Partida Rol por web

Dubieta no negó de entrada, esperó unos momentos, meditando también. Pero sí, acabó negando con la cabeza, y luego con sus palabras.

-No, no me fío de él. Es una bestia, por mucho que se disfrace de hombre. Ya has visto su reacción al descontrolar su ira, cuando muta no puede responder de sí mismo, de lo que lleva dentro. No hay acercamiento posible con alguien así, porque aunque es cierto que quizá sea el único que puede... acabar...? con Iacobus, Iakov, del que ambos sabemos también la verdadera naturaleza, si lo hiciera en ese estado acabaría también con nosotros, no discriminaría. No, el nuevo y flamante Caballero de los Cárpatos, y Durius Trémere, han de ser nuestras bazas. No somos peones, Schaar, ya sabes qué somos. Y por lo menos uno de ellos, también.

Dubieta se acercó a él, posando su mano en el brazo de Schaar, jugueteando con el cuero de una de las correas. Le miró, sus ojos de niña un punto divertidos. El deseo de su amante, que él no podía ocultar, atizaba su propio fuego, y así siguió acercándose a su rostro hasta rozarlo con sus labios entreabiertos. Un segundo, en el que él sintió el cálido aliento sobre la piel, el tacto sedoso deslizarse por su mejilla. Y al instante, se retiró.

-No sabemos qué ha sido de... Radu, ¿recuerdas? He de hablar con Iakov. Y, ya que preguntas, mi prioridad absoluta, la tuya, la de todos nosotros, ha de ser la restitución del Condado de Covasna a Tiberiu, su legal y genuino Señor. Esa es mi motivación, ése es mi verdadero deseo. Pero eso, ahora, sólo está en manos del Duque. Y él está lejos....

Iacobus se encontró solo y, una vez que lo hizo por fin, volteó a ver la habitación de nuevo. El golpe se lo daría luego, sí, cuando no pudiera joder ningún recado el hecho de que apareciera con la cara destrozada o sangrando como lo había hecho aquella criada, Mariana. Ahora la había necesitado impoluta para no llamar más la atención, porque fuera a saber uno qué había rondando por el patio, o a quien llamaría a los gritos cualquier guardia si la viera en malas condiciones. Por demás, lo cierto era que le causaba gracia aquel burdo intento de hacerle reaccionar de algún modo. Radovina veía lo que quería ver, como todas las mujeres. Y como casi todo el mundo, joder.

Se apartó un poco de la puerta, que a pesar de no tener ya pestillo, continuaba cerrando perfectamente. Dado que no tenía mejor cosa para hacer, abrió los sentidos y empezó a investigar el lugar. Si Durius no traía la puta lengua, a ver si era tan inteligente como decía para darse cuenta de hacerlo, algo iba a apañarse. Alguna otra prueba podía haber en aquel lugar, entre las cosas de los Dravescu y, si no la había, bueno, siempre podían decir que se había encontrado la lengua y que había peinado la habitación buscando algo más.

IACOBUS:

- Aunque tus sentidos están bastante bien desarrollados (dentro de la escala humana), los muros son gruesos.

- Te parece escuchar murmullos de Schaar y Dubieta. Jurarías que están hablando de ti y acerca de con quién deben de aliarse para no ser meros peones, y para lograr sobrevivir en el castillo. Han dicho algo de que Farkas podría matarte, pero que también les mataría a ellos, por lo que parecen inclinarse en buscar tu apoyo y el de Durius.

- Registras primero las cosas de Zort, que parece a priori el más prometedor en cuanto a conspiraciones. Tiene ropas nobles y dinero, pero nada comprometedor. Sabes que en el castillo tiene también un carruaje, unos caballos y cuatro lacayos. Dudas que tengan algo comprometedor, aunque bajo coacción de Carcelero, los lacayos podrían confesar cualquier cosa que fuera conveniente.

- Revisas las cosas de Zuyla: ropas nobles, tan sólo un par de Florines de plata, una vieja armadura de caballero, una espada ancha y una daga vieja. Prestas especial atención a la espada y ves que ha recibido mucho uso. Es una pena, tal vez con la armadura y sin haberle tomado por sorpresa, el Tercer Caballero hubiese supuesto un pequeño desafío. Dirías que era potencialmente menos peligroso en combate que Schaar, pero más de lo que resultó el propio Durius.

Zuyla tiene en los establos un caballo de guerra pesado, dos de tiro y un carromato de carga. No tiene criados propios, sino que le atendían los de su padre.

Era sencillamente excesivo. Todas las prevenciones, todos los límites, se vinieron abajo como un castillo de naipes en medio del huracán. El hombre se había quedado quieto, rígido, mientras ella jugaba. Mientras ella se acerca, provocándole, incitándole. El recuerdo de todas aquellas noches en las que había sido suya, en la que despojada de todo él la había mantenido con su espada, con sus artes, le golpeó con una furia verdaderamente infernal. Estaban aquí por los sueños de ella, no por los de él. Él nunca había sido más feliz que cuando ella había dependido por completo de su espada. Esos sentimientos, y la furia de su sangre, le llenaron. Y aún más, el deseo, subiendo en oleadas, mientras los labios aterciopelados, jugosos como fruta madura, se acercaban a él.

Y entonces bruscamente, como la maldición de los dioses, se retiraron. Y ella volvió a hablar de sus obligaciones, de sus deseos. Schaar no escuchaba. No esta vez. Con decisión agarró a Dubieta de la muñeca, y la obligó a girarse, y la besó en los labios, con deseo, con violencia, con necesidad

Tomescu se llevó la mano a la espada cuando el gritó llenó el pasillo. Sabía que no debía moverse de allí, pues tenía que proteger a la Dama Dubieta y a su hijo, así que se quedó en su puesto, observando como Schaar salía y entraba de la habitación de los Dravescu. Acudió a la llamada de Schaar y atendió en silencio, evitando hablar si no se le preguntaba.

Obedeciendo la orden de Schaar, se preparó para una posible batalla. De momento no desenvainó su espada, porque podría ser considerado como un ataque a los señores del castillo, y no quería que hubiera represalias.

Así que, con los oídos escuchando cualquier movimiento, esperó nervioso la salida de Schaar.

Me meso el mentón con la mano izquierda mientras sopeso las ordenes de mi señora. Lentamente asiento mostrando mi obediencia y llevo mi mano al cinto donde reposan mis armas. 

-Se hará como ordenéis, mi señora.Me giro a Tomescu y con una mirada le señalo la puerta.- Cuida el sitio.

- El Guardia Boru abandona el pasillo de las estancias de invitados en dirección al Patio del Castillo.

Dubieta respondió a la pasión con pasión, pero sólo un latido. Separó de sí a Schaar, con una fuerza inusitada, pero, igualmente, sus ojos, su mirada, desmintió su fuerza y su gesto.

Jadeando señaló a Tiberiu, dormido en su cama, y a la puerta. Y, casi al instante, se dirigió a ella, y la abrió.

Allí seguía, como era de esperar, Tomescu. Pero no Boru, que tampoco estaba en la puerta de los Dravescu, donde había quedado al acompañar a su Señora.

-¿Dónde está Boru? ¿Está con Dama Radovina?

La puerta de la habitación de Schaar y Tiberiu se abrió, y apareció Dama Dubieta, que miró hacia el pasillo.

Allí seguía, como era de esperar, Tomescu. Pero no Boru, que tampoco estaba en la puerta de los Dravescu, donde había quedado al acompañar a su Señora.

-¿Dónde está Boru? ¿Está con Dama Radovina?

Guardó el sabor de Dubieta en los labios y cerró los ojos, guardando la imagen de la mujer que amaba, el estremecimiento de su cuerpo, su necesidad. Eran pocos ofrendas para su necesidad, puesto que antes toda ella había sido suya, y ambos habían ardido, muchas veces, en la pasión del lecho.

Pero tendría que bastar. Por ahora, tendría que bastar.

Schaar se descubrió deseando que el senescal estuviera muerto ya. Y más valía que fuera así. Porque si no el mismo tendría que cercionarse de que dicha muerte no se retrasase demasiado. Abrió los ojos. Dubieta había salido del cuarto y preguntaba algo probablemente a Tomescu. El caballero terminó de arreglar su armadura, y salió fuera, cerrando la puerta cuidadosamente tras de sí, para no despertar a Tiberiu

Unos segundos después de la dama Dubieta, también Schaar sale de la habitación, cerrando con suavidad la puerta, y dejando dentro a Tiberiu, esperando que Tomescu responda a la dama

Tomescu se giró hacia la puerta cuando la Dama Dubieta abrió y se asomó, preguntando por su prima y por su guardia.

La Dama Radovina no ha salido de la habitación de los Dravescu, y Boru ha abandonado su posición hace poco Tomescu dirigió una corta mirada al pasillo que había tomado el guardia, que desembocaba en el patio. No dijo dónde iba.

- Desde el Patio del castillo entran tres personas, tres habitantes del castillo: el Primer Caballero de la Corte, acompañado por el Capitán Ferenk Zarak, y también por la Dama Radovina Radoslav, desmintiendo las palabras del Guardia Tomescu.

- En el pasillo a las habitaciones, se encontraba el Guardia Tomescu, hablando con su señora la Dama Dubieta Stolnic. Su protector, Schaar Dvy, también se encontraba fuera.

El caballero Schaar, totalmente armado, mira a los recién llegados, pensativo, y se coloca entre ellos y su señora. Los mira fijamente, unos instantes, y luego inclina la cabeza con respeto

- Primer caballero Durius, Capitán Ferenk... me alegra verlos. ¿Qué se les ofrece a tan altas horas de la madrugada? - tras las palabras mira un instante a la dama Dubieta- Mi señora, quizás sería conveniente que os protegierais con algo más de abrigo. Es una noche fría - sus ojos se clavan, un instante, en Tomescu, y luego en la dama Radovina. Pero no dice nada más

Dubieta recibe las palabras de Schaar con un asentimiento ensimismado, la mirada puesta en su prima, y un segundo después en Tomescu. Radovina ha clavado las pupilas en las de Dubieta, y la intensidad de su mirada desvela que contiene un mensaje, pero no llega a hacerse palabras. Tampoco Dubieta pregunta.

Simplemente se retira hacia el interior de la habitación, toma al descuido el cobertor de la cama vacía, y se lo coloca sobre los hombros cubriendo la finura de su camisón y de su cuerpo. Junto a esa cama puede verse otra, con Tiberiu dormido en ella. 

Vuelve hasta el dintel de la puerta, y espera a ver qué ocurre, sin romper el silencio.

La mirada del Secretario de Gyula Kadar se paseó sobre la muchedumbre apelotonada en aquel pasillo y cuya presencia no parecía justificada aparentemente por nada.

-Dama Dubieta -saludó cortésmente ante la visión de la noble de Covasna-. Os alegráis -repitió Durius Tremere ante las palabras de Schaar-. Me place que mi presencia y la del Capitán os promuevan tan nobles y agradables sentimientos. Por lo demás, nada más tengo que deciros, ni vos podéis ofrecerme nada caballero Dvy. Dama Radovina, conducidme hasta vuestro esposo si sois tan cortés -pidió a la mujer que los había guiado.

Radovina parpadeó, regresando a la realidad y dejando atrás lo que fuera que estuviera recordando, o pensando.

Apartó la mirada de Dubieta, aún puesta en sus movimientos como si siguiera con la intención de comunicarle algo, y la puso en el Caballero Durius.

-Desde luego, mi Señor.

Y siguió adelante, hacia la habitación de los nobles Dravescu, un poco más allá, y cuya puerta seguía cerrada como la dejó. Boru no estaba, lo que indicaba que había cumplido con sus órdenes.

Cuando llegó frente a la puerta suspiró, y llamó. Habló sin abrirla, y sin alzar la voz.

-Mi Señor de los Cárpatos, os he traído aquí al Primer Caballero, como me habéis indicado, y está aquí también el Capitán de la Guardia, quien le acompaña por orden suya.

Iakov torció la boca en una media sonrisa al escuchar, a través de las filtraciones de las piedras y de la propia realidad, los susurros que conspiraban Schaar y Dubieta. ¿Luego le decían que no tenía paciencia a palabras? Schaar había derramado unas cuantas que ahora mismo estaba reescribiendo de nuevo con aquella lengua. De Dubieta, por supuesto, se lo esperaba. En fin, que les dieran por culo, por supuesto. Iakov no tenía intención alguna de hacer nada contra ellos, porque no le interesaba, pero podían ir consiguiendo ese interés a golpe de susurro y conspiración. Sí, y mientras continuaran extrañando a Radu.

Por supuesto, ninguno iba a tener nada comprometedor encima. Pero sí dinero, y por un instante Iakov el Ensartaojos refulgió en la mano que tomó los florines del hijo y algunos de los del padre. Se los guardó en un sitio donde no daba el sol, ni se escuchaba ni intuía su presencia. Dejó todo lo demás cómo estaba, sólo con vistos de haber sido investigado, tal como lo demandaría un sensato corroborador de verdades. La espada no le interesaba, por lo pronto, y ya verían dónde meter la lengua. Lo demás era sangre, mierda y otros desperdicios, entre los cuales se encontraban los dos cuerpos.

Por lo demás, aquello era lo bueno de la tortura. Toda verdad, incluso aquella inexistente, acababa por ser entonada a los vientos.

- Por fin, joder.

La voz de Iacobus emergió, hastiada, desde el interior de la habitación. ¿Acaso se creían qué diablos, ahora? La puerta se entreabrió y el caballero de los Cárpatos, de pie a un lado de ella, miró con ojos oscuros a la comitiva que aguardaba.

- Pasad. La noche corre, y esta mierda no acaba.

Ni siquiera habló, limitándose a franquear el espacio que el Segundo Caballero había abierto. La razón de su urgencia podía llegar a intuirla, pero sólo la privacidad que parecía exigir Iacobus Radoslav confirmaría su intuición. Unas pocas zancadas bastaron para situarlo en el interior de los aposentos de los Dravescu.