Partida Rol por web

Tanto cuando los dos primeros salieron de la ducha como cuando lo hicieron los dos siguientes, se encontraron a sus vigilantes conversando mientras vigilaban ambos pasillos. Ya los cuatro juntos, un grupo mayor que los hacía sentirse más seguros, se reunieron en la sala de estar del piso superior, en espera de que los dos criados subiesen con el desayuno.

Eran aproximadamente las nueve de la mañana. El día lucía francamente mejor que el anterior. Ya no llovía, y en el cielo incluso se percibían algunos claros.

La sensación de higiene y de llevar ropa limpia, así como el saberse en un grupo de cuatro, los hizo sentirse mejor, más seguros y confiados.

El desayuno tardaba un poco en llegar. No en vano, estarían preparando comida para seis personas, todo ello mientras vigilaban que nada les sucediese, y mientras vigilaban a su propio compañero.

Estaba sentado en la sala, observando a mis tres acompañantes, y con el estómago comenzando a emitir rugidos pidiendo a gritos algo de comer. El desayuno estaba tardando un poco y yo empezaba a sentirme un poco holgazán. Los criados estaban preparando el desayuno para todos, y quizás no fuese justo por nuestra parte dejarles hacer todo el trabajo a ellos. A fin de cuentas, no estaban en su puesto de trabajo, sino atrapados en esta maldita isla como todos nosotros. Así que, con una voz más animada de lo que había estado en muchas horas, comenté a mis compañeros.

¿No deberíamos bajar a echarles una mano con el desayuno? Están preparando el de todos; creo que sería mñas educado por nuestra parte ir a ver si necesitan ayuda.

Y luego añadí:

Además, así estaremos todos juntos y no perderemos de vista a nadie... ya me entienden...

Mi estomago comenzaba a rugir como si uno de los leones de la feria en la que trabajaba se tratase. Si ya de manera habitual a estas horas solía estar con hambre, la tensión de la situación no hacía sino agravar mi gula. Tal era mi ansía que estaba planteándome comerme el desayuno crudo si no lo traían pronto cuando el cura dijo de bajar a ayudar a los criados.

Yo estoy de acuerdo con mister Hawthorne. Ahora que ya hemos terminado de asearnos creo cuanto más tiempo estemos juntos mejor y de paso además de ayudar y hacer que el desayuno llegue antes tal vez podamos picar algo.

Miro la sugerencia de ambos con ligera repugnancia.

No veo mal en bajar a reunirnos todo el grupo pero si me excusan yo no voy a cocinar nada. Siempre he tenido criados y desconozco hasta como hacer un huevo frito. Y admito que no es este precisamente el momento en que ansio aprender.

En verdad no es que no supiera cocinar pero es que odio ensuciarme. No hay cosa en el mundo que mas aborrezca que la suciedad. Solamente de pensar que al preparar algo se me manchase la ropa o que me salpicase las manos con alguno de los ingredientes me hacia sentir nauseas.

Vayamos pues, cuanto antes mpemos con la inspección de la casa mejor convinió Bartok, aunque no sabía si encontraría las fuerzas para comer nada

Viendo que todos parecíamos estar de acuerdo, me levanté y fui hacia la puerta.

Pues vamos entonces.

Cuando el grupo se disponía a ponerse en pie para dirigirse a la cocina, Bernard Marsh se llevó una mano al cuello. Su rostro se tornó azulado, y comenzó a emitir violentos gorgoteos. Al momento, cayó de rodillas al suelo, con visibles síntomas de asfixia.

Todos los presentes lo miraban sorprendidos y aterrorizados. Bernard no había bebido nada, no había comido nada aún, ni siquiera estaba tocando nada. Solamente estaba sentado, en esos instantes poniéndose en pie, cuando todo comenzó.

Tras unos segundos de confusión, Bernard Marsh, el forense, se tumbó de espaldas en el suelo, mientras su rostro se congestionaba por momentos. Intentaba desesperadamente desabotonarse la corbata y el botón superior de la camisa, como en un desesperado intento por encontrar aire para respirar.

Todo ocurría muy deprisa. El señor Marsh estaba tan tranquilo, con su aire estirado de costumbre, cuando de pronto empezó a hacer aspavientos y se desplomó en el suelo, asustado y, aparentemente, a punto de asfixiarse. ¿Cómo era posible? Nadie había salido del cuarto, nadie había comido o bebido, ni siquiera nos hemos rozado los unos a los otros.

Sin embargo, no sentí miedo. Tal vez fuese por el susto al ocurrir tan de improviso, o a lo mejor es que ya me estaba volviendo insensible ante la visión del crimen y la muerte tras todo lo sucedido en esa isla hasta entonces, pero el caso es que no sentí nada. No sentí miedo, y tampoco me preocupaba demasiado la vida del señor Marsh. Sin embargo, en cuanto se tumbó en el suelo, acudí rápidamente a su lado y me agaché, ayudándolo inmediatamente a desatarse la corbata y desabrochar los primeros botones de su camisa, aunque creo que todos sabíamos, incluido el señor Marsh, que probablemente nada de lo que hiciésemos serviría para nada.

¡Tranquilo, intente relajarse! No se preocupe, estamos aquí con usted.

Intentaba hablarle calmadamente, para que no se alterase más. Si se calmase un poco, tal vez podría respirar mejor...

Sin embargo, mientras le deshacía el nudo de la corbata, daba vueltas al mismo asunto una y otra vez: nadie había entrado, nadie había salido. El asesino estaba en aquella sala en ese mismo momento, contemplando su obra.

Nada más verlo caer, y percatarte de sus síntomas de asfixia, no pudiste dejar de pensar que si no estaríais ante un caso de envenenamiento por estricnina.

La cara de Marsh cada vez está más congestionada. Cada vez le cuesta más respirar. Se lleva las manos a la garganta, en un esfuerzo desesperado por mostrar que tiene las vías respiratorias completamente obstruidas. Está pasando una auténtica agonía.

Empezaba a desesperarme ante la pasividad de los demás. ¿Es que nadie iba a ayudar a este hombre? De acuerdo en que ya era difícil que un ataque o una muerte nos sorprendiera, y puede que incluso nos estuviésemos volviendo un poco insensibles ante ellos, pero al menos yo no había llegado al punto de quedarme parado, de pie, mirando cómo alguien se asfixiaba delante de mis narices.

Pero yo no era médico, no tenía ni idea de qué hacer. Había desabrochado la corbata y los botones superiores de su camisa, intentando facilitarle la respiración, pero no  parecía haber servido de nada. Lo único que se me ocurría era intentar sentarlo y acercarlo a la ventana con el fin de que le diese el aire en la cara. Así que me levanté y abrí la ventana. Luego volví junto al señor Marsh y lo arrastré unos centímetros, acercándolo, y traté de incorporarlo.

Tranquilícese, no pasa nada, vamos, respire, tranquilícese... Seguí repitiendo una y otra vez palabras intentando calmarlo, aunque en el fondo sabía que no servía de nada. Casi inconscientemente lancé varias miradas a los demás, despectivas y que denotaban el reproche y la vergüenza que me estaba produciendo el ver que ninguno parecía tener la intención de hacer nada para ayudar.

El rostro de Bartok reflejaba pánico, no sabía demasiado bien como reaccionar, que hacer. En un primer momento un pensamiento bastante egoísta le cruzo por la cabeza y hubo un primer momento en que se quedó quieto, comprobando que él mismo estaba bien, cuando se convenció de que lo que fuera no le pasaría a él fue a por agua y volvió con una petaca llena de agua.

Quizá ayude a despejar la traquea o reducir inflamación-Explicó al cura, luego preguntó- ¿Tene anti inflamatorios? Puede tener la traquea inflamada y por eso no puede respirar - Aunque ya había decidido inspeccionar si el dr tenía un botiquín propio que lo pudiera ayudar.

Al ver los síntomas del señor Marsh no tuve la menor duda de que era lo que le pasaba. Poco o nada nos quedaba ya por hacer más que esperar a su muerte o aliviar su sufrimiento. Por mucho que el cura nos mirara con la misma cara con la que miraría a un niño que esta haciendo algo malo el hombre estaba condenado.

Dudo que sirvan más que para prolongar la agonía del señor Marsh pero no perdemos nada intentándolo. Si no estoy equivocada este hombre ha sido envenenado, y con un veneno realmente potente he de añadir, por lo que no habiendo ningún médico con instrumental apropiado es casi imposible salvarle la vida.

Sales corriendo como alma que lleva el diablo. Justo al salir tropiezas con algo que se encuentra al borde de la puerta, bien cerca del marco, para que no se pueda ver desde el interior de la sala.

Ese algo con lo que has tropezado se va al suelo, rompiéndose en dos mitades. Es una figura de un negro. A su lado ves una especie de artefacto similar a una cerbatana, tremendamente ornamentado. Parece casi una antiguedad, un objeto propio de una tribu o similar.

Te despreocupas momentáneamente de ello y corres hacia el baño a rellenar la petaca. Después entras en el cuarto de Marsh y lo registras buscando medicinas.

Abres el armario, en donde todo está perfectamente colocado, en un orden y una simetría que roza lo enfermizo. Ves mudas limpias y varias prendas de ropa, todas pulcras a más no poder, perfectamente dobladas y simétricamente colocadas en los estantes. No os habíais percatado, pero el señor Marsh se había traído (y había utilizado todo el tiempo) sus propios cubiertos, y su propia servilleta de tela.

Entre otras cosas localizas un libro titulado Orgullo y Prejuicio, un set de afeitado, un peine, un cuadernillo, pluma y tintero, y un montón de pastillas de jabón.

Parece ser que el agonizante señor Marsh es un hombre excesívamente celoso de la higiene personal.

Por otra parte, en el armario no localizas el maletín.

Miras bajo la cama, y allí lo encuentras, preparado como si hubiese de asirlo al saltar de la cama para atender una urgencia.

Aunque Marsh ha dicho ser forense, parece que suele viajar con un completo maletín de doctor. Ves todo lo que en un caso normal pudieseis necesitar: jeringuillas, útiles de primeros auxilios, medicinas para varias dolencias comunes, somníferos, gasas, vendas...

Bartok sale de la estancia como si lo persiguiera el demonio. Justo al salir tropieza con algo, y ese algo se va al suelo. Se escucha claramente como ese objeto, sea lo que sea, se rompe al dar con la baldosa.

Bartok se detiene delante unos segundos, pero lo obvia y sale corriendo hacia el cuarto de Marsh y a rellenar la petaca con agua.

Marsh agoniza. Mientras tratáis de auxiliarlo, un ligero sonidito os desvía la atención momentáneamente. Una especie de abejorro acaba de entrar por la ventana que acabáis de abrir.

Cuando volvéis la vista hacia Marsh, éste emite una última palabra antes de expirar.

-Ci...a...nu...ro...

Acto seguido, con los ojos inyectados en sangre, abiertos como platos, Marsh emite su último suspiro.

Con la urgencia que requería la situación, Bartok volvió sobre sus pasos hacia el doctor con el maletín:

Doctor, ayudeme, tiene que ayudarme ¿Que le puede ayudar? ¿Alguna inyección? Su voz temblaba Hay una cerbatana ahi atrás, acabó de tropezar con ella, le han inoculado algo...

Abrió el maletín para dejar al doctor escoger señalar, indicar, el era su mejor opción...

Sólo para tus ojos sra directora

Así que cianuro... un veneno más común aunque igual de letal con la dosis adecuada. Pero también de tratamiento más fácil. Al menos si no estuviéramos a varias decenas de kilometros de la civilización.

Ya da igual que el señor Bartok se de prisa, no hay nada que podamos hacer. Esta visto que sea quien sea nuestro anónimo justiciero tiene medios para atacarnos incluso cuando estamos juntos. Esto significa una cosa, si queremos salir con vida tenemos que pasar al ataque. Si nos mantenemos a la defensiva no sobreviviremos a la estancia en esta mansión.

Marsh parecía haber expirado, durante unos segundos habríais apostado a que se le había parado el corazón. Justo cuando creíais que había emitido su última expiración, apareció Bartok con el maletín del doctor.

El caos y la confusión reinaban en la estancia, mientras Bartok se dirigía al moribundo forense. Por las palabras de Myst no le costó averiguar que acababa de decir una única palabra, entrecortada: "Cianuro".

Para un hombre versado en las distintas causas de la muerte, averiguar qué es lo que le había sido inoculado no fue muy complicado de llevar a cabo. El caso es que allí, postrado en el suelo, todo aquello tenía poco o ningún valor. Iba a morir, solamente una acción desesperada por su parte podría haber aliviado aquella situación, pero se encontraba en el suelo incapacitado, y apenas ya consciente.

Bartok parecía no querer rendirse, así que los demás le dejaron hueco para actuar, confusos. A fin de cuentas, poco mal podría causarse ya al enfermo, pero si había una posibilidad de salvarle la vida, por remota que fuera, se haría.

En ese momento, un aún más confuso y asustado Calvincott entró en la estancia, temeroso de descubrir que los ruidos que había escuchado en el piso superior significaban un nuevo y espantoso crimen.