Partida Rol por web

- "Pufff, pufff, Ivalic. Te has perdido un gólem de cadenas que casi nos destroza. Ufff, me siento realmente cansado. No me vendría mal dormir unas cuantas horas, la verdad." -

Parriwimple no era el hombre más inteligente, ni el más astuto. Tenía sin embargo la convicción de querer y ser querido, y probablemente por eso, no se percibió de las palabras sesudas del Doctor Rudolph Van Richten, ni tampoco de como Ser Urik empezaba a subir la escalera. Ni por supuesto del bueno, joven e imprudente Ivalic acercándose a la puerta.

Parriwimple estaba ocupado abrazando a su pequeña Ida, recordando el placer de sentirse entre sus brazos y añorando las manos de su esposa, brutalmente amputadas sin que él hubiera podido hacer nada por evitarlo. Pensando también en su hijo, sometido a torturas mágicas, y cuya alma debían rescatar.

No, Parriwimple está ocupado con otras cosas como para evitar a uno apresurarse, a otro curiosear, o como para atender a las sabias instrucciones de un doctor.

¿Y las joyas? Bueno, ni siquiera cuando estaba vivo Parriwimple entendía el gusto de la gente por las piedras brillantes, las monedas y las baratijas. Y ahora no lo entiende mejor.

Ivalic...-susurró, tratando de contenerle.

La mano de Ivalic giró el pomo lo suficiente como para comprobar que la puerta estaba cerrada con llave. Ese mismo movimiento también activó la trampa. Unas letras mágicas se dibujaron en la puerta, y vibraron pronunciándose a sí mismas...

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La palabra del caos resonó y se extendió por el rellano, ensañándose con las personas que no tenían afinidad por el caos, la creatividad y el desorden:

-Ni a Firan, ni a Ivalic, ni a Ida les afectó por su personalidad, el caos les aceptó, les reconoció como una parte de él.

-Tampoco afectó a Gennifer, ni a Urik, ni al cuervo Hack, que se habían alejado lo suficiente escaleras arriba.

-El Doctor Van Richten y Tasia se quedaron sordos.

-Malik, Merquo, Parriwimple, Helene, Laurie y Vjelkus, además de sordos, se dejaron arrastrar por el caos, y se volvieron los unos contra los otros. El ruido de pelea llamó la atención de Urik, Hack y Gennifer.

-Jeff se llevó la peor parte... Cayó al suelo, y empezó a convulsionar. Una espuma surgió de su boca, como la de un perro rabioso, mientras sus ojos se volvían vidriosos y con la mirada perdida hacia el techo.

En un momento dado, el elfo Merquo sacó una daga y se avalanzó sobre Helene, con tan mala suerte que dió una patada accidental al cuadro. La obra de arte rodó a ras de suelo, desembarazándose de la manta que tapaba al cuadro, y permitiendo al retrato de Tatyana volver a hacer de las suyas.

Me quito la capa y se la tiendo a Hack:

- "¡Hack! Intenta tapar el dichoso cuadro antes de que cause más estragos entre los nuestros, por favor." -

Le tiendo la capa para que la coja con sus garras y pueda tratar de soltarla encima del cuadro.

Ivalic avanzó decidido hacia la puerta y giró el pomo para comprobar si estaba cerrada con llave.

-No te preocupes Tasia, no va a pasar nad...

Pero si pasó, su acción desató una trampa que comenzó a hacer efecto en varios de sus amigos, encima el cuadro de Irina volvió a quedar libre y eso era algo muy peligroso. Decidió intentar tapar el cuadro antes de ver como podían solucionar el efecto de la trampa. Advertido por los efectos del cuadro esta vez Ivalic iba preparado para no dejarse engatusar por sus encantos.

Helene cayó en el foso del caos y todo se volvió confusión para ella. No reconocía ni rostros ni voces. Solo veía enemigos y su lanza se volvió contra ellos, en aquel caso su amado Vjelkus. 

Ivalic se adelantó a Hack, y tapó el cuadro de nuevo. Pero la confusión en el rellano no tenía visos de mejorar. Malik golpeaba la puerta causante de la maldición con la espada corta prestada por Ivalic, con tanta fuerza que astillaba la madera. Laurie rajó el antebrazo de Gennifer con su estoque. Merquo dejó de atacar a Helene, y se puso catatónico, con la mirada perdida.

¡Hay que atarles!-dijo el niño, aportando una solución.

Firan cogió del suelo una de las cadenas que formaron parte del gólem de cadenas y la usó para atar a Merquo aprovechando que este no oponía resistencia. No todos le pudieron oír, pero al verle actuar comprendieron. El Doctor Van Richten sacó una cuerda de su bolsa de contención, pero aunque intentó atar a Malik Bauer, su presa no se dejaba. Habría que esperar a los estados de más calma de los enloquecidos para atarles con presteza. El rellano era un caos, y estaba complicado cruzarlo con toda esa gente en medio, pero en una esquina disponían de las cadenas del suelo, y en la otra punta podían usar la cuerda. De uno u otro modo, tratarían de atar a las víctimas de esos cantos de sirena que les llamaban a hacer el caos.

Quienes peor lo estaban pasando eran los Maurgen. La lucha entre Vjelkus y Helene era torpe y patética, pero aún así, Helene hirió a su hijo pequeño. Vjelkus trató de pinchar a su madre con la aguja paralizante de Maligno. Y Jeff... las convulsiones pararon. El primogénito de los Maurgen, que había luchado contra el invasor novavaasiano, yacía muerto con medio cuerpo tumbado sobre los escalones.

¡Hermano!-exclamó Firan por su hermanastro fallecido.

Parriwimple se centra en golpear la puerta, en la creencia que destruirla, tal vez, pueda solventar el problema

A pesar de tapar el cuadro el rellano seguía siendo un verdadero caos, probablemente culpa del hechizo que se había desatado al abrir la puerta. La Señora Helene peleaba contra Vjelkus, Laurie atacaba a su hermana y Malik golpeaba la puerta a pesar de los intentos del Doctor por atarlo. Ivalic decidió hacer lo mismo, pero su objetivo sería la Señora Helene pues no quería que ella y Vjelkus acabaran dañados.

Al menos Jeff ya se ha tranquilizado.

El hermano mayor de su amigo se había estado convulsionando de mala manera pero ya había parado, eso era buena noticia, aunque Firan parecía preoucado. Bueno, que se ocupara de su hermanastro mientras él se encargaba de otros.

-¡Señora Helene! ¡Vjelkus! ¡No os ataquéis más, vais a haceros daño!

Me interpongo entre Vjelkus y Frau Helene para que dejen de atacarse mutuamente.

El velo neto que cubría los ojos y la mente de Helene permaneció, insensible al hecho de que su primogénito hubiera podido fallecer o de que a quien estuviera aatacando en aquel momento y por segunda vez, fuera su amado hijo Vjelkus. Su despertar a la realidad seria terrible y nadie podría llegar a saber si superaría aquel trance una vez recuperada la cordura. Sin duda, Helene se enfrentaría al peor momento de su vida una vez desaparecido el caos y recuperado el orden. Y si de ello culparía a Ivalic por su irresponsable comportamiento, era algo difícil de determinar. 

De dos golpes, Parriwimple derribó la puerta que llevaba al salón, de gruesas columnas que soportaban un techo bajo. La pared occidental seguía la curva del exterior de la torre, y estaba jalonada por tres grandes ventanales con marcos de plata. Había varios sillones mullidos de felpa, y al dar un par de pasos al interior de la habitación, trastabillado por el impulso para derribar la puerta, logró también ángulo de visión para ver la estantería llena de libros y una nueva puerta cerrada a otra habitación.

A pesar de haber destruído la puerta, la magia de la palabra del caos perduraba. Helene se desembarazó de Ivalic, que no pudo agarrar bien a la poseída, y la mujer de mediana edad estrelló la lanza contra la armadura de Urik. Vjelkus usó un trozo de cadena para atar a Malik, y el Doctor Van Richten ató a su vez al propio Vjelkus con su cuerda, echando el cabo suelto hacia Firan, que pudo atar a Laurie.

Tan solo quedaba Helene por ser doblegada. Pero entonces recuperó el sentido del oído...

¡Mamá! ¡Mamá, escúchame!-dijo en un breve instante de cordura-¡Jeff ha muerto! ¡Jeff ha muerto!

Las palabras de la noticia le llegaron al alma, o por lo menos coincidió azarosamente con un instante de calma en la confusión, con lo que también pudieron atarla. A ratos, volvía la ira y la confusión, y los prisioneros trataban de revolverse y librarse de sus ataduras. En otras, volvía la cordura, y el cadáver de Jeff centraba todas sus miradas.

Laurie dejó de tener episodios violentos a los tres minutos; Malik y Helene a los cuatro; Merquo a los seis; Vjelkus, lento también para esto, a los siete minutos de que se activara la palabra del caos. Y todos los que estuvieron sordos alguna vez, recuperaron su audición. Decidieron esperar diez minutos por precaución antes de desatarles. Mientras tanto, los que tenían ánimo para hacer algo, o llevados por el pesar de la muerte de Jeff necesitaban mantenerse ocupados, pasaron al salón:

-El Doctor Van Richten determinó que la otra puerta de la sala no tenía trampas, pero después de decirlo la revisó de arriba a abajo siete u ocho veces más.

-Tasia abrió una de las ventanas, y se apoyó en el alféizar mirando las estrellas en silencio.

-Firan cogió un libro de la biblioteca, uno llamado "Philosophiæ naturalis principia mathematica". Lo abrió por la mitad y hundió su cara en él, mientras se tumbaba en uno de los sillones, quizás ocultando las lágrimas por la pérdida de su hermano adoptivo.

-Gennifer montó guardia por el descansillo, iluminando con la antorcha a los ratos la escalera de caracol por la que habían venido, y a ratos la escalera de caracol por la que debían subir al laboratorio de alquimia para encontrar la segunda llave.

Tras diez minutos de quietud, desataron a los locos. Fue entonces cuando Helene pudo abrazar el cadáver de su hijo Jeff.

A pesar de sus intentos Ivalic no consiguió detener a la Señora Helene y fue Herr Urik quien se interpuso entre su lanza y Vjelkus. Poco a poco sus compañeros consiguieron reducir a los que parecían afectados por aquella extraña locura y solo hubo que esperar un tiempo prudencial para asegurarse de que el hechizo había pasado y comenzar a desatar a los afectados.
Por desgracia aquel rellano se había llevado la vida de Jeff con unas extrañas convulsiones que al final habían acabado con él. Sus hermanos y su madre estaban particularmente afectados y mientras hacían un breve luto por el muchacho el resto comenzó a disgregarse dejándoles unos minutos a solas.

-Lo siento Vjelkus. -Dijo a su amigo mientras posaba la mano sobre su hombro en un gesto de consuelo.- Lo siento Señora Helene.

Decidió seguir el ejemplo del resto y dejarlos solos. Aquella lucha contra Strahd se había llevado ya a tantos que a veces le costaba recordarlos, pero allí estaban sus rostros como el de Irina en el cuadro recordando que todo aquello debía servir para algo, aunque a veces no lo pareciera. Se preguntaba si de todo ese grupo quedaría alguien vivo para acabar con Strahd o perecerían todos como sus predecesores.
Ivalic entró en la habitación que habían descubierto y observó la distribución y los muebles, también las estanterías de libros por si había alguno interesante, cualquier cosa que ocupara su mente.
Vio a Tasia apoyada en una ventana comtemplando las estrellas, se veía bonita, tanto que Ivalic no quiso estropear aquella imagen y siguió mirando libros. Cuando pasó cerca de Firan posó una mano sobre su hombro para consolarlo.

-Lo siento Firan, se que apreciabas a Jeff.

Siguió mirando las estanterías y cuando se cansó se acercó a la puerta que estaba observando el Doctor Van Richten, no estaba de más revisar todas las puertas a partir de entonces pues estaba claro que podían contener trampas.

Parriwimple recordaba lo que había sentido cada una de las veces que la vida le había golpeado. Lo recordaba como si se lo hubieran grabado a fuego. Lo recordaba al ver los muñones de su mujer, al sentir como el espíritu de su hijo gritaba, siendo sometido a torturas inimaginables. Lo recordaba al recordar sus propios padecimientos: la larga tortura seguida de una muerte terrible, aterradora.

Por eso sabía que nada de lo que ninguna persona pudiera decir consolaría a Helene. Sabía que el dolor que ahora sentía le duraría horas. Sabía, perfectamente, aunque no pudiera explicarlo, ni razonarlo, ni teorizar sobre ello, que la estupefacción de la sacerdotisa duraría horas, días, semanas quizás. Y luego quedaría ocupada por un sentimiento de negra angustia que duraría años y que, probablemente, le acompañaría siempre.

Sabía, también, que habría belleza y alegría. Sabía que podía superarlo, y que probablemente lo haría. Pero sabía, también, que no dependía de nada de lo que él pudiera expresar. Miró un momento a querida Ida y se acercó hasta Helene, que lloraba abrazada a su hijo. Y se arrodilló a su lado, como si pretendiera que su muda presencia pudiera, de algún modo, darle fortaleza para afrontar ese dolor que, bien sabía Parriwimple, ahora mismo paralizaba y llenaba de rabia y dolor cada recoveco del alma de Helene.

- "Sé que no hay nada que pueda decir para consolaros, Frau Helene y familia Meurgen. Tan sólo puedo transmitiros mi pésame y deciros que lamento profundamente vuestra pérdida." -

Hago una reverencia y después me siento en el suelo contra una pared, agotado y derrengado, al tiempo que comienzo a quitarme mi pesada armadura para examinar mis heridas y tratar de descansar algo.

-¡Mamá! ¡Mamá, escúchame!¡Jeff ha muerto! ¡Jeff ha muerto!

Aquellas palabras abofetearon el alma de Helene que recuperó por un instante su cordura, unos segundos que sirvieron para reducirla y atarla. Y a aquellos segundos siguieron minutos de angustia, incapaz de poder moverse, de acercarse al cuerpo de su primogénito, de abrazarlo. Lloraba, chillaba, gritaba, desgarrada por dentro. Cuando finalmente fue liberada, corrió hasta el cuerpo de Jeff y cayó de rodillas ante él. Tiró de su tronco, colocó su cabeza en su regazo y lloró mientras acariciaba su cabello de forma mecánica, ciega y sorda a cualquier otra cosa, incapaz siquiera de escuchar los pésames o la cercanía de Parriwimple.

 Sintió la carne sin vida de su hijo, vio sus ojos que no miraban, sus brazos inertes incapaces de responder a su abrazo. Un nudo de angustia jamás experimentado se cerró en su garganta, impidiéndole casi respirar. Elevó el rostro al cielo y un grito desgarrador brotó de su garganta, un grito lacerante, cargado de dolor, de pena, de sufrimiento. Jeff estaba destinado a sobrevivirla y aquel abrupto final, aquella desobediencia a los naturales procesos de la vida, hirieron a Helene de un modo que nadie llegaría a saber jamás. Y una furia sorda fue creciendo en su interior, como una tormenta en el horizonte. Depositó suavemente a su hijo en el suelo y se puso en pie. Su mirada buscó y encontró. 

-Tú, tú -barbotó ante Ivalic, la ira dibujada en su rostro, alzada en toda su estatura con el porte de una valquiria vengativa-. Tú eres el culpable de la muerte de mi hijo, con tu comportamiento irresponsable y sin sentido -la mirada de Helene ardía con las llamas del infierno pero su voz era fría como el hielo. Su diestra cruzó la cara del muchacho como un latigazo. Lo miró un solo instante más y se giró, momento en el que vio a Firan y cerca de él a Vjelkus. Sus ojos se cuajaron de nuevas lágrimas y se arrodilló junto a ellos abrazándolos, buscando su calor, su vida, su permanencia. Lloró en silencio, su cuerpo estremecido por pequeñas sacudidas. Una voz en su interior le decía que debía ser fuerte por ellos, superar su dolor por unos segundos y ofrecerles consuelo a ellos, pero su pena era más oscura incluso que el negro y no se sentía con fuerzas para ello-. Hijos míos, Jeff, mi Jeff, nuestro Jeff... 

La breve letanía se impuso en medio del silencio reinante, y Helene iba madurando una decisión. 

-No puedo permitir que os ocurra lo mismo. Jamás me perdonaré lo ocurrido con Jeff. Si os ocurriera algo... No, no podría vivir con ello. Los dioses me han castigado arrancándome el fruto de mis entrañas -su voz parecía casi enloquecida-. Marcharemos. Cogeremos el cuerpo de Jeff y nos iremos de este lugar maldito. Esta nunca fue nuestra lucha. Vine para encontrar a mi marido, a vuestro padre y tan solo... -un nuevo sollozo rasgó el aire. 

Apoyo mis manos sobre los hombros de Ivalic y cuando el muchacho me mira niego con la cabeza, para que no tenga en cuenta las palabras de una madre desgarrada por el dolor, la pérdida y la pena.

En mi fuero interno pienso que todos los que estamos aquí ya estamos muertos, pero que lo importante es caer luchando.

Con el tortazo a Ivalic, Tasia avanzó dos pasos lamentándose de no haber llegado a tiempo de proteger al chico que le había salvado la vida en el camino de las Balinoks. Y que ni Vjelkus ni Firan contestasen a las disculpas del joven Yanoff solo hacía más grande el pesar. Un silencio que denotaba que la amistad entre los niños nunca volvería a tener la misma forma.

Helene... Popopor favor... Recococonsidéralo. Si te llevas a tu familia por estos pasisisillos, en vez de seguir con nosotros, también les estarás poniendo en pepepeligro.

Yo también os imploro, Lady Maurgen. Usé toda mi magia curativa tras la batalla contra el gólem de telaraña. En estos momentos, usted es nuestra única clériga. Si se va, nos está condenando a muerte.