Partida Rol por web

- El Caballero Zuyla y el Maestro Maserrak salen del Salón portando entre ambos el cadáver de Giorgina Basarab.

- Un rato después salen del Salón el Capitán Zarak, el Sargento Dominik, el Mayordomo Valru, el Escudero Flaviu, y el Emisario Zort.

- Schaar parece como paralizado en el sitio.

Durius entró con los jóvenes Basarab. Como tres esfinges de rostrs impenetrables avanzaron entre los invitados de la corte. Tan solo durante un segundo se detuvo Durius para cruzar unas pocas palabras con su mayordomo tras el saludo de este, antes de avanzar hacia el centro del salón donde el pequeño grupo se detuvo, mirando hacia el Duque. Cuando este habló, se acuclilló entre ambos jóvenes Basarab, sin soltarles la mano que sujetaba entre las suyas.

-Cuando el Chambelán hable, vosotros debéis responder como corresponde a vuestras personas y apellido, honrando así a vuestra casa. No debéis preocuparos. Permaneceré a vuestro lado -les susurró.

El Secretario del Duque se incorporó y miró en torno suyo. La sangre de la difunta bañaba el suelo de un rojo bermejo que brillaba apagado a la luz de las antorchas. Más allá, la madre, Svitlana seguía inconsciente.

-Mayordomo Otto -dijo con voz suave-, posiblemente entre vuestros avíos contéis con sales que ayuden a la dama Basarab a recuperar su consciencia y ser testigo del juramento de lealtad de sus hijos. A ninguno de los presentes se le escapa la importancia de tal suceso y estoy seguro de que todos ansían verla recuperada, especialmente sus vástagos -concluyó con un leve gesto de cabeza.

Durante el breve instante en que Durius se detuvo junto a su mayordomo, las palabras brotaron rápidas, apenas susurradas.

-Valru, hazte cargo de la espada de la finada y trasládala a mis habitaciones. Después será devuelta al joven Basarab o enviada a la Gran Mansión Basarab. No nos falles.

Durius miraba al frente, sujetando por las manos a los pequeños Basarab. La muerte de su tía le resultaba del todo indiferente, salvo por las ventajas que le había proporcionado. De un lado, todos habían sido testigos del carácter implacable y cruel del Duque. Sí, el miedo era una poderosa arma a corto plazo, capaz de asegurar lealtades, pero lealtades que devenían frágiles con el tiempo, mientras que el odio se iba templando hasta adquirir la dureza del acero. Y de igual modo, todos habían sido testigos de su propio comportamiento como valedor y protector de los dos infantes. Dos niños de mentes permeables que en aquel momento de pérdida, sufrimiento y dolor tan solo habían contado con su presencia y apoyo. Nadie en la Corte había movido un dedo, dado un paso por temor a quedar en evidencia. Y ahora, los pequeños Basarab, solos y pérdidos sabían que él permanecería a su lado. Había sembrado la semilla del afecto en ellos, una semilla que adecuadamente cuidada germinaría, consolidando unos eventuales lazos con los que serían los futuros representantes de la casa Basarab. Una vieja sangre que convenía a sus intereses. Aún desconocía el uso que podría dar en el futuro a tales lazos. Pero el tiempo no era un obstáculo para Durius de Slobozia. Y en el viejo tablero de Transilvania, el antaño cantor de tabernas, había movido una nueva pieza en una partida que sabía muy larga.

El Senescal se mantenía en su sitio, impasible. Aunque en su fuero interno esperaba finalizar ya aquella corte y poder tomar algo para luego ir a descansar. Estaba algo cansado y toda esa situación le había sobrepasado a la par que sorprendido. Aquellos niños habían actuado de manera precipitada y sus actos conllevó inevitablemente a aquella situación, mostrando en todo su esplendor la crueldad del duque.

Simplemente deseaba terminar ya ese día.

El Duque sonríe fríamente, aguardando a que su Chambelán tome la palabra y retome el control de la situación.

- ¿Seguro?- susurró en respuesta a la petición del caballero Durius.

Miró a Svitlana, tendida a los pies de los Szantovich, y luego al brillante charco de sangre. No era muy descabellado pensar que después de que aquella frágil mujer despertase volviese a caer desmayada al ver el charco de sangre y ni rastro de su prima. Pero también comprendía que después de lo que habían presenciado, sus hijos necesitasen saber que su madre estaba allí para apoyarles.

No recordaba llevar encima sales aromáticas. Nunca las había llevado. Aun así buscó entre sus ropajes, aunque Dios no quiso obrar el milagro.

- No… No tengo nada- se excusó. Ya sabía algo que debía llevar para la próxima sesión de la Corte. Eso sí, esperaba no tener que necesitarlas.- Pero quizá…- Pidió permiso al Duque para acercarse a Svitlana y una vez junto a ella pidió permiso a los dos niños Basarab para tocarla, al fin y al cabo ella era una dama.

Pasó el brazo bajo su cabeza para incorporarla y con la mano libre indicó al Senescal que se colocara delante del charco de sangre. También la giró hacia sus hijos. Con un poco de suerte no se percataría del charco de sangre.

- Mi señora Svitlana. Despertad, por favor. Vuestros hijos van a jurar y les gustaría que lo presenciarais.- Con humilde gentileza el mayordomo propinó unos golpecillos en sus nobles mejillas Basarab.

Mi rostro se mantenía impasible, como si hubiese adoptado la costumbre o el porte de la persona que ahora guiaba mi mano, solo se vio un dejo de tristeza al mirar una vez mas el charco de sangre, esa sangre carmesí tan brillante que solo nosotros poseíamos y como iba perdiendo su brillo para ser solo sangre común y corriente.
Asentí con la cabeza ante la petición silente del mayordomo y espere a que mi madre reaccionara, solo rogaba que estuviera en las condiciones de mantenerse de pie y no causarle mas disgustos de los que ya le habíamos dado. 

El rostro de Iacobus expresaba una carcajada. Frente a las palabras del Duque, la sonrisa de sus labios se había limitado a aparecer, crecer y acrecentarse, hasta adoptar una posición de ironía que no podía ser más intensa. Por supuesto, claro. Sí, una conspiración, seguro, a la de ya. Pero eso era el hilo que le faltaba a todos esos retazos o remedos de personas o situaciones, el hilo que los convirtiera en algo de provecho, y por ser útil era tan bueno como cualquier otro. Si algún imbécil se lo creía, un aplauso profuso y a rezar a la Iglesia.

En fin. El caballero de los Cárpatos observó a los que marchaban, y se volvió a un segundo plano. Mantenía en su poder la espada de su oponente, la que a falta de vaina permanecía limpia e inmaculada a la vista de cualquiera. Ya no era capaz de hacer lo que se había propuesto, por lo que el rumbo de los acontecimientos le traía sin cuidado. Ahora volvía Durius con los dos críos de la perdición a cuestas y daba órdenes. Iacobus los miró, aún manchado de la sangre de Giorgina, impasible. Claro, ellos no se darían cuenta de lo que había detrás de lo que había hecho. Y daba igual. Que creyeran lo que les diera la gana.

Mientras se esperaba a que despertase la madre de los dos díscolos, Iacobus miró a Tiberiu y luego a Dubieta. ¿Qué respondería ella? Ah, fuera lo que fuese, no podría ser más que una mentira.

Veronika entró con gesto ausente, de la mano de Durius. Miró el charco de sangre que había en el frio suelo del salón y buscó con la mirada al culpable de todo aquello; el cuerpo de su madre desmayada. Lo observó durante unos segundos hasta que el mayordomo dijo algo de despertarla a lo cual dejó hablar a su hermano o a Durius , eso le daba igual.

Unos tristes segundos y una sola palabra había hecho todo eso, y todo por no hablar de lo que hacían allí. La niña estaba enfadada, decepcionada, no entendía como no le habían dicho nada siendo algo tan importante. Sus ojos se fijaron despues en el caballero que portaba la espada de la difunta y luego al mismo Duque, con un ligero mohín de seriedad mientras sus mejillas, las cuales, estaban sonrosadas por una anterior tensión para evitar el llanto hace unos minutos iba desapareciendo.

Svitlana Basarab aún yacía en el gélido suelo del salón cuando Otto se le acercó, mas empezaba a recuperar la conciencia cuando éste la incorporó tocando la parte posterior de su cabellera. Ya podía ver, aunque borroso, su rostro cuando empezó a darle ligeros golpes en las mejillas. De manera casi inconsciente agarró la muñeca del mayordomo para que cesara que cesara los golpes y se le quedó mirando algo desorientada.

-Que...- dijo soltando la muñeca del hombre y llevando su mano a la cabeza como si le doliera -que ha... ¿que hago en el suelo?...- entonces comenzó a despejarse por completo y fue entonces cuando entendió las palabras que le había dicho el mayordomo. Entonces asintió suavemente con la cabeza y con una seña casi imperceptible le pidió a Otto que le ayudara a levantar pues aún seguía algo mareada.

Por suerte no pudo ver el charco de sangre que se secaba a su espalda pues estaba más pendiente de sus niños que de cualquier otra cosa. Una vez en pie miró por unos segundos a sus hijos con ternura y seguidamente se sacudió el vestido, agradeció con un gesto al mayordomo y comenzó a avanzar despacio pero con la cabeza bien alta para ver jurar a sus hijos.

Tras ayudar a la noble dama a ponerse en pie y respondiendo a su gesto de agradecimiento con una respetuosa inclinación de cabeza, el mayordomo regresó a su sitio. Ya estaba hecho lo que le habían pedido, aunque de haber tenido las sales encima todo habría sido más apropiado. Solo quedaba terminar con lo que tan mal había comenzado.

- Vikos y Veronika, como miembros de la ilustre Casa Basarab, ¿juráis lealtad y obediencia al legítimo señor de Transilvania el Duque Gyula Kadar?

Mire a mi madre y luego a Durius, para armarme de valor.

Tomároslo si queréis como un juego. O considerad vuestro juramento una mentira, si así lo preferís, un pecado que deberéis purgar con la confesión y la penitencia que se os imponga. 

Recordando aquello, me arrodille y dije con la voz alta pero calma:

-"Si, juro"- 

Verokina dudó, por unos segundos preciados. Parecía ser más dificil de doblegar que su hermano y eso seguramente le traería problemas. Si su rodilla cedió haciendo que se arrodillase junto a su gemelo no fue mas que por una simple cuestión mimética. Con la vista situada en el suelo entreabrió los labios, dudando de nuevo por un segundo, el que le bastó para mirar a un punto indefinido en el espacio detrás del Duque. Lo que pasaba por su cabeza era simplemente indescifrable a simple vista.

-Si, juro dijo más alto quizás que su hermano mirando a la punta de la nariz del Duque.

- "Y yo, Duque Gyula Kadar, Señor de Transilvania, Moldavia y Valaquia acepto vuestro juramento, jóvenes Basarab.

Vikos, te nombro Paje de la Corte.

Veronika, a partir de ahora serás la nueva Doncella de Honor al servicio de la Dama Dubieta Szantovich.

Senescal, Chambelán, le comunicaréis al Maestro de la Corte que, pese a su escaso sentido de la oportunidad, es mucho lo que espero de él y que en adelante deberá formar y educar adecuadamente a Vikos Basarab y a su hermana Veronika, tanto el saber, como en el arte y en especial en las virtudes y maneras de la Corte. Será el principal responsable de su educación, como ya lo es de los jóvenes Pajes Tiberiu y Lindor.

Asimismo, espero de toda la Corte que sea un ejemplo para nuestros jóvenes y que todos contribuyan en su educación, y en especial en el sentido del honor y la responsabilidad." -

El Duque termina su discurso y guarda silencio un minuto. Después se vuelve hacia el Senescal Stolnic.

- "Mi Senescal, me habéis servido bien durante estos años. Desde que tengo memoria siempre ha habido un Stolnic al servicio de un Kadar o de un Arpad, nuestra familia hermanda. Mas no tienes descendencia que pueda servir a mi hijo en el futuro y eso me preocupa. Además, ya tienes una edad.

Sería muy conveniente para ti el contraer matrimonio con la noble Dama Dubieta Szantovich, que es mujer de intachable linaje y demostrada fertilidad, como atestigua la presencia de su hijo Tiberiu, que como veis es un varón muy sano y lleno de vitalidad.

Tenéis mi bendición y permiso para cortejarla durante este año y parte del siguiente.

Caballero Iacobus Radoslav de los Cárpatos, ha llegado el momento de recompensar vuestra lealtad incontrovertible con generosidad. Llegaste a nos como caballero errante y ahora eres el Segundo Caballero de la Corte del Duque de Transilvania.

Ha llegado el momento de que fundes un linaje al que puedas transmitir tu nobleza y entereza, así como tu valor y devoción a nos y a esta nuestra tierra de Transilvania.

No puedo pensar en ninguna candidata mejor para vuestros esponsales que la bella Radovina Szantovich de Bran.

Tenéis mi permiso y mi bendición para cortejarla adecuadamente, como debe hacer un caballero de vuestra estatura.

La doble boda se celebrará en la primavera del año próximo, en la Iglesia de Alba Iulia, oficiada por el Padre Adelmus Basarab y en presencia de todos los notables de la Tirsa de Balgrad.

Chambelán, vos seréis el encargado de organizar todos y cada uno de los detalles de estos dos vínculos de unión matrimonial. Sé que velaréis porque todo sea perfecto.

Se levanta esta sesión de la Corte. Podéis retiráos.

Durius, tú no. Deseo hablar contigo a solas un momento..." -

Durius escuchó el juramento de los dos Basarab y cuando ambos se levantaron, colocó sus manos sobre sendos hombros, cerrándolas en un apretón suave y confortante. Ante las palabras de Gyula Kadar guardó un respetuoso silencio, no desviando su atención de él ni siquiera ante la extravagante mención a lo que no eran sino matrimonios obligados entre la casa Szantovich y dos de los cortesanos presentes, Jensi Stolnic y Iacobus Radoslav. Sin duda, mucho confiaba el Duque en el poder de la semilla de aquellos varones si creía que habría de prender algún día en los úteros de aquellas dos damas, cuyo futuro se adivinaba sombrío. Cuando el Duque concluyó, Durius inclinó la cabeza ante sus deseos.

-Sí, mi señor Duque -dijo con voz serena y clara. Tras ello, miró a Vikos y Veronika Basarab, serio como era su costumbre, si bien sus ojos brillaban amables-. Id con vuestra madre que os aguarda y ama.

Durius caminó entonces acercándose al trono ducal donde se detuvo, esperando a que el gran salón se vaciara para escuchar cuanto su señor hubiera de decirle. Su mente no se llenó de prevenciones ni temores. No ante el imprevisible Gyula Kadar. Simplemente, se dedicó a contemplar la marcha de unos y otros, confiando en que todos cumplieran con las exigidas formalidades de despedida en aquella funesta noche marcada por la muerte y la implacabilidad.

Schaar, que se había mantenido inmovil algo confuso con la situación, miró rápidamente a Dubieta, que protegía al joven Tiberiu, antes de acatar la orden que el Duque le había dado, tras lo que salió siguiendo al resto de hombres de armas.

Durante todo el juramento, Svitlana mantuvo una expresión dura y la mirada fija por encima de los presentes sin embargo cuando escuchó el juramento de sus hijos un nudo en su garganta apareció aunque su rostro apenas mostraba señales de ello. Nada más acabar le indicaron a sus hijos que volvieran con ella y sin pensárselo dos veces abrió sus brazos con las manos hacia arriba para recibir las de sus queridos hijos.

Miró a su alrededor en busca de su querida prima Giorgina mas no la encontró. Los niños habían llegado a ella al poco tiempo y cogiendo  a ambos niños de las manos se encaminó hacia la puerta.

Por desgracia, justo antes de salir volvió a girarse para hacer la última reverencia al Duque y se percató de que algo rojo ensuciaba la bonita escena del salón. Como si algo la empujara a descubrir que era, avanzó hacia el charco soltando las manos de sus pequeños y quedó pálida al descubrir la gran cantidad de sangre que adornaba el impecable suelo. Desesperada volvió a buscar a su prima por el salón y de nuevo volvió a mirar el charco de sangre. Entonces algo despertó en su interior, era lo suficientemente lista como para ver lo que había pasado y una desgarradora tristeza invadió su corazón. Aunque mantenía una expresión dura para mantener las apariencias no pudo evitar que su tez se tiñera de blanco y que una lágrima traicionera rodara hasta su barbilla. Girando lentamente sobre si misma miró a los presentes pronunciando una pregunta silente. Nadie la escuchó y a pesar de ello muchos sabían cual era la pregunta:<¿Que le ha pasado a Giorgina?>

Veronika vio como su madre palideció al ver la mancha de sangre, miró la mancha...la miró a ella...miro la mancha...a ella...y habló tras acercarse a la misma, para que ella la escuchara

Madre, está muerta susurró al ver la lágrima que bajaba por su mejilla, la cogió de la mano y tiró de ella con dulzura hacía el exterior de la sala. Sangre Basarab, su madre se había desmayado y ahora palidecía, ella no era una Basarab. Todo había sido por su culpa.

Iacobus devolvió la mirada a la niña cuando Veronika la fijó en él. Era imposible de saber exactamente qué tipo de sentimientos guardaba la pequeña fémina para con él, así como igualmente de imposible era dilucidar qué había de parte del caballero de los Cárpatos. Sin embargo, algo sí podía ser percibido, de algo sí podía estarse seguro. No había enojo, ni desagrado. Casi parecía curiosidad. Sí, podía ser. O diversión, o ironía. En fin.

Al menos, el que se hubiese dignado a mirarla, ya hablaba suficiente.