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Mídriel era el segundo de los cuatro hijos que tuvieron los gobernantes del bosque Mierani. Nerdanel la Sabia, era una anciana respetada en la zona y todos esperaban grandes cosas de su hija mayor, Míriel, doce años mayor que Mídriel. Él la admiraba, todos lo hacían, pues era tan valiente como inteligente y en cuanto tuvo edad suficiente se puso al frente del ejército del bosque. Desde su nacimiento la habían preparado para gobernar, lo cual dejaba libertad a sus hermanos menores, que podían dedicar todo su tiempo a lo que cada uno de ellos prefiriese.
En el caso de Mídriel, que había crecido sobreprotegido por su hermana mayor y cómodo en su sombra, él perdía las horas en la contemplación de los humanos de un poblado cercano. Estudiaba su comportamiento, su idioma y sus costumbres. Le fascinaban. El exotismo de la belleza de sus mujeres llenaba sus fantasías en la adolescencia y la velocidad con que envejecían apenaba algo en su corazón. Habría sido una vergüenza para su familia si no hubiera estado allí Míriel para capturar las miradas de todos sobre ella.
El siguiente de sus hermanos, Aimgor, se pasaba el día con la nariz metida entre libros y pergaminos. Tanto él como Mídriel habían recibido una buena educación, pero mientras que el segundo prefería el estudio basado en la observación de su entorno, Aimgor gustaba de la lectura de saberes antiguos. Nadie esperaba demasiado de él, así que no encontró impedimentos para dejar de lado el entrenamiento de combate y dedicarse al estudio.
La menor, Dírdrel, era apenas una niña cuando Mídriel abandonó el bosque, pero en sus primeros años ya había manifestado un fuerte interés por la música y las historias. El oficio de bardo parecía una buena ocupación para un hijo menor, sobre todo si tenía tres hermanos que se ocuparían de la familia, así que nadie se oponía a que se entretuviese educando su dulce voz o destrozase sus dedos con la lira.
Todo pintaba dicha en el horizonte. Míriel se había prometido con uno de sus generales, que era a su vez jefe de un clan importante en el bosque cuya sangre portaba magia, y todos en Mierani la consideraban ya su gobernante. Era respetada y amada, fuera y dentro de su familia.
Fue entonces cuando los golems atacaron. Estaban hechos de piedra y las flechas de los elfos poco daño les hacían. Míriel lideró el ejército en la batalla, que fue cruenta... Y la ganaron, pero también perdieron algo a cambio. La elfa murió combatiendo a manos del último orco del ejército enemigo que quedaba en pie y todo el bosque se vistió de luto por ella.
Mídriel aún tardó un tiempo en darse cuenta de que las miradas de todos se posaban sobre él. Sin Míriel para dirigir el bosque, el siguiente en la línea de sucesión era él, sus padres ya eran mayores y pronto llegaría el momento de que alguien tomase su lugar.
El elfo se vio superado. La pérdida de su hermana había sido un duro golpe para él, que había perdido al mismo tiempo a una amiga, una protectora y una gobernante. No se sentía preparado para sustituirla. Y cuando le comunicaron que debería casarse con Tharima, la hermana del general que se había prometido con Míriel, Mídriel no pudo soportarlo más. La política le superaba, no deseaba gobernar y nunca había sido educado para ello.
Escapó de noche, embozado como un criminal y con apenas una mochila para cargar sus pertenencias más valiosas y algunos víveres. Había decidido lanzarse a ver mundo, convertirse en un aventurero. Siempre había querido ver otras tierras y encontraba deleite en la idea de explorar lugares lejanos y dibujar sus mapas, para que después otros como su hermano pudieran estudiarlos.
Se sintió culpable los primeros días, pero no tardó en convencerse de que le darían por muerto y Aimgor tomaría su lugar. Él era un estudioso, sería un líder sabio para los elfos del bosque. Se justificó a sí mismo su cobardía hasta que se convenció con sus propios argumentos.
No llegó a viajar muy lejos, en realidad. Encontró una zona que le resultó agradable en Valisia. Allí encontró unas ruinas que atraparon su atención durante mucho tiempo y cuando se quiso dar cuenta un grupo de humanos estaban empezando a formar un poblado cerca de la cabaña que él se había construido en el bosque. Se dedicó a estudiarlos durante generaciones. Vivía en mayor medida de lo que el bosque le daba, pero también ofrecía sus servicios como guía y escolta. Conocía bien el bosque y sus peligros, aunque todavía no había visto todo el mundo que deseaba ver. Finalmente, también empezó a trabajar de tanto en cuando como vigía para los humanos y se llegó a sentir cómodo en el lugar.
Cuando encontró al semiorco en el bosque su primer impulso fue degollarlo. La herida por Míriel era lejana, pero aún escocía en momentos como aquel. Sin embargo, después de seguirlo y vigilarlo durante largo rato, llegó a concluir que aquel especímen era extrañamente inofensivo y eso despertó su curiosidad. Al final lo adoptó. No tuvo corazón para dejarlo en el bosque a merced de cualquier peligro al que no parecía tener inteligencia suficiente como para enfrentarse.
Sabía que hacían una pareja curiosa, que todo su clan se habría avergonzado de él de saber que vivía con un semiorco y suspiraba por una joven humana que llevaba poco tiempo siendo camarera en una taberna del pueblo y que para colmo de males había tratado de robarle una noche haciéndole perder un buen negocio por el camino... Pero le daba igual. Al fin y al cabo, su estancia en aquel lugar sólo era temporal. Cierto era que llevaba décadas allí, pero él estaba de paso, explorando el mundo.
Míriel:

Aimgor:

Dos propuestas para Dírdrel para que escojas, Mídriel no la ve desde que era una niña:

Tharima, la prometida:

Padres, ya ancianos cuando Mídriel se fue:
