Partida Rol por web

4º día del Doncel. Mes del Doncel. Año 242 D.D. 

Lugar: Árbol.

Valder caminó en silencio al principio, un silencio muy poco propio de él, pero del que parecía que le costaba salir. Su pulgar jugaba con los dedos de su esposa al caminar, aprovechando el balanceo de sus brazos. Según se iban acercando al árbol el chico empezó a caminar más despacio, con los ojos fijos en la sangre aún fresca que brillaba en el tronco y se deslizaba hacia el suelo. Tragó saliva, pero no se detuvo, parecía decidido a llegar hasta el lugar en el que había muerto su padre. 

—Me habría gustado que lo conocieras —musitó, apretando los dedos de Lisette.

La doncella avanzaba, intentando no mirar la sangre derramada, pero mientras más se acercaban más difícil era ignorarla. Valder parecía más fuerte que minutos atrás, pero estaba segura que aún no había superado el momento. Una muy pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. -No sé si le hubiera parecido digna para su hijo.- Murmuró, llevándose la mano de él hasta los labios, antes de mirarlo directamente.

-No es necesario que te hagas esto, Valder.- Murmuró Lisette, sosteniendo fuertemente la mano de su esposo, atenta a cualquier señal de debilidad que pudiera mostrar. -No había nada que pudieras hacer para que evitar que pasara, tu padre tomó las decisiones que lo llevaron hasta aquí. De verdad lo siento, y ojalá el final hubiera sido distinto, pero es algo que no podrías haber previsto.-

—Al principio seguro que no —valoró, con una sonrisa tensa—. Se habría enfadado, habría puesto el grito en el cielo y nos habría amenazado con enviarnos a todos al Muro. Hasta que hubiera visto lo feliz que me haces. Entonces te habría empezado a querer. —Tragó saliva y se detuvo antes de llegar a su destino, para mirar a la chica a los ojos—. Estos días había perdido el juicio, quién sabe qué le hizo esa bruja Hawick para tenerlo en sus redes —espetó, con rencor hacia Lady Morna—, pero te juro que era un buen hombre. Y me quería muchísimo, te habría querido también a ti.

Exhaló el aire de sus pulmones, serio, y miró de nuevo hacia el árbol. Apretó las mandíbulas y asintió con la cabeza. 

—Sólo quiero despedirme. Elevar una oración a los Siete por su alma. Creo que va a necesitar toda la ayuda que puedan darle para purgar los pecados de estos dos días.

Y con una determinación renovada, volvió a ponerse en marcha hacia el árbol.

Escuchar aquellas palabras sorprendieron a Lisette, quien miró en dirección de Valder como si el joven estuviera hablando de otra persona. Lo cierto era que en los dos días que llevaban los Haffer en Fuerte Floresta, había sentido a Lord Lyonell como alguien frío, de pocas y meditadas palabras. Se había contagiado de la animosidad de Valder y Urthen durante el último día, y quizás por eso había percibido de aquel hombre una faceta que lo ponía en una posición poco agradable a sus ojos.

Sin embargo, recordaba el calor con el cual Lord Urthen hablaba de Puño del Río, y poco a poco fue internando en su mente que, en realidad, los logros de aquel reino pesaban sobre los hombros de Lord Lyonell. Además, había sido aquel hombre quien criara solo a sus dos hijos, y tanto Valder como Urthen tenían un corazón de oro. Por tanto, aquel hombre de palabras ácidas que había hablado con dureza a sus hijos antes de su muerte, no podía ser tan frío como lo había estado pintando hasta entonces.

Siguió avanzando, y tuvo que tragar fuerte ante el olor de la sangre, la visión de la misma. Valder necesitaba eso, y ella no quería dejarlo solo, pero comenzó a sentir sus piernas y rodillas temblar. Sólo una oración, y nos alejaremos de aquí...

Los ojos de Valder se empañaron cuando alcanzaron el árbol y su mirada se paseó por la corteza ensangrentada. Apretaba la mano de Lisette con fuerza, como si la necesitase para mantener el contacto con el mundo. Cerró los ojos entonces y bajó la barbilla en recogimiento. De sus labios empezó a brotar un cántico conocido en todos los Reinos, una oración para los Siete. Su voz era grave, bonita, aunque deslucida por el deje húmedo de las lágrimas que empezaban a resbalar de nuevo por sus mejillas. 

Aquel canto triste llenó de pena el corazón de Lisette, a la vez que le maravillaba una vez más escuchar la voz de Valder, esta vez no con una canción de ira improvisada, sino con palabras que hablaban de todo lo que estaba sintiendo ahora. La doncella tragó fuerte, y posó su mirada en el árbol, intentando controlar su propio temblor y palidez.

Sangre. La respiración se le hizo más rápida al igual que los latidos de su corazón, y tuvo que cerrar los ojos. Pero seguía oliéndola, la imagen del árbol ahora reemplazada por la de su padre, sin vida. Abrió de nuevo los ojos, ahogando un grito, llevando su mano libre a su boca. Concentró su mente en la voz de Valder, e intentó rezar también, palabras que se entorpecían en su mente mientras las lágrimas de pánico bajaban por sus mejillas.

-Valder...- Murmuró, pero no se atrevió a decir más, no quería interrumpirlo. Volvió a inhalar, y se unió con voz temblorosa a su canto, como un coro tímido bajo la voz de su esposo, dejando que las lágrimas de ambos fueran, no sólo por Lord Lyonell, sino por Lord Esthal, y por su propio padre.

La voz de Valder bañaba aquel espacio, rebotando contra el árbol y contra la hierba donde su padre había muerto. Llenaba su pecho con aire y lo vaciaba con aquella expresión de tristeza y de ruego. Y mientras las lágrimas surcaban sus mejillas él parecía estar desanudando algo en su pecho. La culpa quizá. Rogar por su padre podría estar teniendo un efecto sanador, como si de algún modo compensase las últimas cosas que le había dicho.

El muchacho estaba ligeramente ausente y no pareció percibir cómo se encontraba Lisette. Sí que apretó su mano al oír su propio nombre, y sonrió levemente al notar cómo la voz de ella se le unía.

Después se giró hacia la muchacha y llevó una mano a su barbilla. Moviéndose despacio buscó sus labios sin preocuparse por los nobles que aún quedaban dispersos. Parecía tener toda la intención de ahogar su pena en la boca de ella en un beso largo, algo húmedo y salado.

Ver que aquello le estaba haciendo más bien que mal fue lo que permitió a Lisette seguir allí, aún cuando estaba temblando. Sabía que era un proceso difícil, que el Valder que había conocido esos días no volvería tan pronto. Que una espina quedaría siempre allí, en el recuerdo. El gesto de la mano de él en su barbilla le permitió dejar de observar el árbol con alivio para fijarse en sus ojos, y un instante de pánico la lleno un momento cuando buscó su boca, más no se lo negó. Igual que ella en su desesperación lo había buscado hacía tan sólo dos días en el salón de música, del mismo modo sabía que él necesitaba de eso, de ese escape al lugar feliz que eran sólo los dos.

Dejó que el beso avanzara, largo, sentido, doloroso y a la vez lleno de entedimiento. Se separó muy levemente, con las manos en sus mejillas. -No... no puedo seguir aquí, la... la sangre...- Murmuró, mirándolo de nuevo a los ojos. -Ven... Habla... Háblame de él. Háblame de buenos recuerdos.- Le pidió, buscando alejarlo de aquel árbol hacia cualquier otra dirección. Intentó no mirar a nadie más, no le importaba ya quien los viera, pero era aún algo que la atemorizaba, como si el hecho de verla junto a Valder fuera a hacer que la señalaran como falsa.

Valder frunció el ceño en un primer momento, pero luego comprendió, asintió y se dejó llevar, permitiendo que Lisette la alejase del árbol. Tardó algunos segundos en contestar a sus palabras y, cuando lo hizo, fue con un suspiro. 

—No quiero pensar más hoy en recuerdos que no puedo cambiar —confesó, mirando hacia el suelo mientras caminaban—. Prefiero que pensemos en crear los nuestros propios. Por ejemplo, creo que me gustaría que nuestro primer hijo varón se llamase Lyonell. Y a la primera mujer, me gustaría llamarla Thaena. —Apretó sus dedos y buscó la mirada de su esposa. Saltaba a la vista que estaba intentando no dejarse arrastrar por la tristeza. Esbozó una pequeña sonrisa—. Te dejaré elegir a ti los nombres de los otros tres.

Mientras se alejaban del árbol, donde el olor de la sangre se había mezclado con el dulzor de las flores, Lisette fue recuperando su andar con un poco más de confianza, llevándose a limpiar sus mejillas rápidamente. Entendió que de momento Valder quería evadir el tema, y aunque parte de ella quería saber un poco más sobre el hombre que no llegó a conocer, para poder evaluar mejor los acontecimientos que llevaron a ese momento, se resistió en un principio a preguntar.

Una sonrisa suave se dibujó en sus labios al escuchar sobre hijos. Valder hablaba sobre hijos, y el temor que había sentido el día anterior al pensar que el joven de los Haffer no se sentía preparado para algo así se desvaneció. -Lyonell y Thaena. Me gusta.- Aseguró ella. -El segundo niño lo llamaremos Urthen. Y el tercero... El tercero, William.- Le miró de reojo. -¿Cómo se llamaba tu madre?- Preguntó, comenzando a sentir ese efecto que ocurría sólo cuando estaba con Valder, en donde el mundo alrededor parecía difuminarse a su lado.

Valder pareció sentirse algo más liviano cuando vio que Lisette le aceptaba el cambio de tema y aportaba nuevos nombres. La miró con un atisbo de curiosidad cuando propuso William, intuyendo por dónde iba aquello, pero con su pregunta se encogió de hombros. 

—Se llamaba Loana —dijo—, pero yo no llegué a conocerla porque murió en mi parto, así que su nombre no tiene mucho significado para mí. Mejor elijamos otro nombre. ¿Cómo se llamaba la tuya? ¿La conociste?

-Sigue siendo la persona que te dio a luz... Si yo falleciera, me gustaría que mis hijos me recordaran.- Dijo, aunque se apresuró a seguir. -Te prometo que pediré a la Madre para que no me ocurra nada durante el parto.- No quería que esas preocupaciones lo invadieran. -¿De donde habrá sacado lord Mawney que tú estabas muy enfermo y a pocos meses de morir?- Lisette alzó una ceja con curiosidad.

Su mirada pasó hacia el frente, pensativa. -Mi madre se llamaba Nevia. Servía también en casa de los Blanetree, era una de las ayudantes de la cocinera. Mi nacimiento fue complicado, nací antes de tiempo, y aunque sobrevivió no pudo engendrar más, por lo que no tuve hermanos. Enfermó cuando yo tenía cinco, una fiebre fuerte que afectó a varios de la casa, entre ellos a lady Thaena y sus hermanos. Sin embargo, ellos lograron sobrevivir a la enfermedad, pero no mi madre.- Explicó.

-¿Por qué razón bebías la noche que me visitaste en mis aposentos?- Preguntó sin poder evitarlo. Había pensado al principio que lo hacía al haber sido nombrado Ser, pero si quien lo había nombrado había sido Guileon, ¿por qué había dicho que había bebido debido a su padre?

Los dedos de Valder se cerraron con más firmeza sobre los de Lisette cuando mencionó la posibilidad de que ella falleciese. La escuchaba mientras caminaban por los jardines, tomando senderos al azar. Algunas de las personas que aún había por el patio los miraba de lejos, pero al menor de los Haffer aquello le importaba menos que nada. 

—Nevia... —repitió, mirándola con una pequeña sonrisa—. Me gusta, suena bonito. Por mí se lo ponemos a la quinta. Y no te pasará nada, porque los Siete bendicen nuestro amor. Recuerda lo que dijo el septón. Me gusta que me lo hayas contado, quiero saberlo todo de ti, descubrirte a pequeños pedacitos. 

Dio algunos pasos más antes de responder a alguna de las preguntas que ella le había lanzado. 

—No tengo ni idea de dónde ha sacado eso el consejero. No he estado enfermo en la vida, y no será por no haber salido cuando llovía o haber comido tierra con gusanos. Pero tengo una salud de roble. Yo creo que es como dijiste antes. Se ha inventado mentiras para esconder las verdades en ellas. Y a lo mejor con alguna mentira ha acertado sin saberlo y se lo han confirmado al pelearse. 

Tiró de ella para llevarla hacia un trocito de césped y se dejó caer en él. Luego dio un par de palmadas con la mano a su lado, invitándola.

—Ven, siéntate conmigo. Esa noche mi padre me encargó que emborrachase a Ser Guileon. Quería que lo sonsacase, que averiguase si había recibido las cartas de Urthen. Así que eso hice, pero al emborracharlo, tuve que beber también con él. —Se llevó un dedo a la sien y miró con complicidad a Lisette—. Lo cual no nos vino nada mal.

Volver a la noche anterior, aún si fuera por unos momentos, reducía el horror que habían estado viviendo desde el momento que el grito de Lady Morna en la oscuridad había roto el silencio. -El septón Thorryn estaba aquí. Me hubiera gustado saludarlo. Supongo que podremos hacerlo después, ya no hace falta esconderse.- Dijo. Se sonrió al escuchar lo de conocerla a pedacitos. -Mejor que sea a pedacitos, o te aburrirás pronto de mi.- Bromeó, suave, ese estado de humor en el que no podían pretender que el mundo seguía siendo el mismo, pero donde podían demostrar que sacarían la fuerza para seguir adelante, mientras estuvieran juntos.

Se sentó sobre la hierba, abrazándose a sus rodillas y apoyando la cabeza sobre ellas, mirándolo. -Hubiera creído que Lady Morna y Lady Gianna sabrían controlar mejor sus sentimientos, me ha dejado con una sensación terrible en el cuerpo el verlas así, a punto de sacarse los ojos. ¿Donde está la educación que se supone impusieron sobre sus herederos?- Dijo con un suspiro. Sonrió con timidez a las últimas palabras de Valder. -Debí haberte dejado dormir conmigo esa noche. Me costó mucho quedarme dormida luego que te fueras.-

Extendió su mano para acariciar su rostro, dibujando las líneas de sus labios, de sus mejillas. -Valder. El día del torneo había más guardias de los normales. Y ahora dicen que Lady Harriet ha venido con un ejército. ¿Qué estaba pasando realmente, lo sabes acaso? ¿Por qué acusaba a tu padre de traición?-

—No me aburriré de ti en la vida —aseguró, mientras estiraba la mano para tirar de su falda y apremiarla a que bajase al césped con él—. ¿Cómo podría? Tienes ese ingenio delicioso y esa sonrisa que ilumina el día. 

En cuanto la tuvo sentada a su lado, se movió para colocarse más cerca de ella, con una pierna a cada lado de su costado. Pasó los brazos por su cintura y tiró un poco de ella, hasta poder apoyar la mejilla en su hombro. 

—Parecían dos gatas salvajes —convino—. Pero así lo único que han logrado es dejar claro que lord Mawney ha dicho la verdad en algunas cosas. ¿Te imaginabas que Lady Morna se acostaba con Ser Guileon? Se me hace extraño, porque cuando lo emborraché me dijo que era imposible acostarse con ella, que era inalcanzable, o algo así. 

Respiró suave y frotó la nariz con el cuello de ella. Luego dejó que le acariciase el rostro y cerró los ojos, disfrutando del contacto de su mano, de cada una de las caricias. 

—Ya da igual, pasaremos juntos el resto de noches de nuestra vida —murmuró, dejando un beso suave en la punta de sus dedos cuando pasaban por encima de sus labios—. Y no lo sé. Mi padre enloqueció, estoy seguro de que estaba conspirando con la bruja —dijo, dolido—. Según él Morna era la única persona de la que podíamos fiarnos en el mundo. Y él, de hecho, se fiaba más de ella que de nosotros. Todo lo consultaba con ella, creo que hasta le pedía permiso para orinar. —Tragó saliva, su voz se iba volviendo húmeda y resentida—. Ella está detrás de todo. No me sorprendería que le hubiese pedido ella que lo hiciera. 

Las prisas de Valder le sacaron una leve carcajada, pero se dejó hacer, sabiendo que él necesitaba de esa cercanía del mismo modo que ella lo necesitaba a él, haciéndolos capaces de perder las formas y el decoro de forma pública. -Algunas cosas eran ciertas.- Murmuró en voz baja, no necesitaba decirlas en voz alta, puesto que ambos ya las sabían: el embarazo de Bessa, el matrimonio secreto, las cartas de Urthen. Lo del libro para reconocer la letra le había llamado la atención. -¿Las cartas las envió anonimamente?- Preguntó a su esposo, pues había creído que Lady Morna sabía que era Urthen quien las enviaba.

Lisette se mordió la lengua. -Hay algo que sospecho, algo que no fue mencionado por lord Mawney. Presiento que la razón por la cual Lady Hawick quiere casar a Bessa a toda costa es porque está en bancarrota. Los premios del torneo fueron de poco valor en comparación con lo que su nivel de riqueza debería reflejar. Por eso parece tan dispuesta a seguir con esta boda, aunque creo que Bessa puede haber cambiado de opinión. Más ahora que Guileon ha escuchado cierto rumor.- Estaba segura que la razón por la que Guileon había mostrado tal expresión de curiosidad antes de ser abofeteado había sido por lo de que sería padre.

Con aquella pregunta, Valder se quedó pensativo un instante y luego negó con la cabeza. 

—Estoy bastante seguro de que las envió firmadas —declaró—, porque estaba muy dolido por no haber obtenido respuesta. Creía que no le había respondido porque le odiaba. Eso no tendría sentido si fueran anónimas —explicó—. Así que ahí tenemos otro rumor falseado. Mitad verdad, mitad mentira. 

Guardó silencio un instante y besó el hombro de Lisette antes de seguir.

—Urthen también lo dijo. Que están arruinados y por eso organizaron la boda con mi Casa, con una economía mejor. —Vació los pulmones en un suspiro—. Ojalá Bessa haya cambiado de opinión. De esa boda no puede salir nada bueno. Si fuera por mí cogería a Urthen ahora mismo y os sacaría de aquí a los dos. Nos iríamos a Puño del Río tan rápido como nos dieran los caballos. 

La doncella fue asintiendo a lo que iba diciendo el joven lord, inclinando su cabeza hacia él cada vez que lo sentía acercarse, apoyando sus labios en su cabello a la vez que cerraba los ojos un instante. Desde el día del torneo, Lisette se había sentido incómoda con las maneras de lord Mawney, sus preguntas impertinentes y la manera en que insistía en conocerlo todo. Ahora veía que esa manera de ser le había dado frutos, pero seguía sin gustarle sus modos.

Pensó respecto a lo que decía el joven. -Me gustaría que pudieramos hacer eso, si. Urthen no es feliz aquí, y la insistencia de Bessa de no querer dejar Fuerte Floresta le está haciendo daño. Pero es seguro que tu hermano no estaría tan dispuesto a abandonar todo y dejar a Bessa a su suerte.- Lisette suspiró. -El único modo es que Guileon y Bessa sean los novios. Pero Lady Morna...- La doncella negó con molestia y resignación. -Comienzo a desear haber seguido la corriente de tu maestre y haberle insinuado que pusiera veneno en su copa...- Murmuró sin pensar, haciendo que ella misma se detuviera en seco y se llevara la mano a los labios. No, no debería desear la muerte a nadie, pero ¡oh, que fácil serían los pasos a seguir si Lady Hawick ya no estuviera!

—Casado o no, Urthen va a tener que volver a Puño del Río cuanto antes. Primero, por el funeral de nuestro padre —su voz se oscureció al mencionar aquello—. Y después porque él ahora es Lord Haffer, tiene que gobernar sus tierras. Fuerte Floresta no será de Bessa hasta que no muera la bruja, pero Puño del Río ahora es responsabilidad de mi hermano. Y Urthen siempre pone a su pueblo por delante. 

Se encogió de hombros y aprovechó ese gesto para abrazarla un poco más. 

—Si fuese por mí le echaría un frasco entero de veneno en la copa —murmuró, con amargura—. Esa mujer me ha quitado a mi padre.