Partida Rol por web

Los Pilares de la Eternidad

El Viejo Código.

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06/05/2017, 10:21

—¿Apostarás? —Hakker soltó una risilla amistosa —. El pescuezo, muchacho, eso es lo que te juegas. ¿Sabes porque hay tan pocos diplomáticos en el Imperio? Dos motivos —elevó la mano sacudiendo dos dedos con pasmosa alegría —. El primero, nadie cree que las palabras tengan poder. Salvo los poetas. Y esos no salen de sus buhardillas. La segunda es que es una misión suicida la mayoría de las veces. Ya los sabía ¿No? El diplomático atraviesa las líneas enemiga, hace una proposición, el rey de turno, o noble, o señor de la guerra, se siente ofendido y no contento con rechazar la oferta decide enviar a modo de mensaje la cabeza del diplomático en una caja, o su mano derecha, o sus pelotas. Si, claro que apuestas alto —Hakker sonrió una vez más.
No era blanco como un paladín, tampoco oscuro como un ladrón. Había grises en él, su único delito era pensar, poseer una mente más iluminada que la de un labriego y ciertos pensamientos novedosos y revolucionados. También, como la realidad que les tocaba vivir, era un hombre crudo. Sir Garic le hizo una petición.
—No pienso hacer eso —se ofendió —. Los nobles siempre queréis algo a parte de lo que, en apariencia, deseáis conseguir. ¿Y qué te ayudará la información que consiga? ¿Eh? Dime. Poder, un lío de faldas, un aliado para tu otra causa secreta. Todos los nobles sois iguales, siempre con vuestras intrigas —hizo un mohín de desagrado, se disponía a darse media vuelta. Se detuvo, debió recordar algo, quizás una o dos de las frases que habían compartido por el camino. Cuando Sir Garic le había hablado de su hogar o de las tierras del Norte, allí no prejuicios, sino un juicio justo. Hakker no le habló de su hogar. “El mundo es mi hogar”, había dicho. Puede que fuera motivo suficiente.
La paz... Está bien, intentaré informarme. Pero no creo que vaya a tener mucha libertad ahí dentro.
Señaló al castillo; la enorme mole de piedra antigua simulaba una bestia de enormes fauces dispuesta a triturarles.
—Tranquilo, siempre llevo uno o dos trucos debajo de la manga para salir de paso.

—Yo no soy nadie, Sir Garic —respondió Dilet cuando el caballero le habló sobre su autoridad —. Buscaré un escribiente*. No hay muchos, pero alguno debe haber en medio de todo este jaleo —Dilet miró con sus ojos claros alrededor, los pendones hondeaban, los caballos relinchaban en la lejanía, el sol se estaba poniendo y arrancaba destellos en las espadas, las lanzas y las armaduras que, por hoy, dormían.
Hakker rechazó la armadura, no se sentiría cómodo. Pidió un par de cuchillos. No dagas, cuchillos. No habría problemas con los caballos o el equipo del caballero. Dilet lo apuntó todo y prometió tenerlo todo preparado para el alba.
—Una cosa más —añadió Hakker —. A mi amigo se le ha olvidado, pero yo se lo recuerdo —se acercó un poco más, una confianza que a Dilet no le gustó —. Queremos algo de compañía femenina, mañana podríamos estar muertos. Esta puede ser nuestra última noche y…
—Más le valdría dormir esta noche —espetó Dilet, su voz tembló ligeramente, turbada, afectada por la proposición. Saludó de forma marcial y les dejó solos.
—¿Pero qué he dicho? —se quejó Hakker —. Es demasiado remilgado. Será un hacha abriéndose paso por mitad del bosque pero creo que debe de ser virgen. O, ya sabes, un pajarillo —hizo un ademán afeminado —. Ahora que lo pienso, es muy recatado ¿No? ¿Recuerdas en el bosque? Ni siquiera orinaba con nosotros, se iba a donde no pudiéramos verle —soltó una risilla burlona —. El gran hombre del Imperio puede conseguir cualquier cosa; armas, caballos, pero no unas chicas de vida alegre. Y ese, amigo Garic —dijo palmeándole la espalda de forma cercana —, ese es el problema del mundo. Si quieres hacer la guerra cualquiera te tenderá una espada, pero nadie quiere ayudarte a hacer un poco de amor.

Sueños turbios coparon la noche del caballero. Rezó, pero de nada sirvió. Beryl nunca escuchaba. O fingía no hacerlo. Respecto a la Dama Blanca, estaba allí, eso lo sabía, pero sus palabras no llegaban. Había algo entre ellos. Una falta, una cortina de agua que volvía turbias las palabras. Estaba solo.

El amanecer. Una fría mañana despuntaba por un globo dorado que crecía y crecía. Varios hombres ayudaron a Sir Garic a colocarse la armadura que Dilet había elegido para él. No era nada rocambolesca. Las piezas de metal se solapaban unas con otras a la perfección. La habían sacado brillo para que pareciera lo más impresionante posible. También le entregaron un casco, el escudo y el resto de utensilios. A su lado, Hakker sonreía, como de costumbre. Bostezó y se rascó la barba de varios días. Su pelo revuelto, su mirada pícara, no encajaba en medio de aquel campo de orden y disciplina.
Junto a Dilet había un hombre con ropas de sargento, un pesado hacha en el cinto y el rostro cargado de cicatrices. Que fuera calvo, y que su cabeza estuviera llena de cortes, no ayudaba a mitigar la sensación pendenciera que exudaba el hombre. Sus ojos eran fríos témpanos.
—El sargento Pike, señores. El único escribiente que he podido encontrar. Dará fe de todo lo que logremos ahí dentro —indicó Dilet.
Pike saludó de forma seca. A su espalda llevaba una pequeña cajita de madera donde se encontraba la tinta, los pergaminos y los sellos oficiales del rey. Hakker le lanzó una mirada socarrona a Sir Garic.
—He visto tipos con mejor pinta en la penitenciaria.
Los caballos estaban esperando. Cuatro briosos corceles, jóvenes y mansos, que se dejaron cabalgar sin problemas. Partieron con las primeras luces. Dejaron atrás el campamento. Hakker iba el primero, en sus manos portaba un asta de lanza al que había atado una sábana blanca, enorme. Habían pretendido darle una bandera, él se había negado. “Si voy a enfrentarme a una fortaleza con un pedazo de tela quiero que sea la más grande posible”, había dicho.
Sir Garic le seguía, el trote era agradable. Sentía el peso de la armadura, de su espada, el aliento del animal, el sol elevándose a su espalda, la escarcha deshaciéndose en los hierbajos del camino. Era como estar en casa. Solo que estaba muy lejos de ella.
Detrás, Dilet, ataviado como un paje, y el sargento Pike. Ambos silenciosos.
Menos de media hora. El castillo se mostró ante ellos. Una fortificación antigua, de tiempos remotos, cuando se servía pleitesía a un emperador y no a un rey. Saeteras, cuatro grandes torres en su fachada principal, un portón que resistiría el envite de cualquier ariete, un foso de aguas negras y soldados, decenas de ellos, tras las almenas, escondidos tras las rendijas de la roca. El sol quedó oculto tras la fortaleza dejando al cuarteto a su sombra. Una vaga sensación recorrió la espina dorsal del caballero, ya no estaban en territorio amigo.
Hakker se adelantó moviendo la bandera de un lado a otro, llegando hasta la orilla del foso. No había puente levadizo. Nadie le habló. Tampoco le atacaron. Miró atrás, preguntando con la mirada. Dilet le hizo un gesto hosco que significaba adelante. Hakker se encogió de hombros.
—¡Ah del castillo! ¡O abrid la puerta! ¡O que lo que se diga en estos casos! —alzó la voz —. ¡La comitiva de paz de Sir Garic llama a las puertras de Ulklhan! ¡Queremos parlamentar con…el joven emperador!
Siguió agitando la bandera. Los soldados no se movieron.

Notas de juego

*Una especie de notario. Pueden crear documentos oficiales que, de ser firmados, serán válidos en todo el Imperio. Es una carrera costosa y ardua y no hay muchos que se dediquen a ella.

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08/05/2017, 14:53
Sir Garic Dunnor

Las murallas de Uklhan se le antojaban a Garic frías, duras, siniestras. Allí, incómodo en la silla de montar, pensaba en lo difícil que había resultado mantener la rectitud en su periplo desde que abandonara su hogar. Enumeró sus faltas, la mentira de gritar fuego allá en el Norte, el hecho de haber liberado a un nigromante sin comprobación alguna de su culpabilidad, su intención de destruir el bosque allá en el sur, y el haber perdido el favor de un ser superior, que había depositado dones y esperanzas en él. Y yacer con Sepphora, si bien había actuado acorde a su corazón, había sido un acto de egoísmo, ahora lo entendía. Además, había hecho un voto de castidad, y lo había roto. 

Lo habían llamado paladín. El rango le quedaba demasiado grande. Recordaba la amargura de Sir Hughes, un recio y aún noble caballero, sin duda golpeado por las viscisitudes de esa vida por demasiado tiempo. O el mismo Scoope, que había abandonado el camino del Código por encontrarlo impracticable en los tiempos que tocaba vivir. Era difícil dar un paso hacia lo correcto sin comprometer sus creencias. Y ahora estaba a las mismas puertas de lo que podía ser su muerte, arrastrando al menos a un inocente con él. Pero mientras contara con aliento, al menos sería un buen caballero, la mejor versión de si mismo que pudiera.

- Hakker -lo llamó. Si abren las puertas, regresa al campamento y esperame allí por favor. Se dio cuenta de que la presencia del hombre no hacía falta y podía cumplir su palabra de la misma forma aunque no lo acompañara. Se dio cuenta de que estaba cometiendo otro error. Ya te han visto conmigo. No te harán combatir, al menos hasta mi regreso.

Antes, cuando habían hablado solos, había tomado nota de su ofensa. - Olvídalo -le había contestado. Tienes razón, no tengo derecho a pedirte nada. Mantendré mi palabra y si está en mi mano te liberaré. Entiendo que es tan pronto para confiar en mi como para mi confiar en ti y decirte los motivos. Lo acepto y tomo nota de mi error, te pido disculpas.

En cuanto a lo que había dicho de Dilet, le había respondido algo dubitativo.

- Pues creo que se ha ofendido ante tu pedido de mujeres porque también es una. O eso supongo -respondió. Observa las señales. No sería nada raro. Y si lo fuera, ¿que mas da? Y si no lo fuera, igual. Debe tener sus razones. Ahora, si quieres "hacer un poco de amor" deberías ir y ganarte el favor de alguien, no pedirla como si fuera una mercancía. Eres sabio, pero tú también tienes tus defectos, Hakker.

Sus ojos se enfocaron en el presente. En la posibilidad cierta de que si los ballesteros de las murallas decidían que era divertido podían ensartar a esos cuatro estúpidos que se habían puesto a tiro.

Esperó. Era su primera apuesta. Una de muchas, y cada una podía costarle la vida, como bien había puntualizado el hombre que lo acompañaba. Pero aún confiaba en el poder de la palabra. Esperaba no ser el único.

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12/05/2017, 06:24

Silencio, cortado únicamente por la tensión de las cuerdas de las ballestas, por un distante cuchicheo o una tos ronca. Hakker miró atrás, a Sir Garic, a Dilet. Se encogió de hombros. Pike masculló una maldición.
—¡Eh! ¡Los del castillo! ¡Sir Garic Dunnor, caballero de su majestad, tiene una propuesta de paz! ¡De paz!
—elevó la voz hasta que se desgañitó —. Idiotas, ni que quisieran morir ahogados en su propia sangre —masculló, dolido.
—¿Quiénes sois los demás? —rugió una voz desde arriba.
—¡Yo soy…Hakker! —dijo, dudando.
—¡Tu rango, imbécil!
Hakker sonrió, volvió a mirar atrás. Dilet se adelantó, estaba encendido. Le arrojó una mirada reprobatoria a Hakker, quien enmudeció. A Garic le tocaría soportar otra a su vuelta.
—¡El caballero Sir Garic! ¡Su escudero! ¡Su abanderado! ¡Y un escribiente!
Y con el mismo paso encendido retrocedió hasta situarse a la altura de Sir Garic. Se escucharon voces arriba, órdenes militares. En pocos minutos los impresionantes portones de la fortaleza de Ulkhan se estaban abriendo…solo una rendija, lo justo para que pasase un hombre. Por la rendija pudieron vislumbrar varias filas de soldados, incluso caballería al fondo, esperando ser desatados. Los seguidores del emperador no se andaban con chiquitas.
Dos soldados de la infantería se desligaron de su formación y salieron al exterior. Tras ellos, varios ballesteros se desparramaron por delante de los gruesos portones de la fortaleza; las armas prestas, las miradas encendidas clavadas en ellos. Hakker retrocedió poco a poco, nada convencido. Los dos soldados llevaban un largo tablón consigo, el cual colocaron sobre el foso no sin dificultad. El tablón era estrecho y dada su longitud, se combaba ligeramente hacia abajo.
Un último hombre apareció por el portón. Iba engalanado con ropajes caros, en blanco y dorado, un uniforme militar que demostraba su rango y su noble linaje. Su pelo era corto y con bucles que caían sobre su frente. Su cabeza se estrechaba en la punta dándole un aspecto casi ridículo. Un grueso bigote descansaba debajo de su nariz, desafiante, arcaico. Debía rondar los cuarenta.
—El hijo mayor de Gregori III Ukhlan, Sergei Ukhlan, un gran honor sin duda —le chivó Dilet desde un lado.
—El emperador acepta parlamentar. En el interior de la fortaleza, por supuesto. Y dado que son cuatro, cuatro serán los hombres con los que hablaran —elevó el tono Sergei, digno, apasionado, cortado por el mismo patrón que todos sus antepasados.
Su familia llevaba al servicio de los emperadores desde casi el principio de la existencia de estos. Era una familia antigua y de gran poder. Trataban bien a sus súbditos, incluidos campesinos y soldados. Sus primeros choques con el rey del Imperio habían llegado cuando el Rey Julian había aceptado el libre tránsito de viajeros de otros reinos y países por el Imperio, así, no era raro ver a orientales, negros e incluso moriscos caminando por el Imperio. Shapire mismo era un hervidero de razas, costumbres y religiones donde todos eran bienvenidos. La familia Ukhlan era más conservadora, creía que muchas de esas personas solo traerían mestizaje para la pureza de sangre de su gente o confusión con sus ideas nuevas sobre filosofía.
—Pueden pasar por el tablón, uno a uno. No les haremos daño siempre que se mantengan las normas de cortesía. Por supuesto, deben dejar atrás todo tipo de armamento. Si respetan nuestras normas podrán volver a la seguridad de su campamento una vez hayamos parlamentado.
Hakker se rascó la cabeza.
—¿Tengo que llevar la bandera también? —Dilet negó con la cabeza y luego arrojó una profunda mirada sobre Garic, una que lo hubiera enterrado allí mismo. “¿Por qué tenía que venir él?”. Hakker no se había marchado. Entendió el enfado de Dilet como una afirmación a su pregunta, así que clavó la bandera en el suelo. También dejó allí sus cuchillos.
—¿El abanderado va primero o como…? —decía Hakker, no iba a dejar a Sir Garic solo. Como le había dicho “ Vas a necesitarme, lo sé”.
—Si entramos desarmados podrán hacer con nosotros no lo que quieran —susurró Dilet —. Aunque si vamos a entrar tampoco tendríamos ninguna posibilidad llevando nuestras armas.

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15/05/2017, 14:58
Sir Garic Dunnor

- ¿Así que eres mi escudero, Dilet? 

Se lo había dicho en tono reprobatorio, luego de una dura mirada, pero en voz baja.

- No sé si conoces el Viejo Código, pero no me lo tomo a la ligera. No mentiré, aunque tampoco diré nada más. Si empezamos con mentiras vamos mal.

No estaba enojado, establecía una pauta de conducta. Apreciaba el hecho de que si no fuera por él no hubiese tenido la posibilidad de estar tan cerca de lo que pretendía, pero no aceptaba las cosas a cualquier precio. Para él, era el camino del honor, o no era nada. Ya había cometido suficientes faltas en muy poco tiempo.

Asintió cuando le informó quien era Sergei Uklhan. Descabalgó y escuchó las demandas de ingresar desarmados. Se quitó la espada del cinto y la dejó atada en el caballo, que suponía se quedaría allí. Hizo lo mismo con la daga, y dejó el escudo en el suelo, junto a los cuchillos de Hakker. Sólo llevó un morral con los pergaminos escritos, algunos en blanco, la tinta y la pluma que había pedido. No tendría problemas si lo revisaban, no llevaba nada más.

"Cuatro personas para parlamentar con otras cuatro". Garic sospechaba entre los que conocía, quienes podían ser aquellos cuatro. Al menos uno era el joven emperador. Su pronóstico incluía a Von Bismark, por supuesto, y luego sospechaba de otras presencias. No descartaba a Nikosdros. La información de Dilet podía estar errada. Otro que podía estar allí era Heistrich. Garic sabía que el nigromante había colaborado con Perseus en otra ocasión, y por ello podía haber buscado cobijo en Uklhan. Otra opción era el heredero Conroy, Zachariah, que había tenido el disgusto de conocer en el Norte. Y también estaba el dueño de la fortaleza, Lord Uklhan. En principio todos aquellos eran esperables.

Garic respondió a la pregunta de Hakker con una palmada amistosa en el hombro. En aquel gesto había un agradecimiento por haberse quedado, y esperaba que lo entendiera así. 

- Yo iré primero -le dijo. No creía que hubiese peligro, pero el responsable era él. Cruzó el tablón con paso firme, con seguridad. Se dejó conducir donde lo llevaran. Ahora sólo tenía la palabra como arma. 

Sabía que se adentraba en una fortaleza de la que pudiera no salir más. Como preveía, no le faltaban posibles enemigos dentro, y el joven caballero había apostado todas sus fichas a una posibilidad: Que el joven Devine fuera digno hijo de su padre.