Partida Rol por web

El lacayo realizó una leve reverencia a su señor para luego encarar a su compañera y agregar. - Te acompaño, muero por algo de comer. - Miró a Vasilov y le dedico un ademán invitándolo a seguirlos.

Por fin todos se habían retirado. Poco después llegaría Farkas Deli portando el último capricho ducal y Durius de Tremere no tendría más remedio que ejecutar, una vez más, su voluntad.

Resignado, el corazón aún sangrante por la muerte de Valru y su mente ardiendo por el deseo de evnaganza, salió de sus dependencias para dirigirse a donde entendía debía encontrarse Maserrak. Tenía una misión del Duque para él.

- Enrietta y Mikail van a las cocinas.

- El Caballero Durius se dirige a la habitación de Maserrak, encima de la Sala de Estudio.

Es normal... ¿de verdad pensabas andar con los cadáveres ahora?

- Será mejor que no vayáis sola... - realizando una profunda reverencia salió tras los lacayos

- Vasilov sale hacia las cocinas en pos de sus compañeros.

TRANSCURRE EL RESTO DEL AÑO NOVECIENTOS CINCUENTA Y SIETE.

NOCHE DEL TREINTA Y UNO DE ENERO, AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

SEQUITO DE DURIUS TREMERE:

- El Duque se marcha de nuevo de viaje a sus feudos en las llanuras de Hungría, como ya hiciera hace algunos años, para ir a buscar a su amada esposa.

- Regresará probablemente en el plazo de un año.

- Hasta entonces el Senescal y el Secretario tendrán el gobierno de Transilvania.

Llaman a la puerta de tus estancias privadas. Parece ser que ha llegado al castillo un noble, Kars Kadar, y que se requiere tu presencia en el Salón Principal para recibirle. 

Durius se había limitado a asentir tras el aviso del lacayo, al cual despidió de forma inmediata. La llegada del personaje sin previo anuncio ni invitación constituía una sorpresa, al igual que su apellido. Kadar. ¿Familia del Duque o un impostor? Fuera cual fuera la repuesta, esta no llegaría a ver la luz en sus habitaciones. Echó un último vistazo en derredor suyo y marchó hacia el Salón Principal.

Llegué a los aposentos de mi señor, pero, al parecer, no había nadie. Mi trabajo era limpiar, por lo que me dispuse a limpiar los muebles, el suelo y cada objeto del lugar, lo cual, sin duda, me iba a llevar algo de tiempo. Uno de los mejores momentos era el de preparar la ropa de mi señor, siempre tenía alguna muda limpia y preparada por mí para cuando quisiera cambiarse, lo que él no sabía era que me quedaba algún tiempo oliendo su ropa, dejando que mi imaginación volase y que mi corazón ansiase su cuerpo, sus labios y todo él como nunca.

Aun con los pies dolidos me puse de rodillas en el suelo y con el trapo mojado en agua y algo de jabón me dispuse a limpiar el suelo. Esperaba que Durius llegase pronto, hacía bastante que no lo veía ni hablaba con él y empezaba a echarle de menos.

Acabé de limpiarlo todo, me quedaba repasar el polvo de los muebles y poco más. Estaba sustituyendo las velas ya inservibles por unas nuevas, las estaba encendiendo la última vela cuando, de repente, entró mi señor en sus aposentos. Mi corazón dio un vuelco y empezó a latir con fuerza, quedé embobada de nuevo ante esos ojos verdes de Durius. Tan embobada que se me cayó la pinza con la que sujetaba la brasa para encender las velas y me quemé ligeramente un dedo que sujetaba la vela. Mierda... ¿por qué tengo que enamorarme de lo imposible? luego me pasan estas cosas... Miré a Durius con nerviosismo. Quién fuese agua para recorrer cada centímetro de su piel...

- Oh, disculpe, mi señor - recogí rápidamente la brasa y la eché al cubo de agua que había traído para limpiar - Buenas noches - hice una respetuosa reverencia - todo está limpio y ordenado ¿Desea que traiga algo para usted o que recoja algo más?

-No, todo está perfecto mi pequeña Enrietta -dijo mirando en torno suyo, observando el orden y la limpieza de la estancia. No le había pasado desapercibido el pequeño accidente y el enrojecimiento del dedo quemado-. Déjame que vea eso -señaló al tiempo que tomaba la mano de Erietta y miraba el dedo-. ¿Te duele? -preguntó y como si fuera una niña pequeña besó delicadamente la yema quemada-. Deberías ir a la cocina y ponerte algo de sebo. Sanará antes -su mirada verde se clavó entonces en los ojos de la muchacha, sonriéndole-. Y dime, ¿circula alguna noticia o rumor en el castillo que debiera conocer?

Cuando Durius se acercó a mi no pude evitar que mi corazón volviese a latir con fuerza, cuando besó la yema de mi dedo quemada solté un suspiro. ¿Por qué no me haces tuya? Será porque soy horrible y no estoy a tu altura siquiera...

- Si... me... duele... mucho, a lo mejor más besos me curan... - carraspeé - ehm... ruego que me disculpéis, mi señor, yo... no he conseguido averiguar nada más ni he escuchado rumor alguno, parece que no hay nada nuevo y la noche parece tranquila. - miré a Durius con ternura y tristeza a la vez - Ahora que estoy al fin cerca vuestro tras unos interminables días sin verle... yo... no quiero irme, haré lo que queráis, pero no me pidáis que me vaya. Sé que no soy nadie para pediros esto pero, por favor, no me echéis de vuestro lado...

Me acerqué a mi señor y lo abracé, dejando mi cabeza apoyada en su pecho y haciendo que la trenza que me había hecho Innya cayese por mi espalda. Este gesto impulsivo podía costarme la vida... pero nada era vida sin mi señor. En seguida me aparté.

- Oh, dios, disculpadme, mi señor - puse mis manos en el pecho como si me doliese el corazón, realmente era porque estaba muy alterada, no quería que Durius me odiase - lo siento... marcharé si así lo decidís.

Durius sintió el breve pero intenso abrazo de Enrietta contra él, su cabeza apoyada en su pecho. Ella no pudo ver la mirada de su señor y de haberlo hecho, hubiera sido difícil de interpretar.

-¿Echarte de mi lado? No, mi pequeña flor. Y no te disculpes, mas no vuelvas a hacerlo mi dulce Enrietta. Eres joven, hermosa y estás llena de amor y deberías ofrecérselo a quien lo merezca -dijo Durius poniendo ambas manos en los hombros temblorosos de la joven-. Y ese no soy yo. Mi camino circula en soledad y quienes estén cerca de mí solo conocerán dolor y muerte.

La soltó y caminó unos pasos, en silencio.

-Dime, Enrietta, ¿de dónde eres? ¿Cuáles son tus orígenes? -preguntó sentándose en una silla e indicando con un gesto que la joven se sentara en otra cercana. No había despedido a Enrietta ni parecía estar dispuesto a hacerlo.

Las palabras de Durius sonaron cual puñalada en mi corazón, aguanté, manteniendo el nudo en la garganta. Seguí sus pasos y me senté en una silla que estaba cerca de él, traté de quitarme el nudo de la garganta, por lo que estuve un leve momento mirando al suelo, sin pronunciar palabra.

- Yo... nací en el Castillo de Ploiesti, en la capital de la Tirsa de Prahova. Realmente no sé mucho sobre mis orígenes, solo sé que habían ciertos rumores, donde se decía que era una hija bastarda de un noble Szantovich, pero nunca fue probado. Por lo que, como con usted tengo total confianza, os lo cuento pero para los demás solo mantengo mi "máscara", para ellos y para todos soy una simple sirvienta, de bajo estatus social que no merece ni un triste abrazo... - dije lo último con un hilo de voz - Y yo... sobre lo que dijo antes, debo decirle que para mí, nadie más que usted merece lo que yo pueda ofrecer, nadie se ha parado nunca a tratar de conocerme, ni siquiera otros siervos vuestros, mi señor.

Me mantuve con la mirada algo entristecida y con las manos temblorosas entrelazadas. Realmente me sentía vacía, sin ninguna función ni meta en mi vida.