Partida Rol por web

Vuestras búsquedas no revelan en Ethan Cross y su empresa nada más que una modesta compañía familiar, con una página de facebook algo cutre y una única línea telefónica. Localizados en el West End, parecían ocuparse de traslados por motivos más bien domésticos, prestando toda una gama de servicios basados en la disponibilidad de lo que parecía una flotilla de camionetas y algunas manos extra. Nada os hace sospechar segundos motivos, e incluso el alquiler de la furgoneta parecía haber sido una excepción, no la regla.

Llamáis y concertáis una cita, para visitarle. En principio el mismo Cross parece algo extrañado, pues la mayoría de diligencias y averiguaciones las adelanta por teléfono, pero al final acepta con gusto encontraros en su residencia al día siguiente, a eso de las 9 de la mañana. Llegáis con antelación para vigilar desde lejos. Su casa queda en un barrio modesto, de clase obrera, y aunque tiene dos pisos, más parece una de esas residencias familiares heredadas que muestran las huellas del paso del tiempo en su pintura, en su madera e incluso en sus cristales. Incluso la falta de uniformidad, el caos de diseño, parece ser un indicador de cierto grado de modestia en el estilo de vida allí, tan común de aquel sector de Londres.

La casa cuenta con un garaje, desde el que podéis ver dos furgones aparcados, con aspecto descolorido y algunos años de funcionamiento encima. Ninguno de los dos vehículos corresponde a la furgoneta negra que sabéis, y las placas tampoco coinciden con las que conocéis. Sin embargo, es difícil no sentir el temor a encontrar, quizás en algún rincón del patio trasero, el temido vehículo que sabéis estuvo detrás de la muerte de Antony. 

El cielo muestra una gruesa capa grisácea, mientras el sol parece haber llegado en un discreto y apenas notorio amanecer, anunciando su llegada a través de la luz, pero sin dar señales de su existencia. Los árboles se mecen suavemente y hay un aroma decididamente helado en el aire, cargado de óxido y algo de polución, como si los aromas fríos se hubiesen mezclado en una sola e interminable impresión, como si la ciudad no fuese más que una amalgama de metales, vidrios y texturas artificiales, ocasionalmente atravesadas por personas, y en menor medida, por Despertados.

Oliver se sentía al descubierto, incómodo. Cada vez le gustaba menos salir de su casa, pero no había otra opción hasta que no reuniera más conocimientos. Echaba de menos su casa, su habitación, su silla, sus trastos. Soñaba con multiplicar su mente y extenderla hacia el espacio, entretenido en cosas necesarias mientras, en su casa, seguía trasteando con sus ordenadores viejos, con su riqueza extraída de la basura.

Todo pulcro, limpio, con una mente limpia que se sumergía en el polvo de la calle sin que ni una mota se pegara en su bienamada carne.

¿Pensáis que hace falta que entremos los tres? Puedo permanecer en las cercanías, conectado con vosotros vía bluetooth. Por si hay problemas buscar ayuda. Tres son multitud, creo. Podría sentirse intimidado. Dos es mejor número.

Saber que habíamos obtenido un nombre y una dirección era un paso. Sin embargo, desconfiaba de que aquello fuese tan sencillo. Estábamos hablando de personas capaces de deformar la realidad, ¿de verdad el secuestrador de Antony había dejado un rastro tan evidente? Era cierto que no había sido inmediato conseguir aquellos datos... Pero siendo sinceros, no podía ser muy difícil hacer esas cosas que hacían con el ordenador, si hasta un drogadicto con poco autocontrol podía ayudar...

En cualquier caso era una línea de investigación que no podíamos dejar de lado. No era sólo por Antony, sino también por nosotros. Parecía probable que estuviéramos en peligro.

Habría sido más sabio, desde luego, acudir con alguno de nuestros mentores. O que acudiesen ellos sin nosotros. Pero estaba claro que aquel era en primer lugar nuestro problema, y debíamos solucionarlo.

Llamar y concertar una cita fue sencillo. No estaba seguro de si hacerlo desde mi teléfono podría poner en alerta a quien fuera de que estábamos sobre él... Era difícil no caer en la simpleza de pensar que si estuviera alerta usaría la magia, pero todos conocíamos que existían las limitaciones. Por si acaso llamé desde el móvil de Naida y luego borré la llamada saliente. Y ya que habíamos quedado a las nueve de la mañana planifiqué las cosas para estar allí a las ocho y media. Cada vez me tomaba aquello más en serio.

Aparqué cerca del lugar y permanecí un rato meditando, queriendo proteger mi mente de posibles invasiones, así como de cualquier escrutinio. Además aproveché para expandir mis capacidades. No sabía qué podía pasar: mejor estar preparado.

Una vez en el sitio, ya con los otros, escuché las palabras de Oliver y valoré durante una décima de segundo lo que decía. Lo miré antes de responder.

—Puede no ser mala idea que alguno se quede fuera —enuncié. Luego proseguí, priorizando la sinceridad sobre la amabilidad—. Sin embargo, y no te molestes, creo que sería mejor que fuese alguien que pudiera correr. Por si acaso.

Lo cierto era que en esos días no me sentía muy bien. Me pasaba el día tumbado en la cama, pintando espirales oscuras de líneas ensortijadas. Hasta le pedí a Rick que me diese algunos días libres y por suerte tenía vacaciones acumuladas. Phoebe se desesperaba intentando que me levantase para hacer mi parte de las tareas o simplemente porque se preocupaba por mí más de lo que me preocupaba yo mismo. Trix intentaba comprender qué me pasaba, pero empezaba a ver una pátina de decepción en sus pupilas cuando me miraba. 

Sólo había tres personas que consiguieron sacarme de la cama en esos días. Skyler, que con su voz dulce habría sido capaz de hacerme viajar al fin del mundo. Tenía que renovar su protección cada cierto tiempo y, por mal que me sintiese, no hacerlo no era una opción. Menos después de lo que había pasado con Antony. Hablaba con ella todos los días y sus bromas eran, junto a Andy, lo único capaz de sacarme una sonrisa. 

Andy, él era otra de esas personas. Con él ni siquiera necesitaba hablar para que entendiese por mi mirada todo lo que pasaba dentro de mí. Pero aún así lo hice. Hablé con él y su comprensión aliviaba el peso que se había instalado en mis hombros, al menos durante algunos segundos. Creo que no habría sobrevivido a aquella pérdida sin él. Maddie había vuelto a tener razón, una vez más. 

La tercera era Oliver, aunque él lo había logrado a pura base de insistencia. Ya sabía que era un hombre tozudo, pero no habría imaginado cuánto hasta que no se pusieron las cosas negras. Me llamaba, me enviaba mensajes, no paraba hasta que me levantaba refunfuñando y me arrastraba hasta donde él se encontrase para ayudarlo con los ordenadores que se había llevado de casa de Antony. 

Y, la verdad, hacer cosas con él me sentaba bien. Al menos no me dejaba espacio para consumirme en la desgracia. Consiguió que me animase un poco y propusiese cosas yo también, aunque no duró mucho. Una vez me cargué el disco duro donde estaba nuestra única pista volví a sentirme miserable y después de eso ya no le ayudé más. 

Haber perdido a Antony, que nadie acudiese a la cita a pesar de que estaba seguro, lo estaba, de que el mensaje había llegado a su destinatario, estropear el trabajo que Oliver había logrado con esa matrícula. Fracaso tras fracaso se iba entretejiendo en mi pecho una maraña de desolación que me hacía volver una y otra vez a mi cama, a dibujar espirales tan oscuras como mis pensamientos. 

···

Aquel día, el día que habíamos quedado con el tipo que había alquilado la furgoneta, fui aplazando la alarma del despertador una y otra vez, hasta diez veces. No tenía ganas de levantarme. No tenía ganas de hacer nada. Si no hubiese sido porque Phoebe perdió la paciencia y entró en mi cuarto a exigirme que saliese de la cama o apagase la alarma definitivamente, tal vez ni siquiera habría acudido a la cita. 

Pero ahí estaba, hasta me las había apañado para llegar quince minutos antes de la hora. Mis ojos contemplaban el sitio mientras escuchaba a Oliver y Evan hablar, sin llegar a participar realmente de su conversación. Los miré después de eso último que dijo el abogado y sacudí la cabeza. 

—Yo me quedo fuera —dije, pues en realidad no me sentía con demasiados ánimos para participar activamente del interrogatorio—. Si veo algo raro os aviso. 

Muy a su pesar, Oliver se percató de que él mismo parecía alguien completamente inofensivo. Nadie iba a tener miedo de un inválido y sí, quizá, muchas ganas de colaborar con él para quitárselo de encima. Y luego lo de correr... Bueno. Esperaba no tener que llegar a eso todavía.

De acuerdo. Vamos a conectar los teléfonos. Dejaré abierta la señal para ti... Tu número... Oliver arregló la cosa para que el teléfono estuviera grabando todo lo que se escuchara, o lo que se viera desde el objetivo de la cámara. Pon a grabar querido, pon a grabar. Voy a intentar captar todo lo que pueda.

Miró a Aiden disimulando con maestría su impaciencia. Desde que casi había borrado los sagrados datos del disco duro, tenía que hacer acopio de la misma pero, haciendo un pequeño esfuerzo, tomaba las de VillaDiego o hacía la de la trece/catorce psicológicamente hablando y seguía tiranizando al chaval con tareas un poco absurdas, como diseñar planes de contingencia en el Minecraft, modo creativo, arreglar su Spectrum o dibujar el alma de las flores con chocolate blanco sobre lienzo.

Y ahora venía la entrevista. Estaba de los nervios. Lo suyo no eran las relaciones carnales... Las relaciones persona a persona, por así decir. Había conseguido encontrarse más o menos cómodo con Aiden y con Evan en un tiempo record pero, claro, habiendo magia de por medio, y avatares enredados tenía por seguro que la cosa no había estado enteramente en sus manos.

Se enjugó el sudor de la frente. Sudor en otoño y en un hombre tendente a quedarse frío... ¿Estaría criando un catarro? Había programado el teléfono con toques diestros, aunque las manos temblaban ligeramente.

Se aclaró la garganta... Listo. Suspiró. Vamos allá, Evan.

Os acercáis sin tener razones para sospechar de algo extraño. El barrio estaba tan tranquilo como un vecindario de clase obrera podría estarlo, y la extraña sensación eléctrica en el aire, ese fenómeno que parecía ser registrado ahora por vuestros sentidos, parecía hacer parte de una vasta gama de nuevas percepciones a las que poco a poco os ibais acostumbrando, como los aromas, o los sabores del aire en la capital inglesa. En esta ocasión, aquella impresión que sólo podéis comprender como chispas en el aire siempre precedía algún cambio en el clima. 

La casa aísla bastante bien los sonidos del interior, y aunque ecos se escapan, un observador poco detallista podría fácilmente asumir que estaba vacía. Evan toca el timbre, mientras Oliver se acerca, acomodando su móvil con la mano de tal manera que pudiese grabar discretamente y la voz de su interlocutor no quedase demasiado lejos o difícil de discernir.

Tras unos instantes, la puerta es abierta por un hombre de rasgos color canela, rostro regordete y ojos pequeños. No se podía decir que estaba propiamente presentable, su barba se veía desigual, y sus cabellos, grasosos. Estaba vestido de forma más bien casual, con una camisa a cuadros y las mangas dobladas hasta el antebrazo, y unos vaqueros descoloridos con varias y notorias manchas. Lleva puestas unas zapatillas deportivas cuyo color original está oculto bajo una capa de barro seco. Su corpulencia y su altura disimulan bien que no está precisamente en forma, aunque no da la apariencia de alguien obeso. Mantiene sus gruesos brazos cruzados sobre el pecho, mientras os os examina con algo de sorpresa. 

-Eh, buenos días- dice el hombre, con una voz profunda y un acento denso, de más al sur. Sonríe desconfiadamente con sus labios gruesos, mientras sus ojos marrones vuelven a observarlos y una arruga de inquietud aparece en su prominente frente. Sabéis que es Cross, por el seguimiento que le habéis hecho -Ustedes eran... eh...- dice el hombre llevándose la mano a la frente y rascándose en lo alto de la cabeza. Huele a resina fuerte, quizás a hierro. Es un aroma más bien curioso, no demasiado fuerte o desagradable, pero ciertamente no placentero -... lo que me habéis llamado, ¿no? esos...- repite mientras espera que contestéis. Su mirada parece fijarse con extrañeza en Oliver, aunque no dice nada.

Los colores del día parecían grisáceos, e incluso los remolinos cromáticos de tu avatar, donde quiera que estuviese, se sentían menos vívidos. Había todavía una profunda tristeza en tu alma, y el clima parecía conjugar con aquella sensación de derrota que se había asentado sobre tus hombros. Nada había salido bien y ahora... ahora de nuevo os estábais jugando -o más bien, Oliver y Evan se estaban jugando- un poco su relativa seguridad para comprender lo que había sucedido con Antony.

Pones el altavoz de la llamada al celular de Oliver, mientras observas desde la distancia lo que sucede. Evan toca el timbre y pronto un hombre de mediana edad, algo corpulento y de tez marrón abre la puerta. Está ataviado de forma muy casual, con una camisa arremangada hasta el antebrazo, unos vaqueros que se ven sucios aún desde donde estás, y una expresión seria en principio, que luego desemboca en un intento de sonrisa. Su frente es grande, sus cabellos negros caen desarreglados, y la sombra de una barba de algunos días se deja ver alrededor de su boca. Crees que se trata de Ethan Cross, por la poca información que habéis podido recuperar.

-Eh, buenos días- se escucha nítidamente en el móvil, una voz profunda, un acento norteño. -Ustedes eran... eh...-continúa -... lo que me habéis llamado-

Cruzo la calle junto a Oliver, caminando a su ritmo... Porque decir a su paso sería decir demasiado. Lo hago sin perder de vista la casa a la que vamos, concentrándome en la medida de lo posible. No es que este plan no me convenza... Es que no creo que esto pueda llamarse plan, ¿pero qué otra cosa íbamos a hacer? Lo que desde luego no podía permitir era que viniesen ellos dos solos. No únicamente por precaución, sino porque quería estar presente si daban con una pista real.

En cuanto tengo delante al tipo lo miro durante unos segundos, evaluándolo. Está claro que no es londinense. 

—Somos los que le hemos llamado, sí —asiento antes de tenderle la mano. Es una de esas personas que dan ganas de lavártela después, o al menos limpiártela con un pañuelo, pero no soy tan majadero como para intentarlo—. Andrew Stevens y —Hago un gesto hacia Oliver antes de pronunciar el nombre más ridículo que se me ha ocurrido. Así, si el tipo tiene que recordar algo, bueno... Seguro que no será a mí— Ken MacDonald-Berger.

No me cuesta mantener la seriedad, aunque sí dejo un segundo para que el tipo asimile aquello.

—Verá... Somos detectives —le dije—. No de la policía, sino privados. Y si podemos evitar meter a la policía en esto, lo cierto es que lo preferimos. Nos pagan por horas, ya sabe. En fin... Una de sus furgonetas cometió una temeridad hace unos días, ¿sabe? —le pregunté de manera retórica—. Provocó un accidente, aunque claro, supongo que no se lo notificaría a usted después... En cambio nuestro cliente está ahora en el hospital. No quiere problemas, sólo que el causante costee los gastos médicos. Sólo queremos saber quién conducía el vehículo... A no ser que fuese usted, claro.

Intenté hacer lo que Oliver me pedía con el teléfono, aunque realmente me costaba un esfuerzo incluso tratar de entender lo que quería. En los últimos tiempos no paraba de pedirme cosas raras y ya no sabía si le hacía caso porque confiaba en él o para que me dejase en paz. 

En un primer momento mantuve mi mirada sobre ellos. Estudié al tipo que les abrió de arriba a abajo y los miré mientras pasaban al interior. Pero en cuanto estuvieron dentro dejé de mirarlos para observar alrededor como quien no quería la cosa. Me había apoyado en el edificio de enfrente, con una pierna doblada y el pie en la pared, en una postura casual, pero mis ojos se movían, buscando a cualquiera que estuviese pendiente de ellos o de lo que pasaba ahí dentro. Y, mientras tanto, seguí escuchando lo que hablaban.

Oliver tenía puesta su mejor sonrisa, esa que hace que los destinatarios deseen deshacerse de él cuanto antes, que da bastante pena, se diría, que compromete a hacer algo enseguida para que desaparezca de su vida. Lo que no estaba claro era a quién iba dirigida... Será... ¿McDonald-Berger? ¿Qué clase de nombre es ese? La estupefacción por semejante nombre con que le habían etiquetado, lo truculento del tipo y los nervios por no tener ni idea de qué decirle le tenían engolfado entre Evan y el tal Ethan Cross.

Si... Verá, es mi primo querido. Una persona amada por todos, familia, vecinos... que se ha visto postrado en el hospital por culpa de una terrible mala suerte.

Mostraba una grandísima pena, pero los ojos miraban fijo, con un brillo blando y acuoso. Parecía (o eso intentaba) una estatua de la desolación y el desamparo.

Las palabras de Evan hicieron que Mr. Cross abriera los ojos, algo sorprendido. Su boca se abrió también, como intentando decir algo, una réplica o quizás una protesta, pero fue la intervención de Oliver la que drenó los colores de la cara de aquel hombre, quien tragó saliva de manera audible.

-Eh... esto, sí claro- dice él, atropelladamente-... es decir, no. No tengo conocimiento de lo que dicen, pero seguramente podemos hablarlo y revisar, que normalmente somos muy cuidadosos, ¿saben? Pero... - y la firmeza en su voz había empezado a debilitarse, seguramente debido a la impresión y gravedad de vuestras mentiras. -...¿Está usted grabando con el móvil?- pregunta señalando a Oliver, quien ciertamente tiene una posición rara con su mano, dejando ver el móvil torpemente y aunque en retrospectiva pareciese obvio que no engañaba a nadie, ni él ni su compañero habían notado lo poco natural de sus movimientos -Mire, podemos hablar, pero me sentiría más cómodo si no me graba ni nada. No me gustan esas cosas. Los invito a pasar y podemos revisar el reporte del accidente y eso. Yo no sé cómo ha podido pasar una cosa así pero le aseguro que quiero solucionarlo si es todo legal y ya saben.- Se le notaba nervioso, sí, las inflexiones de su voz, sus ojos moviéndose rápidamente de interlocutor a interlocutor, y luego a algún punto en la distancia de forma algo nerviosa. Da un paso hacia atrás y os invita a pasar, esperando primero la respuesta de Oliver ante su petición.

Los tres se quedan conversando allí en la entrada, sin que pareciera que fuesen a entrar en primera instancia. Alrededor no parece que nadie sienta curiosidad por aquella conversación, o si la sentían, al igual que tú, estaban siendo bastante discretos al respecto.

—Somos los que le hemos llamado, sí — era la voz de Evan en respuesta—. Andrew Stevens y... Ken MacDonald-Berger.-

Hace una pausa de unos instantes.

-Verá... Somos detectives. No de la policía, sino privados. Y si podemos evitar meter a la policía en esto, lo cierto es que lo preferimos. Nos pagan por horas, ya sabe. En fin... Una de sus furgonetas cometió una temeridad hace unos días, ¿sabe?. Provocó un accidente, aunque claro, supongo que no se lo notificaría a usted después... En cambio nuestro cliente está ahora en el hospital. No quiere problemas, sólo que el causante costee los gastos médicos. Sólo queremos saber quién conducía el vehículo... A no ser que fuese usted, claro.-

-Si... Verá, es mi primo querido. Una persona amada por todos, familia, vecinos... que se ha visto postrado en el hospital por culpa de una terrible mala suerte.- Esta vez es la voz de Oliver.

-Eh... esto, sí claro- responde atropelladamente una tercera voz, que asumes es de Cross-... es decir, no. No tengo conocimiento de lo que dicen, pero seguramente podemos hablarlo y revisar, que normalmente somos muy cuidadosos, ¿saben? Pero... ¿Está usted grabando con el móvil?. Mire, podemos hablar, pero me sentiría más cómodo si no me graba ni nada. No me gustan esas cosas. Los invito a pasar y podemos revisar el reporte del accidente y eso. Yo no sé cómo ha podido pasar una cosa así pero le aseguro que quiero solucionarlo si es todo legal y ya saben.-

El hombre dio un paso hacia adentro, como invitando a tus compañeros a pasar.

Al escuchar la pena en la voz de Oliver sonreí para mis adentros. La verdad es que testigos como él facilitarían mucho los juicios. Era una lástima que uno pudiera confiar en tan pocas personas para algo así. Miré al tipo mientras contestaba. Parecía impresionado, eso era bueno. Por un momento me planteé cuánta idea de leyes tendría... Decidí que seguramente no demasiada y me dispuse a actuar en consecuencia.

—Lo entiendo, señor Cross —le dije en respuesta a las grabaciones—. Pero como comprenderá tenemos que documentar quiénes están colaborando con la investigación y quiénes podrían ser acusados por obstrucción a la justicia. Evidentemente no queremos llegar a eso con nadie... Pero nuestro trabajo nos ha enseñado a ser precavidos. Aunque si usted no pone trabas supongo que podríamos dejar de grabar, claro.

Di un paso al frente, dispuesto a pasar.

—Ahora venimos directamente del hospital —argumenté—. Pero en cuanto lleguemos al despacho le enviamos el informe del accidente por correo electrónico. —Miré entonces a Oliver—. ¿Cuáles eran el día y la hora exactos, Ken?

Oliver citó el día y la hora en que la furgoneta había estado en casa de Anthony *. A partir de ese momento no le costó tanto ya mantener la cara que llevaba puesta. Casi era más difícil conseguir que no mutara a una de rabia decidida y loca. Pero era un aplicado aficionado en estas cosas, que en ocasiones es mejor que ser un profesional.

Parece que todavía le estoy viendo, señor Stevens. Suspiró quitando la mano del teléfono y recordándose a si mismo no señalar lo que quisiera ocultar nunca más. Si parecía un palurdo con la paga del mes en la cartera, y  la mano en el bolsillo todo el rato. Haré lo que usted me aconseje. Miró luego al tal Ethan Cross. Estoy seguro de que usted nos ayudará, señor Cross.

En aquel momento, escuchando la pantomima de mis compañeros, se me escapó un leve bufido entre dientes. Menos mal que yo me había quedado fuera porque esas triquiñuelas de abogado no me gustaban nada. Yo habría ido más a las claras, sin decir lo que no el hombre no iba a poder entender, pero sin inventarme historias de familiares impedidos y accidentes y todo eso.

Volví a mirar alrededor, asegurándome de que nadie estuviera pendiente de mí o de la puerta, y seguí escuchando. Estaba impaciente por ver si el tipo nos decía algo y podía volver a mi casa a hacerme una bolita bajo las mantas.

-No, si yo entiendo, pero no estoy seguro ... es decir... no quiero problemas- dice tartamudeando un poco, empieza a vérsele nervioso ante las amenazas veladas de Evan. La mención de obstrucción, y todos los procedimientos lograron que el escaso color en su rostro que poseía se desvaneciera del todo. -Entiendo, no, usted disculpe señor MacDonald-Berger, yo... esto, no, si necesitan grabar, trataré de ser... verídico. Verá, no, no es muy común... digo- el hombre los deja pasar, vencido.

El interior de la casa es una mezcla delicada entre un estilo acogedor y clase obrera. Las paredes están nominalmente limpias, aunque una examinación exhaustiva revele manchas aquí y allá. El suelo parece haber visto tantos años como la casa misma, y el olor reinante es algo entre la calidez de un hogar artificialmente avivada gracias a una calefacción temprana, y algo cociéndose en la cocina. El hombre os invita a la sala, en donde el paisaje se termina de completar: cortinas baratas de colores pasteles y motivos florales, mobiliario de segunda o tercera mano, que luce bastante acabado, con forros fabricados también en tela desteñida, la madera descuidada y una bombilla a punto de salirse de su sitio.

Había una mesa de comedor circular en la sala, completamente tapizada de papeles que parecían ser facturas, cuadernos cuadriculados con notas, y algunos lápices, junto a una calculadora de números enormes. Un mueble de madera con objetos varios de aspecto más doméstico, incluidas algunas conservas en vidrio y un servilletero. Un teléfono que antes era blanco y ahora parecía poseer cientos de huellas sucias sobre un tono amarillento, descansa en este sitio -Disculpad el desorden... no... en fin- intenta inútilmente coordinar una disculpa.

-¿En la noche dicen?- dice el hombre extrañado. -Normalmente... normalmente no sacamos las fugonetas de noche. ¿Sabe... en dónde sucedió? ¿tiene registro de la placa? Manejamos dos furgonetas normalmente... por fortuna mi hijo suele registrar los pedidos, pero no... no me suena de nada- dice buscando particular en medio del desorden y sacando su móvil para ponerlo sobre la mesa, como si estuviera tentado a escribir algo.

-Lo entiendo, señor Cross-era Evan-. Pero como comprenderá tenemos que documentar quiénes están colaborando con la investigación y quiénes podrían ser acusados por obstrucción a la justicia. Evidentemente no queremos llegar a eso con nadie... Pero nuestro trabajo nos ha enseñado a ser precavidos. Aunque si usted no pone trabas supongo que podríamos dejar de grabar, claro.- hace una pausa.

-Ahora venimos directamente del hospital. Pero en cuanto lleguemos al despacho le enviamos el informe del accidente por correo electrónico. ¿Cuáles eran el día y la hora exactos, Ken?-

Oliver responde con la hora y el día en que sabéis Antony desapareció. Luego añade -Parece que todavía le estoy viendo, señor Stevens. - emite un sonoro suspiro - Haré lo que usted me aconseje. Estoy seguro de que usted nos ayudará, señor Cross.-

Finalmente Cross responde -No, si yo entiendo, pero no estoy seguro ... es decir... no quiero problemas. Entiendo, no, usted disculpe señor MacDonald-Berger, yo... esto, no, si necesitan grabar, trataré de ser... verídico. Verá, no, no es muy común... digo- y puedes ver desde donde estás que ingresan a la casa y cierran la puerta detrás. Escuchas algunos pasos y de nuevo a Cross hablar.  -Disculpad el desorden... no... en fin. ¿En la noche dicen? Normalmente... normalmente no sacamos las fugonetas de noche. ¿Sabe... tiene registro de la placa? Por fortuna mi hijo suele registrar los pedidos, pero no... no me suena de nada- dice