras se incorporaba. Boru sabía la confianza que ella depositaba en él. No la defraudaría jamás, su honor y vida estaban de testigo.

Aguardó solo un segundo en señal de respeto, firme, y se dio media vuelta, tal y como le había indicado la mujer. Comenzó a caminar, y sus pasos resonaron fuertes en una habitación en silencio. Pasos lentos, pero seguros e inexorables hacia su destino, en busca del Capitán.

Tanto silencio no le gustaba. Aquello le recordaba a la calma antes de la tormenta, y sin duda, aquello no era plato de agrado ni gusto para él.

- "No mi señora. Creo que todo el mundo está muy preocupado y que nadie tiene apetito..." -

- El Guardia Boru sale al Patio en busca del Capitán.

Radovina asintió a la respuesta de la muchacha, mientras veía como Boru se retiraba.

Siguió con su comida, distraída y absorta a la vez, extrañamente. Por fin terminó, y cuando lo hizo se levantó despacio, y volvió a dirigirse a la sirvienta.

-Que no se tire nada de todo esto. Repártelo entre el personal del Castillo. Y guarda una buena parte para Boru y mis hombres. En las cocinas, ocúpate personalmente.

Tras lo cual se dispuso a marcharse en busca de su objetivo aún no encontrado: Dubieta.

- "Sí, mi señora." -

- Dama Radovina sale al Patio del Castillo.

POR LA MAÑANA TEMPRANO DEL CUARTO DIA DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- A petición de Schaar Dvy, todos los habitantes del Castillo a excepción del Chambelán Otto de Sajonia, los guardias y algunos criados, se reúnen en el Salón Principal.

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Allí reunidos, después del grotesco espectáculo que pudieron contemplar solo unos minutos atrás, donde solo un crío perdía la utilidad de su mano para toda la vida. Boru se preguntó si aquello no era aun un mayor castigo que la muerte, una vida condenada a ser un total y completo inútil.

Boru no pudo si no observar el extraño ambiente que allí se percibía. Aquella mezcla de miedo, desconocimiento e incertidumbre, todo mezclado con una gran dosis de resignación. No pudo evitar mirar a su señora, para evaluar el estado de ánimo de esta, y después a la prima de esta, así como su guardia.

Cierta sensación de desasosiego y desesperanza acudieron a su corazón, haciéndole tragar saliva, sintiendo que la armadura le apretaba más de lo normal llegando a obligarle a tirar con los dedos de la mano izquierda del cuello de la armadura para poder tomar más aire.

Allí reunidos por orden y deseo de Schaar Dvy. No pudo evitar pensar que ese caballero sabía más de lo que había dicho el día anterior. Pero que ahora hablaría. Y si había esperado hasta lo que para él era el último momento, las noticias no deberían ser buenas.

Pero, independientemente de todo, independientemente del sufrimiento o la muerte, el se debía a su señora. Y si ella sobrevivía, si ella no sufría, Boru estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta. Era su deber y su palabra.

Y la cumpliría.

La situación en el patio había sido, cuanto menos, grotesca. El joven Dagu no dejaba de ser un crío para que le hubiesen tratado así. Unos azotes, una humillación pública o algo del estilo seguramente hubiese sido mejor castigo. El chico lo hubiese recordado para toda su vida y se hubiese enderezado. Pero no así, eso sólo le llenaría de rencor y le dejaría inútil para su futuro.

Pero Tomescu no decía nada. Ni podía ni lo diría. Él sólo era un guardia a la orden de la Dama Dubieta. Sólo a ella le debía fidelidad, y se mantuvo con ella en todo momento. Con ella y junto a Tiberiu. El guardia esperaba una orden de la mujer para llevarse al niño, pero de momento no llegaba.

Una especie de sexto sentido se despertó en el guardia. Su cuerpo se tensó y la mano se quedó cerca de la empuñadura de su arma. Las reuniones con tanta gente parecían tener que acabar mal en aquel castillo. Se acercó más a la Dama y a su hijo. Si alguien quería atacarles, tendría que pasar por encima de su cadáver.

No habría ejecución. Los dos días transcurridos, y quizás las muertes acaecidas en ellos, habían enfriado al chambelán, y había decidido en su lugar aplicar un castigo ejemplar.

Ferenk no tuvo ocasión de replicar. Los mazmorreros y Carcelero aplicaron la pena con tanta celeridad que, antes de que el capitán tuviera ocasión de abrir la boca, el procedimiento ya había concluido.

El martillo del guardián de las mazmorras descendió sobre la mano del joven sirviente. El brutal y familiar crujido de los huesos al hacerse pedazos sonó dos veces en el patio, y la víctima se desplomó. En cualquier caso, no tenía nada que objetar. Las ejecuciones en público le parecían innecesarias. Pero los castigos ejemplares eran más efectivos si los objetivos del ejemplo eran partícipes del dolor y la humillación.

El desgraciado al menos escapa con su vida.

Tras el castigo, Schaar Dvy solicitó una reunión con los habitantes del castillo en el salón principal. Ferenk indicó a varios de sus guardias que convocaran a los ausentes y los condujeran con los demás.

Cuando todos estuvieron reunidos, se acercó al protector de la dama Dubieta.

—Diga lo que deba decir —indicó al antiguo caballero—. Me temo que mis palabras serían de poca ayuda.

Alguien que solo esperaba la muerte no era apropiado para hablar a quienes, en los próximos días, o las próximas horas, tendrían que mirarla a los ojos.

El caballero asintió al capitán.

- Seré breve. Todos somos súbditos del duque. El primer y el segundo caballero, sus representantes, están ahora mismo fuera del castillo. Nuestra obligación es que nuestro señor, el duque, cuando regrese, no haya perdido ni tierras, ni prestigio, ni su feudo. De acuerdo con las instrucciones que me transmitió el capitán y a fin de cumplir con nuestra obligación para nuestro señor es por lo que he convocado a todos.- guarda silencio un instante- Todos recuerdan lo que ocurrió en la boda. Nuestra obligación es presumir que habrá problemas. A partir de ahora estamos en una situación de alerta, pues es posible que seamos atacados. Habrá turnos de guardia, y todas las armas del castillo estarán disponibles para los que pueden empuñarla. Si se da la alarma las mujeres, niños y ancianos estarán en este salón y será donde guardemos a los heridos y donde se coma cuando los ataques den un respiro. Se ha llamado a los aldeanos para que se protejan en el castillo si hay ataque y se les ha dado algo de instrucción. También se les ha indicado que traigan al castillo todas las provisiones, por si fuera preciso afrontar un asedio. ¿Alguna pregunta?   

Mira al capitán al terminar de hablar

- Capitán... voy a preparar las órdenes para la aldea, tal como os comenté. Vendré lo antes posible. 

Escucho toda la exposición mientras ayudo a Visany a atender al pobre Dagu, quien aparte de su mano destrozada ya llevaba demasiado tiempo encerrado en una fría y sucia mazmorra, lo que debe haber tenido disminuida tanto su salud como su moral. Las palabras que pronuncian el caballero hablan de que probablemente suframos un ataque y todos muramos de todas formas.

Ante esas palabras y la motivación de todo lo sucedido, me pongo de pie y contesto con la pregunta que tengo tal como él indicó:

 - "Yo tengo una pregunta, Señor. ¿Cuando comienzan los entrenamientos que se dará para quienes no saben luchar?"

Sé que aún soy pequeño pero cuando tenga delante a alguien que va a matarme sin compasión, prefiero hacerlo con un arma en la mano y no arrodillado suplicando en vano. Miro a mi madre y a mi tía, sabiendo que debo protegerlas pues Dagu ya no podrá luchar y Visany tampoco puede solo. Debo ayudar, es lo mínimo que puedo hacer.

- Schaar Dvy sale a las caballerizas, donde toma su caballo y después se dirige a la cercana ciudad de Alba Iulia, al Oeste del Castillo.

Schaar Dvy se marchó a toda prisa de allí, como si esperara que el desastre se fuera a desencadenar en instantes, y temiera llegar tarde. O encontrarse aquí cuando se nos eche el mundo encima.

A tenor de lo hablado en el patio, antes de que Carcelero ascendiera desde los infiernos para montar su macabro espectáculo, el antiguo caballero estaba nervioso, deseoso de que todo aquello terminara, para bien o para mal. Ferenk no podía sino compartir sus sentimientos, aunque su elección de resultado era muy diferente. Más que suficiente sangre de siervos de Su Señor se había vertido en poco tiempo. Era el momento de tratar de enterrar lo ocurrido y enfriar los ánimos, dejar pasar los años y que los hijos heredaran una tierra donde la conquista y las humillaciones habían quedado muy atrás.

Tuvo que reprimir una carcajada. Algo así era impensable.

—Pronto —respondió al pequeño Lindor, ya que Schaar Dvy no estaba a mano—. La reunión ha concluido. Volved todos a vuestras tareas.

Antes de marchar, se acuclilló junto al niño y le susurró al oído:

—Si llegamos al combate, olvídate de la espada. Eres pequeño y rápido. Escóndete y huye si quieres sobrevivir para ser algún día un buen espadachín.

Sin esperar respuesta, porque no tenía ganas de empezar una conversación con un niño, se incorporó con el tintinear de las placas de acero y salió del salón a supervisar a sus hombres en el patio, mientras esperaba el regreso de Schaar Dvy.

Un grito desde las almenas anunció la llegada de jinetes. Dos jinetes, tres caballos, y una docena de milicianos de Alba Iulia. Uno de los jinetes era Schaar Dvy. El otro, irreconocible.

Los guardias les franquearon el paso antes de que él llegara a las puertas. En el patio, de cerca, la identidad del segundo jinete era evidente: Maserrak de Flambeau. No había ni rastro de los dos Caballeros de Su Señor.

—¡Los Basarab vienen a atacar, llegarán pronto! —anunció el antiguo caballero.

Ferenk se acercó al maestro de la corte. Estaba cubierto de sangre, su propia sangre, y agotado por la cabalgada.

—Necesito descansar… —alcanzó a decir antes de derrumbarse.

Indicó con un gesto a sus guardias que recogieran a Maserrak y lo transportaran a sus aposentos.

—¡Cerrad las puertas! —ladró a los que las habían abierto.

Schaar Dvy, ya descabalgado, le explicó lo que le había contado el maestro. Noticias funestas, sorprendentes. Dos de los hombres más poderosos de Transilvania —no, dos monstruos en cuerpo humano— habían fallecido esa noche. Durius Tremere había sobrevivido, pero se encontraba en paradero desconocido. Varios de los Basarab habían fallecido, y su finca era pasto del as llamas.

Los supervivientes no tenían adónde regresar. Solo les quedaba la huida, en busca de aliados, o la venganza, si sus efectivos eran suficientes para iniciar el asalto al castillo.

Vendrán, estoy convencido.

TRANSCURREN LAS HORAS.

UNA HORA ANTES DEL OCASO DEL CUATRO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.