El lugar donde estaba ubicado el refugio, Sugar Hill, era un barrio localizado en la parte norte de Hamilton Heights, en la zona de Harlem, perteneciente al distrito de Manhattan. Y dentro de la isla era, precisamente, una de las zonas más tranquilas en esos tiempos en los que el mundo había cambiado. 

Las calles anchas parecían sugerir que en otros tiempos los coches circulaban en varios carriles en ambas direcciones y, lo que una vez fue un parque bien cuidado, se había convertido en un espacio verde y salvaje, donde un pequeño grupo de Buscadores del Nuevo Edén se había instalado hacía años. 

Había varios asentamientos en la zona, pequeñas comunidades de gente que, como los habitantes del Huerto de Major Morris, se agrupaban para facilitar la supervivencia de cada uno. Un par de grupos armados, entre ellos los Chicos de McAvoy, solían hacer rondas por las calles del barrio y no era extraño que los pasos de los valientes que se aventuraban a salir de sus refugios se cruzasen con los de estas bandas. 

Sin embargo, que fuese una zona por lo general tranquila no significaba que fuese totalmente segura. En ocasiones otros grupos hacían incursiones, saqueaban refugios o se montaban trifulcas en plena calle. No era algo que sucediese a diario, pero en la época que nos atañe, ningún lugar de Nueva York era totalmente seguro. 

Nueva York, 13 de noviembre de 2037, 13.45.

La niebla ya se había levantado prácticamente por completo cuando las tres jóvenes abandonaron el refugio. Aún quedaban algunos jirones perezosos remoloneando a ras de suelo y el cielo seguía tan blanco que apenas se podía distinguir la luz del sol a través de las nubes. 

El que no se había marchado era el frío. El invierno saludó a las chicas golpeando sus mejillas en cuanto pusieron un pie fuera del Major Morris. Pero, a juzgar por lo que habían dicho Trish y Skyler, todavía les quedaban horas de viaje, suficiente para entrar en calor gracias a las bicicletas. Iban a tener que viajar lejos, mucho más lejos de lo que las dos hermanas habían viajado esa mañana en su visita al Bronx. El campamento donde vivía Nathaniel estaba fuera de Manhattan, más allá de Queens, en la línea invisible que dividía ese distrito y Long Island. 

Trish no había sido capaz de encontrar la presencia del escritor, pero tuvo más suerte al intentar llegar hasta Robin. En cuanto lanzó su llamada a través de sus pensamientos sintió que había llegado a su destino. Podía sentir la mente del pelirrojo en la distancia, como si el vínculo entre ellos fuese un cable tendido por el que pudieran susurrarse directamente al oído. 

En cuanto abandonaron el antiguo centro de salud Trish se montó directamente en la bici y empezó a pedalear. Al principio lo hacía sin dejarse los pulmones, dispuesta a reservar sus fuerzas para no tener que parar a descansar. Parecía meditabunda y al mismo tiempo centrada.

Para cuando su cabeza conectó con la de Robin se limitó a seguir pedaleando con la vista al frente. Atender así a dos cosas a la vez era... Extraño. Pero no tuvo tiempo de recrearse en esa sensación, porque en cuanto Robin dio sus primeras dosis de información ella sintió como un mazazo directo en el pecho.

«Bennet está... Muerto»

Trish tardó un par de segundos en entender qué estaba diciendo, más aún cuando de repente lo había llamado por su apellido. Detuvo su bicicleta y puso un instante el pie en el suelo, recobrando el aliento, y sólo pudo negar la realidad que le ofrecía el pelirrojo. No podía ser. Nick había permanecido muchos años vivo, incluso en ese nuevo mundo. Había sido capaz de cuidar de ella al mismo tiempo que de sí mismo. No podía estar muerto.

La muchacha de pelo azul estaba acostumbrada a que la gente desapareciera. Toda su familia lo había hecho: la ausencia era algo a lo que ya estaba acostumbrada. Pero no al tipo de ausencia de la que hablaba Robin. Sabía que la gente moría, claro. Lo había visto con sus ojos. Pero Nick... Habían hablado la noche anterior. Habían discutido la noche anterior. Y no tenía ningún derecho a morirse.

Trish hizo un gesto con la mano a su hermana y a Skyler mientras retomaba las pedaladas, incapaz de hablar. Y entonces sí aceleró lo suficiente para ponerse en cabeza. Para que no vieran las lágrimas. Sabía a ciencia cierta que si lo que decía Robin era cierto daba igual cómo de rápido se movieran: no llegaría a tiempo. Pero la parte menos racional de su cabeza, esa que estaba más lejos del continuo tic-tac dentro de su cerebro, quería intentarlo. Necesitaba intentarlo.

Las explicaciones de Robin eran escasas y muy poco claras. Un asalto, sí. Un disparo, también, podía entender eso. Y racionalmente sabía de sobra lo que pasaba entonces, más aún si era en un punto tan jodido como una arteria. Pero eso no significaba que estuviera preparada para asimilarlo en menos de dos minutos.

Apretó los puños en el manillar y pedaleó más fuerte, y más, y más, hasta que sus rodillas empezaron a doler y sus piernas a estar tan calientes que podrían haber olvidado lo que era el frío. No quería decir ni una sola palabra, y sin embargo quería gritar.

Aquello no era justo. Nick ni siquiera tendría que estar en Unhood, sino con Dima. ¿Qué narices hacía allí? Tantas quejas de Morgana y al final habría estado más seguro en el refugio del mafioso.

Con un nudo en la garganta Trish apretó los labios. La súbita tentación de dejar de avanzar, de lanzar la bici al suelo y correr por las callejuelas hasta encontrar algún lugar donde esconderse golpeó sus sienes. Empezaba a hacerse consciente de que correr no servía de nada, de que no tenía nada que hacer. Y en ese punto solamente quería estar sola.

Sin embargo, no hizo ninguna de esas cosas. Siguió avanzando, pedalada tras pedalada, huyendo del peso que la aplastaba cada vez más contra el sillín de la bicicleta. No era capaz de hablar más que dentro de su cabeza, o de la de Robin.

Tras unos segundos decidió que debían continuar. Quizá no pudiera volver atrás el tiempo, pero era su deber recomponerse al menos lo suficiente como para ayudar a Robin. Si lo que el chico decía era cierto había perdido a un mentor, a un amigo y a una de las personas más importantes de su vida... Pero tendría que llorarle a la vuelta. Así era el mundo en el que vivía: uno que ni siquiera concedía un respiro en situaciones como esa.

En cuanto abandonaron el antiguo centro de salud Trish se montó directamente en la bici y empezó a pedalear. Al principio lo hacía sin dejarse los pulmones, dispuesta a reservar sus fuerzas para no tener que parar a descansar. Parecía meditabunda y al mismo tiempo centrada. Sin embargo, tras unos instantes detuvo su bicicleta y puso un instante el pie en el suelo.

Un segundo más tarde hizo un gesto con la mano a su hermana y a Skyler mientras retomaba las pedaladas. Parecía agobiada. Y entonces sí aceleró lo suficiente para ponerse en cabeza.

Apretó los puños en el manillar y pedaleó más fuerte, y más, y más, hasta que sus rodillas empezaron a doler y sus piernas a estar tan calientes que podrían haber olvidado lo que era el frío. No quería decir ni una sola palabra, y sin embargo quería gritar. Con un nudo en la garganta apretó los labios. Sus ojos se desviaron hacia los lados un instante, como si se plantease meterse por alguna callejuela, pero siguió en dirección a Queens. Siguió avanzando, pedalada tras pedalada, huyendo del peso que la aplastaba cada vez más contra el sillín de la bicicleta.

Cassandra se adaptó al paso que marcaban las dos mujeres más jóvenes, ella tenía una idea aproximada de donde iban gracias a haber visto planos de la antigua gran cuidad, pero nada comparable con lo que podía suponer que Skyler sabía e incluso Trish, gracias a su don de gentes, seguro que conocía un buen camino en aquellos días. Eso le recordó los peajes que habían tenido que pagar para atravesar el puente esa mañana y sus cejas se fruncieron al darse cuenta que por delante tenían al menos otro.

Abrió la boca para decirlo, por si llevaban suficiente para pagar su paso, y entonces se dio cuenta de la actitud de su hermana. Comprendía su urgencia, ella misma había insistido en darse prisa, pero Cass sentía que no llegarían a tiempo. Si el Universo ya estaba llorando la pérdida ¿quienes eran ellas para poder cambiarlo?

-Trish, así no... -no encontraba las palabras, ella no era buena con esas cosas, y el ritmo impuesto no ayudaba -¿Y McAvoy, no les avisamos? 

Estaba casi segura que cuando llegasen ya no quedaría ninguno de los asaltantes, pero no podía decir lo mismo de carroñeros y demás peligros que podían encontrase por el camino.

Desde el mismo instante en que las dos ruedas de la bici habían atravesado la empalizada que protegía el centro, Skyler había empezado a pedalear con fuerza, poniéndose enseguida en primera posición. La chica no miró atrás para comprobar si las otras dos la seguían y ni siquiera se dio cuenta de aquella breve parada que hizo Trish, aunque sí que desvió un poco la mirada para verla adelantarla poco después. 

La rubia iba con el ceño fruncido y los labios apretados en una fina línea. Su rostro más pálido de lo habitual y una mirada llena de determinación. Por su expresión era difícil precisar si estaba enfadada, preocupada o angustiada. Su respiración se agitó enseguida, cualquiera de los habitantes del Major Morris sabría que no era una joven muy fuerte y ni siquiera los entrenamientos de Morgana habían logrado mejorar mucho su resistencia. Pero no parecía dispuesta a frenar el ritmo, ni detenerse, y tampoco parecía preocuparle si tenía que seguir ella sola. Parecía moverse más por pura fuerza de voluntad que por la capacidad de sus pulmones. 

Al escuchar la voz de Cassandra giró un poquitín la cabeza para mirarla por un instante. Parecía a punto de decir algo, pero no llegó a hacerlo, quizá porque eso sería desperdiciar las fuerzas que necesitaba para continuar pedaleando. Simplemente negó con la cabeza y volvió a mirar hacia delante, siguiendo el ritmo de Trish. 

Trish seguía pedaleando con todas las fuerzas que sus delgadas piernas le permitían. Los segundos pasaban y la realidad era cada vez más pesada, como si el propio aire se estuviera volviendo más denso y costase avanzar, respirar e incluso mirar más allá de lo que tenía delante de los ojos. Pedalear servía para no pensar, y no pensar servía para no dejar de pedalear. Escuchaba la voz de Robin en su cabeza como si lo tuviera delante, y sintió emociones encontradas cuando dijo aquello del tal Elijah. Por un lado sabía que era mejor así... Para todos. Pero por otro, según lo que Robin había dicho, probablemente sería la única familia que le quedaba al muchacho además de Skyler. Salvo la gente del Morris, claro.

Una parte de ella, la que seguía escuchando a Robin e iba razonando como podía sobre sus palabras, se alegró de que los atacantes se hubieran marchado. Aquello parecía, al menos, más seguro que antes.

Un momento más tarde, al oír dónde pretendía el pelirrojo que quedasen, deseó que hubiera alguna forma de que llegasen más rápido allí. Aunque pensándolo bien... ¿Acaso no la había realmente? No sería la primera que ella atravesaba una puerta en una punta de la ciudad y tras cruzarla estaba en la otra. Estaba a punto de decirle algo al pelirrojo cuando oyó sus últimas palabras.

—Lo siento, Robin —pensó para el chico. Y podía parecer que lo decía por Nate, o por Nick, o incluso por Elijah si ambos no se conocieran tanto. Pero no tenía nada que ver con eso. Trish no se sentía preparada para dar el pésame por el escritor cuando ni siquiera había acabado de digerir el de Robin. Aquello hacía referencia a otra cosa.

—No puedo ir con ella hasta allí y no decirle nada. Está preocupada por ti. Que acuchille a la mensajera si quiere, pero tiene que saber cómo están las cosas.

En ese punto Trish giró la cabeza para mirar a Skyler, tomando una decisión de la que quizá se arrepentiría pronto. También se giró un poco ante la pregunta de Cassandra y tuvo que aminorar la velocidad para no perder el control de la bicicleta.

—Avisar a los McAvoy no serviría de nada —le dijo— y serían más peajes que pagar al cruzar a Queens.

Fue en ese punto cuando se dio cuenta de que se había precipitado... Y bastante. Empezó a frenar, haciéndose a un lado con la intención de detener la bicicleta.

—Esperad —pidió a las otras dos—, esperad... Tenemos que hablar.

—En primer lugar, no tenemos nada para pagar la ida, mucho menos la vuelta. En segundo lugar... Estoy hablando con Robin.

Hizo una pequeña pausa, esperando que calasen sus palabras en las otras dos.

—Han sido atacados y Nick... Nick... —Sintió cómo el nudo de su garganta se apretaba un poco más. No estaba preparada para dar una noticia así. En ese momento entendió por qué Robin lo había tratado por su apellido un minuto atrás—... Los asaltantes ya se han ido y Robin está bien —enunció en dirección a Skyler—. Elijah también ha muerto.

Trish seguía pedaleando con todas las fuerzas que sus delgadas piernas le permitían. Los segundos pasaban y la realidad era cada vez más pesada, como si el propio aire se estuviera volviendo más denso y costase avanzar, respirar e incluso mirar más allá de lo que tenía delante de los ojos. Pedalear servía para no pensar, y no pensar servía para no dejar de pedalear. 

En ese punto Trish giró la cabeza para mirar a Skyler, tomando una decisión de la que quizá se arrepentiría pronto. También se giró un poco ante la pregunta de Cassandra y tuvo que aminorar la velocidad para no perder el control de la bicicleta.

—Avisar a los McAvoy no serviría de nada —le dijo— y serían más peajes que pagar al cruzar a Queens.

Fue en ese punto cuando se dio cuenta de que se había precipitado... Y bastante. Empezó a frenar, haciéndose a un lado con la intención de detener la bicicleta.

—Esperad —pidió a las otras dos—, esperad... Tenemos que hablar.

—En primer lugar, no tenemos nada para pagar la ida, mucho menos la vuelta. En segundo lugar... Estoy hablando con Robin.

Hizo una pequeña pausa, esperando que calasen sus palabras en las otras dos*.

—Han sido atacados y Nick... Nick... —Sintió cómo el nudo de su garganta se apretaba un poco más. No estaba preparada para dar una noticia así.—... Los asaltantes ya se han ido y Robin está bien —enunció en dirección a Skyler—. Elijah también ha muerto.

El recuerdo de esos momentos en la vida de Trish en que había viajado largas distancias sólo por atravesar una puerta hizo que un cosquilleo estremeciese su espina dorsal.

Sentía que sería capaz de repetirlo si lo deseaba y, de algún modo que no podía explicar, le parecía que había algo animándola a ello. Daba igual el nombre que otros le pusieran, Destino, Providencia, Dios... La chiquilla sintió que algo en el universo quería que ella tomase la iniciativa. 

Cassandra oyó a su hermana y sus ojos se oscurecieron, en parte por su confesión y en parte por no haber cogido el botiquín al completo.

-Lo sé. -fue su contestación a todo, como si nada se escapase de su vista y conocimiento.

Esperaba estar equivocada con el ataque, que no hubiese pasado nada y poder evitar lo que había visto, pero en en fondo sabía que no se podía. Lo había sentido nada más verlo y con cada respiración que daba esa realidad se asentaba más en su conciencia... y en su corazón. 

-He cogido los analgésicos y los antibióticos, pero mejor no quedarnos sin... si esperais un momento vuelvo a por un par de bolsas* y un condon por si acaso.

No le hacía gracia volver por muchos motivos que se agolparon en su mente, pero no serviría de nada llegar al puente y no poder cruzar.

Las dos hermanas podían notar que no era sólo la urgencia contagiosa de Cass o la presencia de Robin en un lugar que podía estar siendo peligroso lo que movía las piernas de Skyler con esa determinación. Ambas sabían que el lugar al que se dirigían era precisamente aquel en el que la rubia había crecido y, sin embargo, casi nunca hablaba de ello salvo para intercambiar algún comentario con el pelirrojo sobre tal o cual persona. 

Pero en sus ojos, además de preocupación, había ira. Una ira centelleante que alimentaba cada pedalada. Un enfado que parecía dirigirse en parte a ella misma por ceder a esa preocupación, pero que también parecía llegar más allá. Sí, Skyler amaba a Robin como si fuese una extensión de ella misma, pero había algo o alguien en el campamento que le provocaba emociones aún más fuertes que su primo.

Iba tan ensimismada que no notó que Trish frenaba hasta que se detuvo y tuvo que hacer un giro para no chocar con ella. La bici amenazó con derrapar y Skyler bajó un pie al suelo para no caer. Miró a la inventora con el ceño fruncido y por un instante pareció que iba a retomar el pedaleo sin hacerle caso alguno, pero algo en lo que dijo atrapó su atención. 

—¿Qué dices? —preguntó con obvia incredulidad al escuchar que Trish estaba hablando con Robin. Su tono era acusativo cuando siguió hablando—. ¿Cómo coño vas a estar hablando con él?

Desvió la mirada a las orejas de la muchacha y luego a sus manos, en busca de algo que pudiera estar usando para comunicarse a distancia. Y probablemente a continuación habría llegado algún improperio o acusación de no ser porque las últimas palabras de Trish calaron de golpe en su mente. Su rostro que había recuperado algo de color con el esfuerzo de la bici lo perdió todo de golpe hasta que sus mejillas quedaron tan blancas como la leche. Pestañeó dos veces y en la tercera sus ojos se habían humedecido. 

—¡Qué dices! —repitió, esta vez con la voz algo ronca y los ojos centelleantes—. ¡Eso no es verdad! ¡Te lo estás inventando! ¡No puedes saberlo! ¡No estás hablando con nadie!

Dejó caer la bici y se apartó justo a tiempo para que no le golpease en el pie. Tenía los puños tan apretados que sus nudillos estaban blancos y su pecho se movía agitado pero por como miraba a Trish parecía capaz de darle un puñetazo. 

Aquel cosquilleo en la espina dorsal de Trish la hizo sentir ligeramente confusa. La tristeza se sumaba a la tensión del momento, y a estas se unía también la preocupación por su amigo pelirrojo. Miró alrededor, buscando alguna puerta que de verdad le permitiera hacer de nuevo aquello... Hasta el momento siempre había sucedido en momentos de estrés, y ese era uno que estaba a la altura. Sin embargo, aquella era la primera ocasión en que sentía que podía dar ese paso conscientemente, que podía provocarlo... Y eso solucionaría no todos sus problemas, pero sí algunos de los más inmediatos. Por ejemplo, la prisa.

Oír en ese momento a Robin hizo que Trish apretase levemente los labios.

—No te haces una idea —pensó en respuesta a sus palabras mientras la idea de atravesar esa puerta se hacía cada vez más sólida.

Escuchar de labios de su hermana que sabía todo aquello hizo que la muchacha la mirase un instante con una expresión de inevitable decisión. Le habría gustado explicarle lo que acababa de sentir y lo que estaba a punto de hacer, pero sentía que no había tiempo.

—No hará falta —dijo con seguridad.

Se giró acto seguido hacia Skyler, dispuesta a explicarse... Aunque ¿qué iba a explicar, si ni ella misma tenía las respuestas? En cualquier caso buscó las palabras mientras veía cómo la chica se encendía. Negó con la cabeza mientras daba un paso atrás, arrastrando consigo la bicicleta. No conocía esa faceta de Skyler, desde luego, y podía entender perfectamente que aquello resultase bastante increíble... Pero no parecía dispuesta a razonar, y Trish no iba a quedarse a recibir un puñetazo y quién sabía cuántos insultos. Había cosas más importantes.

Los ojos de la inventora buscaron a su hermana mientras daba un paso hacia la puerta más cercana.

—No te preocupes, creo que sé lo que hago —le dijo, aún con cierta inseguridad—. Nos vemos en el Morris.

Y con aquellas palabras cruzó el umbral del portal más cercano.

Escuchar de labios de su hermana que sabía todo aquello hizo que la muchacha la mirase un instante con una expresión de decisión. Le habría gustado explicarle algunas cosas, pero sentía que no había tiempo.

—No hará falta —dijo con seguridad.

Se giró acto seguido hacia Skyler, dispuesta a explicarse... Aunque ¿qué iba a decirle, si ni ella misma tenía las respuestas? En cualquier caso buscó las palabras mientras veía cómo la chica se encendía. Negó con la cabeza mientras daba un paso atrás, arrastrando consigo la bicicleta. No conocía esa faceta de Skyler, desde luego, y podía entender perfectamente que aquello resultase bastante increíble... Pero no parecía dispuesta a razonar, y Trish no iba a quedarse a recibir un puñetazo y quién sabía cuántos insultos. Había cosas más importantes.

Los ojos de la inventora buscaron a su hermana mientras daba un paso hacia la puerta más cercana.

—No te preocupes, creo que sé lo que hago —le dijo, aún con cierta inseguridad—. Nos vemos en el Morris.

Y con aquellas palabras cruzó el umbral del portal más cercano.

Como era de esperar, dado lo dicho por su hermana y quien las acompañaba, la situación comenzó a derivar en el comienzo de un cruce de acusaciones que Cassandra se temía no acabaría ni bien ni pronto. Estaba buscando unas palabras apropiadas para zanjar el tema y seguir, cuando la mirada que recibió de Trish hizo que su corazón se acelerase. 

No le dio tiempo de intentar razonar con la peliazul, estaba allí y al instante siguiente ella y su bici habían ido engullidas en las sombras. Los labios de la buscadora se abrieron dejando escapar el aire de sus pulmones -No. Otra vez, no. No de nuevo.-, su mente viajó a otro tiempo y otro lugar, cuando la perdió y estuvieron demasiado sin saber de la otra, y lo que le pasó a la inventora en ese intervalo... Ignorando todo, dejó caer su propia bicicleta y se abalanzó hacia donde su peque había desaparecido.

-¡Trish! 

La ira brillaba en los ojos de Skyler, que había encontrado alguien mejor que ella misma para descargarla. Dio un pequeño paso hacia Trish cuando la muchacha empezó a retroceder, pero desde luego no se esperaba que corriese hacia el portal y sólo se la quedó mirando con incredulidad. 

—¡¿Y dónde mierda vas ahora?! —llegó a gritarle, con el ceño fruncido y los puños apretados. 

Pero Trish ya no estaba allí para escucharla. Tampoco en el interior del portal. Cuando Cass llegó a la carrera sólo el polvo acumulado en ese lugar le devolvió la mirada. Skyler se acercó un momento después para mirar por encima del brazo de la buscadora. Sus labios se apretaron en una fina línea y su ceño se frunció un poco más. 

—¡Trish, sal! Deja de hacer el imbécil. Tenemos que ir a por Robin, joder. 

La rubia empezó a pasear la mirada por el portal, en busca de algún rincón donde Trish hubiera podido esconderse, o algunas escaleras que pudiera haber usado. Pero no había nada de eso, sólo el hueco de un ascensor vacío, con una caída demasiado grande. Así que los ojos de Skyler terminaron por buscar a Cassandra, dispuestos a exigirle explicaciones a ella. 

—Dile a tu hermana que ya vale de inventarse mierdas y retrasarnos. Si todo esto es una broma no tiene ni puta gracia. —Parecía incluir a Cass en esa acusación de estar tomándole el pelo, como si realmente fuese incapaz de distinguir si era así y eso la frustrase sobremanera. 

Una intensa sensación de plenitud embargó a la muchacha cuando su mano empujó la puerta y la atravesó llevándose la bici con ella. Fue como si un picor insidioso hubiera estado tanto tiempo cosquilleando sobre su piel que se hubiese llegado a olvidar de su existencia y, de repente, desapareciese, llenándola de un alivio que ni siquiera era consciente de necesitar. Los engranajes de su cabeza empezaron a funcionar todos a la vez, en un movimiento perfectamente engrasado, y supo que eso lo estaba haciendo ella.

Apenas duró un instante, pero fue suficiente para que la llenase la sensación de ser una pieza más dentro de un mecanismo más grande y complejo. Y antes de que pudiese llegar a asimilar lo que acababa de hacer, había atravesado la puerta y ya no estaba en Sugar Hill.