Partida Rol por web

- Lo estará, os lo aseguro -respondió el karuth a Barrabás, convencido de que su magia funcionaría y, en ese instante, ella abrió los ojos e incorporó.

Moris aplaudió ceremonialmente, sin hacer ruido con las palmas y sonrió de pura felicidad al ver a Zila alzarse de nuevo, monento en el cual él se puso en pie y recibió las palabras y ofrecimiento de Dagmar, ante el cual cruzó una vez más las palmas de las manos sobre su propio pecho.

- Sólo porque me lo pedís usaré mi ballesta la próxima vez pero sabed que uno de mis preceptos me impide huir de la muerta, he de recibirla con los brazos abiertos y la dicha de encontrarme con la Bruja Carmesí - asintió despacio y con un brillito en los ojos de emoción, el miedo a morir apenas templado por su fe -; además, si algo me ocurriese me gustaría pensar que se me permitiría guiar a vuestras almas al otro lado.

La noción de que el peor de los infortunios para el grupo terminase con su reencuentro en el más allá enterneció a Moris, quien no quería despedirse de aquella gente tan ponto.

- El coraje está en vosotros, continuemos - les dijo a los demás, no queriendo que su fragilidad diese a entender que no estaba dispuesto a seguir adelante. Tras unos pocos pasos comenzó a armar, con bastante dificultad, su ballesta ligera para así cumplir con su palabra dada a Dagmar.

Phenios suspiró con fuerza, aquella tensión había sido demasiada y los sudores fríos del combate ahora se tornaban en tembleques y picores por sus piernas y antebrazos. Con todo el mundo listo disimuló su pánico y persiguió al grupo, no queriendo quedar atrás.

Dagmar guardó su honda y su saquillo. En las manos adecuadas, un arma de pastores era superior a aquel ingenio mecánico, y en las delicadas manos del karuth, ambas parecían instrumentos extraños, indignos.

No soy quién para cuestionar los preceptos divinos, dijo a Moris. Pero seguir vivo es también abrazar la muerte, pues huir de ella no es posible.

Se acercó a los matojos a un lado del camino y arrancó un puñado de hojas y zarcillos, que frotó a lo largo de la hoja de su espada para limpiar la sangre. La otra mujer del grupo estaba ya recuperada, así que Dagmar apoyó el arma entre el antebrazo y hombro, y se echó a andar tras Socar.

Que siga probándonos, dijo, hasta que no le quede con qué.

El día anterior, había enviado contra varios de ellos a un puñado de lobos. Este día, por el momento, a dos osos. ¿Era realmente una prueba, se preguntaba, o el poder del señor del castillo solo le permitía controlar a unas pocas bestias al mismo tiempo?

Poco a poco Zila empezaba a respirar de forma normal, pero de repente sus músculos se tensaron y lanzó un ataque que no se esperaba Kenshi. Por suerte lo detuvo a escasos centímetros de su cuerpo y abrió los ojos desconcertada.

- Esa es mi preciosa, peleona hasta el último momento. - Dijo con dulzura mientras la miraba a los ojos, pero no tardó de cambiar su expresión a una que denotaba arrepentimiento e impotencia. - El oso al que atacaste se abalanzó de golpe sobre ti en un instante y no pude hacer nada para evitarlo. Por suerte Barrabás se encargó del oso de un solo golpe y luego te curaron entre Moris y Thorgus. -

Su reacción fue cabrearse e intentar levantarse para ponerse en marcha, pero se notaba que el cuerpo todavía no respondía como debía. - Al menos deja que esta vez te coja de la cintura para ayudarte a caminar mientras nos ponemos en marcha. - Mientras que le ofrecía su mano para levantarse ya que con la otra tenía las cosas de Zila que se habían caído tras el ataque.

Una vez se hubo levantado le dio sus cosas y esperó si decidía aceptar o declinar su ayuda.

Sabía que ese orco era un buen fichaje para luchar.

Asintió a la explicación de Kenshi. No había podido hacer nada, era comprensible, ella tampoco habría podido hacer más por él. Pero le sorprendieron las habilidades de Moris y que Thorgus hubiese invertido energías en curarla, cuando lo más fácil hubiese sido darla por muerta.

-Harías cualquier cosa por meter mano...- dijo achinando sus ojos mientras tomaba la mano del elfo aceptando su ayuda pese a las palabras que ella le dedicaba. - Gracias por cuidar de mis cosas- No le sonrió, pero era un agradecimiento sincero, aunque apelase a sus cosas cuando en realidad, posiblemente, se refería a su propia persona.

Dagmar se fijó en todo lo que le rodeaba cuando una extraña sensación le embriagó. Estaban siendo vigilados, de eso no había ninguna duda. Se adentraron mucho más en el bosque, de tal forma que dejaron de ver la luz del sol e incluso notaban como la temperatura había descendido y la humedad aumentado. Estaban un poco despistados pues habían perdido de vista las almenas del castillo, pero por suerte, la mujer fue capaz de orientarse y continuaron avanzando entre ramas y zarzas.

No había ni rastro de un solo camino, lo cuál indicaba que nadie frecuentaba las lindes del castillo o al menos no lo hacían a través de aquel lugar repleto de vegetación.

A pesar de aquella sensación y del tiempo transcurrido, nada ni nadie les atacó. De momento...

El bosque no era su terreno, de hecho cualquier terreno que no fuera un campo de batalla lo era. De momento gracias a Dagmar pudieron orientarse y esperó que alguien más ayudara con eso porque él era un negado. Sin embargo, aguzó sus sentidos élficos estando alerta a cualquier posible situación de combate, esperando también que no hubiera trampas alrededor. 

La sensación de que les observaban hizo que mantuviese las armas desenvainadas de momento.

Dagmar se sorprendió de que no hubiese un camino hacia el castillo. Las fortalezas estaban pensadas para proteger la región, sitas en lugares bien defendibles, y con una buena extensión de terreno a la vista, para poder enviar a los soldados a detener a cualquier fuerza que se divisara desde las almenas. Si se trataba de una ilusión, era una poderosa, pues lo habían visto claramente, sus torres sobresaliendo por encima de las copas de los árboles, antes de adentrarse en las profundidades del bosque. Apartó las dudas pensando que había otras posibilidades, que el lugar hubiese sido abandonado largo tiempo, y el bosque hubiera reclamado de nuevo cualquier camino. O que sí hubiese carretera, pero no desde Loto.

El sentido de la marcha era evidente, pero la maleza y las rocas les impedían caminar en línea recta. Y, en todo momento, Dagmar tenía la sensación de que algo se movía en el rabillo de su único ojo.

Estén atentos a los alrededores, advirtió a los demás. Nos vigilan.

Suponían que el Señor del Castillo podía ver por los ojos de los animales. De ser así, no solo el lobo de Thorgus era una preocupación. Cualquier pequeño mamífero entre los matojos, cualquier avecilla posada en una rama, casi invisibles. Estaba convencida de que no se quitaría de encima la desagradable sensación hasta que estuviesen entre los muros de piedra.

Barrabás  dejó que otros buscaran el camino, aunque en silencio señalaba cuando encontraba una senda entre zarzas y matojos que a él le parecía accesible. Pero rodeado de elfos como se encontraba, sería difícil que apreciaran las habilidades para cruzar cualquier clase de terreno en línea recta que tenían los orcos. Por lo que, con su arma entre manos, avanzó esperando al siguiente desafío.

- Hay una belleza en este lugar que me es embriagadora - inspiró con felicidad Moris, mirando a un lado y a otro, consciente de no ser buen oteador pero entendiendo de la naturaleza y procurando que no andasen en círculos o se perdiesen demasiado -. Si nuestra victoria está escrita en el Libro de Huesos puede que también lo esté el consagrar una parte a Wee Jas, creo que encontraría felicidad ofreciendo retiro y último descanso a quienes lo buscasen.

Sonrió y cerró los ojos durante un momento, paladeando ese sueño, ese castillito en el aire.

Phenios no era capaz de contagiarse de la tranquilidad de los demás, todavía no había hecho contribución alguna a aquella aventura más allá de ocupar espacio y el que su flecha se hubiese ido a clavar en un árbol en lugar de sobre el lomo de uno de aquellos osos grandes como... Como osos, pues le agraviaba.

A cada ruido un respingo y a cada sombra una mirada nerviosa, no llegaría demasiado pronto el momento de llegar a la torre o fortaleza de aquel mago y sentir piedra bajo sus pies.

Cogió la mano que Zila le ofrecía para ayudarla a levantarse mientras le sonreía y sin soltarla la pasó por encima de su cuello para acto seguido cogerla de la cintura y apretarla levemente contra él. - Esperó poder cuidar mejor de ti la próxima batalla. - Dijo con una sonrisa que intentaba esconder algo de tristeza por lo ocurrido con el oso.

Cuando Kenshi vio que Zila ya estaba mejor la soltó poco a poco para ver si podía andar sin problemas y su equilibrio era estable. Después de eso prosiguieron el camino sin ningún incidente hasta que Dagmar dio el aviso de posibles enemigos cerca. - Esta vez te dejo el arco a ti, yo usaré mi estoque. Intenta colocarte en el centro del grupo junto a Phenios.  - Desenvainó su arma y empezó a mirar a su alrededor en busca de quienes los observaban.

    Socar mantuvo su posición central a la espera de cualquier señal que pudiera significar el inicio de un nuevo ataque, seguía pensando que no era el mejor campo de batalla pero al menos ya le había propiciado un combate mejor que las montañas o el pantano, aunque su verdadero interés seguía en encontrarse de una vez cara a cara con el señor de aquellas tierras.

El enano iba en cabeza flanqueado el lobo. No debería ser difícil para él encontrar algo diferente a lo que se podía esperar de un bosque como ese, pero quizá lo que había pasado unos minutos antes lo tenía con la cabeza un poco pensativa. Solo podía pensar en no perder a Darko en aquella misión, no sabía si llegado el momento sería mejor retirarse y poder seguir compartiendo los días con su compañero peludo.

Con tantas rocas en mitad del camino, tantos árboles y tan poca visibilidad, habían perdido cualquier visibilidad por parte del castillo y también la referencia de dónde se hallaba la aldea del loto. De hecho hubo un momento en que Thorgus y Moris estaba convencido de que el camino era por un lado, mientras que el resto opinaban que estaba equivocado y era en la otra dirección.

Entre las discusiones escucharon el sonido de algo que se arrastraba por el bosque. Oían el crujir de las hojas y las ramas... ¡Algo les estaba acechando!

Dagmar no estaba habituada a bosques tan densos como aquel. En su tierra, los árboles eran escasos, de baja altura, y no crecían juntos, porque la tierra no era lo bastnate fértil y húmeda para sostenerlos. Serpentear entre la maleza y las rocas les había hecho perder el camino. Cuando ya parecía que alguien tendría que trepar hasta la copa de algún árbol para divisar el castillo y enderezar el sentido de la marcha, todas las cabezas se giraron al unísono hacia hacia la foresta. El nuevo peligro no era tan sigiloso como la pareja de osos.

No era capaz de vislumbrar el tipo de criatura, o criaturas, que les acechaban, pero era consciente de que lo tendrían encima en cuestión de instantes. Como en la pelea contra los osos, permaneció a un lado del grupo, sujetando la espada con fuerza, manteniéndose a la espera para rodear la amenaza y tomar su flanco desprotegido.

La desorientación era desesperante, hasta el punto de que el grupo se puso a discutir qué dirección tomar.

Con los brazos caídos mientras empuñaba las armas para descansar de su peso, en el bosque se hizo escuchar a otra criatura acercándose para asaltarlos de nuevo. Los reflejos del elfo guerrero estallaron al momento con una velocidad vertiginosa mientras alzaba de nuevo las armas preparándose para su baile mortal.

    El paladín frenó en seco a la primera señal de combate, asegurando su maza y cerrando su guardia con el escudo, un nuevo ataque parecía inminente por lo que de tal modo fue a posicionarse junto a Thorgus en espera de descubrir lo que los acechaba oculto entre la floresta.

Barrabás no pretendía guiar al grupo, pero esperaba que los elfos supieran guiarse en el bosque, nada más lejos de la realidad parecían perdidos en aquel bosque y si no encontraban el castillo durante el día quedarían atrapados en la noche oscura bajo aquella densa arboleda. Algo se acercaba, una criatura reptante - Ser grande, más grande Barrabás - El orco empezó a balancear sus cadenas esperando el inminente ataque que sin duda el druida habría preparado contra ellos tras acabar con sus lobos y osos.

Con las manos entrelazadas Moris fue alzando la mirada, el peligro se cernía sobre ellos y Wee Jas reclamaría nuevas vidas.

Los rezos de el Karuth rogaban por la de los demás, aventureros valientes con el potencial de convertirse en leyendas.