Partida Rol por web

23 de abril de 1997 - 11:35

A falta de algo mejor que hacer, Julia siguió a Hericus y a Irene a la casa de la puerta roja y después al taller secreto de Dragan. La humana no quería quedarse sola en un hostal y, por mucho que odiase la idea de seguir a su ex novio y a su nueva chica, era evidente que lo prefería a la soledad. Además, Irene había sugerido que se la llevaran con ellos para evitar que Catriona la encontrase y usara en su contra... y una humana encantada era un blanco difícil de acertar para los Cantrips.

El taller, al que acudieron ante la ausencia del kinain en la casa del puerto, era un cochambroso cuartillo en la zona antigua de la ciudad, entre una vieja tienda de ultramarinos y un taller de reparación de calzado. No había letrero ni nada que se le pareciera, y la puerta estaba cerrada. Irene tocó tres veces seguidas al cristal y una cuarta después. El golpeteo rítmico del interior se detuvo y la cara de su padre surgió detrás de la capa de polvo que cubría el vidrio de la puerta.

El kinain nocker los miró ceñudo y malhumorado, pero los dejó pasar no sin antes asegurarse de que venían solos. Cerró la puerta cuidadosamente y se internó en el largo pasillo cuyos laterales estaban repletos de trastos variados. Sartenes, cuchillos, piezas mecánicas... Algunas estaban oxidadas y otras rotas, y las menos parecía aún útiles. Al fondo del todo estaba la forja, con su fuego y su yunque, todo tradicional. Dragan llevaba un mandil de cuero y un grueso martillo en la mano, y no parecía demasiado contento de verlos.

-El taller es secreto porque nadie sabe dónde está -dijo Dragan-. Si empiezas a convertir esto en una fiesta diaria, el secreto se va a tomar por saco.

La sátiro sonrió.

-Venimos a buscar Hierro Frío, Dragan. Las cosas se han puesto calientes. Otra vez.

El kinain soltó una palabrota y dejó el martillo encima de una montaña de sillas. Paseó su vista por la sátiro hasta la humana pasando por el eshu, y al hacerlo se sorprendió.

-Ah, hola, hijo.

De todos los herreros de la ciudad, el que forjaba hierro frío tenía que ser precisamente su padre. Si quizá lo hubiera descubierto cuando lo conoció, hubiera despertado orgullo de la labor de su padre. Ahora, en cambio, lo irritaba.

Era una situación incómoda para él. No sólo porque la relación con su padre no era lo que hubiera deseado. Sino porque las cosas habían cambiado desde que lo había conocido, y no tenía ganas de dar explicaciones a nadie.

—Dragan... —lo saludó simplemente, con un cabeceo a modo de saludo.

El kinain acudió al fondo del taller y rebuscó en un grueso cofre hasta dar con lo que estaba buscando. Se trataba de una daga romana con una punta triangular y el pomo redondo. Su coloración no variaba demasiado de la del hierro corriente, más duro, pero la presencia de aquel metal en aquella habitación se sentía como una hoguera en mitad del Polo Norte. Hericus sintió que su alma feérica se replegaba asustada ante el horror que le causaba el Hierro Frío. Aquel símbolo de la Banalidad, del Invierno por venir, había marcado la Ruptura. Cuando los humanos antiguos lograron forjar el hierro con aquella técnica ya no hubo marcha atrás: el Ensueño se separó del Mundo Gris irremisiblemente y los sidhes huyeron para salvar sus vidas. Sólo quedaron atrás los plebeyos, que perdieron poder y recuerdos al adoptar la senda del Changeling.

Irene la tomó en una mano y la apretó. Hericus sabía que el Hierro Frío era frágil y que la manera más práctica de usarlo como arma era en forma de dagas y puntas de flecha. ¿Cuántos cuchillos como ese habría segado vidas feéricas para siempre, borrando su esencia de la realidad? El asesinato de un sueño en toda regla. El único modo de acabar con el ciclo de reencarnaciones de Alamar y Fátima.

La sátiro se lo tendió al eshu.

-Ten. Lo necesitarás.

Hericus miró la daga como si estuviera agarrando una serpiente.

—Así que... para bien o para mal, esto es el final —dijo Hericus—. ¿Alguna idea de cómo podré acercarme tanto a ella como para clavarle esto?

-¿Qué vas a hacer? ¿Vas a matar a Gloria, a esa Lady Catriona? -preguntó Julia con espanto. No se había mencionado desde que salieron de casa, pero ahora rompía el silencio con voz disgustada.

Hericus le dedicó a Julia una mirada avinagrada, sintiendo una cuchillada fría en el estómago.

—Eso es exactamente lo que voy a hacer. Eso es exactamente lo que ella va a intentar hacer —respondió Hericus—. Ojalá hubiera otra manera.

-Odio lo que nos hizo a los dos -admitió Julia-, ¡pero eso no significa que debas convertirte en un asesino! ¿Ves a lo que me refería? ¡El Alex que conozco no va por ahí matando a nadie como si fuese lo más normal del mundo!

—No. A ti no te ha hecho lo mismo que a mi —respondió Hericus con frialdad—. Te recuerdo que llevo luchando con ella durante más generaciones y en más lugares de los que soy capaz de recordar. Ella me ha matado docenas de veces, y yo a ella otras tantas. Ya soy un asesino. La única diferencia es que esta vez me libraré de ella para siempre. No voy a permitir que siga destruyendo todo lo que amo una vez tras otra.

-No importa lo que digas -musitó ella-. El Alex que yo conocía no es un asesino...

-No exageres -dijo Irene a Hericus-, no es un asesinato a sangre fría. Puede que matar con Hierro sea un asunto serio, pero se lo han buscado. Todos ellos.

La sátiro sonaba más convencida que en cualquier otro día desde que había empezado las hostilidades. Cada hora que pasaba enfrentada a la nobleza era una hora en la que olvidaba que ellos habían sido su familia.

-Gracias, Dragan, creo que con esto estamos servidos.

-Eso espero, porque me voy a marchar de aquí. Termine como termine este asunto, quiero estar lejos cuando empiecen a preguntarse de dónde ha salido el Hierro Frío. Además -Dragan esbozó una sonrisa fría-, mi chaval me ha traído un recordatorio de mis promesas y creo que mi camino está hacia el este.

Hericus esbozó una sonrisa avinagrad, rota, casi demente. Lanzó un bufido despectivo que remedaba una risa. 

—La muerte es la muerte, da igual cómo se haga —admitió Hericus—. Pero en este caso una única muerte puede prevenir muchas futuras. Si me hubiera atrevido a hacer esto antes no habría perecido tanta gente de su mano. Es ahora o nunca. Ella o yo.

-Ella me dijo que todo había empezado porque vosotros mandasteis matar a su marido -dijo Julia con reproche.

-¡Eso fue para vengar la muerte de mi amigo Jasper! -exclamó Irene, enfadada-. Él nunca le había hecho daño a nadie y lo mataron porque quisieron.