Partida Rol por web

Ambos aspirantes observaron cómo sus dos compañeros permanecían en el mercado, mirando cada cierto tiempo hacia “El Jardín Botánico”. Puede que siguieran otra pista o que fuera la misma que la suya, en cualquier caso aquello carecía de importancia.

Agatosh y Aerin abandonaron el mercado y, caminaron por la ciudad de Norul tratando de fortalecer el papel de simples turistas. Poco después llegaron a una de las calles secundarias, dedicadas a la costura y la tinción de distintas telas. Ningún alma caminaba por el lugar, dotándoles de una provisional privacidad.

Maldición. Ese no era su elemento, y al final pasó lo más previsible. Al menos, ya todos sabían lo que ocurría y no era necesario ocultarse. Sólo era necesario un vistazo rápido para saber qué hacer.

—Con cuidado. Vamos a intentar capturarlo. Conjuraré una complicación y nos avalanzamos sobre él cuando no haya nadie.

La idea del Elfo era sencilla. Conjurar grasa para que cayese, o al menos le costase huir, cargar y noquearle. Siendo dos, confiaba en que lo lograran.

Estaban solos, aunque no duraría mucho; aquella ciudad estaba bastante concurrida y pronto aparecería gente. Que les pillaran allí, a hurtadillas, podría resultar sospechoso. O tal vez no, si fingían lo suficiente bien el porque necesitaban intimidad.

Con una sonrisa pícara, apoyó a Aerin contra la pared y se puso casi sobre ella, muy cerca, medio atrapándola con su propio cuerpo. La guiñó un ojo antes de hablar.

—Tranquila, fiera, no me pegues. Es solo para disimular. —Así era, pero estaba claro que le resultaba divertido. Y tentador—. Bueno, solo si tú quieres. Podemos pasar ya de fingir e ir directos a lo bueno. ¿No? —A punto estuvo de reír—. Vale, al lío entonces. Mientras paseaba fuera, me he encontrado con una mujer y su marido, que hablaban de su hija desaparecida. ¿Adivinas de qué color tenía el cabello? Exacto. Hablé con ella, resulta que se han reunido varias de las familias de clase humilde afectadas por los secuestros, creen que están desapareciendo en el distrito de los aristócratas, engañadas y vendidas como esclavas sexuales. Buscan a alguien que les ayude, un mercenario. Y yo, por supuesto, soy un hombretón que sabe apañárselas. He conseguido una reunión esta tarde, un rato después de la comida. ¿Qué has averiguado tú?

Ildyra hizo una señal a sus compañeros para que pararan y señaló hacia las huellas que podía percibir con la visión de su diosa.

Sacó su arma, un cuchillo estrella, arma predilecta de la iglesia de Shantia, y tras comprobar que sus compañeros estaban listos, avanzó poco a poco. mientras cogía una de las ampollas de agua bendita.

Probablemente sea un espectro o fantasma, solo las armas imbuidas de magia y la magia les afectan directamente.

Elentari se puso al lado de Ildyra preparada para invocar a su Eidolon. Atenta a cualquier movimiento que entrara en su campo de visión.

-¿Qué has visto? -preguntó a Ildyra sin saber muy bien en que dirección mirar.

Al final se volvió hacia Valériane y Eithel.

-¿Nos ayudareis? -lo dijo sin presión, consciente de que era su trabajo como vigilantes encargarse de aquello, pero un par de manos extra nunca venían mal.

Huir del ajetreo de las calles supuso un alivio momentáneo. No le gustaba la sensación incómoda que se empezaba a aposentar en ella de ver a todo el mundo como un espía. No estaba habituada a ello, pero era su culpa por habérsele ocurrido la idea.

El movimiento del bárbaro no hizo sino reforzar esa sensación que pensaba que desaparecía de ella, aunque era algo ambivalente. Por un lado hace tiempo que no experimentaba el cuerpo de un hombre, pero por otro, no dejaba de ser un golpe a su intimidad. Al menos nadie miraba, o eso parecía. Le dio un abrazo, colocándose en su oído. Seguía pensando que olía a algo extraño, no sabía el que...

- La mujer de la herbolaria, parecía bajo una especie de control mental. Me indicó ir por la noche a la catedral a ver las vidrieras y las luces que encienden, huele a chamusquina. Al salir entró otro individuo que permanecía afectado por la misma situación. Igual Caidus o yo podríamos intentar romper el dominio con una buena preparación.

Los pasos del desconocido cada vez eran más acelerados, tratando de despistar a ambos aspirantes, al menos eso es lo que creían. Cuando finalmente encontraron una calle totalmente vacía Caidus comenzó con su plan.

El astuto arcanista trató de sustituir los componentes somáticos por unos más complejos, para así realizar el conjuro con rapidez; sin embargo en algún momento el hechizo se desestabilizó amenazando con venirse abajo. Frustrado por no recordar los componentes exactos, decidió conjurar la manera clásica del conjuro y confiar en su compañero.

Instantes después sus manos trazaron de manera delicada los sutiles movimientos del conjuro, creando una sustancia resbaladiza bajo los pies del sospechoso. De manera automática el hombre resbaló y cayó torpemente, golpeándose con fuerza el cráneo. Apenas unos instantes después Abelgos llegó hasta él, intimidandolo lo suficiente como para que este se quedara en el sitio con los brazos levantados.

—Les daré todo lo que tengo, pero por favor, no me hagan nada—. Exclamó con voz nerviosa.

El elfo oscuro que se había criado durante demasiados años entre mentiras, artificios y conspiraciones, siendo los embustes de aquel desconocido como un juego de niños. La mirada vidriosa seguía allí.

Un transeúnte entró poco después en la calle en la que Agatosh y Aerin se encontraban fingiendo ser pareja. Este al verlos, aceleró su paso tratando de alejarse de aquella situación incómoda lo más pronto posible.

Cuando este se marchó, ambos aspirantes a Vigilantes se miraron durante dos largos segundos. La proximidad de ambos les provocaba unas sensaciones que no acababan de comprender. 

¿Qué debían hacer ahora? 

¡Si! -Exclamó divertido al ver e hechizo y que su efecto tiene éxito. Avanza a paso ligero mientras desenvainaba lentamente una de sus cimitarras y llega hasta el tipo que suplica por su vida penosamente, le señala con la hoja que está al alcance de cortarle una pierna. 

-Mientes fatal -Dijo con una taimada sonrisa y clavaba sus ojos rojos en los vidriosos de su presa.  -Pero eso es bueno para ti. Te lo preguntaré una solo vez y si no me convences, te mataré y mi amigo el mago meterá tu alma en un vial por toda la eternidad.

¿Mataste tu a esa chica pelirroja?

-Para ser alguien que reniega de ser un elfo oscuro, Abelgos parecía estar disfrutando con este pequeño nivel de sadismo e intimidación.

Sacerdote y druida asintieron ante las palabras de Elentari, tras lo cual comenzaron a seguir a su compañera al interior del panteón. A pesar de que el sol se alzaba con orgullo en el firmamento, apenas unos ligeros rayos de sol llegaban a infiltrarse en el interior. Ante esto Valériane creó unas luces que danzaron por la estancia hasta iluminar la sala por completo.

Los nichos funerarios ocupaban por completo las paredes de ambos lados, dejando la del frente libre para un altar a la diosa Pharasma, deidad de los muertos y el destino. Rodeado de velas e inciensos consumidos tiempo ha, se encontraba una representación en mármol de esta diosa: Un reloj de arena sujetada por dos delicadas manos.

En el centro de la estancia anclada al suelo había una placa de acero inscrita, golpeada por el paso de los años. Allí es donde las pisadas corruptas encontraban su final, mostrando la posibilidad de la existencia de un pasadizo secreto. Con el corazón acelerado, Ildyra, se acercó con lentitud hasta finalmente poder observar la inscripción. En un comienzo las letras habían sufrido estragos por el ir y venir del tiempo, haciendo imposible leer lo que allí había escrito; sin embargo instantes después el poder de la diosa Shantia dio claridad donde solo había confusión.

—Dad la vuelta y huid, pues bajo esta losa se encuentra la ciudad de Valosh, prisión de las almas que jamás encontraron el descanso eterno—. Dijo la joven paladina cuando las palabras comenzaron a resurgir ante su mirada—. El olvido y el sufrimiento colman los rincones de este lugar, hogar de los espectros y no de los vivos.

Elentari había escuchado historias sobre aquel lugar. De personas que habían evitado la muerte al ver sus almas corruptas por jugar con las artes oscuras, sufrir una maldición o anclarse a la no vida a través del sufrimiento y odio.

Así que control mental. No era algo agradable, seguro. Y quien lo estuviera haciendo, era poderoso. Sin embargo, ¿por qué esa gente había hablado más de la cuenta? No tenía sentido que, siendo simples marionetas, tuvieran ese desliz. ¿O tal vez aquél pequeño error era el que había hecho que acabaran dominados? O puede que nada de eso, y elucubraban de una manera tan desacertada que no podían ni imaginar. Bueno, lo descubrirían en la catedral, esa noche.

—Da igual que sea una trampa. ¿No es lo que querías? Vas, y a ver que ocurre. Yo estaré cerca.

Un transeúnte decidió elegir ese momento para pasar, por lo que se calló de golpe. Aquél tenso momento sirvió también para pensar en lo mucho que se la estaban jugando, lo peligroso que podía ser aquello. Por desgracia para quien fuera el culpable, tampoco tenía ni idea de quien iba detrás. Oh, pero pronto se dará cuenta, y entonces será tarde.

El caminante se perdió girando una esquina y volvieron a quedarse solos. Estaban muy pegados, tanto que bajo aquél olor a sal y mar, podía notar otras fragancias, varias de ellas características de la alquimia, pero también el propio de una mujer. Su tacto no era exactamente cálido, pero agradable. Y esos ojos grises, salvajes, eran como las profundidades del océano, aguas tempestuosas en las que podía perderse. Tan cerca... Demasiado cerca. Con un carraspeo, se echó un poco hacia atrás, apartándose ligeramente, sobre todo la cabeza; por algún motivo, parecía que era esa parte especialmente la que prefería evitar el contacto. Habló rápidamente, antes de que todo resultara demasiado incómodo.

—Bueno, aún así, preguntaré esta tarde si alguna de las hijas de las familias afectadas habían ido a la catedral. Puede que nos de alguna pista al respecto. —Terminó de dar un paso atrás y al momento recuperó la sonrisa y el brillo pícaro en su mirada—. Nos quedan unas horas. ¿Qué se te ocurre que hagamos?

Perfecto. Cuando un plan salía bien, era motivo para estar contento, y Caidus lo estaba. Cuando Abelgos alcanzó al sujeto y le intimidó, él se colocó detrás del elfo oscuro. Seguramente éste sabía desenvolverse en ese ámbito mucho mejor que él, así que le dejó hacer a su antojo.

Sólo dependían de que nadie les viera... y por eso el elfo pensó que ocultar en parte al hombre era una buena idea. Así que, pronunciando unas breves palabras, le tocó una pierna e, inmediatamente, quedó en penumbra para todo el que pudiera pasar.

Con suerte, si alguien pasaba no muy cerca, creería que estaban mirando el suelo, no 'interrogando' a una persona.

-En fin... parece que encontramos a los culpables... deberiamos avisar a los guardias antes de entrar supongo... y asegurarnos de que esto no se cierra despues de que entremos.

Tras las palabras cautas, tocaba aventura, y la Paladin empezo a buscar como mover o acceder a aquel pasadizo secreto. Un paladin no sentia miedo.

El sacerdote se acuclilló junto a la losa, pasando instantes después la palma de la mano por encima. Durante unos segundos trato de leer lo que allí había inscrito, tras lo cual medito en completo silencio.

—Hace mucho leí sobre este lugar. Algunas personas se han adentrado en ellas para recuperar a parientes fallecidos o incluso obtener respuestas del pasado o conocimientos prohibidos—. Sugirió algo inquieto—. Según tengo entendido solo los muertos pueden entrar allí. Si queréis entrar tendremos que engañar la custodia de la ciudad de Valosh con algún ritual.

» Si es verdad lo que has leído, ahora comprendo porque la gente que entraba nunca salía. Sin duda sus almas eran consumidas por este lugar—. Añadió poco después mientras se levantaba con dificultad—. Quizás debamos alertar antes a las autoridades y planificar bien la incursión. Algo o alguien ha alterado ese lugar.

El hombre tragó saliva con dificultad al ver que la amenaza de una afilada cimitarra pendía sobre su cuello. Ambos aspirantes veían con claridad aquel terror fingido, algo que no tardó en decir Abelgos. Tras unos instantes de silencio por parte del desconocido, este sonrió de manera macabra.

—Ahí viene la guardia—. Pronunció con una voz pesada y carente de emoción mientras miraba más allá del mago y elfo oscuro.

Lo que ocurrió a continuación desconcertó en gran medida a Caidus. Cuando pronunció aquellas palabras el desconocido, el brillante arcanista detectó un temblor casi imperceptible en sus ojos, el cual poco a poco comenzó a desaparecer. No necesitó ver ni escuchar nada más, para saber que aquel desconocido acababa de estar bajo el influjo de una voluntad ajena. Alguien había controlado sus movimientos y sus palabras, pero ¿quien?

—¡Santo cielos!—. Exclamó con terror al ver el filo de una espada cerca de su garganta. Poco después con voz confundida añadió—. No se que quieren, pero les daré todo lo que tengo. No me hagan nada por favor.

Las lágrimas comenzaron a surcar el rostro de aquel desconocido fruto del miedo y la confusión. Instantes después escucharon unos pasos que se acercaban hacia ellos con rapidez. 

—¿Qué está ocurriendo aquí?—. Preguntó un hombre armado que debía ser parte de la guardia de la ciudad, tras lo cual apuntó con su lanza a Abelgos y añadió con desdén—: Baja el arma ahora mismo elfo oscuro o date por muerto.

Rodó los ojos con condescendencia ante la inoportuna aparición del guardia y la pésima actuación del tipo.

¡Está fingiendo! Exclamó al guardia -Tiene que ver con los asesinatos de mujeres en la ciudad, lo vimos huyendo de la escena del crimen. -Para reforzar la veracidad de sus palabras retrocedió dos pasos del sujeto que estaba tirado en el suelo y adoptó una postura menos amenazante. Pero no le quitó ojo de encima.

-Llama a la guardia, deben llevarlo preso. 

La incomodidad se reflejaba en su rostro. parece que el plan de galanteo se le había ido de las manos. Dejó que se fuera, no iba a forzar la situación, no quería ideas equivocadas, su objetivo estaba puesto en otra persona... aunque nada la comprometía aún.

- Es el juego, parecer la víctima inocente. Si te parece, deberíamos revisar los alrededores de la catedral. Si vamos a jugar al gato y al ratón, deberíamos conocer el terreno de caza para hacernos una composición de lugar de las rutas de huida y escondrijos. Total, por la noche tendré que ver las luces así que no sería raro que husmee aún así.

Le apartó un poco, pero manteniendo su mirada, e incluso sonriendo un poco.

Un conjuro de dominación. ¿Se habrá roto al lanzar yo mi conjuro?, pensó el elfo. ¿Alguien más sería consciente de lo que estaba sucediendo, o incluso nos estaba vigilando? Desde luego era una jugada muy hábil, que no mucha gente podía hacer. Por simple estadística la sospecha inmediatamente volvió a apuntar a alguien de la torre de magia. Aunque no debía apresurarse aún.

La irrupción del guarda, demasiado temprana para sus intereses, cambió la situación. Abelgos se retiró y lo mismo hizo Caidus, aunque se mantuvo más cerca. Se mantuvo erguido, con ambas manos en contacto mutuo por la yema de los dedos, y estudiando al hombre del suelo con atención. Necesitaba saber si llevaba algún objeto mágico que fue el que lo dominaba, pero con el guardia sería complicado. Probablemente su ignorancia y estupidez lo complicarían todo, así que debía hablarle con sencillez.

—Saludos.—empezó para dar serenidad a la situación— Mi compañero dice la verdad. Este hombre está involucrado con el asesinato de esta noche. Le vimos huir de la escena del crimen y le hemos seguido hasta aquí, donde resbaló e intentamos que confesara. Pero he descubierto que estaba dominado por un hechizo, y quizás no recuerde mucho. ¿Me deja hacer una comprobación inofensiva? Apenas tardaré dos minutos.

Sabía que con gente tan primaria no debía hacer nada raro para ellos, pues respondían violentamente, y siempre había que explicarle todo. Así que, pacientemente, preparó los materiales y se mantuvo a la espera del consentimiento del guardia.

Asintió, de acuerdo con aquél plan. Irían cerca de la catedral a ver si encontraban algo sospechoso y a reconocer el terreno, luego comerían y, después, él se iría a visitar a las familias afectadas por las desapariciones mientras ella seguramente descansaba (tenía pinta de que iba a ser una noche complicada). Con eso, estarían listos para la gran función en la catedral, un espectáculo de luces que, esperaba, fuera memorable.

Con una sonrisa pícara se hizo a un lado e hizo un caballeroso gesto —que en él resultó de todo menos eso—, para que pasara delante de él.

—Las damas primero —dijo guiñándola un ojo.

Estoy deacuerdo en que debemos avisar al capitán de la guardia, pero no podemos dejar que el mal de aquí heche raices más profundas. Estoy segura de que necesitan los muertos para algún fín macabro y no podemos permitir que continuen a sus anchas mucho más. Estoy segura de que Shantia protegerá mi alma, por lo que guardaré la entrada hasta que tengamos un plan decente.

No sabía cuanto tiempo sería, pero una vez encontrada la entrada su misión era clarisima. Si no podían entrar, no permitiría que nada saliera.