Partida Rol por web

El precio de la milla

Caballería Noble Selicana

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15/11/2016, 20:49
El Dios Emperador de la Humanidad
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Roger Freelen

Sargento

Alfonso Capecci

Pardillo de Roger, hastiado.

Mallear Krak

Especialista en armas.

Castus Bocazas

Pardillo de Mallear, hablador.

Caiden Schroeberg

Especialista en armas.

Jacques Bujold

Pardillo de Caiden, desea la muerte.

Reginald Front de Boeuf

Especialista en armas.

Aldo Defille

Pardillo de Reginald, estrepitoso.

John Stuart de Dunville

Médico.

William Brinton

Pardillo John, refinado.

Vompel Valantine 3º

Especialista en armas.

Julius

Pardillo Vompel, afable. 

Sir Frederick de Almerthas

Sargento.

Jeeves Butler

Pardillo de Sir Frederick, obsesivo.

Notas de juego

Pendiente de ampliación.

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16/11/2016, 01:04
Lord Coronel Hawke
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Los recuerdos a veces pueden ser crueles. Esta frase nunca fue más cierta que cuando se compara el estado actual del estrecho de Neville con el encantador paraje que era hace tres décadas. Por supuesto, la guerra se ha cobrado su coste por todo el planeta. Las playas están tan saturadas de minas que los desembarcos navales se han vuelto imposibles, así como la pesca o cualquier otra forma de ganarse la vida con el oceano. Nadie sabe si será posible, alguna vez, limpiar las costas de modo que vuelvan a ser seguras. Bellos bosques han sido talados para alimentar la máquina de guerra, el hierro se ha vuelto tan escaso que buena parte de los monumentos, así como verjas, campanas, e incluso las farolas, se han fundido para fabricar armas y municiones, mientras los mineros trabajan día y noche en las minas. Las mujeres cosen uniformes sin parar, y tejen vendas que en breve se teñirán de rojo.

Sí, todo esto es cierto. Pero palidece en comparación con lo ocurrido en el estrecho de Neville. La amplia franja de tierra que une las dos partes del megacontinente rodeado de océano que es habitado en Sélica IV fue, quizás por azar del destino, o por otros motivos más siniestros, el lugar donde ambos bandos se encontraron después de asegurar sus respectivas posiciones. Lo que empezó como encarnizadas batallas campales, en las que los soldados luchaban y morían entre gritos y los ululantes alaridos de las aves de monta selicanas, mientras los pueblos y aldeas atrapados en medio sufrían a manos de ambos bandos, fue derivando en conflictos cada vez más violentos, con intensivo uso de artillería, excavando trincheras y con las fuerzas de ambos aspirantes al trono decididos a no ceder ni un acre de tierra. Por supuesto, las líneas se han movido. A veces unas fuerzas ganaban terreno, para perderlo poco después, y otras veces era a la inversa. 

Mientras tanto, lo que fueron fértiles e idílicas llanuras, coloridos bosques y riachuelos, se ha transformado en un barrizal infernal, salpicado de cráteres, ruinas y cadáveres de aquellos que fueron dejados allí, en distintos estados de descomposición y de integridad del cadáver. La lluvia y el efecto de la artillería ha removido el terreno hasta hacerlo irreconocible, enterrando a muchos de los caídos en anónimas tumbas cenagosas. Aquí y allá queda algún árbol reseco, algún muro o ruinas que indicaban la presencia de una aldea o poblado. Y, sobre todo ello, cráteres tras cráteres, secciones de trinchera abandonadas, búnkeres destrozados, metros y metros de alambre de espino. Los efectos del fuego, las explosiones y los distintos gases se pueden apreciar aquí y allá. 

Es aquí donde los hijos de Sélica IV llevan sangrando y muriendo ya treinta largos años. Aquí donde, tras purgar sus plazas fuertes de aquellos traidores a sus respectivas causas, se ha desarrollado esta larga guerra fatricida, en nombre de los dos hijos del buen viejo rey Frederic. La gloriosa Guardia Real Selicana, montados en las orgullosas y nobles aves de monta del planeta, se ha asegurado de hacer pagar con sangre a los enemigos del legítimo heredero, Constantin, cada metro que han ganado. Y han encabezado con orgullo cada carga y cada toma de trincheras que se ha producido, protagonizando cargas de caballería que harían emocionarse a cualquier soldado, y relatos de honor, valor y heroísmo dignos de las leyendas. Por supuesto, las filas de los Lanceros Selicanos sufrían pérdidas, pero ¡al infierno! Era el precio a pagar por demostrar su valor y arrojo y cargar contra las ametralladoras y los fusiles. 

Sin embargo, hace dos meses, el enemigo empezó a cambiar. Sus tácticas variaron, y, aparte de los idiotas campesinos que también poblaban vuestras filas, hicieron aparición otras tropas. Tropas más profesionales, con armas láser, con símbolos heréticos en sus uniformes, y que rara vez rompían filas al recibir el embite de vuestras cargas. Gritando consignas nauseabundas y blasfemas, y con muestras de hechicería, tuvieron la desfachatez de no verse intimidados ante vosotros. Por primera vez en treinta años de guerra, las cargas de los Lanceros fueron rechazadas sin apenas pérdidas para el bando enemigo, y con un índice de bajas preocupante para vosotros. ¿Cómo se atrevían esos perros? ¿Acaso no sabían que se enfrentaban a la élite de Sélica IV? Por si eso fuera poco, se empezó a extender el rumor entre las tropas milicianas, e incluso entre algunos miembros del alto mando, de que podrían perder ese conflicto. ¡Perder! Esa palabra no está reflejada en el vocabulario de los miembros de la Caballería Noble Selicana. 

Por supuesto, tales afirmaciones fueron recibidas con ira y explosiones de furia por parte de los Lanceros, encabezados por el Lord Coronel Hawke, líder de la unidad. Coléricas afirmaciones, llenas de amargura y de acusaciones de diversa clase, fueron vertidas contra aquellos que osaban insinuar que aquel conflicto podría perderse. Incluso Hawke retó personalmente a duelo a varios de los que tuvieron la imprudencia de afirmarlo ante él, siendo obligados a tragarse sus palabras. Pero de nada sirvió. El propio rey Constantin acabó apoyando la petición de refuerzos al Imperio, y no os quedó más remedio que envainar vuestros sables, por mucho que os irritara la decisión y os supusiera un insulto. Pero todos jurasteis obedecer al rey. 

Y ahora, aquí están. Los "salvadores" de la Guardia Imperial llegaron hace una semana. Unos palurdos, no mucho mejores a vuestros ojos que los milicianos selicanos, solo que además ni siquiera eran del planeta. Venían a luchar una guerra que no era suya, a quitaros el honor de la victoria, como si no fuérais capaces de conseguirla por vosotros mismos. Incluso trajeron un regimiento de blindados que tenían la desfachatez de llamar caballería. Por supuesto, en esta semana, han ocurrido varios altercados, pero todos se han solucionado hasta el momento de forma civilizada. No se ha admitido la presencia de comisarios entre vuestras nobles filas, pues se ha defendido vehemente que sois más que capaces de castigar la falta de disciplina vosotros mismos. Y en esa semana, no ha habido combate. Esperáis ansiosos la oportunidad de que la máquina de la guerra se ponga en marcha de nuevo, para granjearos más gloria... Y que esos cretinos de la Guardia Imperial aprendan lo que es luchar de verdad, y quizás se vuelvan acobardados por donde han venido. 

Notas de juego