Partida Rol por web

Campaña no había entendido por qué se había generado una discusión entre Ojopocho y Pelagatos, pero la verdad es que la tensión del ambiente la había llegado a percibir incluso él. Ponzoña se apresuró a mediar en aquella discusión, antes de que llegara a un punto incontrolable, lo que había calmado un poco los ánimos.

- Campaña sabe, Hermano - dijo.- Pero es como la Gran Sabana, y Campaña sabe un poco de la Gran Sabana... Además, Campaña piensa que hacer esto es la única forma de aprender cosas y a Campaña le gusta aprender cosas. Campaña irá con quién le digan y hará lo que le digan, pero Campaña cree que puede ser útil ahí fuera.

Esto último lo dijo verdaderamente convencido. Cierto era que no era la persona más sigilosa, pero consideraba que había conseguido mejorar en eso, al menos para evitar ser un estorbo. En cualquier caso, si la Sargento Falce consideraba que no debía ir, no tendría más remedio que quedarse en el campamento.

Ponzoña parecía haber leído mis pensamientos, o mis dos cortas frases dejaban ver más de lo que creía a pesar de intentar mantenerme neutro y hacer mi trabajo. Yo nunca había dicho sin embargo que Ojopocho fuese mal explorador. Seguía sin parecerme la mejor de las ideas, pero el hiena era de piedra y no cambiaba de opinión con facilidad. No quería malgastar saliva o recolocarme en el lugar inadecuado de los asuntos, así que me limité a guardar la pluma viendo que no había más voluntarios.

Saqué entonces otro pergamino que tenía guardado en mi bolsa y se lo tendí a Ponzoña.

- Tal vez es momento de repartir el botín de la batalla del fuerte Chuda. Hay cosas que podrían ser útiles para aquellos que salgan a explorar.

En la lista había marcado un par de cosas. Una era el caballo de guerra. No era una posesión cualquiera, y tal vez crearía discusiones sobre quién debía quedárselo (era al fin y al cabo un caballo YA entrenado. Si un corcel era caro, entrenarlo no era limosna. Que me preguntasen a mí.) Esperaba que Ponzoña tuviese el suficiente sentido común para no ofrecerlo al primero que levantase la mano, sino que lo guardase y pensase en quién sería el que le sacase mejor partido. Eso creía que se debería discutir en privado, no en público. El otro era la lanza de caballería, pues creía que quién acabase con el caballo debería tener la lanza. Sicofante, Matagatos y yo ya habíamos recibido algunas la última vez al ser los únicos que las necesitaban. Luego estaban la armadura de escamas y la cota de mallas. Eran objetos preciados y creía del mismo modo que muchos se pelearían por ellos. Sin embargo, se tenía que ser inteligente repartiéndolo. Los guerrreros a distancia no las necesitaban, y aquellos con estilos de lucha basados en la agilidad y las piruetas tampoco. Sería lógico repartirlo entre los jinetes y los soldados de primera línea.  Por último había anotado lo que correspondía en monedas y abalorios por Hostigador a partes iguales, más lo que sobraba. Conociendo a Matagatos querría que se repartiese así y lo sobrante fuese al fondo.

Loor asintió a las palabras de Ponzoña.

- Es cierto. Habiendo más voluntarios es mejor que me quede aquí. Suerte a los que vayan.

-Tienes razón, sería bueno repartir parte del botín entre aquellos que vayan a partir -dijo recogiendo el pergamino y sin llegar a abrirlo-. Hablaré con nuestro líder, Matagatos, y se decidirá. Podéis marcharos. Khadesa, tengo que hablar contigo. Aguarda unos instantes.

AÑO: 201.

Estación: Verano.

Mes: Séptimo. Mes de la Arena.

Día: Último.

ATARDECER.

Había asistido a la reunión en silencio, fuera del círculo formado por los Hostigadores, pero a la vista. Observando a unos y otros. Asintiendo o negando en silencio cuando así lo sentía. Vi a Pelagatos escribiendo con letra primorosa, dejando nota de los detalles. Minucioso. Lo cual me llevó a desear que pronto Lengua Negra estuviera lo suficientemente recuperado como para continuar nuestra labor recopiladora de las andanzas de mis hermanos.

Nunca seré una hermana de capa, pero son mi familia. Y si en algo puedo ayudarlos, así se hará. Protecciones y más, sólo para ellos.

Me dispongo a retirarme cuando su voz me acaricia y me queda clavada en el sitio, a la espera de saber en qué me requiere.

Discusiones triviales, lucha de egos y palabras malgastadas... ¡Aburrido! parecía gritar la situación. Y aquello no mejoró cuando se mencionó de pasada el tema del reparto del botín, un botín como siempre incompleto porque lo que me interesaba preferían no repartirlo.

¿Qué diferencia había para un cadáver entre su armadura y su brazo o entre su caballo y una oreja con la que ya no iba a escuchar nada? Ninguna, no podía usar ni lo uno ni lo otro. Pero aun así se veía mal repartir al muerto como se repartían sus posesiones sin pudor alguno. ¿Acaso estas no habían tenido un valor en vida para él? Quién decía que esa espada que ahora se rifaban no había sido el regalo de un padre que a su vez había pertenecido al padre de este y así con una larga dinastía de cadáveres. Quién decía que ese hombre no tenía un hijo al que quería haber entregado esa espada para que muriera en batalla como había hecho él, y su padre, y el padre de su padre... Ahora el hijo estaba condenado a morir como panadero. 

Pues bien, esa espada que lo había sido todo para una familia de soldados se la iban a dar a un cualquiera mientras que una costilla, esa minúscula costillita de nada de la que no se había acordado en vida y a la que no tenía especial aprecio, no me la querían dar a mí. ¿Por qué? Simple y llanamente: estupidez. Preferían que la disfrutasen los gusanos, que las alimañas le chuparan el tuétano y que el tiempo blanquease el resto. Allá ellos, un cadáver para un mago era más útil que una armadura para un guerrero.

Me encogí de hombros y sonreí. Había llegado el momento de hacer una visita a un padre de un futuro panadero...

Cuando se fueron retirando, Ponzoña miró a Khadesa. Su mirada negra se clavó en la suya esmeralda.

-Paseemos. Debemos hablar y tengo que pedirte una cosa -dijo para echar a caminar a su lado, en soledad, lejos de oídos indiscretos. Cuando ya nadie había a su alrededor, más allá del natural ir y venir de los miembros del campamento, empezó a hablar-. Pelagatos me ha dado este pergamino. Dudo que ignore que no sé leer y escribir, pero no iba a darle esa satisfacción para hacer ver que es superior a mosotros los K´Hlata. Es como un cuervo que ronda la carroña de los cadáveres. Necesito que me leas lo que pone, mujer mía -puso el pergamino en sus manos y aprovechó para tomarlas entre las suyas, ásperas y callosas. Manos de guerrero-. Mis heridas han sanado y recupero mi fuerza. Pero me faltas tú. A mi lado. Para siempre. Debemos casarnos, madre de mis hijos.

AÑO: 201.

Estación: Verano.

Mes: Séptimo. Mes de la Arena.

Día: Último.

ATARDECER.

Como siempre que nuestras miradas se cruzan, tengo la impresión de que su intensidad puede entrar y ver partes de mí que yo apenas conozco. Entiendo su orgullo y no puedo hallar disculpa al comportamiento de mi primo. Sonrío cuando me tiende el pergamino y un suspiro escapa casi sin querer de mis labios al sentir el roce de su piel con la mía. Bajo la vista y observo el marcado contraste entre su piel tan oscura y la mía, tan clara que parece de marfil pulido. Siento su fuerza de nuevo apenas contenida bajo la piel. Que podría quebrar mis débiles huesos y sin embargo sé que se dejaría arrancar los suyos antes de hacerme daño alguno. Sus aristas que se suavizan con mis curvas, sus manos cubren las mías como el cielo cubre la tierra, en perfecta armonía.

- Haré por ti algo más...- mi piel cremosa se torna rosada al añadir las siguientes palabras- No sería buena esposa si no te mostrara los secretos de pintar las palabras. El padre de mis hijos debe ser fortaleza y templanza, pero también sabiduría. Me casaré contigo y alumbraré tus hijos, amor mío...

Siento que mi voz se quiebra y no puedo seguir hablando. Pero sí puedo mostrarle lo que siento, pues mi mirada es cristalina y soy incapaz de ocultarle nada. Dejo que mis labios encuentren los suyos sellando así nuestros destinos. Pues si ya antes de la batalla me sentía su mujer, hoy lo soy definitivamente.

AÑO: 201.

Estación: Verano.

Mes: Séptimo. Mes de la Arena.

Día: Último.

ATARDECER.

Sintió sus labios sobre los suyos. Húmedos y suaves frente a los suyos firmes y duros. Las palabras eran selladas con aquel compromiso de carne y sangre. Las manos de Ponzoña se cerraron en su talle, deslizándose a la espalda para atraerla posesivamente, cuerpo contra cuerpo, prolongando el beso, buscando su lengua. Se separó un instante para susurrar con un aliento ardiente a su oído.

-Eres y serás mía por siempre. Soy y seré tuyo por siempre. Somos y seremos uno solo por la eternidad. Eres mi carne, eres mi sangre, eres mi alma. Consulta a los espíritus y decide el día de nuestro casamiento, hembra mía.

AÑO: 201.

Estación: Verano.

Mes: Séptimo. Mes de la Arena.

Día: Último.

ATARDECER.

Apoyo mi sien en su hombro. Siento que mi cuerpo se adapta al suyo con deliciosa perfección. Susurro a mi vez una sencilla petición:

- Bien sabes que soy libre y desde hace tiempo decido mi propio destino. Pero mi familia viaja con nosotros y me gustaría que Matagatos estuviera al corriente- mis dedos acarician su pecho, justo encima de su corazón, cuyo firme latido siento con intensidad-. Madame Yamila... bueno, nunca ha sido demasiado maternal. Pero también debería saberlo antes de un anuncio general, dueño de mi alma.

Al ver que nadie reclamaba nada del botín, el jorobado decidió dar un paso al frente y acercase a Pelagatos. Desearía quedarme con el escudo de metal. El escudo de madera cumplía las mismas funciones que el escudo de metal, pero el jorobado consideraba el metal algo mucho más valioso. Consideraba el escudo de metal un objeto con el que poder resaltar su rango de miembro de la compañía, y así ser diferenciado de los nuevos reclutas que llegarían con escudos de madera. Además muchos de los mejores guerreros de la compañía llevaban armaduras o escudos de metal que les hacían diferentes del resto de la tropa.

Ponzoña alcanzó a escuchar las palabras de Caracabra a Pelagatos.

-¿De qué escudo hablas, Hermano? -preguntó.

Del botín de la última batalla, la del fuerte Chuda. Contesto el jorobado a la pregunta de Ponzoña. 

-¿Y cómo es que sabes cuál es el botín de esta batalla? -la ceja derecha de Ponzoña se enarcó interrogadora.

Vi cómo se dejaban un escudo de metal en la puerta de la tienda, supuse que era parte del botín, ya que estaba mezclado con las lanzas del enemigo y las espadas de estos. Estaba nervioso, no sabía si había hecho bien en pedir el escudo, puede que Ponzoña ya lo hubiera elegido para él o puede que no fuera botín de guerra. Al jorobado le empezaron a sudar las manos. Si Ponzoña lo quiere para él, a Caracabra no le importara cedérselo. Yo puedo seguir con mi escudo de madera. Agrego levantando su escudo desgastado y sin símbolo tribal. 

-No des nada por supuesto, Hermano. Que lo vieras y que, sin embargo, nos pertenezca son dos cosas bien distintas. Además, será a nuestro líder a quien corresponda repartir el botín como mejor crea.

El jorobado agacho la cabeza y asintió. Esperare al reparto. Dijo algo avergonzado. En su personalidad no cabía la posibilidad de replicar a un superior, y su superior directo era Ponzoña.

AÑO: 201.

Estación: Verano.

Mes: Séptimo. Mes de la Arena.

Día: 20.

MADRUGADA.

Despierto al sentir arder mis pulmones. No hay aire que respirar. Sólo una niebla espesa como melaza que me envuelve y niega mis sentidos. No hay más que un mar gris, sin sonidos. Sólo oigo incesante el sonido de mi propio corazón, un repiqueteo que me taladra los oídos. Me llevo las manos a la cabeza pero no puedo sentir mi propia piel. Grito y la niebla entra en mi boca como un ente vivo. Trato de arrancarla, pero se escurre entre mis dedos como agua. Aterrada, echo a correr, sin rumbo ni dirección. Hasta que llego a una llanura. Oigo un crujido que se alza claro, diáfano. Miro hacia mis pies desnudos.

Hojarasca. Barrida por el viento que azota mi piel desnuda, erizando mi vello, tensando mis pechos.Me abrazo. El frío no es natural. El viento adquiere tientes fastamagóricos. Giro, frenética. No hay salida. Sólo una inmensa llanura, vacía sino es por las hojas arrastradas por el viento inclemente que las lanza contra mi piel, lacerando y cortando.

Me agito en mitad de la noche. Braceo nerviosa. Giro, a un lado. A otro. Mi respiración parece cortarse. Totalmente superficial, jadeo en busca de aire. Araño el aire. Me abrazo, me encojo. Pequeños gritos y gemidos, como si mi voz estuviera ahogada por una mordaza invisible. Mi piel brilla, totalmente perlada en sudor.

La pesadilla ha vuelto, una noche más.

AÑO: 201 DE KHATOVAR.

MES: OCHO (MES DE LA CEBRA, SEGUNDO DEL VERANO).

DIA: VEINTE DEL MES.

HORA: AL MEDIODÍA.

Matagatos convocó a todos los Hostigadores para reunirse al mediodía de ese mismo día. Era la primera reunión que iba a dirigir desde que había sido herido en el Fuerte Chuda, y cuando apareció, cojeando de manera leve y aún con ciertas dificultades para moverse, quedó claro que aún estaba bastante herido. Pero aquel asunto no podía esperar mucho más, así que no quedaba más remedio.

-Os he convocado para explicaros lo que se habló en la tienda de mandos hace unos días, y nuestros próximos movimientos. En el futuro, aunque no en el más inmediato, tendremos que tomar la fortaleza de la Puerta de Galdan. No os voy a engañar, no pinta bien-dijo Matagatos. Por un momento pensó si explicar en detalle al resto lo que sabían de aquel lugar, pero finalmente lo desechó. No valía la pena desanimarles-será muy duro, pero acabaremos encontrando la forma de rendirla. Sin embargo, en nuestro futuro más inmediato hay noticias mas alegres. Nuestros patrones de Cho'n Delor quieren que la próxima jura sea de nuevo en su capital, con una gran fiesta en nuestro honor. En condiciones normales, toda la Compañía viajaría hasta allí. Pero me temo que estas no son condiciones normales-añadió el oscuro-pues hay más malas noticias. El capitán, que como muchos sabréis fue herido por la bruja Chuda en el fuerte, sigue sin estar recuperado, y no está en condiciones de viajar. Parte de la Compañía deberá quedarse a guardarle. Y eso nos incluye a nosotros. 

Paró brevemente a tomar aire, antes de soltar el mazazo.

-Tres hostigadores deben quedarse aquí a guardarle, junto con miembros de otros pelotones. Nadie que vaya a jurar o a ser ascendido, lo que nos excluye a Campaña, a Serpiente y a mí. Me gustaría que tres de entre vosotros os presentarais voluntarios para esta tarea. Si no lo hacéis, los designaré yo mismo. 

AÑO: 201 DE KHATOVAR.

MES: OCHO (MES DE LA CEBRA, SEGUNDO DEL VERANO).

DIA: VEINTE DEL MES.

HORA: AL MEDIODÍA.

Escucho atentamente a Matagatos. Cuando este termina tomo la palabra.

- Salvo que alguien me requiera como Hermano de Capa - cosa que no creo que ocurra- me ofrezco voluntario para quedarme a cuidar del Capitán. - digo poniéndome en pie. Además, si fuera necesario podría ayudar con sus heridas o buscar hierbas para las mismas.