Partida Rol por web

Era la segunda vez en el día que escuchaba lo de Acuario. Su signo.

-¿Qué teorías?

No es que pusiera mucho énfasis en la pregunta, pero a ver qué se contaba Macbeth; toda información era buena, a ti te toca decidir después. El barmán siempre era una fuente de interesantes puntos de vista.

Negó con la cabeza a otra ronda. Prestó atención a Daniel, sonriendo, con suficiencia y cierta superioridad en las comisuras de la boca.

-Entonces, vete a la mierda.

Parecía que ahí terminaba la cosa. Alzó la vista al desconchado techo, y se quedó allí, en esos instantes en el que el tiempo se detenía para ella. Regresó a los ojos de Daniel.

-No seas ingenuo. Las emociones no son putas matemáticas. Me gustas, confío, no me gustas, paso de ti. Eso es para críos atontados. En mi antigua unidad más de la mitad de esos cabrones, hombres o mujeres, no los soportaba. Pero les confiaba mi culo cada día. Y ellos los suyos a mí. Yo soy una tía difícil, pocos me tragan, qué noticia, ¿no? Lealtad, confianza, un par de pelotas para hacer lo que se tiene que hacer. A mí me vale con eso. Es mi ética, no seas un mierda y tendrás esa confianza. Recíproca, espero. Que no, pues que te follen.

- Es cierto... - respondió, a aquella especie de broma privada, negando con el rostro mientras volvía a sonrojarse- Niña...-suspiró, terminando también su jarra, antes de escuchar la opinión del antiguo profesor al respecto de aquellas cuestiones de creencias que estaban discutiendo, arrugando ligeramente el ceño al escucharlo mencionar la Era de Acuario. Lo hacía a menudo, pero no sabía muy bien a qué se refería, aunque aquellas palabras trajesen a la memoria de la joven la letra de una antigua y conocida canción que había escuchado de boca de alguien, tiempo atrás. En cualquier caso, no era momento de preguntar. Era momento de escuchar. 

Y escucharlo, al mismo tiempo que lo contemplaba, mesándose aquella cicatriz que era una marca de la era del odio en su rostro, provocó que su expresión se desdibujase, expresando cierto atisbo de comprensión, a la vez que parecía resignarse, suspirando- No sabemos en qué condiciones dejó quien fuese al niño en nuestra puerta. Puede que, precísamente, fuese un acto de bondad lo que llevase a esa persona a procurar a ese crío una vida mejor.-expuso- Y que exista gente descarriada del camino de Dios no implica que no exista la bondad en el ser humano. No son términos excluyentes.-añadió- En cualquier caso, ya sabéis lo que pienso. Y sé que es difícil que os haga cambiar de opinión. Pero debo intentarlo. Os aprecio, y deseo lo mejor para vosotros. Deseo que podamos seguir estando juntos, cuando llegue esa Era de Acuario -concluyó, con una sonrisa, negando con el rostro ante el ofrecimiento de Macbeth- No, gracias. 

Posó la vista entonces sobre Morgana y Daniel, teniendo en mente aún la manera en la que, a su modo, aquella a la que consideraba su amiga, había expresado que se preocupaba por su bienestar, esbozando de nuevo aquella sonrisa sincera que solía caracterizarla, mientras escuchaba hablar a sus compañeros. Le gustaba el hecho de que Daniel intentase acercarse a Morgana, y de que, a pesar de todo, Morgana explicase que aunque no era su persona favorita, podía llegar a confiar en él- Vivimos bajo el mismo techo. Os acabaréis cayendo bien. Al menos, ya os toleráis. Eso es algo bueno. 

-De acuerdo -dijo con un encogimiento de hombros-. Entiendo tu ecuación. Si a ti te sirve, me sirve a mí o tendrá que servirme -concluyó con una media sonrisa carente de alegría. No obstante, era evidente que la respuesta de Morgana no le había satisfecho y la ocasión se había perdido. Miró fijamente a la exmilitar preguntándose por qué no había querido decir lo que le molestaba de él. Era directa, cruda, descarnada incluso, cuando no cruel. No era alguien que temiera a la verdad ni que creyera se preocupara por el efecto que su verdad tenía en otros. Su afirmación previa era una muestra de ello. No obstante, después de arrojar la piedra había escondido la mano, algo a todas luces poco propio de ella. Fuera lo que fuera que se ocultara tras su "no me gustas" no le apetecía comentarlo. Tampoco era algo a recriminar. Todo el mundo sabía que cuanto más se revolvía la mierda, más olía. Lo molesto de todo aquello era que no había opciones a explicarse, si es que tal cosa era necesaria, o a solucionar un potencial problema.

Fue entonces cuando Clementine habló. Daniel frunció el ceño, extrañado.

-Morgana no me cae mal, Clementine. Y mi relación con ella no es de tolerancia o no la definiría así al menos -en ese punto volvió a mirar a Morgana y una vez más, se encogió de hombros-. Qué quieres que te diga, chica dura. Me caes bien aunque seas más difícil de digerir que una patada en los huevos.

El camarero recibió la pregunta de Morgana con un leve asentimiento de cabeza, pero viendo cómo la conversación derivaba hacia un tema más privado entre los habitantes del Major Morris, la dejó en el aire por el momento. Y aprovechó el momento para levantarse y llevarse los vasos vacíos, dejando así algo de intimidad a los tres. 

Regresó cuando Daniel terminaba su frase, con un vaso a medio llenar de la misma cerveza para el chico y otro para él con la misma cantidad. Los dejó sobre la mesa y tomó asiento en el mismo lugar que había ocupado antes. Su mirada les recorrió, como si tratase de averiguar por sus expresiones si ya había pasado el momento. Pareció decidir que sí, o quizás le pareció un buen momento para aligerar el ambiente, pues con un carraspeo sus ojos se detuvieron sobre Morgana y empezó a hablar.

—Tantas teorías como personas caminando por el mundo —dijo—. Al ser humano siempre le ha costado ponerse de acuerdo, incluso para los asuntos más trascendentales. Clementine tiene algunas ideas interesantes al respecto y otros tienen las suyas. Pero hay profecías que hablan de este cambio de Era, algunas tan lejanas que provienen del antiguo Egipto.

Se quedó callado un instante y estudió a la exmilitar con cierta curiosidad bailando en sus ojos de un verde tan pálido que casi era gris.

—¿Te interesa el misticismo, Morgana? —preguntó entonces—. No te pega nada. 

Lo que ella entendía como extrema sensiblería de Clem, esa bondad tóxica, su piedad cansina, la exasperaba. Y, lo que era peor de todo y pensaba que Clem no se daba cuenta, es que su...amiga, era una fanática que apenas soportaba otras creencias. Así lo veía Morgana.

-Eres una extremista, Clem, a tu manera. Joder, rozas la intolerancia. Igual que yo, lo reconozco. No soy una jodida santa. Pero, ¿no estás hasta el coño de ese rollo que te marcas siempre?

Le devolvió la misma sonrisa. Morga no tenía claro si había acertado con su empatía. La falta de ella le había metido siempre en problemas y hacía que la simulase en ocasiones. Para cagarla otra vez.

Luego estaba Daniel. Se sostuvieron las miradas. El chico se mostraba contrariado aunque se esforzaba para no mandarla a la mierda. "Me la suda si te caigo bien o te la pelas pensando en mis tetas". Sin embargo no abrió la boca, tratando de ser buena con él. Imitó su gesto de hombros y estalló en carcajadas por la comparación que hizo Daniel.

Se inclinó sobre la mesa hacia Macbeth, extendió una sonrisa lobuna acompañada de otra divertida en su brillante mirada de jade.

-Me interesa el conocimiento de mi entorno y todo lo que pueda darme una ventaja. Todo en este mundo es un arma: un trozo de madera, una puta palabra adecuada al momento y lugar, una teoría. Una maldita idea.

Se enderezó en el respaldo de la silla.

-No me pega. Joder. Porque tú, y los demás, veis a una militar, violenta, mal hablada, con su puta disciplina y métodos militares más radicales que los de William. Una cabrona que solo entiende resolver las cosas a hostias.

Se bajó la cremallera y los botones de la chaqueta y la abrió. Se pasó la lengua por los labios.

-Entonces entro a una mierda de antro y todos los capullos incapaces de pensar con otra cosa que con su sucia polla, ¿qué ven? Un coñito jugoso, una puta a la que se follarían hasta reventarla. Superficies, Macbeth. Un mar agitado que oculta su fondo abisal.

Recordó a alguien de su juventud.

-Yo soy muy mística, a lo X-Men. Esa sí era una tía que me molaba.

Clementine asintió, ante la mención de Macbeth, con una media sonrisa que dio paso a una expresión más comedida, y quizá ligeramente molesta, aunque sin llegar a parecer enfadada, tras escuchar a Morgana. 

- No. No lo estoy. Son mis creencias. No es un rollo que me marco, es aquello en lo que creo. Aquello que me da motivos cada mañana para levantarme. -suspiró, apartando un pequeño mechón de pelo rubio que se había salido de su elaborada trenza, de su cara- Y no me considero intolerante, Morga. Creo que confundes dos términos. -expuso, cruzándose de brazos- Una cosa es ser intolerante, no aceptar que otros puedan tener otro modo de pensar u otra opinión, incluso otras creencias, aunque no las comparta, y otra bien distinta es el hecho de predicar. Y lo que yo hago, al fin y al cabo, es predicar.- señaló- Con el ejemplo y con la palabra. Y quien quiera escucharme, lo hará. Y quien decida no prestarme oídos, o ignorar mi discurso, también es libre de hacerlo. No pretendo imponer nada. Sólo tratar de mostrar mi punto de vista, y si es posible, convencer a quien encuentre razonables mis palabras.-explicó, notando de pronto la boca seca, tomando brevemente el vaso de Macbeth, para darle un sorbo, volviendo a dejar el mismo sobre la mesa, arrugando levemente el ceño ante el comentario del bar, y finalmente mirando tanto a la mujer como a Macbeth con curiosidad- ¿X-men? - preguntó- ¿Eso era un grupo de música o algo así?

Parecía que Morgana necesitaba descargar contra ellos lo que fuera que acumulara. Primero había sido él y ahora lo era Clementine, cuyo gesto molesto era revelador. Pese a todo, ella, fiel a su forma de ser conciliadora, replicó con tranquilidad a la exmilitar.

-¿Cambio de Era? ¿Antiguo Egipto? ¿De qué hablas? -preguntó curioso Daniel, a quien aquella escueta referencia a profecías interesaba bastante más que una peregrina discusión o un baldío cruce de reproches.

No compartía la opinión de Clementine.

-Si quieres creer eso, es cosa tuya. Hum.

Daniel apostó por seguir el otro hilo de la conversación. A Morga le pareció bien, su mirada se movió de Clem a Daniel y se posó en Macbeth. Para regresar a la cantautora mística. Arqueó una ceja. Claro, la chica lo mismo no había oído nunca hablar de ellos. Pobre.

-¿Los X-Men? No. Son mutantes,  protas de novelas gráficas,  cómics. Personas con mutaciones genéticas naturales que les daban diferentes poderes. Superfuerza, rayos en los ojos, como el Cíclope; o telépatas. Había un montón. Nos irían bien unos cuantos de esos cabronazos para limpiar un poco la mierda de esta ciudad y meterles también un poco de caña a los Alados. Y a otros bichos. Seguro que se conserva algún cómic en la biblioteca o en el sótano de alguna casa o librería.

Macbeth asintió cuando Morgana habló de superficies, como si comprendiese a la perfección de qué hablaba. Sin embargo, cuando la mujer afirmó ser tan mística como una mutante, se le escapó una carcajada. Después se llevó el vaso a los labios para beber un pequeño trago mientras Clementine se explicaba y parecía que había dado el tema anterior por zanjado con aquella broma de la exmilitar. Al menos hasta que Daniel insistió. 

Carraspeó y miró a los tres mientras parecía valorar por dónde podía comenzar a hablar. Por un instante los tres habitantes de Major Morris pudieron atisbar en él el profesor que había sido, escogiendo qué fragmento de Shakespeare trataría en su siguiente clase. No era habitual que dejase caer así su máscara de camarero huraño y silencioso, pero algo en el interés del joven parecía haber despertado esa otra faceta bajo la superficie. 

—Hay una tabla con jeroglíficos cuyo contenido se atribuye a la princesa mitania. Taduhepa, según algunos, aunque otros le han atribuido la identidad de Nefertiti, esposa de Akenatón. Se decía de ella que era la mujer más hermosa de Egipto y literalmente Nefertiti significa «la Bella ha venido», señalando así su origen extranjero. 

Una mirada rápida hacia su público y empezó a recitar un fragmento de memoria.

—«... Y la Heredera, la Grande en el Palacio, la Cara Bellísima, la Adornada de las Dobles Plumas, la Señora de la Felicidad, la Privilegiada de Favores, cuya voz al rey alegra, la Reina Esposa del Rey, su amada, la Señora de las Dos Tierras, Neferneferuaten-Nefertiti, que viva para Siempre y Siempre...».

Hizo una breve pausa en la que bebió un rápido sorbo de su vaso antes de seguir con su explicación.

—Estas palabras son la transcripción de los jeroglíficos de Amarna, pero su contenido se le atribuye al mismo Akenatón. Se hacían llamar «la pareja primigenia» y se decía que contaban con la bendición de Amon. Es curioso, porque estas bendiciones del dios que se mezcló con el sol eran dirigidas hacia Akenatón y, por extensión, a Nefertiti, pero algunos escritos dicen que los cabellos de ella eran tan pálidos como el rostro de la luna y le atribuyen la posesión de un arma lunar. Una pareja dual, controvertida. Y por cierto que Nefertiti desapareció sin dejar rastro catorce años después de que comenzase el reinado de su esposo. Pero regresando a los jeroglíficos de la princesa mitania... Se dice que profetizaban la muerte del mundo, el paso de la carne al Ankh, pero eso no deja de ser otra forma metafórica de entender un final que al mismo tiempo es un principio. 

Esbozó una leve sonrisa de medio lado al darse cuenta de que se había emocionado más de lo que esperaba y detuvo la explicación. 

—En fin. Como os decía, hay teorías para todos los gustos. También profecías. En estos tiempos que corren para comprender el presente es necesario volver al misticismo del pasado. Nada que se pueda aprender en el rato que lleva tomarse un par de cervezas —banalizó, apurando el contenido de su vaso—. Pero si a alguno os interesa de verdad, podemos charlar de ello en alguna otra ocasión. —Miró a Morgana antes de bromear—. ¿No había también un X-Men con alas de ángel?

La exmarine atendió con interés a la singular narración de Macbeth. No le sonaba mucho aquello, pero sí que había oído cosas de aquí y allá, de forma vaga, que conectaban con su explicación. Morgana era incrédula en estos aspectos, si bien debía reconocer que habían sucedido tales prodigios en las dos últimas décadas que, unidos a lo que ella misma había visto y experimentado, cualquier cuento que te contasen podría tener un cierto sentido, o al menos la intencionalidad de arrojar a los acontecimientos presentes de luz, por pálida que esta fuese. Lo malo del asunto, lo problemático, es que había mil teorías vomitadas por un millar de charlatanes. 

Se mordió el labio superior cuando escuchó mencionar el Ankh, e inconscientemente  se llevó la mano izquierda hacia su pecho derecho. Pensó que últimamente estaban apareciendo muchas señales, cuanto menos curiosas, en su vida como para ignorarlas. Se dijo a sí misma que debería andar con los ojos muy abiertos y muy pendiente a partir de ya. Más si cabe de lo que solía estarlo. El viento traía cambios, ella creía estar preparada, ¿y los demás que la rodeaban? Deslizó la mirada de uno a otro de los contertulios, disimulando su inquietud, tratando de calmar la picazón de su sexto sentido.

-Es interesante. Me dejas perpleja. Hum. Se me ocurre pensar si es una historia al servicio de lo que pasa ahora, o al revés. Ya me entiendes, los capullos, no hablo de ti,  aprovechan una leyenda para meterle mierda, un arreglo por aquí, un cosido por allá, y la hacen circular. Claro que también es cierto que no se parece a las gilipolleces que se escuchan por ahí.

Tentada estuvo de sacar el tema tabú. Sin embargo no lo hizo. No. No la creerían. Se acarició su cicatriz.

-Ese es el Ángel. O Arcángel. Un payaso con alas. Debe ser primo de los putos alados.

Morgana sabía cómo era el símbolo del Ankh, no en vano lo llevaba grabado en el pecho, y tenía una ligera idea de su significado. La vida, la muerte, la inmortalidad. El nombre de Nefertiti le sonaba de algo, aunque no habría sabido decir nada de ella más allá de que era una tía egipcia de hacía la tira de años.

El resto de lo que contaba Macbeth no lo había escuchado nunca antes, todos esos nombres y relaciones eran totalmente nuevos para ella. 

Escuchó atento, el mentón apoyado sobre las manos entrelazadas, los codos sobre la mesa. Nunca había oído nada igual ni expuesto de aquel modo. De algún modo, la voz de MacBeth tenía el mismo embrujo al hablar que la de Clementine al cantar.

-Me ha parecido... fascinante -dijo rebuscando la palabra que mejor definía su percepción de lo dicho-. Y me encantaría saber más si estás dispuesto a hablar de ello. Dime cuándo y ahí estaré. De verdad -dijo mirando fijamente a MacBeth.

- ¿Mutantes? ¿Como los tomates del huerto que salen raros? ¿Como un esqueje? - preguntó, sin comprender, para mirar de nuevo a Macbeth, alzando las cejas con sorpresa, al atisbar aquel rostro que había conocido sólo en ocasiones, bajo los efectos del silencio que venía tras un cierre, o del aura mística de sus licores de fabricación casera.

El hombre que se había enamorado del legado de la humanidad. O al menos así le gustaba a Clementine definirlo, en su fuero interno, cuando dejaba atrás, al menos durante un instante, la pesadumbre de su presente. Cuando recuperaba aquella elocuencia, aquel aura de sabio que tanto la fascinaba. Un ser feral, de conocimientos infinitos, pensó, mientras lo escuchaba con suma atención y suspiraba, casi sin quererlo. 

Lo escuchó, dibujando un gesto aún más sorprendido y lleno de confusión, sin comprender del todo aquello de lo que hablaba, para su desgracia. No en vano, jamás había acudido a un colegio. No sabía lo que era un jeroglífico, ni tampoco quiénes eran esos seres de nombres extraños y ominosos que bien podrían haber sido extraídos de los evangelios apócrifos. No sabía si Amarna era un lugar, o una persona. Y tan sólo sabía de la existencia del antiguo egipto gracias a algunos pasajes del antiguo testamento. 

Pero, a pesar de su evidente ignorancia involuntaria, encontraba ciertas similitudes. Ciertas alegorías en sus palabras que, junto al tono reflexivo y profundo de su voz, de pronto le erizaron la piel- Los falsos profetas.-corroboró, tras escuchar a Morgana- El Reverendo Steven nos habló de esa gente. Personas que aprovecharon el hambre de fe del humano, y la falta de arraigo espiritual de los tiempos modernos, para alzarse con supuestos mensajes proféticos y convertir la necesidad de redención en un beneficio. - expresó, con cierto resquemor, llevándose los finos dedos al cabello trenzado, para recorrer distraídamente los trazos de trigo dorado de su melena.

- Sí... Hay... Diversas similitudes entre lo que dices y lo que ha ocurrido. O lo que ocurrirá. -concedió- Esa pareja, de sol y de luna... Un cambio de Era, el final que al mismo tiempo es un principio...-enumeró, abstraída, pensando precísamente en aquello. En finales. En principios. En aquella Nueva Era en la que creía fervientemente- Yo también querría asistir a esa charla. Me siento... Un tanto frustrada al saberme incapaz de entender todos esos matices. - confesó, para mirar a continuación tanto a Morgana como a su viejo amigo, con un gesto extrañado- ¿También había ángeles en ese grupo? ¿Entre esos... Mutantes? -preguntó, frunciendo levemente el ceño- Pero no eran... Ángeles de Dios, ¿no? 

-También me apunto, va.

No es que tuviera mucho más que hacer, y aunque la historia podría ser otro cuento, las señales percibidas y el escalofrío que recorrió su médula espinal la impulsaban a saber más. El sol y la luna, mencionados así por Clem, fue como un disparo hacia su torso donde descansaba el amuleto de su familia. Muchas coincidencias, azar, destino, casualidades. Morga no pensaba casi nunca en eso, no entraba en su esquema mental. Las cosas pasaban y ya está, sucedían porque la gente interactuaba entre ella y con el mundo. Y a veces tenían lugar fenómenos anormales, como los nuevos mesías caídos desde las grietas del cielo. O del infierno.

Se estaba preparando algo.

Torció el cuello de un lado a otro, levantó los brazos por encima de la cabeza, estirándose toda ella. Puso su atención en Clementine.

-Eh…yo no diría como un esqueje. Raros sí. Diferentes. Anomalías en sus genes que les deban una nueva capacidad. Imagina que puedes a voluntad endurecer tu piel como una piedra, por ejemplo. O controlar con la mente los metales. El Ángel no era un ángel de dios, sino un humano con la mutación de las alas, le crecieron en la espalda, enormes, blancas, el cabrón volaba gracias a ellas.

Pestañeó paseando la mirada de unos a otros.

-El mundo de mi infancia estaba lleno de esa subcultura, como la llamaban. Macbeth debe sabr más que yo. X-Men, superhéroes con poderes, mutaciones naturales o artificiales, tecnología punta de ciencia ficción. Y también supervillanos, por supuesto. Tíos musculitos en tangas, y tías cachondas en top. Bueno, tampoco era exactamente así. Llevaban trajes, cada uno el suyo propio. Había cientos de cómics, películas, videojuegos y mierdas así. La verdad es que bien mirado, el mundo de ahora sería como una de esas historias. Tiene gracia. Maldita gracia.

Un brillo de satisfacción se había instalado en los ojos de Macbeth, agradado al comprobar el interés que su clase improvisada había suscitado en los tres habitantes de Major Morris. Desde su postura dejó que su mirada se deslizase por cada uno de ellos, escuchando sus aportaciones, con la misma actitud que podría tener un profesor al escuchar un debate entre sus alumnos. 

Rió un poco con algunos de los comentarios sobre aquellos mutantes de los que hablaba Morgana y asintió con la cabeza confirmando las cosas que decía. Después tomó la palabra, alternando sus ojos entre los tres.

—Bien, pues venid la semana que viene —ofreció, dando un leve golpecito sobre la mesa con el pulgar—. Así podré traer algún libro y tendréis tiempo de madurar qué os interesa más aprender. El sábado está bien. Por la mañana a primera hora, o a última, después del cierre. Como os venga mejor. 

Mientras hablaba, un grupo de gente entró por la puerta, cinco hombres y mujeres que se acercaron a la barra. Macbeth hizo un gesto con la cabeza hacia allí y se puso en pie. 

—El trabajo me espera —anunció como despedida, recogiendo su vaso vacío, disponiéndose a marcharse hacia los clientes recién llegados—. Pero quedaos el tiempo que queráis. 

-Gracias, vendré -dijo un sonriente Daniel que se despidió del hombre con un saludo de mano. Luego se volvió hacia las dos mujeres. Morgana había hablado de una especie de subcultura de una época que no conoció-. ¿Anticiparon este mundo? Curioso. Imaginación no les faltaba, aunque quizá nos falten esos superhéroes con poderes y solo haya supervillanos. 

-Tendrá que ser el sábado a última hora. ¿Os va bien? -Interrogó con la mirada a sus dos compañeros de piso.

Antes de que Macbeth se marchase, Morga le hizo una última pregunta, tras dudar un segundo.

-¿Hablan esos jeroglíficos de los alados? ¿Y de otros seres? -Un alfiler de ansiedad se asomó y brilló en sus pupilas. Luego miró durante unos segundos a Daniel, desde lo profundo de sus ojos, desde el tiempo padado, hasta que le dio su parecer.

-Hasta los supervillanos sangran.

El hombre detuvo su movimiento al escuchar a Morgana y la miró pensativo por un instante, con una mano sobre el respaldo de la silla.

—Esos no, pero hay otros que sí —dijo finalmente—. Podremos hablar de eso también si os interesa. Os dejo ahora, suerte con lo del bebé. 

Hizo un gesto con la cabeza como despedida y, tras una última mirada para Clementine, echó a caminar hacia la barra.