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[DM08/20] La Telaraña

⋩ Capítulo 6: Desenlace ⋨

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31/08/2020, 00:15
Lady Gianna Vance
Sólo para el director

Cundo Gianna salió de aquella sala de audiencias y se vio sola, sonrió. No había salido nada mal la boda al final. Su hijo no tenía remedio y con un poco de suerte Lady Harriet lo reconduciría, tal vez consiguiera encontrarle una esposa y finalmente se convirtiera en un hombre. Pero aquello ya no era responsabilidad de ella. Ella tenía otras responsabilidades. Debía gobernar Nueva Esperanza y aquello no sería tarea fácil. Debía parar los ataques con bandidos, o al menos seleccionarlos mejor y también empezar a reclutar nuevas tropas. Además debería preparar la llegada de Ser Bargor para supervisarlo todo. Y en algún momento debería sacar tiempo para conocer a su nieto. 

La conversación con su marido no sería fácil. Pero lo afrontaría, después de lo vivido esos días, Lady Gianna se veía capaz de enfrentarse a cualquier cosa... y salir victoriosa. 

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31/08/2020, 00:15
Lady Gianna Vance

Tras un breve intercambio de palabras con Lady Bessa y un abrazo sentido con su hijo Guileon. Lady Gianna se despidió de Mawney y miró a Lady Harriet. Hizo una respetuosa reverencia hacia su señora y salió de aquella sala de audiencias para emprender su camino hacia Nueva Esperanza. 

Para Lady Vance aquellos días habían sido intensos y bastante duros. Pero había terminado. Ahora empezaba una nueva etapa.

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30/08/2020, 23:47
Lady Morna Hawick
Sólo para el director

Morna observaba a lo lejos la envergadura de Fuerte Floresta. Aquellos muros que habían sido su casa, su dominio, habían sido testigos de cada risa, de cada lágrima, de cada logro y de cada desgracia. Si aquellas piedras viejas hablasen, o si lo hicieran las rosas, hubieran hablado de cómo en tan sólo un instante el corazón podía romperse, la virtud malograrse, la fortuna perderse y el futuro marchitarse.

No hubo lágrimas en sus ojos claros y secos, mientras la distancia entre el carruaje y el hogar que la vio nacer se volvía cada vez más amplia, pero en su fuero interno gritaba. Gritaba a los Siete, clamando, recordando las palabras sabias que había escuchado decir, una vez, sin que pudiera situarlas en labios concretos. "Los Dioses no tienen piedad, por eso son Dioses". No. No habían tenido piedad con ella, arrebatándole a cada persona que había amado, alguna vez. Y tan sólo esperaba que no la tuvieran, con ninguno de aquellos que habían erigido palabra o acción alguna para provocar su caída en desgracia. 

Observó que la tarde caía y el ocaso de extendía hacia adelante cuando fue capaz de dejar de mirar atrás, con el rostro descompuesto y los labios contraídos en una mueca doliente. Se llevó una mano al hombro, y apretó, emitiendo un leve quejido. El recuerdo de Esthal aún perduraba sobre su piel. Rogaba porque lo siguiera haciendo. Porque le dejase marca. Pensó en las veces que había escuchado decir a quienes habían perdido a alguien querido que con el tiempo habían llegado a olvidar la voz del ser amado, los rasgos de su rostro, al igual que había sucedido con la muerte de su propio padre. 

Y temió olvidar. Temió olvidar el rostro de su hija, Bessa, aquel mismo día, cuando había llorado entre sus brazos y le había dicho que la quería. Temió olvidar el de Esthal, en tantas facetas de su vida juntos. En el culmen de su pasión, en la alegría de ser padre, incluso en los momentos en los que su ceño se fruncía, en cada una de esas numerosas ocasiones en las que perdía la paciencia y el temple. Temió olvidar los ojos negros como ala de cuervo de su hermana, Areza. Y temió... Sí, temió, olvidar el rostro apuesto de Lyonell, en aquellos tiempos en los que ambos fueron jóvenes. En los que simplemente fueron ellos mismos, sin el peso de unas responsabilidades que los habían alejado irremediablemente, habiéndolos juntado tan sólo para malograrse y propinarse profundas e irreparables heridas. 

Clavó la mirada en el horizonte, bajó la cabeza, y recordó cada mentira, cada traición. Había arrepentimiento, sin duda, pero también justificación. Cada uno de sus pecados habían estado justificados, ¿quién no pecaba por si mismo, o por su familia? Lo habría hecho, aún sintiéndose culpable, una y mil veces. 

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31/08/2020, 00:27
Bessa Hawick

Después de que acabara la reunión en la sala de audiencias de Fuerte Floresta, la nueva Lady Hawick se retiró para pensar en todo lo ocurrido. Habían pasado tantas cosas, ella había perdido todo lo que había sido su mundo: su padre, su madre y las dos únicas personas que había considerado sus amigos.

Guileon le había fallado, no consideraba que fuera quien ella había creído que era, la había engañado demasiadas veces. En cambio, se sentía mal por no haber cumplido su palabra con Lisette, ella hubiera querido hacerlo, pero si quería mantener Fuerte Floresta como le hubiera gustado a su padre debía ser leal como le habían pedido y por eso lo hizo. No fue por rencor hacia los Haffer, eso se lo repitió muchas veces aquella noche. Por mucho que los odiara, no había sido por eso.

También estaban los problemas que iban a aparecer entre los Vance y los Blanetree. Sentía lástima por Lady Gianna, pues su hijo se parecía más a la madre que la había abandonado que a la Señora de Nueva Esperanza; pero los Blanetree eran ahora sus vasallos y debía cuidarlos igual que había hecho Lady Harriet con ella, sabía que no se había equivocado y mientras no tuviera lugar una guerra se daría por satisfecha.

Realmente estaba triste por todo lo ocurrido, lo había perdido todo, y sin embargo había ganado una familia, una nueva y mucho más fuerte que cualquier otra de las Tierras de los Ríos, se casaría con el hijo de Lady Tully y sin aun conocerlo, esperaba que hubiera sido educado de la misma forma que su hermana, a la que apreciaba de corazón. Tenía miedo de que llegara esa nueva boda, la última no había ido como esperaba. Aun así, haría lo posible para ganarse el afecto de aquellos que ahora formarían su nuevo mundo.

Quizás había logrado lo que quería; un buen matrimonio, ser la Señora de Fuerte Floresta y la esperanza de que los Hawick pudieran llegar a una nueva época de esplendor. Sin embargo, nada había sido como ella había pensado. Eso era motivo de tristeza para ella, pues la ausencia de su padre la sentiría por el resto de sus días, pero también se había librado de todos aquellos que la habían engañado.

En el futuro, cuando naciera su hijo, tal vez pudiera sentir de nuevo la felicidad que había sentido la última vez que vio a su padre emocionado por su victoria en el torneo de arquería. La otra posibilidad es que no tuviera tiempo para la tristeza o la felicidad, tenía mucho trabajo por delante para volver a hacer brillar su Casa y además quería seguir perfeccionando su puntería para ser de verdad la mejor arquera de Poniente.

Ahora, todo estaba en sus manos. Incluso el destino de otros. 

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31/08/2020, 00:44
Mawney Cleve
Sólo para el director

Allí, de pie junto a la que ahora era su Señora, a la que había jurado lealtad, lord Mawney Stingmoon dejó que su mente vagara por lo que había sido el tercer punto de inflexión en su vida, y lo que le había conducido a él. 

El primer punto se produjo cuando Lady Vance lo dejó, siendo un niño, con la Hermandad de los Dedos Punzantes. El segundo lo provocó él mismo cuando decidió que había ya tragado suficiente crueldad y abusos, y mató a sus torturadores, escapando de la Hermandad y volviendo a Nueva Esperanza. 

Y ahora, esta tercera vuelta que desviaba el curso de su futuro, llegaba con su nueva identidad: un apellido, un lema, un blasón.

No, no se arrepentía de nada. Había sido fiel a su código, y leal a su Señora. Como lo sería ahora también. Matar a Lord Haffer le había producido poca o ninguna mala conciencia, había sido sólo la mano ejecutora, el contrato se habría llevado a cabo con o sin él. Y después, esparcir la mierda que había ido recogiendo de unos y otros, tampoco le quitaba el sueño.

Le faltaban cosas por saber, como qué sería de Morna. Exiliada de Poniente, según Debian, pero el odio y el rencor persisten, y la venganza espera. Quizá volviera a por él, algún día. O a por los Vance.

Lo cierto es que la historia no había acabado como él hubiese querido, porque si hubiese podido, Guileon se habría casado con Bessa y hubiera podido ejercer de padre de su hijo. Pero el joven Vance se había buscado toda su perdición, aunque el destino no estaba escrito, él lo sabía bien. 

Y Gianna, ella sí le dolía. Su amor de madre, y a él su amor soñado, les había dibujado un Guileon que no existía. O, según él mismo, habían llegado tarde. Pero como le había dicho a Gianna, no habían ganado, cierto, pero tampoco habían perdido. Ella, a pesar de que sí perdía a Guileon, seguiría siendo Señora de Nueva Esperanza. Y él... 

Él era otro. Libre, y atado, todo a a vez. Pero atarse por lealtad no era una soga. Así que, cuando escrutó sus sentimientos, se encontró tranquilo. Y contento. Mantendría sus contactos, Gianna, Guileon, y estaba seguro que su brillante Areesa lo visitaría cuando la necesitara, o cuando ella lo necesitara a él. Iba a llevar la vida que le gustaba, la vida del cuervo que otea en la noche, observa y evalúa. Vestido de negro con su capucha de asesino ocultándole el rostro, una daga en cada mano, en lo alto de la más alta torre, acecha. Y si es necesario, mata. 

Afilada es la noche...

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31/08/2020, 00:50
Urthen Haffer

Mientras caminaba de regreso a sus aposentos muchos pensamientos revoloteaban dentro de su cabeza, pero uno era el prevalente: La gratitud que sentía, a los dioses viejos y a los nuevos, por haberse equivocado en sus peores presentimientos y salir finalmente todos de allí sanos y salvos. Por supuesto, eso no sería algo que aceptaría del todo hasta estar ya en Puño del Río, pero se sentía optimista al respecto.

El desenlace de todo aquello le atormentaba por distintos motivos. Si bien había encontrado cierta esperanza para su Casa, para su familia, faltaba alguien junto a él. Alguien importante, a quien había decepcionado, de quien había escuchado el más horrible juicio hacia su persona. Ni siquiera Clarinthe misma lo había llamado algo peor que su padre, aunque no dudaba que muchos hablaran a sus espaldas, más ahora con esta boda fallida. Quizás nunca entendería como había llegado a pensar así de él, o como el hombre que Urthen había conocido, todo deber y honor, se había convertido en el esclavo de una mujer que no había dudado en acusarlo. Ahora, con el resultado de la boda, se cuestionaba a sí mismo el haberla apoyado. Sin embargo, Urthen no había dicho mentira alguna en el juicio, y en cambio sí las había escuchado de su padre. Si no había sido él quien había matado a Lord Esthal, podía estar seguro de que lo estaría planeando. Fuera como fuera, él lo despediría por lo que había sido, y le daría el funeral digno que este alguna vez había merecido y al que sus intenciones, que quería creer eran buenas al velar por su familia, correspondían.

Tía Alonia asistiría al funeral. Se moría de ganas de verla, de contarle todo lo que había pasado allí, pero ahora recordaba las palabras de Clarinthe y la fuerza en los ojos de la pelirroja, y dudaba. Dudaba de lo que esta le ocultara, de lo que no había logrado llegar a saber. Se temía, en parte, que concluyera en una decepción similar a la que había llevado a su padre a su fin.

También sentía lástima por Bessa y Guileon. Había hecho todo lo que había estado en sus manos para permitirles estar juntos, para cubrir sus errores, pero la suerte no había sido tal. Quizás, ahora que ambos tendrían una relación cercana con los Tully, podrían encontrar alguna manera de seguir juntos, o de verse relativamente seguido. Sobre Bessa, no tenía mucho que decir, más allá de dudar volver a escribirle hasta que no lo hiciera ella. Quizás lo haría, quizás no. Hablaría con Lisette al respecto, quizás, pues ella sabría como era la mejor forma de proceder con su amiga. Ciertamente, no la culpaba de tomar la vida de su padre, a pesar de la crueldad innecesaria de las tres flechas que le había asestado. Sabía, tan bien como cualquiera presente el día del torneo, que a esa distancia podría haberle dado una sola en el corazón aún con la mano temblorosa y los ojos vendados.

Guileon había sido una de sus grandes decepciones de aquel torneo. Era por él que, realmente, se llevaba el corazón roto de regreso a casa. Y no era porque lo hubiese rechazado, o porque creyese que ofreciéndole un trío podría conseguir algo de él, sino porque lo había visto por lo que era. Un hombre débil, mezquino, traicionero e impulsivo. El tipo de hombre que, de tener el poder, antes de hacer lo correcto haría lo que quisiera con él. Por eso, y por nada más, le había decepcionado. Pero aún sabiendo que había intentado perjudicarlo de no una, sino varias formas, le deseaba lo mejor. Su mirada vacía no salía de su cabeza, y pensar en ello le encogía el corazón. Guileon podía haber hecho muchas cosas cuestionables e injustificables, pero las había hecho por amor. Si bien no lo excusaba, y había comprobado que él jamás tomaría un camino similar, lo entendía. Y vaya que lo entendía, a él, quien al venir e incluso cerca de la muerte había llamado su sol. Como la brisa, Urthen tendría que cambiar de dirección.

Se preguntaba que habría pasado con Lady Morna. Si habría pagado con su vida, o si le habrían dado, como habían dicho, la oportunidad de dejar sus tierras. La misma mujer que había embelesado a su padre, que había jugado con la vida y muerte de dos hombres, que ni siquiera había guardado la compostura al ver morir a su amante por asesinar a su esposo. La mujer que su mismo padre había dicho era la única en que podían confiar él y Valder, a quien tenían que consultarle cada paso que daban, y que se alegraba de no haberlo hecho. Una mujer en la que su padre había confiado aún más que aquella que había estado durante veinte años a su lado. Una mujer que, a parecer de Urthen, había tenido todos los motivos correctos para buscar ayudar a su familia, especialmente sin perjudicarlos a ellos.

Ya no le cabía duda de que la maestre Hazzea, con la sabiduría de sus años, había tenido razón en otras cosas también. Los Tully habían planeado todo esto en un afán por eliminar la competencia y asegurar una alianza que perdurara. Y él, buen vasallo, había jurado servirles. Para ser sincero, ahora mismo no le importaba. Prefería alejarse del nido de víboras, mantener su Casa pequeña pero bien provista, con la gente que confiaba a su lado. Ahora, mejor que nunca, entendía la necesidad de no confiar en nadie, y en su corazón había espacio para una lista con solo tres nombres en ella. Tres nombres en los que confiaría su vida, pero ninguno más, no desde ahora.

Ahora solo quedaba volver a Puño del Río, su no muy atractivo pero querido hogar. Volvería junto a su hermano y su esposa, que ahora era su nueva hermana, y cuyos asuntos pronto tendrían que resolver. Sin embargo, ahora tenía el alivio de poder ocuparse de ello por su propia cuenta. Volvería con la maestre Hazzea, que sabía lo daría todo por ellos, y esperaba, por los hijos que tuvieran Valder y Lisette. Volvería a administrar su mitad de las tierras, esperando diez años a poder recuperar el resto, mientras se preocupaba de que su hermano y cuñada recibieran una buena educación, y también lo hicieran sus hijos. Quizás, cuando ya tuviera 31, aún joven, aún podría encontrar un matrimonio decente. Quizás para entonces ya habría vivido un poco, y le costaría menos renunciar a los placeres si al menos tenía recuerdo de ellos. Solo tendría que tener cuidado de no volver a enamorarse, y si lo hacía, como ahora, saber tomar la dirección contraria aún si se le abrían todas las puertas. 

Lo importante, ahora, es que regresarían al castillo de su Casa, y que a pesar de que su padre no estuviera, podrían seguir llamándolo su hogar. Que, a pesar de que no fueran grandes y poderosos, podrían tener algo mucho mejor: una vida feliz.

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31/08/2020, 01:29
Narración
Sólo para el director