Partida Rol por web

Buenas saludó a Socar y Thorgus habéis ¿qué tal habéis pasado la noche? Se te nota cansado Thorgus

Sea como sea, debemos partir ya, no sé si se nos hará de noche en el bosque pero contra menos tiempo estemos aquí mejor. ¿Estáis todos listos?

Tras escuchar la respuesta tanto de Thorgus y Socar como de los demás, se dispuso a seguir hacia donde lo dejó la última vez en el bosque.

Cuando salieron por la puerta de la muralla vio que el resto del grupo estaba fuera esperándolos para partir. Aunque alguno con no muy buena cara.

- Lamentamos la tardanza, pero como dice nuestro compañero es hora de partir. -

Quizás tan solo era la imaginación de Kenshi o una sensación impuesta por lo que sabía que les esperaba, pero presentía el mal en su interior. Observó al resto del grupo buscando con la mirada si alguno más también mostraba rostro de preocupación o inquietud. Pero una cosa tenía clara, el miedo no haría que cambiase su decisión de adentrarse en el bosque.

No se separó mucho de Zila, confiaba en ella aunque desconocía si ella confiaba en él y esperaba que no siguiese cabreada por lo de antes. Aun así prefirió no decirle nada por el momento.

   Un desagradable chirrido metálico salió de debajo del yelmo de Socar dejando desconcertados a la mayoría de los presentes hasta que lograron comprender que se trataba de su manera de reír, recortando la distancia que lo separaba del elfo dejó caer el pesado bulto que cargaba al hombro ante él justo antes de responderle.

    -¿Y lo estáis vosotros?- Ante aquellas palabras algunos trataron de prestar atención a lo que había dejado caer hasta darse cuenta de que era el cadáver de un humano con una daga clavada en el pecho. -Un presente del Señor del Castillo, nos lo dejó anoche con esto pegado al cuerpo.- Tendiéndole la mano a Kalicalwe, Socar le mostró una nota para que todos los recién llegados pudieran leerla:

A la atención de los Mercenarios de la Aldea del Loto:

Mis queridos mercenarios, soy El Señor del Castillo y os mando esta misiva con la intención de minimizar las muertes de ambos bandos.

No tenéis nada que hacer contra mi y mis siervos. 

Pretendo destruiros a todos si continuáis con vuestro intento de derrotarme. Y no dudaré en mandar a mi horda de criaturas salvajes para acabar con vosotros.

Además, Darko puede ser un gran aliado.

Será mejor que os marchéis cuanto antes, o el destino de este hombre, será el mismo para vosotros.

Dejadme en paz.

Atte:

El Señor del Castillo.

    -En fin, cuando terminéis de leer podremos continuar a no ser que queráis evitar dejar al muerto como pasto para las alimañas del bosque.- Dicho aquello descolgó el escudo y lo afirmó a su brazo antes de dirigirse de vuelta hacia Thorgus y el resto.

El resto de la banda de mercenarios no tardó en llegar. Nueve eran, finalmente, o diez si contaban al lobo. Contra quién podía saber qué tipo de poderes y secuaces, además de los que ya había demostrado y algunos de ellos habían comprobado, amparaban a su desconocido oponente.

Veo que Erik sigue desaparecido, observó. Barrabás estaba entre ellos, pero no así el hechicero.

La risa del paladín le puso el vello de los antebrazos de punta. Sonaba como los engranajes de los ingenios de la Ciudad Muerta, que seguían girando, animados por fuerzas misteriosas tras siglos de abandono, seca por completo la grasa que los lubricó en su día. Pareciere, por su actitud, que deseaba más atemorizar a los mercenarios que advertirles.

Incluso a los enemigos, si se tiene ocasión, se les aplican los últimos ritos, dijo, mirando el cadáver que todavía sostenía Socar. Démosle lo que queda del desgraciado a los guardias, y que ellos se encarguen.

Thorgüs, que había recogido sus pertenencias y estaba al lado de Darko escuchó la pregunta de Kalicalwe. 

-No ha sido la mejor noche de mi vida, ya venía cansado desde el pantano pero hoy me siento peor que otros días. 

De repente un extraño sonido hizo que el lobo gruñera, hasta que el enano se dio cuenta de que procedía de Socar y por la situación parecía una especie de risa, enlatada pero una risa al fin y al cabo. Puso la mano sobre su compañero y lo calmó acariciando su cabeza. 

-Ya podemos morir tranquilos Darko, el gigante ha reído. Trataba de insuflar algo del ánimo, que por ahora a él le faltaba, a sus compañeros para lo que podría venir en unas horas. 

Asintió con una sonrisa hacia los recién incorporados, se dio una carrera a devolver los platos del desayuno y a los pocos minutos estaba de vuelta, listo para partir.

El elfo se puso la palma de la mano en un lateral de la cabeza para no ver el mensaje y tarareó mientras su otra mano tamborileaba sobre su arco. Los nervios a flor de piel, se encogió de hombros como para esconder su cuello y, al cruzarse con Darko, optó por quedarse lo más alejado que pudo de aquella bestia sedienta de su sangre.

- Adelante entonces, nos vamos -articuló con más alegría de la que realmente sentía, parte de él casi deseando que lo terrible que fuese a ocurrir ocurriese cuanto antes.

Se reencontraron al fin con la parte del grupo que estaba a las puertas de la Aldea. Al parecer el enano no había descansado, pero lo que erizo los pelillos de la nuca de Zila fue aquel chirrido.

Incluso su risa resulta irritante y repulsiva.

Pensó para si misma mientras apretaba los dientes en respuesta a la desagradable sensación que le provocaba aquel sonido. Para más inri Socar dejó caer sin, sin mucha ceremonia, el bulto que cargaba, y resultó que no era otra cosa que el cuerpo sin vida de un hombre. Aviso disuasorio por parte del señor del castillo, que desde luego podía hacer replantearse la situación a cualquiera.

Zila realizó un barrido general con la mirada. Parecía que o todos eran muy valientes o muy estúpidos,  pues ninguno pareció decidir desistir de aquella misión. 

-Si el señor del Castillo conoce el nombre del lobo es que ya se ha metido en su mente, con casi total seguridad- aportó señalando a Darko. -¿Serás capaz de ocuparte de él si se convierte en un problema?- preguntó directamente a Thorgus, sin rodeos y sin suavizar la cuestión. Sin duda Zila tenía la certeza de que era mucho peor perder la vida que el sueño, y las intenciones del enemigo estaban declaradas. Si seguían adelante sabían lo que se estaban jugando.

No creo que muestre piedad si las cosas se nos torciesen.  No dejará cabeza sobre los hombros.

La pregunta de Zila era natural. Dagmar y Socar ya habían advertido al druida de lo que sucedería si no podía controlar a su bestia cuando se internaran en los dominios de ese "Señor del Castillo", así que no intervino más. Mientras los demás concluían la conversación, llamó a los guardias de la puerta y les señaló el cadáver.

Lo dejaron anoche a las puertas, les informó. Lo que hiciesen, o no hiciesen, con el cuerpo no le preocupaba.

Thorgüs escuchó de nuevo amenazas sobre Darko, lo había hecho hace unos minutos, así que contestó en la misma dirección que anteriormente. 

-Ahora mismo es uno más. Cuando llegue ese momento habrá tiempo de lidiar con ese problema. Más os valdría preocuparos por los osos salvajes. Dijo mientras señalaba el cadáver de la noche anterior. Socar y yo estamos vivos, él no. 

Cuando miraron al cadáver la escena no era la que esperaban, Darko tenía su hocico metido en el estómago del hombre, buscando algo apetecible que llevarse a la boca, no había comido en bastante tiempo y el hambre apretaba. Al sacar la cabeza el rojo de la sangre se le había repartido por toda la parte frontal de la cara. 

Thorgüs suspiro tras ver aquello, esta vez iba a costar más que confiaran en un animal con un intestino colgando de la mandíbula. No era la mejor interpretación de animal dócil y poco problemático. Aunque Darko jamás había atacado a nadie, vivo, si no había visto en peligro al enano. 

El bosque no quedaba muy lejos de donde se encontraban, tan solo había que echar a andar un kilómetro para llegar hasta allí y enfrentarse a lo que el Señor del Castillo tuviera preparado esta vez para ellos.

Desde el bosque se podían apreciar las almenas del castillo, lugar hacia donde se tenían que dirigir y que mientras lo viesen no supondría ninguna posibilidad de pérdida alguna.

Thorgus:

-Ahora mismo es uno más. Cuando llegue ese momento habrá tiempo de lidiar con ese problema. Más os valdría preocuparos por los osos salvajes. Dijo mientras señalaba el cadáver de la noche anterior. Socar y yo estamos vivos, él no. 

Zila continuó mirando al druida enano con la misma expresión de indiferencia, como si la respuesta que le había dado fuese, precisamente, la que esperaba.

-Pues yo creo que hay problemas que es mejor dejarlos bien claros antes de encontrárselos explotándole a uno en los morros. -

¿Y quién era ese que no lo había conseguido? El cadáver. No sería ninguno de los que habían emprendido aquella aventura con ellos ¿no? No le sonaba de nada. Pero una cosa estaba bastante clara, tendría madre, mujer, hijos, hermanos... lo que fuese, pero algo de familia la tiene todo el mundo. Y si estaba por aquellas tierras quien sabe, quizás fuese incluso de la Aldea del Loto. Si el hecho de que Darko comenzase a comerse las tripas del pobre hombe (o no tan pobre) le dio asco no lo exteriorizó. Contempló la escena y luego volvió a dirigir su mirada a Thorgus. ¿Permitiría tal espectáculo delante de toda la comitiva y de los guardias de la ciudad? Los mismos guardias a los que la noche antes había tratado de convencer de que el lobo no era un peligro.

¿acaso es eso lo que nos espera?

Miró al resto del grupo y encogiéndose de hombros dijo:

-Bueno, si le damos cinco minutos al lobo no hará falta ningún entierro- tiempo que se ahorrarían todos, aunque pudiese no hacer gracia a ninguno.

Después del desagradable espectáculo del lobo comiéndose a una víctima del señor del castillo. Partieron en busca de ese castillo para ver si por una vez terminaban con aquello. Kalicalwe lo hacía en un primer momento por dinero y seguía siendo así en parte pero no cabía duda de que se había obcecado en conseguirlo, como si fuera algo personal. Sólo esperaba que aquello no fuera una escabechina. Ahora sí eran suficientes para abordar el problema o al menos eso pensaba él. Con estos pensamientos, empezó a adentrarse en el bosque alerta, mirando todo con detenimiento para evitar sorpresas.

Dagmar no se sorprendió de que el lobo estuviese devorando las tripas del cadáver. Podía ser la bestia del enano, pero seguía siendo una bestia. Si Thorgus moría, también se lo comería cuando sintiese hambre. 

Se pusieron en camino hacia el bosque. Sobre las copas de los árboles, entre las ramas y los troncos, podían vislumbrar las almenas de un castillo. La morada del causante de la crisis en la aldea, presumiblemente. El paisaje la confundía todavía. Se había criado en las colinas áridas, donde la maleza parduzca no solía sobrepasar la cintura, y había guerreado en el este, donde el desierto daba paso a la estepa y a la tundra. El tamaño de los árboles de aquellas tierras la intimidaba, la humedad la hacía sudar, los colores confundían su visión deteriorada.

Caminaba en mitad del grupo, levantando la mano de vez en cuando hacia la empuñadura de la espada, en cuanto un ruido desconocido la sobresaltaba. Tenía muchas ganas de dejar atrás la foresta y llegar al castillo. 

Una parte infantil de su mente tironeó de Moris ante la mención de perderse la oportunidad de oficiar un funeral, quizás uno de los ritos más sagrados para su culto y el aquel con el que se formalizó su compromiso para con Wee Jas, diosa del saber y la muerte.

- Procuraré que nadie deje nuestro lado sin una despedida- aguardó a que Darko terminase de engullir para hincar una rodilla en el suelo, al lado del cadáver, y dejar su mano suspendida sobre su pecho-. Hoy nos toca despedirnos de ti, gracias por tu vida y carnes; cruza sin miedo las puertas a los salones de la muerte, La Bruja Carmesí te espera al otro lado.

Sonrió, abrazando la desazón de la partida de quien no volverá, para dejar escapar un suspiro. Lamentaba no haber podido prevenir lo ocurrido pero no todas las vidas podían salvarse, era importante priorizar las de aquellos que fueran a dejar su huella en el mundo y, según creía, estaban a su alrededor.

Puso sus ojos y nariz a trabajar según recorrían bosque, queriendo aportarle al grupo de su saber si fuese oportuno.

Phenios no perdió el tiempo, caminando con el arco en una mano y una flecha volteando entre los dedos de la otra.

Aquí fue donde ocurrió, no mucho más allá.

Vio que tenía colegas a su alrededor y, con vergonzoso egoísmo, encontró algo de paz en la noción que, para llegar hasta él, antes tendrían que pasar por encima de alguno de ellos. Negó con la cabeza para apartar tamaña atrocidad de su mente, no le gustaba pensar en esos términos.

Barrabás caminaba por el bosque, con su gran cadena en ambas manos, ya habían sufrido un asalto anteriormente y por suerte no habían sido sorprendidos, pero no quería arriesgarse a que su suerte se truncase en esta ocasión. Se giraba de vez en cuando al oir algun matorral moviéndose y se acercaba con precaución olisqueando el aire y murmurando en orco - Urruk baiar

Barrabás tenía un doloroso historial en Tormentos, y aunque parecía que aquellos élfico-parlantes habían creado su propio club de lectura, esto no desanimó al peludo orco, que estaba dispuesto a liberar la aldea de Loto de aquel hombre que tomando las libertades de sus gentes les había convertido a todos al veganismo forzado, evitando que Loto fuera un lugar hábil para que  cualquier pielverde pudiera habitarlo. 

    Socar no pasó por alto como el lobo cedía a sus instintos, el paladín se entretuvo pensando acerca de qué tan capaz sería de reprimirlos llegado el momento de ponerse a prueba y a quién escogería como su primera víctima, se volvería contra su propio amo o por contra escogería a alguno de los humanos, aquella flacucha desconfiada o tal vez el clérigo, esperaba que no fuese tan estúpido de ir a por él, no sacaría más que mellarse un colmillo y un mazazo que con toda seguridad le abriría la cabeza. En fin, cuánto más daba, lo que de verdad le agradaba en aquel momento era que de una vez por todas abrirían la marcha en busca de aquel supuesto Señor, arma en mano y escudo al frente se preparó para asegurar la segunda linea, era consciente de que sus sentidos no eran los más agudos y en caso de voz de alarma, desde una posición central tendría mayor facilidad para reposicionarse frente a la amenaza que se les fuese a echar encima.

Thorgüs se quedó en la retaguardia, entre su cansancio y que Darko parecía no agradar a la mayoría de la expedición era la mejor posición que podía adoptar en aquel momento.

Trato de repasar lo que los ojos de sus compañero ya habían escudriñado, intentando ver si se les había pasado por alto algún detalle en aquella peregrinación en la que solo los gruñidos de Barrabás los sacaban de un sofocante silencio. Pasado un tiempo nadie parecía apreciar nada extraño pero cada vez estaban más cerca y en cualquier momento todo podía cambiar, así que más valía estar atento, muy atento a todo lo que los rodeaba.

Aprovechando que Socar estaba en el centro de la comitiva no tuvo problemas en llamar su atención para que frenara un poco el paso y se pusiera a su altura, Moris tampoco estaba a desmano y decidió juntar al pequeño grupo de nuevo. Les enseñó la parte interior del escudo donde había escrito unas palabras con un pedazo de brasa que había cogido de la hoguera de la noche anterior.

El enano quedó a la espera de la respuesta de ambos antes de borrar con la manga lo que había escrito. Era la única manera que se le ocurrió a Thorgüs para que su mensaje no fuera filtrado por algún animal al Señor del Castillo.

Interior del escudo:

Cuando os toque y os diga "vamos" los animales no os detectaran, solo si os tocan o al atacar lo harán.