Partida Rol por web

- Schaar Dvy abandona el patio y se dirige a las estancias de invitados en el ala oeste del castillo.

- Ah... la vida nocturna del castillo.

Fueron las escasas palabras que dijo Iacobus frente a lo que le fue dicho por parte de Zuyla, pero el más joven de los Dravescu pudo apreciar, en el filo de sus ojos oscuros, un extraño brillo que le decía que le había escuchado. Y escuchado perfectamente. Una información como esa no podía pasar desapercibida a un hombre como él. Aunque cualquier duda se esfumó cuando, finalmente, Iacobus hizo un pequeño asentimiento hacia él antes de posar la mirada en el Dravescu más viejo.

¿Tanta importancia le dan a la palabra empeñada que me preguntan esto? ¿Sabiendo que la traición puede ser sólo cuestión de un instante? 

- Dravescu, probablemente mi mayor ayuda para ustedes sea guardar silencio frente a sus objetivos - dijo, mirándolo a los ojos. Extrañamente, parecía sincero, o demasiado sensato - El resto se verá llegado el momento. Tu cruzada no es exactamente la mía, pero es posible que tengan más puntos en común de los que parecen a simple vista.

Las luces habían comenzado a consumirse más, y más, y Iacobus los miró antes de añadir unas palabras más.

- Empezando por uno de ellos, del cual me encargaré personalmente.

Una media sonrisa plagó sus labios, pero no dijo más.

- Manténgame al tanto. Mientras tanto, lo mejor para tus intereses es que no nos relacionen, Zuyla. Lo vendrán como un frente que ha de ser aplastado... o, quizás, convencido de unirse al redil. En ese caso, ven a buscarme.

Les hizo una seña de despedida, y se encaminó a la puerta, dejando a los Dravescu solos en la Capilla. El eco de sus últimas palabras retumbaba, aún entre los arcos altos de una estructura sumergida en sombras, como los ojos de Iacobus Radoslav.

- La sirvienta Elena, del séquito de la dama Radovina, regresa de la zona del servicio con una jarra llena de agua para llevar a la habitación de su señora.

Al pasar por el oscuro patio, apenas iluminado por algunas antorchas en los muros, ve a algunos habitantes del Castillo de Balgrad. Entre ellos cree vislumbrar la silueta de su señora, apenas vislumbrada bajo la luz de la luna en cuarto creciente.

Con la cabeza gacha para no mirarla a los ojos -esos horribles ojos rojos a los que no se acostumbraba- Elena caminó sumisamente hasta llegar al lado de "Ojod Rojos" con la jarrá de agua y un vaso en una pequeña y plateada bandeja y se lo ofreció como si fuese un objeto sumamente delicado

Mi señora...os traigo su agua

Iakov el Ensartaojos dejó atrás a los dos Dravescu. Probablemente estos jamás se enterasen de cuán similar se le hacía a él la figura del Duque a la que había sido la figura de Radu. Pero el problema, pensaba mientras sus pasos lo conducían hacia la puerta, el problema no es que existan, sino que manden.

Que me manden.

El rechazo no era un asunto esencial, era un asunto puramente práctico. Que los Dravescu hicieran cuanto quisieran. Él se encargaría de Durius.

Maldita iglesia de mierda.

Empujó los grandes portalones y salió al patio de armas.

- Iacobus Radoslav sale de la Capilla al patio del Castillo.

- Carcelero sale del patio y regresa a sus mazmorras.

Radovina inclinó la cabeza hacia un lado pero sin mirar a su sirvienta, demasiado inmersa en sus divagaciones sobre qué guardaba el arcón y qué pintaba ahí el noble bocazas como para prestar atención a su sirvienta.

Pese a todo se dirigió a ella señalando las habitaciones.

-déjala en mi mesa y lleva un calienta camas , que mis sábanas se encuentren calientes-ordenó con su vocecilla susurrante y, como de costumbre, con un deje de melancolía gélida.

Entonces, entre todo eso la figura del caballero de los Cárpatos se abrió paso entre la penumbra y a Radovina se le revolvió el estómago. Nervios, rechazo, incluso rabia...pero ella no lo mostraría a nadie. ¿Para qué hacerlo si era simple moneda de cambio? Las monedas no tienen sentimientos.

O eso presuponen.

No saludó ni reclinó la cabeza a modo de reconocimiento, simplemente siguió los pasos del Caballero de los Cárpatos con la mirada.

Ahora mismo llamo a alguien para que le guíe. Disfrute de su estancia en nuestro castillo. Por otro lado, me gustaría pedirle que, cuando su escudero tengo algo de tiempo libre venga a visitarme. Al fin y al cabo, hace tiempo que no hablo con mi sobrino- agrega.

-Uhm... Está bien. Es importante que la sangre magyar permanezca unida. 

Lo más importante para una sirvienta era fingir que no oía nada. Que no sabía nada. Pero sobre todo, lo importante era NO OIR REALMENTE. Por lo que, cuando Elena oyó la orden de su ama y se dio cuenta de que hablaban de asuntos privados decidió poner pies en polvorosa. Lo último que deseaba la joven era un castigo...o algo peor.

Co..como desee mi señora-susurró quedamente mientras desaparecía a hacer lo que la habían ordenado

Se lo agradezco- sin mas dilación, fue a llamar a uno de los lacayos del castillo para que guiase al noble a sus aposentos. Él aprovecharía para cerrar los asuntos sobre el delicado asunto que se traían entre manos. Iría a buscar a Otto para saber si necesitaba algo y si ya había informado a Iacobus y al Dravescou. Luego iría a crear la carta para el Conde Bolks Arpad.

- La sirvienta Elena se dirige a la habitación de su señora en el ala oeste del Castillo, donde están las estancias de invitados, tras un corredor cubierto.

Iacobus recorría, con sus pasos, el mismo camino que su memoria le recordaba haber transitado meses atrás. Su expresión era de una tranquilidad anónima, o mejor dicho, de una magnitud insondable. Las sombras parecían apartarse ante los brillos de su armadura, aún cuando intentaban abrazarlo para sumirlo en su seno. No parecía mirar a nadie, ni siquiera estar prestando atención a su entorno. Y sin embargo, repentinamente, giró la mirada y la clavó en Radovina.

Querida, se huele tu rabia hasta en las lides del horizonte.

Una media sonrisa surcó sus labios. No le había prestado atención en todo ese tiempo, dejándola hacer a su voluntad todo aquello que la mujer Szantovich había querido. Alimentar sus fantasías y su odio, recabar en los confines de la debilidad de su sexo buscando motivos por los cuáles era vendida. En realidad, a Iacobus le daba exactamente igual lo que hiciera. Pero eso, por supuesto, ni Radovina ni nadie lo sabían. Quizás era momento. O no.

Giró sobre sus pasos y se dirigió, directamente, a la que estaba llamada a ser su esposa.

- ¿Qué sucede? - le preguntó, sus labios aún curvados - Semejante mirada guarda demasiadas palabras no dichas.

NOCHE CERRADA.

VISPERA DE LA DOBLE BODA.

Radovina parpadeó con deliberada lentitud y dedicó al caballero una leve inclinación de cabeza que provocó que algunos mechones de oro se deslizaran hacia delante recayendo sobre el pecho de la joven.

-No es la única mirada que guarda palabras-contestó con educación en un tono comedido e inofensivo.-después de todo, las palabras se las lleva el viento y sólo los necios necesitan de ellas para comprender lo que en las miradas descansa.

Iacobus no era un hombre mal parecido, y supuso que, en ese sentido tenía suerte. Pero tú no quieres suerte, querida. Dijo su conciencia mesándose un maravilloso y bien cepillado mechón dorado.Aun así, no malgastaría más palabras que las necesarias con su futuro esposo,no le reportaba ningún beneficio a pesar de los consejos de su querida prima. Giró el delicado rostro hacia los lados, exhalando volutas de vaho al respirar. Iacobus iba solo. No le sorprendía, por supuesto, ella misma prefería la soledad a la intromisión de extraños en su espacio personal.

-¿Interrumpo sus...-miró hacia la Capilla con fría indiferencia, si por ella fuera ardería hasta los cimientos- ocupaciones?

La sonrisa de Iacobus pareció agrandarse un poco. O quizás fuera, simplemente, un efecto de luces y sombras cuando inclinó apenas la cabeza.

Y sólo los necios, o los cobardes, se dedican a la retórica, querida.

- Demasiadas palabras para no contestar una simple pregunta - dijo, posando en aquellos ojos rojizos sus propios iris oscuros - Pero, a fin de cuentas, lo único que no se lleva el viento son las acciones.

Cuando la Szantovich giró la cabeza, Iacobus levantó la mirada hacia los alrededores y vio un resto de hombres dispersos que permanecían en el patio. Al lado de ellos, la delicada flor retórica parecía una aparición fantasmal, producto de una alucinación casi religiosa. Había un desconocido, sin embargo, que no tardó en identificar como un noble, y cuyo parecido con el Duque no dejaba espacio para duda alguna. En fin, más diversión caía al nido.

Dirigió una mirada hacia Kars Kadar, y saludó brevemente con la cabeza.

- ¿Mis ocupaciones? - repitió, despacio, antes de volver la mirada hacia Radovina. Aquello le divertía - Je. No, para nada.

Iacobus hizo un gesto abarcando el patio, y los acompañantes de la mujer.

- Pero veo que yo sí lo hago. ¿O qué la trae aquí a estas horas?

- La conversación entre los futuros esposo y esposa continuó en privado.

Mudo. Absorto en sus pensamientos es un simple testigo, un simple pasante que observa y escucha. La nobleza y sus quehaceres, y sus curiosidades y ceremonias, y códigos y laberintos.

Y de alguna forma se siente en lugar seguro sabiendo estar por encima de algo que no le ha manchado con su dorada luz. Pero en el fondo de un lago cristalino sigue yaciendo una cama de fango oscuro. Él lo sabía bien. Hay quien nada siempre en la tranquilidad de la superficie. También hay quien hunde su mano en el fango y come de él y sabe qué es. Hay quien sabe mirar al cielo con los ojos de una bestia y el orgullo de un noble magyar. ¿Es la mano del juez dorada como una copa de rey? ¿O está manchada por la sangre como la de un verdugo?

Hay nobles... y nobles... Ferenk lo sabía muy bien.

Y cuando el acto parece llegar a su fin y los protagonistas parecen terminar de toda su parafernalia, Ferenk se acerca al guardador del sello Ducal y hace una reverencia esperando a ser hablado antes de hablar.

Y tras su permiso concedido se encuentran las palabras:

- Bienhallado seáis, Senescal Jensi Stolnic. Solicito de su atención en privado para tratar temas importantes que llevan demasiado tiempo sin ser atendidos. Y pese a que comprendo que su mente anda por otros menesteres más relevantes en estos momentos, es estrictamente necesario que hablemos. No necesitaré cargaros con mis propios quehaceres, pero mi deber es informaros de lo que debe hacerse y de lo que se hará.

Atiende la petición del capitán y no duda en concederla audiencia.

Será mejor que hablemos en mis habitaciones. Si es algo en privado sería lo mas conveniente- sin mas le hace un gesto para que le siga.