El día había terminado en un tono mucho menos siniestro que el que había comenzado. El dolor por la pérdida iba remitiendo en los niños, salvo algunas como la que había roto a llorar en la biblioteca, fuera quien fuese, y con suerte, la vida volvería a su cauce en los próximos días.

Como solía hacer, sequitó la ropa y la dejó tirada en cualquier sitio. Se lavó los dientes con desgana y se tiró en la cama antes que nadie.

Al volver al dormitorio, sintió que había pasada un mes desde que despertara por la mañana. El tiempo en aquel lugar era muy extraño.

Cogió el pijama de dentro de su baúl y se metió al baño, donde se cepilló los dientes y se levantó el flequillo para ver el moratón que tenía encima de la ceja. Seguro que para mañana ha desaparecido, pensó para sí volviendo a pensar en el tiempo en Hogwarts; quizás en vez de una noche, pasaban en realidad ocho, quién sabe.

Se lavó las manos, masajeandose los nudillos que él mismo se había lastimado pegando un puñetazo a una pared para tratar de reducir el dolor de su cabeza.

Ya de vuelta en el dormitorio, se metió en la cama y por una vez no trató de dormirse bocarriba y con los brazos sobre el pecho, no, esta vez se puso en posición fetal y el sueño llegó rápidamente.

Mediados de Noviembre y Mircea despertó. Lo ocurrido dos semanas atrás tardó en pasársele. Sin saber como, todo lo que creía decir en inglés, salía en rumano. Por eso había suspendido la recuperación; por eso le miraban raro siempre que saludaba o trataba de hablar con alguien. Tras descubrirlo se pasó toda la semana callado, hablando brevemente, solamente en el comedor y en la sala común a través de sus hermanas, y fallando todos los conjuros en clase por su incapacidad de recitar el idioma de la magia. Y tal como llegó, se fue. La nueva semana la comenzó recuperado, sin saber qué había ocasionado aquel extraño brote. Aún así esos siguientes días volvió a pasarlos sin hablar, como si hubiera hecho un voto de silencio solo roto en clase, donde ahora sí conseguía recitar de forma adecuada.

Apartó el edredón y al poner los pies en el suelo agradeció lo frío del suelo de piedra. Miró los calentadores que colgaban en las paredes y que hasta ahora no había llegado a usar y se preguntó si algún día los necesitaría.

Cogió la ropa para el día, su neceser y se marchó al baño, pensando en aquel extraño sueño de hacía semana y media, en el que combatió con Perry, y aún sin varita fue capaz de dormir al ochi-de-soim.

Duchado, con al menos medio quilo menos de peso y más o menos arreglado, dejó el pijama doblado sobre el baúl, se caló el sombrero en la cabeza y salió del dormitorio.

Como cada mañana desde hacía varios días, lo primero que hizo Maxwell al abrir los ojos fue acercarse al reloj de la pared conteniendo la respiración. El suave tic tac que marcaba el ritmo de marcha del segundero, como el tamborilero de un pelotón de soldados, lo relajó lo bastante como para respirar de nuevo.

Se duchó y vistió a oscuras, dsifrutando del silencio solo interrompido por los infantles ronquidos de algunos compañeros y el quedo murmullo en el que la distancia y las puertas cerradas transformaban las voces de los alumnos más madrugadores que haraganeaban en la sala común.

Se puso las ropas, todavía cálidas por el reciente planchado, cogió sus libros y útiles de escritura y salió por la redonda puerta.

Su cabeza daba vueltas, entre el castigo que había sufrido en las mazmorras del castillo y algo que le pareció un sueño de lo más absurdo y pesado, esa semana y parte de la anterior había quedado algo tocado. Por suerte, solo se quedó dormido un poco, no demasiado. Le daría tiempo a prepararse. O eso creía.

Se aseaba y vestía mientras por fin reconocía que el hechizo que las gemelas quisieron enseñarle para vestirse mágicamente le hubiera venido bien ahora. Pero no era tiempo para lamentos, para ser un buen mago debía entreanr e ir a clase.

El niño tenía tanto sueño que la mera idea de tener que quitarse la ropa y asearse le resultaba insoportable. Se liberó de las zapatillas pisando el empeine de una y luego de la otra, se sacó la túnica y la corbata por encima de la cabeza y se abrió camino entre las sábanas y mantas. Antes de que llegara nadie más, con la luz todavía encendida, se precipitó violentamente hacia la tierra de los sueños.

Con los párpados jugando a las escondidas, Mircea consiguió asearse y cambiarse de ropa en el baño antes de dejarlo todo bien doblado en su baúl y caer rendido en el sueño de los justos.

Frente al espejo, Mircea pasó la mano por el cristal, limpiando el vaho que se había formado. Sus duchas eran cortas, pero estaba claro que el que creó aquellos cuartos de baño no había pensado en cosas tan importantes como la ventilación, o sí, al fin y al cabo si aquello era la tejonera, quizás esa había sido exactamente su intención. Un inútil, hubiera dicho su hermana, él sin embargo prefirió no opinar.

Se vistió antes de que pudiera entrar alguno de sus compañeros de cuarto y trató de peinarse el pelo.

A su paso por el dormitorio, se encasquetó el sombrero en su cabeza aún húmeda y se abrigó en la capa de invierno. Echó un vistazo a los bultos de las camas de Matthew y Neil, anoche aún no habían regresado cuando él se acostó y eso que solía hacerlo tarde. Se planteó si debía despertarles y finalmente decidió que no. Si querían dormir más, que lo hicieran.

Aquella mañana, Maxwell ignoró el tañido de campañas del despertador y siguió durmiendo. Solo un rato más, solo un rato. Cuando salió por fin de la cama, embutido todavía en los pantalones, camisa y chaleco del uniforme de Hogwarts, tuvo que tirar de fuerza de voluntad para no regresar. No se había perdido más de un par de clases en esos tres meses, y solo tenía una recuperación pendiente, un conjuro que además ya dominaba. Podía haberse permitido una falta más.

Demasiado perezoso como para cambiarse de ropa, solo se lavó la cara para quitarse las legañas y se chafó el pelo que se le había puesto de punta. metió los pies en las zapatillas sin molestarse en atarse los cordones, agarró la túnica y el paquete con los libros y el estuche, todo apretado contra el costado bajo el brazo izquierdo, y salió del dormitorio.

Se le pegaron las sábanas. El tiempo de clases se acercaba y seguía dormido. Por un momento parecía que se iba a despertar.

-Hay que ir a clase.

Dijo entre sueños, pero volvió a darse la vuelta y a quedarse dormido. Sin duda seguiría así una buena parte de la mañana y se perdería la clase si nadie le echaba una mano.

Mircea entró en el dormitorio aún echándose el aliento en las manos para calentárselas. Noviembre y ya hacía muchísimo frío en el exterior. Podría haber usado un Arrtíficus para ponerse ropa de más abrigo, pero lo cierto es que no creía que con las manos tan rígidas pudiera hacer movimientos correctos con la varita.

Al entrar vio que el bulto de Matthew aún estaba donde lo había dejado un par de horas antes. En nada empezaban las clases de la mañana...

Se sentó al borde de la cama del tejón y con una mano en su hombro le movió un poco. Matthew, es hora de despertarse. Venga, que toca ir a clase. Si llegaba a ser otro le habría dejado seguir durmiendo, pero sabía que el compañero de sus hermanas no era un alumno conocido por faltar a clase.

Cuando se hubo asegurado de que el chico ya estaba desperezándose, Mircea se acercó al baúl y sacó el uniforme de invierno. Las manos ya empezaban a entrar en calor... Artifficus, murmuró. Y la ropa doblada de encima de la cama y la que llevaba puesta se intercambiaron.

Seguía soñando que se le hacía tarde pero eso no bastaba para despertarse. Fue entonces cuando sintió una presencia, algo le tocaba... y finalmente una voz.

Venga, toca ir a clase.

En ese momento entreabrió los ojos, primero con la mente en otro sitio, aún dormida. pero la realidad se dibujaba poco a poco, hasta el punto de que se levantó de un respingo. Las clases estaban por empezar, ¿le daría tiempo a ir?

Mañana sería un día largo, como todos los viernes.

Salió del baño ya con el pijama puesto y con el neceser bajo el brazo. Guardó el sombrero bajo su almohada y con los pensamientos yendo a mil dentro de su cabeza, se preparó para pasar mala noche.

Matt no estaba en su peor momento. Había tenido dos días de triunfos seguidos y de momento la cosa seguía igual. Aún así, decidió que esta vez no se le pegarían las sábanas y se acostaría a su hora.

Maxwell observó la cama con recelo. Era posible que los extraños unicornios le estuvieran esperando allí dentro, para llevárselo en su momento de mayor indefensión.

Se quitó la ropa y se metió al baño. El aseo nocturno solía ser fugaz, y sin embargo, ese jueves pasó quince minutos perdiendo el tiempo allí adentro. Se lo podía permitir; Matthew y Mircea ya estaban en sus camas, y el resto de ocupantes habían abandonado el colegio. Qué puto curso más raro.

Cuando no tuvo más excusa, salió y se metió entre las mantas y el colchón. No iba quedarse despierto para siempre. Cuanto antes se librara de ese estupidez, antes podría ocuparse de lo verdaderamente importante. Fuera lo que fuese.

Durante sus sueños, como no había ocurrido en muchas noches anteriores, se volvió a abrir una ventana. Se veía a sí mismo, más blanco que de costumbre, más alto, lánguido y con actitud derrotista frente a una muchacha que le echaba la bronca. Reconoció a la cría y se quedó sorprendido viendo como se desarrollaba la escena. Le acusaba de no decirle la verdad a sus hermanas. De no decirlas que... ¡era un vampiro! Que todos lo sabían menos ellas y que las pobres no podían vivir engañadas.

Un vendaval frío, transportando cellisca, oscureció la ventana y le transportó al antiguo castillo de su familia, en Târgoviste. Aquello solo significaba una cosa, las pesadillas volvían. Sin saber como, antes de que todo empezara, antes de la explosión, la sangre, la destrucción y muerte, consiguió despertar.

Mircea se quedó tendido en la cama, respirando agitadamente hasta que consiguió serenarse. El cuarto estaba frío. El calentador que había usado la noche anterior permanecía en el suelo, con las piedras ya destempladas en su interior. Al apartar la ropa de cama notó el frescor y agradeció aquella sensación.

Era viernes, sería bien largo.

Se metió en el baño con la ropa del día, el neceser y su gorro. Cuando salió ya duchado y con el pelo húmedo bajo la tela picuda, no tardó en marcharse del dormitorio, deteniéndose tan solo para dejar el neceser dentro del baúl y el pijama doblado sobre él.

Aunque Maxwell se despertó aquella mañana sin demasiado tiempo para perder, uno de sus compañeros de cuarto seguía en su cama. Ya era lo bastante mayore para decidir por sí mismo qué hacer, o al menos él lo consideraba así, al fin y al cabo era de su misma edad, así que no trató de avisarle.

Se dio una ducha breve. Quedarse un buen rato bajo el chorro de agua caliente en invierno era agradable en la casa de los viejos, uno de los pocos lujos que se podía permitir cuando no andaban jodiendo, pero no allí. La sala común y los dormitorios de Hufflepuff siempre estaban caldeados, y con el uniforme de invierno se pasaba en ellos bastante más calor que en el fresco verano montañés.

Salió con el pelo aún mojado y se vistió con presteza. Aún estaba a tiempo de desayunar con calma.