Partida Rol por web

La ofensiva continuó tras los logros de la operación triple contra las líneas enemigas. Aunque las bajas habían sido abundantes y el riesgo que se había corrido había sido grande, aquella apuesta había sido recompensada con una contundente victoria que había roto las líneas enemigas. La presencia de fuerzas aliadas en aquel sector se intensificó, tanto de cara a estabilizar la brecha como para ampliar la misma, así como consolidar avances más allá de las trincheras. Los pueblos no fueron demasiado complicados, apenas defendidos por puñados de soldados con algo de apoyo artillero o de blindados.

Sin embargo, las ciudades eran otro tema. Lavardin había presentado batalla, y la base militar de Castelnou aún estaba bajo sitio con las fuerzas imperiales intentando hacer brecha. Pero vosotros no estabais allí. A vosotros os había caído en gracia otra misión, junto a una buena porción de las fuerzas disponibles. El Lord General se veía con la suerte y la iniciativa de su lado, y decidió que podía presionar más y acortar aquel conflicto, quizás finalizándolo del todo. Y, por ello, habíais marchado hacia Roquebrune. La capital de aquel sector de la zona rebelde, un hueso muy duro pero que sin duda era un punto vital para el control de la zona.

Curiosamente, no solo marchasteis junto a fuerzas del ejército, pues las tropas inquisitoriales se habían sumado a aquel avance. Las malas lenguas decían que quizás el Inquisidor Harkon había influido en aquel movimiento tan agresivo por parte del Alto Mando, que había algo en Roquebrune que quería. Fuera como fuere, el caso es que todos habíais avanzado hacia allí... Y encontrado que aquello no sería tan fácil.

La ciudad estaba muy fortificada, y no solo eso, sino que a diferencia de en otros lugares que habían recorrido, allí sí había signos de que algo no encajaba del todo con la realidad, por decirlo de algún modo. Crecimientos fúngicos de aspecto malsano superpuestos sobre la vegetación y los muros, abundancia de insectos de todo tipo, el viento arrastraba hedores innombrables... Allí la presencia del Enemigo parecía más clara y contundente.

Los primeros días fueron protagonizados por la artillería, con salvas constantes buscando hacer mella y con el enemigo haciendo fuego de contrabatería sobre vosotros. Un auténtico asco, con muchos muriendo sin posibilidad de luchar. Sin embargo, tras el cuarto día, se determinó que había brechas prometedoras y se mandaron varios grupos de ataque para asaltar la ciudad. Vosotros estabais insertados en uno de ellos. Y estabais ya cerca de los muros cuando algo ocurrió.

No tenéis muy claro si la artillería aliada hizo colapsar algo bajo vuestros pies, si aquello fue una trampa del enemigo, o simple casualidad... Pero sea como sea, todo el grupo de ataque se vio engullido por la tierra cuando el suelo se hundió bajo vuestros pies.

Ahora habéis despertado, a oscuras, confusos, aunque parece que con la suerte suficiente como para no haber quedado atrapados, aunque desde luego estáis bajo tierra...

La guerra continuaba, quisiera o no quisiera. La idea de combatir junto a tropas de la inquisición, tratando de tomar la capital de aquel sector, lo dejó bastante intranquilo. Si ellos estaban, no iba a ser un asalto fácil como fue el de Bonne. Roquebrune se alzaba ante ellos, y el paisaje no podía ser peor. Se puso un pañuelo en el rostro tratando de cubrírselo, pero fue más un gesto de pura repulsa que algo verdaderamente efectivo. 

Pasaron cuatro días hasta que finalmente les tocó mover ficha. La artillería, la siempre "valiente" y tranquila artillería, había hecho mella en las fortificaciones y ese era el momento para la infantería. Yendo con su grupo de ataque, tratando de hacer de avanzadilla, Malek no vio venir que la tierra se los tragaría. Se encomendó a Alá hasta que la negrura lo abrazó.

El despertar llegó, y el tirador se levantó con rapidez, cosa de la que se arrepintió por el mareo que le sobrevino por haberse levantado tan deprisa. Cogió su rifle láser largo y puso la vista al frente, tratando de identificar alguna ruta por la que avanzar.

Cayó junto a los demás cuando el suelo se abrió bajo sus pies. Toda aquella operación, toda aquella guerra había olido a mierda, en demasiadas ocasiones de forma literal. Pero en cuanto se recobró de aquello, entendió de inmediato que ahora era cuando las cosas olían mal de verdad. Y vaya si olían.

Trató de incorporarse para ver quién quedaba en pie, escopeta en mano. Muchos y muy buenos hombres y mujeres habían muerto en aquella bola de barro, y a los suyos ni siquiera les tocaba estar en ella, pero así eran los designios del Emperador. Buscó a otros de su regimiento, pero entre la oscuridad y la mierda que les rodeaba, apenas podía ver nada — ¡Hey! — gritó en voz baja — ¿Alguna idea de cuantos quedamos o para dónde hay que ir?

Los días pasaron lentos, sobretodo cuando los posicionaron estáticos y tuvieron que aguantar la constante lluvia de proyectiles ultrapesados que segaban vidas de fieles al Emperador de una forma abrupta y muy poco heroica. Albius odiaba esto, el permanecer quieto sin poder hacer nada más que rezar al Sagrado Dios que les ofreciera su protección y les permitiera morir masacrando herejes. Recibió sin embargo con agrado la noticia de que la Inquisición estaba involucrada en este asalto. Entendía ahora porqué su unidad había sido incluida en este ataque especial y se preparó mentalmente para recibir las órdenes que intuía llegarían. Parecía otra vida, pero aún recordaba cierta propuesta que le había hecho al Inquisidor Harkon y que al parecer, estaba siendo profética. No le extrañaría nada ser reclamado junto a los suyos para que ahora hiciera aquello que prometió haría. Sin embargo, sus compañeros habían sido llevados a la enfermería nada más llegar y aún no les había visto el pelo. El hedor y las extrañas circunstancias que rodeaban la ciudad le recordaron al ataque zombi y a la gran Inmundicia de la que, vergonzosamente, había salido corriendo. - Nunca más. - se recordó a si mismo. 

Y como suelen suceder estas cosas, recibieron de repente la orden de avanzar para aprovechar una de esas brechas abiertas por las bombas aliadas. Sin que se lo tuvieran que repetir dos veces, se preparó y recogiendo todo su equipo pronto estuvo entre el barullo de unidades mezcladas, le pareció reconocer a sus compañeros, cosa que le alegró sobremanera, pero Albius perdió de vista a Nicodemus y a Flavia rapidamente, sin embargo, encontró cerca de él a un "cachorro" del treceavo que no había visto hasta ahora en el frente. Cuando se adelantó para saludarle, el suelo que pisó se hundió, y lo último que vio fue un agujero oscuro que lo engullía, como giraba en el aire e intentaba, futilmente, agarrarse a algo. 

Sus ojos se abrieron y no vio nada, así que limpió el frontal del casco y tras comprobar que no tenía nada roto, encendió la lámpara recargable que llevaba encima, como todo GI. La luz le permitió ver el cuerpo tirado de Celonius, su binomio, al que tuvo que despertar. Pronto se dio cuenta que era de los primeros en haber recuperado la consciencia, cosa nada extraña. Si algo era el Enterrador, es que era duro como el adamantium. - Enterrador...je... - pensó, tomando consciencia de su situación, enterrados bajo tierra. 

Al escuchar una voz con un acento inconfundible para él, pues era de su planeta natal, respondió. - Aquí Albius Vespillo, operador de armas pesadas del treceavo. Encended vuestras lámparas. El Emperador ha querido que sobrevivamos y encontremos este....¿camino? Tenemos trabajo que hacer. Adelante, aún estamos vivos, masacremos herejes. - su tono era casi de mando, simplemente, cansado de las continuas trampas del enemigo, de las largas esperas, ahora quería hacer lo que se esperaba de él, era tropa de asedio, así que cumpliría su cometido, o moriría. 

Se levantó embrazando el bólter pesado y ordenó a Celonius iluminar hacia "delante", a las entrañas de la fortaleza que tenían que tomar. 

Entre los suyos, el enorme y muy corpulento soldado era como un tanque y un faro de luz sobre el que el resto pivotaban para acabar con el enemigo, mientras él aguantaba castigo tras castigo de los herejes. Incluso había alguna que otra historia sobre como había salido del tren en medio de una explosión, con heridas que a otro hubieran tumbado, pero que él aguantó como una de las legendarias tropas de antaño. Al menos hasta que llegó el Astartes, el Hermano Vorgen, claro. 

Aquella guerra apestaba y Roquebrune, más. Van Horst avanzaba junto a Helen y un grupo de fezzornitas, con su rifle de fusión agarrado firmemente, dispuesto a abrir brecha en las murallas de la ciudad.

Aún seguía aferrado a él cuando el suelo cedió bajo sus pies. Frente al desconcierto de la mayoría de los soldados, Paul se obligó a buscar su lámpara portátil y pasársela a Helen. Su compañera podría empuñar su pistola láser mientras que él necesitaría ambas manos para disparar a Drakken -lámparas fuera y atentos a los túneles. Si alguien tiene un áuspex funcionante, es el momento de que nos impresione con sus habilidades.

La tierra engullendo a tantos soldados es algo que no habría imaginado como la próxima treta del enemigo. Es por eso que, cuando comienzo a caer, todos mis pensamientos se perdieron en la confusión de analizar la situación y encontrar algún protocolo para actuar conforme a él pero, la verdad, es que jamás me habían enseñado a actuar en una situación así.

Mis ojos se abren y me incorporo para mirar los alrededores y evaluar nuestra situación. No soy el primero en despertar y varios de los soldados que empiezan a organizarse me parecen rostros conocidos en lo que he estado en este mundo en guerra. Escucho unas sugerencias, por lo que contesto presentándonos:

  - "Marcus Severus y Titus Agnus, de la 38º de Kasrkin."

Saco mi lámpara y se la entrego a Titus, que me mira con ese sarcástico rostro de burla pues sé que quizás todos mueran en esta trampa pero él no, él tendrá suerte. Niego con la cabeza y recojo mi bólter pesado para mantenerme listo y presto para formar un perímetro defensivo apenas Titus y el resto iluminen lo suficiente para saber cual es el entorno y posibles direcciones de ataque.

No hay paz para los trabajadores de bien. Ni recompensa. A pesar de haber conducido el maldito trasto por las insondables profundidades de la tierra como un maldito minero de carbón Galesiano y haber batallado metro a metro en esas trincheras embarradas contra esos hijos de puta tozudos que se negaban a morir, intendencia se quedó su armadura y no le dieron ni las putas gracias. Tampoco es que quisiera una maldita medalla, aunque un gracias habría estado bien, pero unos días de descanso para poder destilar algo de pruno habría estado bien.

Bueno, al menos había tenido un poco de descanso en las trincheras, dejandose mecer por la artillería y su retumbar que el hacía vibrar todos los huesos del cuerpo mientras se echaba un ratito mientras Pipeboy montaba guardia con su habitual aire depresivo.

Pero claro, todo lo bueno acaba y los mandaron avanzar por la tierra de nadie. Como ya era habitual, Arthur marchó en primera línea cargando de forma poco digna por encima del alambre de espino y el suelo convertido en oscuro y pringoso barro negro y frío. Esas cargas nunca salían bien, y esta vez no fue distinta. El suelo se hundió bajo ellos y cayeron en una especie de túneles madriguera o algo similar que desorientó al irlandiano. Cuando logró recuperar el sentido se encontró sumergido en la oscuridad más absoluta. Su primera reacción fue intentar limpiar las gafas de la máscara de gas hasta que descubrió que no estaba manchada de barro opaco, sino que no había luz alredor. Algunos de los demás sacaron sus lámparas recargables, pero él se mantuvo alerta. Se incorporó hasta quedar en cuclillas y observó a su alrededor. ¿Dónde demonios estaban?

Las lámparas entraron en funcionamiento con el ligero zumbido eléctrico habitual y, tras un par de parpadeos, iluminaron la oscuridad que les rodeaba a todos. Aquello eran túneles, unos túneles impregnados del nauseabundo olor que ya les había atacado en la superficie. Parecía alguna especie de túnel de evacuación o similar, aunque era evidente que había colapsado a juzgar por las rocas que cerraban uno de los extremos. 

De entre ellas asomaba algún miembro de aquellos que fueron menos afortunados en aquella caída, inconfundiblemente inertes. Algo de polvo seguía cayendo del techo, que estaba veteado de un moho negro y denso, que quizás había erosionado el mismo lo suficiente como para que aquel accidente ocurriera. Eso siempre que hubiera sido un accidente, claro. 

De momento solo había un sentido en el que avanzar, y nada abiertamente hostil a la vista.

Con el rifle preparado, Malek se adelantó un poco para ofrecerse de avanzadilla - Malek, tirador - se presentó - acechadunas - informó de su puesto y regimiento y esperó a que todos estuvieran listos para avanzar, no sin antes, lanzar una pregunta clave - ¿algún sargento u oficial presente?

Un examen a ojo, dentro de lo poco que se podía ver, dejó bien claro que lo único que podían hacer era seguir adelante por la única vía más o menos despejada. Recogiendo su equipo y empuñando su escopeta de combate, iluminó el camino con la linterna — Por aquí parece haber menos mierda que en las demás direcciones.

Con alguno de los presentes ya había combatido, lado a lado, con buenos resultados, eran buenos soldados, y por extensión, el resto también lo serían si habían sido elegidos por el Inquisidor para esta misión. Les saludó con un gesto - Marcus, Paul. - y señaló hacia adelante, ya casi todos los que estaban en pie miraban en esa dirección. - Si alguien tiene un Auspex, los Enviudadores sabemos su manejo básico. - 

Ante la pregunta de Malek, al que también le hizo un gesto de asentimiento bien visible, saludándole, se encogió de hombros, algo difícil con la armadura puesta, y miró en derredor. Nadie parecía decir esta boca es mía. - Adelante Malek, si hay alguno, ya nos dará las órdenes que estime oportunas, si no, ya sabemos a lo que hemos venido. Os cubro con "Lugere".- dijo, dándo un par de golpes cariñosos al bólter pesado que sujetaban entre él y Celonius. 

Y uniendo el dicho al hecho, comenzó a caminar por el único camino visible por ahora, detrás o delante del resto, dependiendo de lo que hicieran los demás. Al pasar por al lado de los caídos, elevó un rezo al Emperador por sus almas. Ese era el destino que todo guardia imperial quería evitar, pero que tenía más probabilidades de conseguir. Él soñaba con tener una buena casa de campo con una gran extensión de terreno, en un futuro muy, muy lejano aún.  

-Paul Van Horst, especialista en fusión del 303º de Fezzorn- se presento el especialista al percatarse de que aún lo había hecho. -Maese Vespillo, un placer encontrarnos de nuevo; siempre es bueno tener camaradas de confianza cubriéndote las espaldas.

Mejor que Malek nos guíe- dijo dirigiéndose al acechadunas- si encuentras algo especialmente grande y malo, retrocede y deja que las armas especiales se encarguen de traerle la Justicia del Emperador.

Haciendo un esfuerzo para pasar desapercibido, Arthur se limitó a mantenerse cerca del grupo y avanzar junto al resto sin mucho entusiasmo. Pronto se iría todo al carajo, estaba seguro, pero cuando más tardara mejor para él. Ya bastante mierda de día llevaba como para encima colaborar en ello.

Una vez el grupo se recompuso lo suficiente, empezó el avance por las entrañas del enemigo, en un sentido afortunadamente figurado. Avanzaban lentamente, más por precaución y cierta sensación de opresión que por encontrarse obstáculo alguno. ¿Era quizás claustrofobia? ¿Era una saturación ante aquella peste? ¿O quizás había algo más, algo que su yo más subconsciente detectaba y de lo que les estaba avisando, pero que no podían precisar?

No había forma de saberlo, al menos de momento, pero lo que sí estaba claro es que, si había alguna salida, debía estar delante. Tras unos minutos, sin embargo, de vez en cuando empezaron a escuchar algún sonido, o ver algo en la oscuridad, más allá. Siempre fuera del alcance de la luz. Si la mente no les estaba jugando malas pasadas, allí abajo no estaban solos.

No parecía haber mandos en el grupo de los supervivientes pues no escuchamos a nadie presentarse como tal e impartir órdenes de organización entre los efectivos, por lo que comenzamos a organizarnos como mejor suponíamos que debíamos hacer para salir adelante en esta compleja situación. Miro los alrededores y es obvio que solo podemos avanzar por un túnel pero eso no quita el hecho de que estamos atrapados en lo que podría ser nuestra tumba, sin saber si realmente ese camino nos llevará a una salida o solo a otra trampa.

Asiento a las palabras de mis compañeros pero lamentablemente no poseo un Auspex que utilizar, aunque creo conocer la forma de utilizar correctamente el aparato. Somos tan pocos los miembros del 38º de Kasrkin, así que supongo que debería pedirle a los mandos portar más implementos de equipo útiles. No somos muchos los que quedamos para utilizarlos.

"Siempre se ha dicho que es el gran problema de los regimientos de élite."

Comienzo a avanzar con el resto, manteniendo en alto mi bólter pesado junto con Albius. Entre los dos, podemos cubrir 90° con fuego automático anti-infantería de gran potencia, lo que mantendría a raya cualquier peligro proveniente del frente, a menos que sea un blindado, en cuyo caso sería trabajo de Van Horst.

Mientras avanzamos, veo aquel moho y la desconfianza me inunda pues no sé qué clase de peste podrá alojarse en este impío lugar, por lo que me calzo bien mi máscara anti-gas, para evitar respirar agentes tóxicos y venenos que puedan asesinarnos o corrompernos solo por estar aquí encerrados.

-Sargento Nikolai Vladislovich del 15º de Zapadores de Lantan -la voz le sonaba algo pastosa, recuperándose ligeramente de la conmoción de la caída. Cuando consiguió ponerse de pie con la ayuda de su ayudante, se tambaleó un poco y sacudió la cabeza para aclararse por completo.

-Tengo un auspex -informó mientras que sacaba dicho aparato y se ponía a manejarlo con bastante soltura- Dejadme que calibre esto un momento...

Mientras que calibraba el auspex alzaba de vez en cuando la mirada, como si intentara ver el cielo a través del techo de esos túneles, intentando orientarse de la forma en que solo aquellos que habían sido criados en túneles como esos podrían hacer.

-Seguramente no sirva de nada, pero intenta ver si tenemos algún tipo de conexión -dijo a su ayudante, que llevaba un equipo de vox a la espalda.

Parecía que al menos quedaba alguien con galones para poner algo de orden, pero tampoco es como si tuvieran muchas más opciones aparte de seguir por aquél apestoso túnel. Atento a lo que pudiera surgir por delante, Thaddeus avanzó sabiendo que aquél seria un punto ideal para que el enemigo les emboscase, por lo que esperaba que hubiera alguien lo bastante sesuso como para sacar partido a ese auspex que habían logrado rescatar.

Agotado ya el entusiasmo residual de la toma de Bonne, toda esta situación me tiene de un humor pésimo. Hedor, suciedad, separación del resto del regimiento (si es que el resto no han quedado aplastados por la caída o los escombros), y para colmo de males, la sensación de que esta trampa para roedores puede terminar de derrumbarse encima de todos nosotros. 

No había quedado más remedio que acompañarlos y lanzarle la lámpara a Gilbert. Ni siquiera me había molestado en repetir mi nombre y regimiento como el resto; de todos modos ya había visto antes a la mayoría de aquellos tipejos, y confiaba en que tuvieran suficiente cerebro como para haberse fijado en mi persona a su vez. 

Y ahora, para colmo de males, parece que no estamos solos. Mientras ese sargento desaliñado se afana, miro con cierta preocupación al dúo que iba en cabeza con bólteres. ¡Encantadoras armas! ¿Pero no les preocupa la posibilidad que las explosiones terminen de derrumbar estos túneles...? Aunque, por otro lado, poco pueden hacer que no esté haciendo ya la artillería suya y nuestra, ahora que lo pienso. Para no ser menos, echo mano de una granada y observo con atención a nuestro alrededor, aprovechando de camino para buscar grietas preocupantes o restos de algún cartel indicador entre todo ese moho encima de nuestras cabezas

- Lo mismo digo Paul. - le contestó el gigantón. Aquel tío le caía muy bien, era eficiente y amigable. El resto tenían pinta todos de veteranos, incluido el penal, al que también había visto en acción en la mansión. Todos duros.  

Adecuando sus pasos a los de Marcus, el Karskin, el del treceavo siguió adelante, separado los pocos metros que permitía el túnel de él para no dar la oportunidad al enemigo de golpear a los dos con un arma explosiva. Se fijó en que el compañero ajustaba mejor la máscara anti-gas y, tras un momento, Albius se colocaba y activaba la máscara con el respirador de oxígeno, por debajo del casco, conforme había hecho cientos de veces antes ya. La pinta del moho del túnel era cuanto menos sospechosa, y tras lo que les había sucedido con aquel ejercito del Caos, muertos que se habían levantado del agua y que algunos explotaban en nubes hediondas que acababan enfermando a los vivos, toda precaución era poca. Asintió al Karskin por la jugada inteligente y siguió avanzando. 

- No he llegado hasta aquí para morir envenenado. - pensó. 

Para su sorpresa sí que había un mando, un Sargento que también había visto antes, pero en lugar de ponerse a dar órdenes como había visto a otros, sin ton ni son, este se puso a trabajar en un Auspex que llevaba para darles información del entorno, un tío rápido y cabal mentalmente. Asintió con aprobación y se alegró de que, al parecer, quien tenía que dar las órdenes era también un duro veterano con algo en la mollera. Los herejes lo iban a pasar mal. 

Más adelante se adivinaba movimiento. - Pegaros a las paredes y buscar cobertura mientras avanzamos. - susurró por el canal de voz, aconsejando lo evidente. Seguramente al resto no les hacía falta el consejo, ni lo habían pedido, pero Albius tenía un defecto, y era que ni en medio de la batalla podía callar. Siempre tenía que decir algo...y normalmente eran fanfarronadas o bromas jocosas, pero incluso él necesitaba charlar un rato con los demás o al menos, pasar un rato con ellos, para empezar a desplegar su "encanto". Desde que habían llegado al planeta Albius había sido como un "diplomático" que trataba de conocer y darse a conocer al resto, intentando mejorar la opinión de todos con respecto al treceavo, y por ahora, no le había ido nada mal.