Cumplo con las órdenes de Durius, y hago que los mazmorreros a mis órdenes comprendan que, después, van a averiguar cuál es el premio a su cobardía.
- Nadie puede pasar. Órdenes del Primer Caballero.- Dijo en cuanto vio que Istvan entraba por la puerta que daba a las escaleras que bajaban a las Mazmorras. El lacayo se encogió de hombros como si no fuera con él la cosa.- Si es algo importante dímelo y se lo transmitiré yo mismo.
Otra vez el descarado este. Como si tuviéramos poco con los Basarab, espíritus y rebeldes.
Itsvan era un miembro de la Guardia, no un mero sirviente como él. Le habría dedicado una dura mirada, pero estaba cansado para discutir.
—Baja y dile al Capitán que la guardia está lista en el patio y que traigo a un hombre como ordenó, lacayo.
- Espera fuera y se lo podrás decir tú mismo. Está a punto de salir.- Mikail le indicó con el brazo por donde podía salir al patio.- El Primer Caballero ha sido tajante. No desea interrupciones.- Si por el lacayo fuera ya estaría en sus habitaciones descansado. El día había sido muy duro.
Schaar Dvy, a quien había depositado exánime en sus grillos, no solo volvía a respirar, sino que tenía abiertos los ojos. Había recuperado la consciencia. No había detrás de las palabras del niño más que casualidad y terror.
Asintió en silencio, dispuesto a marcharse, cuando escuchó la discusión en lo alto de las escaleras.
—Son los guardias que pidió para vigilar a Schaar Dvy —le recordó—. Dos, dijo, en todo momento.
Reparó el capitán entonces en el cuerpo y la cabeza del extraño invasor, sus rasgos congelados en una sorprendente mueca de paz. El cadáver que el antiguo caballero había tratado de llevarse consigo, antes de ser detenido por orden del Secretario.
Y recordó las palabras de Su Señor respecto a la criatura del mausoleo. Se detuvo a mitad de giro y volvió a dirigirse a Durius.
—¿Tienen esos asuntos relación con el cadáver? —preguntó, señalando con la mirada el cuerpo decapitado.
-Que aguarden fuera por el momento -dijo Durius secamente-. Respecto a mis asuntos a tratar, si fueran con vos, habríais sido citado para saber de ellos. Marchaos, Capitán.
Mikail tuvo que esforzarse para contener una sonrisa de satisfacción por lo ocurrido. Le resultaba curioso lo difícil que se sometían a las órdenes los guardias y la facilidad que tenían para hacerlas cumplir a los pobres lacayos cuando Durius no estaba.
- Ya has oído. - Insistió en mostrarle donde estaba la puerta.- Esperad fuera y os haré llamar cuando sea el momento.
Schaar mira unos instantes al Capitán con una medio sonrisa. - Transmitid al Duque mis saludos y mis respetos, Capitán. Y despedidos en mi nombre de la Dama y su hijo. Tratad de que no se mienta demasiado sobre mí - termina con una sonrisa irónica y divertida.
—Sea— respondió condescendiente.
—Volvamos al patio— le dijo entonces al guardia que le seguía.
Al patio.
- El guardia Mankai y el guardia Itsvan regresan al Patio del Castillo.
// Salen de escena: Itsvan, Mankai. - Siguen en: Patio del Castillo.
Al oir las conversaciones salgo de mi estado de estupor, recojo la cabeza cuidadosamente envuelta en la capa del caballero Dvy y me dirijo hacia Durius con la vista clavada en el suelo:
- ¿Debo retirarme yo también, mi señor?
- La cabeza del Koldun está tapada y envuelta en la capa de Schaar.
PRIMERA HORA DE LA MADRUGADA.
SEIS DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
El Secretario Ducal dirigió una mirada dura y fría a Schaar Dvy. Si el desprecio pudiera medirse en piedras, el coslano estaría enterrado bajo un alud pétreo. Los constantes ataques de aquel personaje solo podían tener un objetivo. Buscaba la muerte de forma ineludible.
-Vuestro desprecio por la vida parece ser inconmensurable, Dvy, y vuestra búsqueda de la muerte bajo la acusación de traición, encomiable por su constancia -la mirada voló a Enrietta-. No, pequeña. Te quiero aquí lista para atender mis necesidades. ¡Capitán! -la voz sonó seca.
Schaar devolvió la mirada a aquel que decía llamarse Durius. A pesar del terrible dolor que le ocasionaba su cuerpo agonizante, sonrió, nuevamente. ¿Qué eran, después de todo, los pensamientos? Donde Durius creía mandar una mirada de desprecio, Schaar lo que sintió era el odio, bien del traidor que fingía ser Durius, bien del propio Durius que desde hacía tiempo había demostrado ser un traidor.
Sí, Schaar no dudaba que hubiera muerto de haber depuesto sus armas, o que de no haberse recuperado de su inconsciencia estaría muerto. Como tampoco dudaba que el destino para él iba a ser el mismo que habían tenido el senescal, a quien Durius había amenazado diciéndole que le arrancaría la lengua justo antes que, bajo sus órdenes, Iacobus hiciera precisamente eso. O igual que los también invitados de su señor, ajusticiados por el crimen que no habían cometido. Schaar no tenía dudas, por tanto, de cual iba a ser su destino. ¿Acaso no le había avisado de esta situación el propio Farkas Deli? Sí. Así era. Pero si ese ser (fuera o no Durius) de verdad esperaba que fuera como un cordero al matadero, sin abrir la boca y aterrorizado, es que no lo conocía.
Pero era cierto: no lo conocía.
El Capitán escuchó en silencio, pero no reanudó su marcha. Las palabras de Su Señor, transmitidas en privado meses atrás, resonaban de nuevo en su mente. No había hablado de ello ni siquiera con su fiel Farkas Deli, a quien dejaría atrás en el castillo, solamente con él. En la confusión de aquella noche no las había tenido en cuenta, había ignorado su especial significación, incluso cuando Schaar Dvy transmitió las últimas palabras de la criatura enfundada en aquella horripilante armadura.
—Me temo que me conciernen, Secretario —dijo, clavando la mirada en los verdes ojos de Durius—. Mi Señor dejó órdenes para mí respecto a ese… ser. Mi ignorancia me había mantenido inconsciente de cuáles eran Sus deseos hasta ahora. Debo disponer del cadáver.
No entiendo nada de lo que están hablando. Pero abrazo mi macabra carga y apoyo mi barbilla sobre el bulto, como una madre haría con su bebé. Me pongo detrás de mi Señor, en busca de refugio, temblando como una hoja.
- No, no, no...
Motivo: Sigilo: Sacar daga disimuladamente
Tirada: 7d10
Resultado: 5, 7, 3, 5, 6, 6, 5 (Suma: 37)
- No sé si tengo arma, encima, si la tengo intento sacarla con disimulo.
Hastiado era la palabra que mejor respondía a cómo se sentía Durius rodeado de aquella horda de ganapanes.
- Capitán Zarak, mis asuntos no os conciernen -dijo con frialdad y distancia-. Y "nuestro" señor, pues no olvidéis tal matiz ya que no contáis con exclusividad alguna, me dejó al cargo en su ausencia de sus asuntos, entre los cuales os halláis. Mas extrañamente ignoro cuáles fueron las intrucciones que el Duque dejó para vos, pues tales no me fueron confiadas, y qué ha hecho que ahora las interpretéis de un modo tan peculiar que exijáis disponer de ese cuerpo, un cuerpo para con el cual nuestro hablador Schaar parecía mostrar cierta querencia apenas hace unos instantes. Mas no pondré en duda vuestra palabra, negando cuanto afirmáis ni obstaculizando vuestro... deber -siguieron unos segundos de silencio en los que Durius no parpadeó, mirando a Ferenk-. Os doy mi palabra de que dispondréis del cadáver cuando concluya esta noche. Al alba será vuestro y vos decidiréis su destino. Confío en que mi juramento os baste. Hasta ese momento, insisto en que atendáis a vuestros otros quehaceres y me permitáis atender los míos. Aunque vistos los desatinos de esta noche y la locura reinante quizá vos también prefiráis alzar vuestra espada contra mí.
Una risa seca sonó en la lúgubre mazmorra.
- Es llamativo lo mucho que os gusta oíros hablar. Y lo poco que decís sobre vuestros "planes", "motivos" o "razones"- las palabras de Schaar vuelven a resonar en la mazmorra, firmes a pesar del obvio dolor que las múltiples heridas deben suponerle- Tanta querencia tenía con el cadáver que le dije al capitán que él dijera lo que hacer con él. Tan sólo lo que no quería es que vos, seáis quien seáis, dispusierais de él. Ni de mí, ya puestos. Lo que no me cabe duda es que, por lo que decís, no os corresponde a vos, ni siquiera su fuerais Durius hacer nada con un cadáver sobre el que vuestro señor el duque ha dado órdenes expresas- tras las palabras Schaar vuelve a toser escupiendo algo de sangre, y su mirada vuelve a fijarse, llena de curiosidad, en el capitán. Una pena que no hubiera recordado sus instrucciones antes pero...
Al menos estaba teniendo unas últimas horas divertidas.
Durius dio unos pocos pasos hasta la posición de Schaar y agarrando por el pecho la camisola sangrienta y ya adherida a las piel y carne del postrado la arrancó, quedándose con la tela en su mano. Hizo un largo jirón y con parte de la tela sobrante hizo una bola que metió en la boca del parlanchín y estúpido caballero que tan poco sentido común mostraba, ahogando su verborrea y quizá incluso su respiración. A continuación, con el jirón, amordazó la boca impidiendo que la tela pudiera ser escupida.
Hecho aquello volvió a su posición original aguardando la palabra de Ferenk.