En Arabia, siglos antes de la Ruptura.
En un palacio de blanco alabastro, perdido entre el desierto y la civilización, las hadas gobernaban. El gran sultán Alamar se sentaba en el trono y decidía sobre si los viajeros, mortales o faes, podían detenerse en su palacio para descansar del largo camino. Un oba caminante, perdido en las arenas, se detuvo frente al sultán para implorar ayuda.
-Gran sultán Alamar -dijo arrodillándose frente a él-. Mi nombre es Farid y servía a Haytham el honesto hasta que su corte fue atacada por bestias del desierto. Os imploro compasión y refugio: estoy cansado de deambular sin rumbo y necesito resguardarme en este lugar. Mi señor ha muerto y no tengo dónde ir. Os daré aquello que deseéis a cambio, si está en mi mano concedéroslo.
Fátima, la primera concubina de Alamar, se acercó a su oído y le dijo:
-Mi señor, este hombre es un oba, perteneciente al linaje de los reyes. Si lo dejas quedarse aquí aunque sea sólo una noche, hará lo posible por usurpar vuestro asiento. Todo el mundo sabe que Haytham no era precisamente honesto, y que mantenía a sus siervos dominados por medio del poder de los djinn y de la magia negra.
Alamar escuchó con compasión a Farid, y después dejó que la preferida de entre sus mujeres azuzase su prudencia. El Sultán meditó su respuesta unos instantes, y llegó a la conclusión de que no podía negarse a ofrecer hospitalidad al oba sin evidenciar su miedo a que lo destronara.
El Sultán se levantó del trono.
--No negaré ayuda al necesitado. Mi sombra será tu sombra y mi agua será tu agua. Adelante, bañáos y os daremos ropas nuevas. Después compartiréis mi sal conmigo en mi mesa. Ante los ojos de la ley inmemorial del desierto, yo seré vuestro anfitrión y tú mi huesped --fue la astuta respuesta del Sultán.
Alamar quería ayudar a aquel pobre hombre. Pero al hacerlo de ese modo, Farid quedaba ligado por las normas de hospitalidad. Entre otras cosas, no podría tomar nada que no le fuera ofrecido libremente. Si Farid rehusaba la hospitalidad del Sultán, no sólo evidenciaría que la ambición que suponía Fátima era cierta, sino que Alamar tendría también la excusa perfecta para echarlo del sultanato.
-Os lo agradezco en lo más profundo de mi corazón, gran Sultán.
El oba fue conducido por los criados a una de las habitaciones colindantes, donde recibiría las comodidades de un invitado. Fátima, sin variar su expresión facial, volvió a hablar al oído al Sultán.
-Habéis sido astuto, pero no estáis libre de problemas ni siquiera de este modo, mi señor. Permitidme que lo observe de cerca para asegurarme de que no es capaz de desencadenar su poder entre estos muros.
--Ah, mi sultana, mi hurí del Edén... --murmuró el Gran Sultán acariciando la mejilla de Fátima y quedándose prendado una vez de su oscura belleza--. Te preocupas mucho por ese Farid. ¿Cómo podría ser él un rival para el Sultán Alamar? ¿Qué es lo que hay en tu corazón?
-Ese hombre no os hace sombra, mi señor. Ni en sabiduría, gracia o hermosura -Y los obas eran muy hermosos, con sus ojos llenos de estrellas-. Pero sé que la traición nace de la envidia. Envidia por lo que sois y representáis, y por lo que poséeis. Permitid que vaya tras él y que le vea sin ser vista, y que controle sus movimientos por el palacio. Me aseguraré de que no os cause daño ni conspire, oh, mi amado Sultán.
El gran Sultán Alamar sonrió emocionado por los desvelos de su favorita.
--Id entonces, mi sultana --accedió el Sultán, con el corazón henchido de amor. Cuando Fátima se levantó él la tomó por la muñeca, con el rostro transido de preocupación--. Ten cuidado, te lo ruego. Si te pasara algo no me lo perdonaría jamás. Mis salones estarían vacíos, mi harén sin mujeres y mis oídos sin canciones.
-Descuidad, mi señor -contestó Fátima con una sonrisa confiada-. El día que os quedéis con los salones vacíos será el día que dé un paso en falso y sea escuchada por quien no quiero que me oiga. Y mis pasos son tan seguros como que los viajeros continuarán llegando y pidiéndoos refugio en su camino.
Tras inclinar la cabeza, la concubina salió tras Farid.
Alamar se reclinó sobre su trono y dejó que sus concubinas lo abanicaran con largas plumas de aves exóticas. Otra le ofreció una bandeja con los más suculentos manjares, pero el sultán declinó el ofrecimiento con un gesto de la mano. No tenía apetito, es más: tenía una sensación fría en el estómago, preludio de que algo malo iba a suceder.
Cuando la arena se escurrió por el reloj y se cansó de rebullir inquieto en su asiento, el Gran Sultán Alamar se dirigió a los aposentos de Farid con el pretexto de dar una bienvenida más fraternal al recién llegado.
Por el camino a los aposentos del invitado se cruzó con Fátima. La concubina se sorprendió de verlo allí y se detuvo en seco.
-Mi señor. -Hizo una inclinación-. Farid está reposando en su habitación.
Se acercó a él y volvió a hablar en su oído.
-Por el momento no ha realizado movimientos sospechosos, pero creo que se siente vigilado, mi señor. Tened mucho cuidado.
El Sultán asintió y dedicó a Fátima una sonrisa de agradecimiento.
Sin más, cruzó el pasillo y se dirigió a los aposentos de su invitado, llamando con los nudillos a la puerta.
-Adelante -dijo la voz.
El interior de la alcoba era todo lo lujosa que cabía esperar en el palacio de Alamar, aun estando destinada a invitados. La cama, con dosel de seda, se encontraba al fondo de la estancia. Un confortable diván con cojines reposaba bajo una de las ventanas, con una mesa baja a su lado donde había dos copas de vino, una de ellas vacía y otra con posos tintos. Farid, el oba, se había cambiado de ropa y ahora vestía de satén y seda azul. Sin el turbante, su cabello cobrizo caía en bucles sobre los hombros. Era cierto lo que decían de su linaje: el cielo nocturno se encontraba en sus ojos, que reflejaban sabiduría y años en el camino, y una ambición especial.
-Gran Sultán -Farid hizo una reverencia-. Me honráis con vuestra presencia.
El Sultán sonrió.
—Quería daros una bienvenida más fraternal después de la recepción pública, mi amigo —le dijo al oba—. ¿Encontráis los aposentos de vuestro gusto? ¿Necesitáis algo más de la hospitalidad del Sultán?
-No podría pedir nada más de vos, Gran Sultán. Vuestra hospitalidad me conmueve. Ya he recibido todo lo que podría necesitar y no hay nada que desée, aparte de poder continuar mi camino cuando mis fuerzas se hayan recuperado -respondió Farid.
Alamar palmeó el hombro de su invitado.
—Venid, venid, y recuperad fuerzas con mis viandas —replicó, llevándolo fuera de la habitación con fraternidad pero firmeza—. Tenemos Okra en dekeya, ñame kolkas, cuscús, gulash, habas germinadas y muchos otros manjares.