Partida Rol por web

Sin inconveniente llegaron a la arena seguidos por una comitiva de un gran numero de romanos, los cuales irian a sentarse en las gradas quedaban una vista amplia a la arena. Mientras las gladiadoras irian a la parte de tierra, donde por ahora solo se encontraban unos sirvientes de la casa frente a una mesa.

La mesa de madera tenia en ella armas reales de todo tipo y escudos. Al parecer se les daba una eleccion sobre que su arma, todas armas de cuerpo a cuerpo aunque alguna de las lanzas podrian tirarlas. Por si acso tambien notaban guardias si bien no cerca de ella, cerca de los romanos por si a alguna se le ocurria una idea tonta.

Otros que podrian ingresar al campo serian el Doctore y el Sacerdote. Por lo demas la familia del LUdus fue a las gradas, mientras los exclavos restantes quedaron en un rincon parados.

Toma un lugar en donde tenga buena visión del campo de batalla, preferentemente cerca de Camilia y su amigo el Senador.

Adonia llego en silencio y agarro rápidamente una espada y un escudo pequeño. Prefería tener cierta movilidad y agilidad, y los escudos más grandes aunque podía cargarlos le parecían excesivamente pesados. 

Se fue a una "esquina" de la arena y miro a las gradas. Absorta en sus pensamientos. Había venido a Roma por estar en un lugar así. Y sin embargo, aquella noche estaba especialmente intranquila, y no era por nervios. Era por puro odio. 

Tras las duras palabras intercambiadas con Soenya, Livia aún estaba algo atribulada, procuraba no mirar a la germana, parecía tratar de evadirse de todo lo ocurrido en la fiesta. Aunque no dejaba de pensar que si aún habían gozado de cierto respeto a la espera de éste momento...¿que no les pasaría después? Recibieran o no la marca de Marte, todas seguían siendo esclavas. Sacude la cabeza para dejar esa preocupación a un lado, no era el momento.

Se sorprende en cierta medida al comprobar que las armas presentadas eran de verdad esta vez. Esto sólo podía implicar que como mínimo, hoy se derramaria sangre en la arena. Como mínimo.

La romana no se lo piensa mucho, inspirada por el fervor religioso, Octavia toma una lanza larga entre las manos, sin escudo ni otras protecciones. No pierde el tiempo y se aparta de la mesa en cuánto tiene lo que busca y ocupa su lugar en la arena, de cara a la familia de ludus, esperando sus instrucciones en absoluto silencio.

Acompañé a las demás hasta la arena, había cierta tensión en el ambiente... Por fin llegaba el momento de "la marca" y esperaba que la prueba fuera sencilla, que fuera más expectación que realidad. Los romanos tenían fama de montar circos y espectáculos demasiado llamativos pero luego perdía esplendor en la puesta en práctica.

Nada que ver con mi pueblo egipcio, donde los desfiles y la escenificación iba a juego con todo lo demás. Y quien dudase tenía ahí las pirámides - parece que hoy va a ser un gran día.

Pisé la arena varias veces para asentarme sobre ella - el desierto me acompaña adonde quiera que vaya.

Miró a su esclavo, todavía completamente desnudo

- Marcus, traémela... - un cabeceo hacia la egipcia - tenemos el sagrado deber de mostrarle cual es su lugar - una suave sonrisa asomaba a los labios del viejo Lupus mientras se dirigía hacia las gradas asumiendo que su esclavo sabría cumplir debidamente con su cometido

La germana había vuelto a ponerse la falsa armadura que les habían dado, se acercó hasta las armas y cogió una espada y una daga (pugio).

Su expresión era fría, dura e intimidante. Especialmente cuando la egipcia habló, dirigiéndole una mirada cargada de ira y desprecio pues sus palabras no eran más que habladurías y despreciaba todo lo acontecido en el día de hoy. Solamente la griega se libraba de su mirada de desprecio.

Una vez coge las armas se coloca en el lugar, pero en vez de mirar a las gradas parece mirar al infinito mientras quienes estén a su lado escuchan un murmullo en su lengua, quizás un rezo, quizás una maldición... Fuera lo que fuera sonaban palabras llenas de convicción, las palabras de alguien dispuesta a morir. 

Me acerque a la arena para bendecirla. -En este dia Marte os mira, desde lo alto en el olimpo, desde el fondo de vuestros corazones, desde los ojos de cada uno de sus fieles. Que vuestros aceros danzen al viento, vuestros escudos estallen en astillas, vuestros corazones golpeen en vuestro pecho. Esto no es un espectaculo, entrareis aqui como simples guerreras y las que ganen saldran como hijas de Marte. digo.

-No hay compasion en la arena, no hay rendicion, ni debilidad solo los mas fuertes sobreviven. QUe la lanza de Marte os guie en la batalla.-digo levantando la vara terminando la bendicion.

Y voy a mi sitio

Marcus asintió ante el pedido de su amo y como tantas veces lo había hecho durante cinco años, pisó la arena. Por un instante le pareció escuchar el fragor de la multitud y voces fantasmales coreando su nombre, y por un momento su paso fue más firme, orgulloso, como el de un Dios que desfilara para su clero. 

Fueron diez pasos lo que le llevó a Marcus alcanzar a la Egipcia, y por ese breve lapso de espacio y tiempo los que lo miraron pudieron ver su gloria pasada.

Cómo si de una muñeca se tratase, el hombre se agachó y cargó a Sekmeth sobre su hombro, y cuando volvió a pararse era nuevamente el esclavo del Lupus, aún orgulloso, pero sin el brillo de un gladiador. - Este no es tu lugar egipcia, al menos no por ahora, y ya no es el mío. El Lupus te enseñará a comportarte.

Con esas palabras se dió la vuelta y se dirigió a las gradas, ubicando el lugar donde su amo los esperaba, y caminó con paso firme hacia allí sin quitar la vista de su meta. - Señor, espero sus órdenes - dijo dejando a la esclava de pie frente a Titus.

Fueron los guardias quienes trajeron a los rivales de las gladiadoras, poniendolo uno a otro enfrente de ellas. Rapido se les dijo que digan que armas usarian y estos miraron las armas puestas en la mesa. Con un latin de mierda en la mayoria pidieron las armas, el unico que hablaba bien tenia una cruz de madera en su pecho.

Frente a Adonia se aparecio un sujeto extraño, todo pintado con una tintura en el cuerpo entero. Una que parecia casi ceniza o pintura para las casas, de cualquier forma eso lo hacia destacar entre los tres. Usaba una lanza en su mano sin escudo.

Frente a Livia se paro un hombre con barba iregular y un cabello largo. Como antes se notaba que hablaba bien latin, aunque su cruz atada en su cuello lo hacia miembro de esa herejia judia que estaba empezado a tener fuerza en medio oriente. Eligio una espada curva y un escudo mediano. 

Por ultimo frente a Soneya se encontraba un hombre vestido con ropas que no te eran muy desconocias, eran ropas abrigadas que en este clima lo debian estar matando. Pero igualmente tal vez por orgullo o otra cosa las seguia usando. Fue a buscar una hacha grande como arma.

A pesar que ambos grupos ya estaban armados y las armas bendecidas por el sacerdote, la pelea no comenzo. Fue en ese instante que Camilia se levanto de su lugar sonriendo a todos los cercanos a ella.

"Ha llegado la hora del combate por la marca, frente a nuestras gladiadoras se encuentran criminales que a pesar que el imperio les ha dado una segunda oportunidad continuan rompiendo sus leyes y agravandonos." dijo elevando su voz. "Un par de ellos son barbaros del norte. Uno de tierras bien al norte en la islas de britannia, si donde los hombres se maquillan de esa forma para ir a la guerra y por otro lado un galo que no ha sabido como adaptarse, que ha querido asesinar a su patricio que ha abusado de la pobre mujer de este." sentencio ganando de parte de la audiencia abucheos para el galo.

"El otro es un hombre venido del sur, supuestamente un hombre paz. Pero ahi lo ven tomando su arma. Eso es raro en un cristiano, generalmente llloran y se dejan comer por los leones." dice causando la risa de los nobles romanos.

"Estos tres hombres se le ha ofrecido su libertad si ganan este combate, incluso si desean podran profanar a las mujeres frente a ellos." comento dandole una mirada significativa al Doctore. "Doctore. Inicia esta pelea."

Livia permanece en posición de tensa espera, la lanza en su mano derecha con la punta de acero señalando al cielo, brillando el metal a la luz del dios Apolo. La romana no mutó su gesto ni su postura cuando sus enemigos fueron presentados, aunque en su interior lanza un suspiro de alivio, al ver que sus temores no habían sido confirmados. 

Uno por uno, Octavia examina a sus rivales, sin abrir la boca ante las palabras de la domina, tal espectáculo y pompa no le era desconocido aunque nunca se imaginó ser una protagonista de tal evento. Su corazón se acelera, su respiración se agita aunque logra contenerla para que no se note.

No tenía miedo...pero la garra de los nervios le atenazaron el estomago de la misma manera que lo había hecho aquella noche. Aprieta la madera de la lanza en la mano y sacude la cabeza. 

no...nada tiene que ver esto con aquello.

Livia logra centrarse y en sus cabeza empieza a pasar todo su entrenamiento. Vuelve a mirar a su rivales, no sus caras, eso no era importante, si no sus armas. Sólo había una opción. Busca la mirada de la griega con la suya y hace un significativo gesto con la cabeza, con la barbilla señala al tipo que debía enfrentarse a ella y luego hace un gesto con el pulgar señalándose a sí misma. Luego vuelve la vista a Adonia, esperando que haya captado su mensaje. Finalmente mira a Soenya y asiente con la cabeza en su dirección. Era su manera de decir "puedes contar conmigo" aunque ignoraba si la germana lo entendería o más bien, si acaso deseaba entenderlo.

Con un gesto de mano sencillo indicó a su esclavo que esperaran junto a él, mientras observaba intrigado la elección de armas de los que lucharían en la arena. Luego si volvería su atención a Marcus....

Miró a la egipcia y bajó su tono de voz para no molestar a los romanos que observaban el espectáculo

- Un esclavo solo debe recibir placer cuando lo merece, debe cumplir las órdenes como le son dadas... debías dedicarte al placer de Marcus y lo harás hasta que su semilla se derrame entre tus labios y sobre tus pechos, sin que se te ocurra volver a tocarte ni para provocar a los que quieran observarte. Obedece como una buena esclava y vivirás como una esclava, en tu lugar. Si insistes en tu falta de sensatez, aunque para ello tenga que comprarte, tienes mi palabra de que te serviré a los perros como cena... no me faltarás al respeto de esa forma de nuevo. 

Luego se volvió hacia Marcus

- Esa bárbara no merecía gozar de tus atenciones, pero no hay motivo para castigarte a ti también - pragmático, quizá incluso considerando a la egipcia demasiado indigna como para que le tocara a él o quizá por algún otro motivo que solo su propio esclavo imaginaría

Miró a su rival sin mostrar mucha más intencionalidad pues a los pocos segundos volvió a la atención a las armas que portaba, preparando su postura para sopesar y analizar a su rival.

No le pasaron desapercibidas las señales de la romana pero no entendía qué quería decir, se notaba que no tenía conocimiento de las batallas de verdad... Lástima.

Bien, si llegaba su hora al menos terminaría el día bebiendo hidromiel en el Valhalla... 

-Guerreras, tomad posiciones...

Miró a las mujeres, sacando su latigo de la cintura, listo para hacerlo chasquear, miró que todas estuvieran en sus lugares antes de hacerlo chasquear.

-COMIENCEN

Sintió que su voz se volvía atronadora , cómo un trueno en la noche, esperando que las mujeres demuestren de que están hechas.

Rapido empezo el combate tras el grito del Doctore. Pero no fueron las mujeres las primeras en moverse, el sujeto cubierto en cenizas fue tras su contrincante en este caso la griega y dio un lanzazo en su direccion. Al parecer tiraria todo en ese golpe ignorando la posible defenza ante un contrataque.

No hubo tiempo de saber si la griega le había entendido, pues el doctore dio la señal y el tipo pintado arremetió con gran violencia. Livia sacude la cabeza, mira fijamente al cristiano y arremete, buscando dejarlo fuera de combate lo antes posible.

Primero trata de hacer caer a su oponente haciendo un giro sobre sus pies, la punta de la lanza barre el suelo con el objetivo de golpear los tobillos de su adversario y, en todo caso, tanto si lo derribaba como si no, Livia, con la inercia de su vuelta, traza una precisa lanzada dirigida al brazo del cristiano, buscando lastimarle el brazo del arma.

El cristiano esquiva casi de suerte el ataque de ella dando un salto en el ultimo momento y luego se adelanta rapidamente para pegarle un espadazo a lo que alcance este con su espada, ya sea el brazo mas adelantado de ella o su cuerpo. Pero lamentablemente su punteria no fue la mejor y con solo retirarse un poco la romana no sufrio daño.

El salvaje había venido hasta mí y me había separado de mis compañeras con el fin de llevarme ante la presencia del viejo, todo ello con el beneplácito y hasta la bendición de la Domina. Sólo por ésto último hizo que le permitiera cogerme y presentarme al viejo al que llaman Lupus. 

Incliné la cabeza para no presentar ningún gesto insolente al viejo, ya había visto que tenía unos modales demasiado altivos y prepotentes. Escuché con atención su advertencia y su orden: dar placer a su esclavo hasta satisfacerlo - como mandéis, Señor.

Me acerqué al salvaje, al que anteriormente ya le había quitado su calzón para nuevamente tocar su espalda, acariciar sus brazos poderosos y tras mover mis manos hacia su torso, empecé a acariciar éste mientras me colocaba lentamente entre sus piernas. Del mismo modo que mis manos acariciaban su pecho erguido y musculado, mis labios junto con mi lengua recorrían senderos de su piel descendiendo lentamente.

Decidí arrodillarme ante él cuando mis caricias descendían lo suficiente - ¿Marcus? - mis manos empezaron a jugar en las inmediaciones de su sexo, acariciando sus muslos y la parte interna de sus poderosas piernas, para acto seguido empezar a masajear su miembro con movimientos de mis manos hacia mí y hacia su cuerpo, retirando hacia atrás aquella piel tan fina que cubría su sexo - ¿así bien o más... rápido? - el viejo me había dado una orden pero no había concretado el tiempo para cumplirla y eso me otorgaba el poder para decidir cuándo y de qué manera.

Acerqué su miembro creciente a mis pechos, y con aquella piel desnuda acaricié la punta de mis pezones esperando provocar alguna reacción en el salvaje. A la vez acariciaba con otra de mis manos la parte baja de sus miembros, jugando suave y delicadamente con aquella especie de pelotitas que había por debajo de la piel. Aunque aquella mano tan pronto jugaba con ellas como deslizaba un par de dedos un poco más allá buscando provocar sensaciones apenas exploradas en el gran hombre - ¿os molesta? - seguí acariciando las profundidades escondidas bajo su miembro ahora que ya tenía una proporción bastante considerable.