Partida Rol por web

Escuchó y, finalmente, asintió con la cabeza.

-No es nuestra posición la que nos hace merecedores de abrazos, pequeña Enrietta. Tanto da ser el más ínfimo de los sirvientes que un monarca. Y no todos los abrazos son deseables. Nuestras Escrituras mencionan a Judas Iscariote y su abrazo y traidor beso a aquel al que seguía -dijo Durius con voz suave-. Ploiesti. Sangre Szantovich. Una dulce hija habida de un amor prohibido. ¿Quién fue tu progenitor? ¿Llegaste a saberlo, Enrietta? Porque si bien es cierto que el mundo está lleno de injusticias, también es cierto que estas pueden ser restituidas, de un modo u otro. Dime, ¿recibiste una educación acorde con tu origen pese a tu ilegitimidad? ¿Y cómo acabaste aquí?

Durius era consciente de que aquella conversación podía resultar dolorosa para la muchacha, pero de ella podía depender todo un futuro.

Me quedé pensativa unos minutos, realmente nunca supe quién era mi padre, y no iba a mentir a Durius bajo ningún concepto.

- Cierto es que nunca supe la identidad de mi padre, solo sé que mi madre fue deshonrada - miré al suelo de nuevo - aunque bueno... - volví a elevar el rostro - la educación que recibí fue la propia de una sirvienta, pero debo admitir que directamente me encargaron como principal sirvienta de una noble, en vez de encomendarme tareas mucho más difíciles que haría una criada. Desde entonces permanecí como una criada de los Szantovich y finalmente me traspasaron como sierva vuestra, mi señor. No sé muy bien por qué ni cómo, pero no me arrepiento. La antigua noble a la que servía... me agredía, aunque supongo que es lo normal al ser de bajo estatus social... - mis ojos se humedecieron levemente - solo trato de no cruzarme con ella...

-De modo que ella está aquí -dijo Durius, cuya mirada había refulgido por un instante con el brillo del filo de una daga-. ¿Hablas de Radovina o de Dubieta? ¿Quién de ellas fue tu señora? Dilo con tranquilidad. Tus palabras no saldrán de aquí, esta mi estancia. Pero una cosa más, antes de que respondas, Enrietta. ¿Sabes leer y escribir, pequeña mía?

Me quedé extrañada, realmente no entendía aquella preocupación que tenía Durius por saber sobre mí. Pero era mi señor, el dueño de mi corazón y no podría ocultarle nada.

- Pues... sé leer pero a veces me resulta algo complicado, por lo que escribir me resulta, en cierto modo, difícil. Al menos tengo algo de conocimientos sobre ello, que es lo importante. - ahora recordé la primera pregunta ¿realmente debería responder a eso? - No sé si responderos, mi señor. Tengo algo de miedo, mi antigua señora me pegaba por cualquier cosa, así se me cayese una brasa para encender las velas y la recogiese al instante. Ya la había tirado, ese era motivo suficiente par agredirme... - miré a los ojos a Durius, por un momento quedé mirando sus labios, cuanto quisiera un beso suyo... - confío en vos, por lo que os lo diré... Mi señora era Dubieta Szantovich.

-Dubieta Szantovich -dijo Durius complacido ante aquella reveladora conversación-. Ah mi pequeña Enrietta, acabas de hacerme un pequeño gran regalo. Especialmente si posees información reveladora sobre esa mujer. Más tengo una duda, en tu servicio a la dama Dubieta, ¿llegaste a ver a Iacobus Radoslav o supiste de él? 

En aquel momento no sabía si lo que acababa de decir podría suponer mi propia sentencia de muerte, por lo que me costaba decirle todo a Durius.

- Mi señor... ella... me matará, estoy segura... - mi voz comenzaba a temblar - Mi señora visitaba al caballero Iacobus cuando llegó muy malherido a la residencia de los Szantovich, cuando el difunto marido de mi señora aún vivía. Se que Iacobus tenía reuniones con él, pero... yo nunca supe más de lo que averiguaba por mí misma o me decía mi señora, que apenas era nada...

-Ella no pondrá un solo dedo sobre uno solo de tus cabellos. O lo pagará con algo peor que la muerte -dijo Durius. No gritó, no hubo gesto alguno de dureza. Era una simple declaración de hechos, como la de afirmar que el sol saldría marcando un nuevo día. La palma de Durius acarició suavemente el rostro de la joven y una sonrisa acompañó a su caricia-. No temas, mi hermosa Enrietta. Cuanto me dices y digas, solo es para mis oídos. No has de preocuparte pues has confirmado lo que ya sospechaba. La relación de Radoslav con Covasna. Mas en mi posición, el conocimiento es poder. Por ello, tus palabras son miel para mis oídos y todo cuanto puedas hacer para alimentar la llama de mi saber, me será grato escucharlo. ¿Recuerdas cuándo fue que el segundo caballero llegó a la casa de tu anterior señor? ¿La razón de sus heridas? ¿O qué fue lo que llegaste a saber? Gozas de mi protección, así pues, no has de temer ira alguna de nadie, pues nadie sabrá lo que hayas de contarme.

-Enrietta, demoras en exceso en darme una respuesta. ¿Qué es lo que tanto te inquieta incluso aquí, a mi lado? -preguntó paciente Durius ante el prolongado silencio de la joven.

Durius mostraba un semblante tranquilo pese a que la impaciencia ardía en su interior. Cualquier dato relativo a Iacobus Radoslav, el monstruo, y su relación con Covasna por medio de Dubieta Szantovich y su difunto esposo era un pequeño regalo que quizá le ofreciera una pequeña ventaja en su particular guerra contra él.

Pero no quería adelantarse a los acontecimientos ni acariciar falsas esperanzas. Ya había cometido un error que había conllevado la muerte de Valru y de parte de su rebaño, un error fundamentado en no haber sabido valorar en su justa medida el peligro encarnado por aquel extraño ser de sangre negra y hedienta.

Su mano derecha, acariciaba el lacre de la misiva que acababa de escribir y que estaba dirigida a Irina Danislav, conteniendo la invitación póstuma del Duque Gyula Kadar para su asentamiento en la corte del Castillo. Hubiera podido reproducir palabra por palabra lo que la tinta había rasgado con su sangre negra sobre el áspero papel. Una aceptación de su voto de vasallaje, permiso para abandonar la lejana Constantinopla y regresar a la salvaje y hermosa Transilvania y su deseo de que se instalara en el Castillo. Si dicha residencia habría de ser temporal o definitiva, solo el tiempo lo diría.

Ahora tan solo restaba que Enrietta hablara por fin y tras ello, mandaría llamar a Mikail. Tenía planes para aquel muchacho, planes a corto y largo plazo.

Después de un tiempo tratando de recordar exactamente cuando llegó el caballero de los Cárpatos a mi antiguo hogar decidí contestar.

- Nada, mi señor, solo trataba de recordar el día en el que llegó el caballero Iacobus a mi antiguo hogar, pero hace varios años y no logro recordar con precisión. Solo recuerdo que sus heridas parecían ser de lanza, pero... ¿Qué sabrá una simple sirvienta como yo? - suspiré.

Al menos mientras hablaba con él podía estar relajada y tranquila, la simple presencia de Durius me hacía sentir protegida y sin miedo.

-Está bien, Enrietta. No te molestaré más con estos asuntos, ni turbaré tu paz. Puedes seguir con tus cosas, mas antes de todo, hazme un pequeño favor y llama a Mikail -dijo Durius a la joven-. Necesito de su presencia y servicios.

NOCHE DEL VEINTINUEVE AL TREINTA DE ABRIL DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- Durius Tremere ha hecho llamar a Mikail al interior de su habitación privada por mediación de Enrietta.

Durius se frotó el ceño. La conversación con Enrietta, que había comenzado de un modo tan prometedor, había concluido sin demasiadas satisfacciones. No obstante, contaba con más información de la que poseyera minutos antes y quizás pudiera darle algún uso en un futuro.

A la espera de que Mikail se personara ante él, repasó la misiva dirigida a Irina Danislav antes de estampar su sello de forma definitiva.

- ¡Pero que agradable sorpresa! ¿Que traes entre manos muchacha? - Dijo el lacayo en un tono obscenamente lascivo mientras escudriñaba a la mujer de arriba a abajo con sus ojos sin ningún disimulo. - Ah, ya veo. El caballero pide mi presencia... - Continuó claramente decepcionado. Miro a su interlocutora con un dejo de solemnidad en el rostro y agrego - No desesperes mujer, continuaremos lo que no empezamos más tarde. Ahora, el deber me llama. - Y sin decir más, encamino sus pasos hacia las habitaciones de su señor.

El lacayo de aspecto vil se adentro solemnemente en las habitaciones de su señor, ubicándose a una distancia prudencial del noble, espero silenciosamente a que él se pronuncie.

-Buenas noches te sean, Mikail -saludó Durius-. Ven, acércate. Quiero hablar contigo. Siéntate en ese silla -dijo indicando un asiento próximo, mientras apartaba su mirada de la carta recién escrita y sellada y la fijaba en su lacayo-. Hace un tiempo que tengo mi mirada depositada en ti y en algunas de tus inusitadas e inesperadas habilidades, Mikail. Lo cual me ha llevado a plantearme el darte un mejor uso y empleo que el de lacayo, labor que ejerces a mi entera satisfacción, por otra parte. Estos tus nuevos quehaceres exigirían total discreción y absoluto silencio, amén de un buen hacer, de tu parte. Y en su mayor parte se desarrollarían en la villa, fuera de estos muros. Un trabajo prolongado en el tiempo, a efectuar sin una especial premura pero sí a medio plazo.

La mirada de Durius permanecía fija en Mikail.

-¿Cuento con tu disponibilidad? Me es necesario saberlo antes de comunicarte mis deseos -una media sonrisa levísima se dibujó en su rostro-. Y añadiré que tu labor será convenientemente recompensada.

- Me encuentro, como siempre, a su entera disposición, mi señor. - Dijo el truhán con una sonrisa que asomaba en su rostro, hasta el momento solemne. Su mirada se deslizó hacia la carta por un momento.

Durius asintió levemente ante la respuesta, si bien no esperaba otra. Mas todo servía a un propósito.

-¿Curiosidad? -su mano acarició la vitela-. Dime, Mikail, ¿sabes leer? ¿Y escribir?