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London by Night: Crimson Nights

[Prólogo] Beyond the Couch (Mortimer Vane)

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28/02/2019, 03:12
Narrador

31 de Agosto de 1888

La mente y el comportamiento humano, dos barreras que la ciencia, de momento, no ha logrado superar. No por que no se haya intentado, todo lo contrario, el cerebro humano sigue siendo un misterio que se resiste a ser resuelto. Pese al interés que suscita en toda la comunidad médica, cada hipótesis formada ha sido, al poco tiempo, revocada de forma tajante por otro especialista. Poco se conoce acerca de la mente del ser humano, quizá es esto mismo lo que te ha cautivado hasta el punto de la obsesión. Si un hueso puede volver a ser soldado, si un músculo puede volver a ser reconstruido, la mente puede volver a recuperar, de alguna manera, la lucidez perdida. Ya sea por la edad, o por alguna enfermedad, de alguna forma y como un músculo que es, ha de haber alguna forma que sirva para reparar los daños que pueda llegar a tener. Pero no es esto lo único que te atrae de tu trabajo. La curiosidad por comprender el comportamiento de las personas, en especial, las que menos se pueden considerar personas bajo los cánones civilizados de una sociedad organizada, te ha llevado a adentrarte en una nueva rama de la medicina que, a día de hoy, no tiene el reconocimiento que sientes que debería tener. 

Aquellos incivilizados, con comportamientos violentos, erráticos, cuyo problema no es una enfermedad que la medicina puede tratar, son llamados: "alienados". A ti, como especialista, se te denomina ´dddds alienista. No sois muchos, ni siquiera en Londres, una ciudad que ha crecido exponencialmente estos últimos años. 

Empezar ha sido una tarea titánica. Cada persona que perdía la cabeza, era llevado al ala más alejada del primer hospital con capacidad, donde era sedado y desatendido, hasta que se convertía en un problema que los de seguridad no podían, o no querían controlar. Tu primer trabajo, lo conseguiste en el London Hospital, los médicos residentes necesitaban a alguien a quien cargar con el problema del ala este, ala habilitada para los alienados, y tu llegada fue muy bien recibida, pero toda ilusión por comenzar tu nueva andadura se esfumó rápidamente al ver las condiciones en las que ibas a trabajar. La falta de recursos era notable, las instalaciones no eran las adecuadas para cubrir las necesidades de tus pacientes y el papeleo necesario para elevar las peticiones era tan caótico que muchas veces te tocaba abandonar tu puesto de trabajo para acudir directamente al responsable de la gerencia del hospital y así, comunicar tus necesidades. La sensación de pérdida de tiempo estaba presente casi todos los días. Sólo cuando entablabas relación directa con tus pacientes, cuando podías empezar a sumergirte en la compleja red de pensamiento y capas de situaciones vívidas presentes en el recuerdo de aquellas personas, podías disfrutar de tu trabajo, pese a que no dejaba de ser una sensación efímera. La seguridad impuesta por el hotel, en muchas ocasiones, aplicaba demasiada fuerza para reducir a los alienados, y la sedación, en general, era tan fuerte que los momentos de lucidez de tus pacientes era bastante reducido. 

La situación se volvió insostenible a partir del 13 de noviembre de 1887, aquel domingo los hospitales se llenaron de gente herida, por la carga policial para sofocar la manifestación que los radicales habían organizado en Trafalgar Square. La cantidad de pacientes desbordaron un hospital, ya de por sí desbordado debido a la llegada de inmigrantes masiva de rusos y judíos. La ciudad estaba tan sobrepasada de población que el gobierno se vio obligado a habilitar refugios en calles donde hacinaban a los inmigrantes, segregándolos por su procedencia. Las condiciones en estos refugios eran incluso peores que a la que te enfrentabas todos los días en tu trabajo, y las enfermedades encontraron una placa de peltri perfecta en cada uno de estos refugios. Eso sin contar la gran cantidad de enfermedades de transmisión sexual que se daban casi todos los días debido al aumento de prostitución el los barrios más necesitados de la ciudad.

En Febrero de 1888 presentaste tu dimisión y, tras un breve paso por el The Royal London Hospital, en Whitechapel, donde las condiciones eran peores que en el anterior trabajo, decidiste trabajar desde casa, buscando por ti mismo el trabajo. Los continuos contactos con la policía, durante sus investigaciones mientras trabajabas en los hospitales te abrieron una puerta que no tardaste en aprovechar. El Detectective Abberline, confiaba especialmente en tu juicio y no dudaba en pedirte consejo cuando era necesario. La aristocracia londinense no era ajena a este tipo de enfermedad, pero la necesidad de discreción al considerar una vergüenza tener a un alienado como familiar te reportaba grandes beneficios. Tu nombre se extendía entre las altas esferas y la policia, controlada en gran parte por el capital de la nobleza, acudía a ti cuando necesitaban de tu consejo. La situación actual de Londres empeoraba día a día, el índice de criminalidad ascendía rápidamente y los delitos de sangre empezaban a copar las portadas de los diarios. La falta de efectivos y de resultados acabó por desesperar a una policía que no podía permitirse la ignominia del fracaso.

Esta noche has escuchado la campaña policial anunciando otro crimen, alarmando a la población.

La llamada que recibiste no te pilló por sorpresa.

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28/02/2019, 11:44
Detective Frederick Abberline

No te habías acostumbrado aún al sonido del teléfono, instalado en la pared de tu despacho, sobresaltándote las pocas veces que podía llegar a sonar. El sentimiento de urgencia te invadía, y la falta de encontrar frente a ti un rostro emocionalmente vivo, ambientaba de forma siniestra la deshumanizada voz que te llegaba a través del altavoz que descolgabas, pegándolo en tu oído como si de alguna forma, la voz en la lejanía necesitase de algún tipo de acercamiento para ser escuchada. El tacto frío de la terminación nacarada te apartaba, aún más, de la sensación de conversación con una persona.

El ruido ambiental que percibes, antes de la voz de tu interlocutor, es de bullicio moderado. 

-Hola, buenos días. Soy el Detective Frederick Abberline, de la policía metropolitana de Londres. -Comenta una voz que te suena, aunque el aparato que tienes en tu oido es como si comprimiera el sonido. -Llamo preguntando por el Doctor Vane, ¿Se encuentra en la casa? -Espera tu respuesta. -Buenos días, doctor. -Continúa al saber ver que eres tú. -Me gustaría saber si está interesado en ayudar a la policía con los casos de asesinato que se están dando. Tenemos a un sospechoso con un problema... -Se para durante unos segundos, tratando de buscar las palabras adecuadas. -Con unas características determinadas donde su ayuda puede sernos útil.

Espera, al otro lado de la línea, a que le comuniques tu decisión. 

Notas de juego

Lo dejo aquí, antes de trasladarte a la comisaría para que puedas rolear un poco como es tu entorno cotidiano, donde no me he querido meter mucho para no condicionarlo.

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13/03/2019, 22:31
Mortimer Vane

El olor del zumo de limón que desprendía el vaso que tenía delante se metía en mis fosas nasales, espabilándome. Aunque no lo tomaba por eso, sino para contrarrestar los efectos de haber pasado la noche en uno de los fumaderos de la ciudad. Algunos consideraban a ese pequeño placer un vicio, incluso una adicción. Pero sin duda eran esos los que no lo habían probado. El opio me liberaba de los instintos primarios y animales y permitía a mi mente funcionar sin distracciones biológicas. Puro intelecto. Era delicioso.

Pero sin algunas medidas al día siguiente provocaba boca seca e incluso picores. Y, aquella mañana, un leve dolor de cabeza que podía deberse a eso o al escándalo que habían montado unos niños en la calle a la que daba mi despacho en Doughty Street. Para cuando sonó el teléfono estaba ojeando el periódico mientras le daba vueltas al contenido del vaso, del que iba bebiendo pequeños sorbos. Estaba ácido y no le había echado azúcar para endulzarlo. 

Todavía me costaba acostumbrarme a ese aparato de los nuevos tiempos, pero no era yo un hombre dispuesto a dejar que el progreso le pasara por encima. Por supuesto que no. Si el mundo se movía, yo lo haría con él. Tal vez incluso lograse formar parte de la palanca que lo impulsaba. Al fin y al cabo era un hombre de ciencia y los descubrimientos estaban a la orden del día. 

Enseguida me pongo en marcha hacia allá, detective Abberline —aseguré antes de colgar. 

Y con esa intención fui hacia el pequeño armario que había en un rincón para coger mi sombrero y mi chaqueta. Ese armario, junto a una amplia mesa de despacho, una butaca, dos sillas y varias estanterías, era todo el mobiliario de aquella estancia. Una de las puertas daba a otra más grande, con un sofá amplio y varias vitrinas con útiles médicos y compuestos suficientes para atender a algún paciente de ser necesario. Esas dos habitaciones y un pequeño aseo componían mi lugar de trabajo, cuando no visitaba directamente en alguna residencia, hospital o en la propia vivienda de los afectados. La otra puerta daba hacia el rellano y fue la que enfilé después de apurar el contenido de mi vaso y dejarlo en el lavabo.

Cerré la puerta al salir y mis ojos cayeron por un momento sobre el cartel dorado que rezaba: «Doctor Mortimer Vane. Alienista». Claro que en ocasiones realizaba otros trabajos aún más extraños, como las sesiones con que atendía a Lady Lascelles, por ejemplo. Después de todo, cuando uno trataba con la aristocracia debía estar dispuesto a aceptar cualquier tipo de extravagancia. 

Salí del edificio y busqué un carruaje libre con la mirada. Generalmente habría preferido ir caminando. El ejercicio mantiene el cuerpo sano y la mente en forma. Pero lo cierto era que sentía cierta urgencia por conseguir algo que resolver después de semanas de rutina. Un caso desafiante, como ese que tenía a la policía en jaque, parecía perfecto para distraer mi mente. 

Mi casa no estaba demasiado lejos de allí, entre Hyde Park y The Regent's Park. Era una casa de dos plantas, no demasiado grande, ni demasiado pequeña. Suficiente para mantenerse con dos personas de servicio y para que mis padres no se avergonzasen cuando dejaban Hampton para venir a verme. Cosa que, en realidad, sólo había pasado en tres ocasiones en todos los años que llevaba estudiando y viviendo en Londres. 

En cualquier caso, no era hacia mi casa hacia donde me dirigía en ese momento, sino hacia la comisaría. En cuanto encontrase un carruaje disponible. 

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18/03/2019, 12:20
Narrador

Caminas unos cuantos metros, por momentos molesto con el sol cuando se abre paso entre la sempiterna manta de nubes que conforma el cielo de Londres. En ocasiones jurarías que no sabes de qué color es el cielo despejado, y las pocas veces que se despeja, ese disco luminoso, en el cielo, al que algunos llaman sol, es lo suficientemente molesto como para bajar la mirada al suelo. Algo que agradecer dependiendo del lugar por el que te muevas. Caminando por las calles atestadas de gente, puedes notar un ligero mareo, que te acompaña cada vez que haces un giro, no necesariamente brusco, para doblar una esquina o esquivar a una persona. Quizá anoche te pasaste más de la cuenta con el opio, o tal vez el agua con limón no sirve para tanto como creías. En cualquier caso, ves un carruaje esperando, esperando a un lado de una de las calles. Te acercas al conductor para preguntarle si está libre y, tras informarle de tu destino, asiente con la cabeza indicándote que puedes entrar con el habitual "Jump in", con el que invitan a sus clientes a entrar. El camino hasta la comisaría es igual de doloroso, sólo que más corto, en tiempo, que llegar andando, pero durante el trayecto no puedes evitar perder hasta las ganas de saber qué era el encargo de Abberline, entre las contínuas nauseas que estás sufriendo. Eso sin contar las ganas de orinar que te están entrando.

La comisaría es un edificio de varias plantas. En los sótanos estan las celdas, apartadas por varias puertas de seguridad que están continuamente cerradas. No hay demasiados agentes en el interior, pero los que hay, puedes observar que están cuchicheando entre ellos. No llegas a entender muy bien lo que dices, pero obviamente, están hablando de su jefe. El despacho de este está cerrado, por lo que no puedes tratar de descubrir por ti mismo qué puede estar pasando, pero se respira un aura de nerviosismo por todo el lugar. Los pisos superiores son despachos y archivos donde almacenar papeleo. Las salas, llenas de cajas con los casos abiertos son un veradero caos, donde nadie, en su sano juicio, entraría a menos que necesitase algo con urgencia ahí dentro. Pese a que se lleva un riguroso control del almacenaje, a la hora de amontonarlo todo no se ha tenido mucho cuidado. Si en la hoja de almacenaje dice que algo está, estará, las preguntas que hay que realizarse es ¿Dónde y cuánto me va a costar encontrarlo? Subiendo las escaleras hacia la entrada la comisaría, vuelves a notar un ligero mareo, aunque de menor intensidad que los sufridos hasta ahora. Te quedas parado en los peldaños, te colocas bien la chaquetilla y el sombrero, y entras, buscando al detective.

No tardas en dar con él, se encuentra hablando con un par de agentes, es gesto cansado del que hace gala te indica que está para pocas bromas, al igual que la mayor parte de la comisaría. Al parecer, ha debido ser una noche muy larga, y a juzgar por la poca cantidad de agentes dentro de la comisaría y en las inmediaciones, la noche se ha prolongado hasta estos momentos. Al verte, levanta la mano pidiéndote un minuto para terminar de hablar con los agentes, cuando estos se marchan, camina hacia ti, tratando de mantener un porte digno pero con escaso resultado.

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18/03/2019, 14:07
Detective Frederick Abberline

Una vez a tu lado, te saluda formalmente. 

-Buenas tardes*, señor Vane. -Levanta la mano gesticulando con los dedos índice y corazón. -Acompáñeme, por favor. 

Subís al segundo piso, mientras te da algo de charla cortés, preocupándose por tu estado de salud y por cómo está yendo tu día. La típica charla indistinta que puedes tener en cualquier fumadero de opio cuando necesitas relajarte mientras te llevan a un lugar, lo suficientemente adecuado como para sentarse a disfrutar de la pipa. Caminas hasta su despacho, aunque en este caso, las letras desgatadas, en tinta negra, no le dan el porte y el reconocimento necesario, pues apenas se puede leer el nombre de su propietario. 

El despacho es pequeño, apenas tiene el espacio suficiente para tener un escritorio sobrio, una silla de cuero y otro par para aquellos a los que entrevistar, mucho más incómodas que la suya. Muchísimo más incómodas que las tuyas. A simple vista, las que tienes en tu recepción son de mejor calidad que estás, pero no estás aquí para entrar en nimios detalles. Con la mirada, sigues la estela de Abberline hasta que este se sienta en su silla. Te mira, esperando que hagas lo mismo, y cuando esto ocurre comienza a hablar. 

-Perdone el secretismo, pero dadas las circunstancias, debemos tener todo el cuidado del mundo. -Se apoya en su mesa, mirándote a los ojos e incorporándose hacia ti. -Creo que son ya... cinco... los días que han pasado desde que detuvimos a un individuo por agredir violentamente a varias personas en el The Britannia. -Te mira, buscando encontrar una mueca de reconocimiento. -No se si lo conocerá, por su reputación más que nada, por que dudo que usted... -Se queda callado un segundo y termina negando con la cabeza. -En fin, un pub en la esquina de las calles Dorset y Commercial. -Asiente con la cabeza. -El individuo del que le hablo se mostró completamente fuera de sí en todo momento, agredió a varios agentes e hicieron falta más de cuatro para reducirle. -Se vuelve a recostar. -Hoy recibimos la información de este hombre, resulta que era un antiguo soldado condecorado. -Levanta las cejas, dejando su sombrero encima de la mesa en ese momento. -Ninguno de mis hombres ha logrado sacarle nada de información, pero descubrimos una navaja ensangrentada entre sus pertenencias. -Asiente. -No se si recordará el segundo asesinato de prostitutas de Whitechapel... Matha Tabram. Fue asesinada, con ensañamiento, de varias puñaladas. Bueno, el caso es que hemos sabido que la señora Tabram... le gustaba frecuentar compañía de... personas... relacionadas con el servicio militar. -Se encoge de hombros. -Y debido al estado enajenado en el que se encuentra el preso... no se me ocurre a nadie mejor que usted al que pedir ayuda. -Vuelve a incorporarse hacia ti. -¿Estaría interesado en el caso? Entendería que dijera que no. Es alguien completamente violento e incapaz de decir nada con sentido...

Te mira esperando tu respuesta. 

-De todas formas, nada de esto puede salir a la luz... la prensa ya nos está golpeando muy duro... y la situación se está volviendo insostenible. Espero que lo entienda.

Notas de juego

*Las tardes en inglaterra son a partir de las 12:00, independietemente de si has comido o no. (¡¡Salvajes cuadriculados!!)

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28/03/2019, 19:04
Narrador

Tras aceptar el encargo de Abberline, este te acompaña a los calabozos. Caminas tras de él, con el reto que te va a suponer este "interrogatorio" en la mente, y quizá algo preocupado por cómo va a reaccionar este sujeto ante tu presencia. No tienes muchas ganas de enfrentarte, mano a mano, con alguien que está fuera de sí, pero confías en que el entorno en el que se proceda a hacer dicho interrogatorio sea seguro para tu persona. Llegas al sótano, dónde estan los calabozos preventivos. Algunos de los que los habitan están dormidos, otros te miran desafiantes, alguno se acerca a la puerta, amenazante... nada que no puedas esperar, pero el olor a orines y suciedad está bastante presente. Te sorprende que el detective no haga comentario alguno de tal desagradable olor a lo largo del camino. 

Abriendo una puerta, al fondo del sótano, bajáis hasta los calabozos para los presos especiales, no son muchos, pero suelen ser amplios. Se encuentran lo suficientemente abajo como para que el sonido de los gritos de los que meten ahí dentro no se puedan escuchar en la planta superior. Pero ya has escuchado historias, en tus noches de relax en los fumaderos de opio, que aseguran que en los alrededores de la comisaría se pueden escuchar gritos y lamentos de la gente torturada en los calabozos secretos de la policía metropolitanta. Esos rumores cobran sentido al traspasar la puerta de seguridad que acabáis de dejar atrás. Amenazas, lamentos, gritos ininteligibles... llegan a tus oídos con meridiana claridad, empeorando a medida que bajas por las escaleras de caracol. Al llegar al piso, puedes ver que no hay nadie torturando a nadie. Los presos están tirados en el suelo, quejándose de diversas dolencias que no tienen: Quemaduras, falta de aire, heridas abiertas que no tienen... alguno de ellos, tras quejarse, empiezan a reir sin ningún tipo de control. Pero lo que te llama poderosamente la atención es que a medida que avanzas, los que se dan cuenta de que estás en la sala, se te quedan mirando, en silencio. 

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28/03/2019, 19:56
Detective Frederick Abberline

Uno de los presos va contra los barrotes de su celda y saca el brazo para agarrar de la chaqueta a Abberline, este, sin ningún tipo de medida, agarra de la muñeca al hombre y se la retuerce en exceso, arrancando un grito de dolor descarnado del hombre que apenas ha tenido tiempo de decir nada. Abberline mantiene la muñeca del hombre girada, mirándole con cara de pocos amigos hasta que, por fin, lanza al hombre hacia el interior de la celda, haciendo que se golpee la espalda contra el suelo. El preso se queda quejándose, encogido sobre sí mismo, acariciándose la muñeca dolorida. El gesto que se dibuja en el rostro al detective es de puro asco. Vuelve a colocarse la chaqueta bien. 

-No haga caso a ninguno de estos... farsantes, doctor. La mayoría sólo finge. -Vuelve a andar en dirección a un cuarto que tenéis justo delante. -Y los que no fingen han cometido delitos indescriptibles. Son escoria. Y no sabemos que hacer con ellos, ni tienen sitio en una sociedad civilizada, ni pueden juntarse con otros presos. 

Caminais hasta llegar a la puerta cerrada. Es una puerta de seguridad, de hierro forjado con una pequeña ventana que deja ver su interior. Da a una celda algo diferente del resto, pues está completamente aislada. Si estos indeseables que has dejado atrás no pueden estar en celdas con otros presos, que haya un celda aislada... no puede augurar nada bueno. Con la mano en el tirador de la puerta se gira para encararte, levantando el dedo índice de la mano en la que tiene las llaves. 

-Hágame el favor de no acercarse más allá de la distancia de seguridad, doctor. -Enarca una ceja, asintiendo hacia ti. -Aunque está asegurado... sigue siendo peligroso. Ya se ha intentado establecer un trato más... humano... y no ha funcionado. -Lleva la llave a la cerradura y la abre, aunque termina por repetirte. -Por favor, no se acerque demasiado. 

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28/03/2019, 19:57
Benjamin Gates

Entras en la sala aislada, acompañado por el detective. Este cierra la puerta con vosotros dentro y te señala con el brazo extendido hacia el hombre que se encuentra en su interior. Te indica que su nombre es Bejamin Gates, un antiguo soldado del ejercito de su majestad. El hombre se encuentra dando vueltas alrededor de un pilar en el que hay fijada una cadena que va hasta el cuello del preso. Tiene los brazos atados a la espalda con una camisa de fuerza, si os ha oído, o visto, entrar, no parece haberle importado. Simplemente camina dando vueltas, manteniendo la cadena extendida lo máximo posible. El hombre, mantiene un semblante serio y la mirada perdida.

Ni su ritmo, ni su gesto, ni la mirada te indica que se haya percatado de nada. Pero por la intensidad de la mirada de Abberline, se espera que en cualquier momento se lance contra vosotros o algo peor. El detective te señala una marca en el suelo, el fin de la distancia de seguirdad. Luego se aparta un poco, dejándote que hagas lo que mejor sabes hacer. 

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29/04/2019, 23:20
Mortimer Vane

Eché un breve vistazo a la comisaría mientras caminaba hacia el despacho del inspector para terminar por concluir que seguía como siempre. Mis ojos se habían movido más rápido registrando la escasa presencia de agentes de lo que mi dolor de cabeza habría querido, pero al fin me encontré con Abberline. Le saludé con una inclinación cortés de cabeza y luego me dispuse a seguirlo.

No sentía demasiadas ganas de corresponder a la charla ligera con que trataba de distender el ambiente, pero respondía automáticamente con pequeñas sonrisas y devolviéndole las preguntas. Mi mente ya estaba lejos de allí, regodeándose en la expectación por el motivo que le había hecho llamarme. La perspectiva de un nuevo caso a la vista me provocaba un leve cosquilleo en la nuca, casi como si mi cerebro ya estuviera preparándose para abordarlo. 

Ya en su despacho tomé asiento con la espalda recta. Sin lugar a dudas aquella silla era muy distinta a las de mi despacho, lo cual me hizo reflexionar por un instante en lo diferente que era la función de unas y otras, pues mientras yo buscaba la comodidad de mis pacientes Abberline debía pretender que sus visitantes se marchasen cuanto antes, ya fuese hacia los calabozos o hacia la calle. 

Empezaba a pasar por mi mente la idea de apremiarle cuando al fin comenzó a hablar, desgranando los primeros detalles. Asentí con la cabeza cuando mencionó el The Britannia, aunque sin mucho énfasis. Lo justo para dar a entender que el nombre del local me sonaba sin que quedase claro si lo conocía en persona o era sólo de oídas. Por un lado estaban mis escarceos nocturnos y por otro mi trabajo y mis investigaciones no siempre me llevaban a palacetes o amplios salones. Pero el inspector no tenía por qué saber nada de eso, claro está.

Cuando siguió hablando el asunto fue cobrando más interés. Alcé las cejas con cierta sorpresa al escuchar que el detenido era un soldado y asentí cuando mencionó a la prostituta asesinada. No iba a dar por sentado nada, al menos por el momento, pero comprendía los cabos que habían atado en la comisaría. Sólo habría que comprobar si apuntaban en una dirección correcta o eran sólo humo. Finalmente, me eché un poco hacia delante en mi asiento y di un par de toquecitos con el dedo sobre mi rodilla.

—Puede contar con mi absoluta discreción, inspector —aseguré, serio—. Y por supuesto que me interesa ayudarles con el caso. A todos nos interesa resolver este escabroso asunto, ¿no es así?

Tras aceptar me puse en pie y me coloqué la chaqueta pulcramente doblada en el brazo, dispuesto a seguir al inspector hacia los calabozos. Aproveché ese breve trayecto para preguntarle por el nombre del sujeto, así como si se le conocía algún lazo familiar o amistades y si solía frecuentar el The Britannia. 

El lugar era descorazonador y me traía recuerdos nada halagüeños del tiempo pasado en el hospital. Entre mis cejas se formaron hasta tres finas arruguitas a medida que caminábamos entre las celdas donde se apelotonaban esos hombres que habían perdido la cabeza. Apreté los labios con las primeras palabras que pronunció el inspector tras apartar al preso con violencia. Algo se revolvió en mi estómago, pero permanecí en silencio. Comenzar una discusión sobre el destino de aquellos miserables no iba a servir de nada y no me convenía cuando estaba a punto de empezar a trabajar para la policía en el caso. 

Contemplé la celda desde fuera y enarqué una ceja ante aquel despliegue de seguridad. No era nada que no hubiera visto en el hospital, donde ya había tratado con pacientes peligrosos, pero también sabía que en muchos casos se trataba de una medida ciertamente desproporcionada. 

No se preocupe, inspector —le dije, con expresión flemática y un asentimiento—. Sé cómo tratar con este tipo de individuos. 

Entré con paso seguro y calmado y me detuve un centímetro antes de la marca de seguridad. Desde ahí contemplé al hombre, analizando con ojo crítico cada pequeño detalle que pudiera darme información extra. Sus gestos, su mirada, sus rasgos. Finalmente incliné un poco la cabeza en su dirección a modo de saludo. 

—Buenas tardes. El señor Gates, supongo —después miré alrededor, en busca de alguna silla en la que poder depositar mi abrigo y mi sombrero. De no encontrarla los dejaría en manos de alguno de los guardias con el fin de poder moverme con libertad—. Soy el doctor Mortimer Vane y me gustaría charlar un poco con usted. ¿Sabe por qué está usted aquí? —Empecé por lo más básico.

Notas de juego

¿Hago alguna tirada? ¿Me las pides tú? ¿Las adelanto yo? 

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06/05/2019, 17:54
Benjamin Gates

El preso sigue andando, sin mirar a ningún punto fijo, sin tan siqueira hacer mención alguna cuando te presentas o le preguntas las razones por las que está aquí. Obviamente se tiene que hacer una idea, no encierran a nadie sin informarle de por qué se le encierra, incluso siendo un encarcelamiento preventivo. Lo único que cambia, mientras camina, es que ahora muestra una sonrisa amplia en el rostro, mostrando una dentadura amarillenta, tomando ya un color más marronáceo, más sucio de lo recomendable. Sólo ha parado su paso al escuchar de ti que eres doctor, que es cuando ha vuelto a retomar el paso y empezar a sonreír. 

-Doctor. -Dice. -Doctor Vane. -Sigue caminando hasta quedar justo delante de ti, pero ofreciéndote su perfil. -Doctor... doctorcito, doctor. El amigo doctor. No... doctor, no se por qué estoy aquí. -Por fin se gira para encararte. Puedes ver un ojo blaquecino, como si lo hubierea perdido, también tiene una gran cicatriz que lo recorre de arriba a abajo pese a que esta no es recta. -¿Me han traído aquí por que me duele la tripita? ¿Quizá ha sido por dar unas cuantas hostias a unas zorras? ¿Por buscar sacarlas de ese círculo de perversión? -Sonríe de nuevo. -Lo dudo, así que por qué no me lo dice de una puta vez. ¿No ve lo ocupado que estoy? -Su tono comienza siendo sarcástico, pero acaba escupiendo las palabras mirándote a los ojos.

Las cadenas que lo mantienen agarrado a la máquina tiran de él por el cuello, algo que no parece importarle, pero que a juzgar por las marcar enrojecidas que está dejando por todo el cuello, deben de estar haciéndole bastante daño.                                                                    

Notas de juego

Ve adelantando las tiradas que quieras hacer. Cuando haya algo "de guión" que no hayas tirado o que tenga que darse, te las pediré 

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10/05/2019, 14:27
Mortimer Vane

Seguí al tipo con la mirada en su paseo. Parecía un animal enjaulado y supuse que ese caminar era parte de lo que tenía tan inquieto al inspector Abberline. Al mismo tiempo comencé a tomar notas mentalmente. Nerviosismo, pantalla de sarcasmo, agresividad, el diagnóstico empezaba a tomar forma paso a paso. 

Mi expresión se mantuvo neutra, a pesar de que mis ojos no cesaban de recorrerlo, reteniendo cada pequeño detalle de información. No iba, desde luego, a entrar en su juego ni a darle lo que quería. Así que permanecí inalterable y cuando terminó de hablar, crucé las manos por delante de mi cuerpo, mostrándome tranquilo y seguro con mis gestos.

—No voy a insultar a su inteligencia, señor Gates —le dije—. Sabe perfectamente que si colabora conmigo podrían mejorar sus condiciones. Y yo no tengo prisa —señalé, abriendo ambos brazos—, puedo perder todo el día aquí con usted. Así que, ¿por qué no me cuenta lo que pasó? ¿Recuerda dónde estaba usted la noche del siete de agosto?

- Tiradas (2)

Notas de juego

He hecho varias, toma las que te parezcan más apropiadas y si alguna no procede, ignórala :3. Tengo Fría lógica, por si sirve.

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15/05/2019, 23:52
Benjamin Gates

El hombre te mira manteniendo un gesto neutro. Ladeando la cabeza, como midiéndote. A ti y a tus palabras. Se toma su tiempo para contestarte, puede que tú no tengas prisa, pero está claro que él tiene todo el tiempo del mundo para divertirse con alguien, al menos. De otra forma, volvería a estar completamente sólo entre rejas, con poco espacio para moverse aislado de cualquier tipo de contacto humano. 

-¿Se acuerda usted? -Te mira de arriba a abajo. -Doctor. -Termina diciendo tu título arrastrándolo en sus dos sílabas. -Puedo decirle que estuve en la cama. De eso no me cabe la menor duda. -Sonríe, ladeando esta vez la cabeza hacia el otro lado. -Durante este mes he dormido todas las noches en mi cama. -Se encoge de hombros. -Exceptuando las que he pasado sentado apoyado en esa ¡Mierda de viga para no ahorcarme al intentar tumbarme! -Grita mirando al detective, por encima de tu hombro. -¿¡Me escuchas, Abberline!? ¡He estado en prisiones africanas más cómodas que esta puta pocilga, joder! ¡Y estaba esperando para que me comieran, desagradecidos, hijos de una ramera! 

Escupe a tus pies y comienza a andar de nuevo, en círculos, sin mirar a ninguno de los dos. Abberline pone una mueca de desagrado, pero en sus ojos hay un atisbo de comprensión, los militares tullidos que volvieron de las guerras africanas, fuera cual fuese su destino, se encontraban mendigando, la gran mayoría, por las calles de Whitechapel. Los pocos que volvian con rango suficiente como para ser reconocidos, eran condecorados y puestos en casas para militares con los gastos pagados. Una injusticia a todas luces, pues aquellos oficiales que fueron heridos, prácticamente en su totalidad fueron puestos de retaguardia mal defendidos, siendo ellos parte responsable de la falta de efectivos. 

-No, me merezco mucho más que por todo lo que he dado a este país. -Os mira con cara de desprecio, moviendo la cabeza dando a entender la caja en la que está metido. -Me da que sus palabras son meros adornos, doctor. ¿Se os amontonan los cadáveres? idos a la mierda, los dos. -Termina sentenciando con la voz calmada. -Culpadme de los que os de la gana. O soga o tres comidas diarias. -Sonríe de nuevo, parándose frente a ti. Mostrándote los dientes, la mayoría podridos.

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22/05/2019, 17:07
Mortimer Vane

Esbocé una levísima sonrisa cuando me devolvió la pregunta. Sin duda el hombre que tenía ante mí no era un necio y entre tanta ira descontrolada podía ver el brillo inteligente de su mirada. Estaba interesado, sí, no me molesta admitirlo. Intrigado por un paciente que empezaba a fascinarme y aliviado por haber encontrado un caso en el que ocupar mi mente después de una temporada en la que el tedio de la rutina me había desesperado. 

Y por cierto, que, alienado o no, aquel tipo tenía parte de razón, en lo que competía a las condiciones en que le tenían allí retenido cuanto menos. Seguí su mirada hacia el detective y alcé un poco una ceja antes de volver a mirar al sujeto. 

—Tres comidas diarias —repetí en voz alta, sentando las bases de un acuerdo—. Y un catre. Y después hablará conmigo, señor Gates. —Lo miré fijamente—. ¿Tenemos un trato? 

Me quedé inmóvil mientras esperaba su respuesta, manteniéndome en mi postura y posición, evitando deliberadamente que mi cuerpo respondiese a su actitud beligerante. Aquel hombre era demasiado inteligente para engañarle y esperaba que suficientemente cabal como para ver la oportunidad y aprovecharla. Estaba deseando profundizar en los demonios que se revolvían en su mente. Sabía que estaba prometiendo aquello por mi cuenta y riesgo, pero me pareció que valía la pena. Ya me encargaría luego de lidiar con el detective Abberline. 

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22/05/2019, 21:12
Benjamin Gates

El hombre para en seco al escuchar tu ofrecimiento. Termina de dar la vuelta que estaba dándo antes de volver a ponerse frente a ti, levantando la cabeza de forma altiva, elevando unos milímetros una de sus cejas y manteniéndola así mientras te mira de arriba a abajo. Antes de empezar a hablar, le dedica una mirada de sospecha al detective tras de ti, pero si hubiera algo que haya visto, no te lo da a entener. Suelta una leve carcajada antes de volver a poner la mirada en ti. 

-¿Está ofreciéndome una celda de las de arriba, doctor? -Baja la cabeza, adquiriendo una postura amenazante. -¿Sólo por hablar? -Se vuelve a reir, con una carcajada contenida. Se moja los labios antes de terminar de hablar. -Bien, loquero. Sáqueme de esta mierda de estancia, quítame el collar de castigo y la camisa de fuerza. -Vuelve a mirar a Abberline, lo que hace que se ensanche su sonrisa. -Oh... y hablaré. Hablaré, loquero. 

Empieza a reírse, con una sonrisa algo macabra y desencajada. No deja de mirarte, y aunque se le nota que reírse de esa forma le hace daño, no para durante un buen rato.

-¡Vuela, vuela mariposa! -Contiene la carcajada. -¡Tienes mucho trabajo por delante, antes de que volvamos a hablar!

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24/05/2019, 13:58
Mortimer Vane

Me mantuve impertérrito incluso a pesar de las carcajadas dementes que me regalaba el sujeto. Lo cierto era que si tuviera que sentirme impresionado cada vez que un alienado se reía como si hubiera perdido el juicio no habría durado ni dos días en el hospital. A esas alturas ya estaba curado de espanto en cuanto a risas histéricas y gritos desesperados se refería. 

Esperé un par de segundos después de sus palabras, sólo para que no sintiese que tenía algún tipo de poder sobre mí, y luego le dediqué una tenue sonrisa.

—Ha sido un placer conocerlo, señor Gates. Espero que nuestra siguiente entrevista sea tanto o más fructífera. 

Seguramente el hombre pensaba que no me había dado nada y estaría orgulloso de su habilidad para torearme, pero lo cierto era que en esos escasos minutos ya había podido ver algún que otro detalle llamativo en él. 

Recogió con tranquilidad mi chaqueta y mi sombrero y me reuní con el detective, que sin duda estaría echando chispas. No me detuve a comprobarlo y esperé a estar al otro lado de la puerta antes de hablar con Abberline.

—Si trata a los hombres como animales, se portan como animales. No vamos a sacar nada de él mientras esté atado como un perro. Tan sólo ladridos y dentelladas. Trátenlo como a un ser humano y tal vez mañana pueda hablar con él. 

Me froté las sienes mientras empezaba a caminar hacia la salida. Todavía sentía la cabeza algo pesada y aún me quedaba lidiar con el detective.

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29/05/2019, 00:20
Detective Frederick Abberline

Sales de aquella celda, acompañado de cerca por el Detective Abberline, el cual no abre la boca en ningún momento pese a que su expresión es la de un hombre que necesita soltar un buen par de gritos. A medida que os alejáis, la risa estridente del soldad, conocido como Benjamin Gates, resuena por toda la sala, haciendo que tanto vosotros, como aquellos lastimosos presos que no han dejado de berrear en todo momento, se giren para mirar la celda de donde habéis salido. El silencio que le sigue se vuelve tan espeso que puedes notar como se te agarra a la piel, haciendo que te brote un sudor frío a lo largo de la espalda. Si los lloros o las súplicas de aquellos inadaptados se metían en la cabeza, el silencio de aquel lugar es peor que una losa oprimiendo el pecho. 

Subir las escaleras hacia los calabozos convencionales se antoja un lujo, algo deprimente pero que no deja de ser cierto. Abberline cierra la puerta tras de si y bufa contrariado, como primer aviso de lo que está por venir, no es hasta que llegáiso fuera de los calabozos, ya en la planta de las oficinas, cuando el detective llama tu atención, hablando más rápido de lo normal, mostrando su desesperación y su nerviosismo. Obviamente algo no le ha gustado y, pese a toda la educación de la que puede llegar a hacer gala, no puede contenerse. 

-Doctor Vane. -Te hace girar para encararle mientras adopta una postura digna. -No puede hacer promesas que no sea capaz de cumplir. -Pierde el porte altivo, para empezar a gesticular apasionadamente. -Creo que fuí suficientemente claro cuando le dije los motivos por los que se encuentra en tal lugar. ¡Es soberanamente imposible meterlo en celdas de presos comunes! ¡Los tiene a todos amenazados! -Se enjuaga el rostro con la mano. -¡Casi apuñala a dos presos nada más dejarlo en la celda con un trozo de madera arrancado de las tablas de los camastros! -Señala hacia la puerta de los calabozos comunes mientras te habla. 

Tras un breve intercambio de palabras con él, éste te pide que le acompañes, quiere presentarte a alguien. Al parecer ha visto a alguna persona que cree que podría ser de tu interés conocer en estos momentos. Te hace señas para que le sigas, guiándote hasta la mesa de un alguacil, que se encuentra acompañado de alguien a quién conoces muy bien. 

Notas de juego

Aquí acaba tu andadura en solitario. He puesto lo del intercambio de palabras porque tampoco va a ser una conversación larga, dado lo que dije en la escena compartida. Seguimos allí.