18 de abril de 1997 - 11:40
Allí estaban de nuevo. La infantil sluagh iba a la espalda de Hericus, quejándose en voz baja de lo mucho que le dolían los pies. Tambi se escondía tras él y gritaba algo sobre una bruja. La pooka y el boggan no entendían muy bien lo que estaba pasando. La bola de luz se deshizo en burbujas doradas.
El Dàn es a veces un poco puñetero.
Hericus chistó al sátiro infantil para que dejara de berrear y después se dirigió a la pooka y al boggan.
--La Baronesa no quería quedarse con los chicos --les dijo--. Ya os lo explicaré más tarde.
Dirigió una mirada neutra a las recién llegadas antes de volverse a dirigir a sus acompañantes.
--En marcha.
Marnie aparcó con brusquedad, sacó la llave del contacto y salió del coche. Cubrió el terreno que la separaba de los niños a velocidad de sátiro cabreada, agarró a Tambi por el hombro y empezó a hablar muy rápido, claramente alterada.
Hericus había estado a punto de apartar a la sátiro de los niños con tanta brusquedad como ella había acortado la distancia entre ellos. Al fin y al cabo, cuando había salido del feudo de Lady Catriona se había erigido como defensor de esos críos, pues sabía que Irene no querría hacerse cargo de ellos. Pero detuvo su mano el hecho de detectar en su actitud un ¿instinto maternal? que le hizo detenerse, confuso. Hericus frunció el ceño y asistió, como un convidado de piedra, al reencuentro de esa mujer y los niños. Cuando la mujer examinó a Lauryn, que iba sentada a caballito sobre sus hombros, carraspeó incómodo.
--¿Conoces a estos niños? --le preguntó a la sátiro sin rodeos.
Irish se bajó del coche poco después de la sátiro. Ver a Hericus allí hizo que frunciese el ceño con desagrado, pero no le dio más importancia pues tal y como había dicho Coma, sus destinos andaban entrecruzados. Se quedó apartada mirando alrededor a la espera de que alguien advirtiese su presencia y le explicase qué estaba sucediendo.
Se apartó un poco, más tranquila después de comprobar que entre los dos niños sumaban cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas. No creía conocer al eshu.
-Perdona. Soy Marnie -quiso estrecharle la mano, pero iba cargando con Lauryn-. Gracias por encontrarlos.
--No hay de qué --respondió el eshu--. Encantado de conocerte: mi nombre es Hericus.
El susodicho observó a la sátiro por unos momentos, cayendo en la cuenta de que no podía ser la madre de aquellos chicos por sus obvias diferencias físicas. Así que antes de entregárselos a una completa desconocida, decidió preguntarle a los niños.
--Tambi, ¿por qué te escondías de Marnie? A mi me parece muy simpática.
Tambi hizo una pedorreta en dirección a Marnie.
-¡Nos quería abandonar otra vez! Nos quería llevar a casa, al cole... ¡Nosotros no queremos volver!
Abrió los ojos, en un gesto de sorpresa bastante delator. Parecía mentira que Tambi hubiera sacado tiempo para adivinar sus planes entre el fusilamiento de sus macetas y la bromita del fantasma de la cortina de ducha. Bueno, parte de sus planes. Aunque tampoco es que se hubiera molestado en ocultárselo. Mucho.
-Nosotros nos volvemos -dijo el boggan, alejándose a paso lento de allí. La pooka soltó una risita y también inició la retirada.
--Decidle a Irene que volveré a la taberna para pasar allí la noche --les respondió Hericus después de despedirles con la mano.
Fue vagamente consciente de que debería llamar antes a Julia, no quería que se preocupara. Suspiró y se volvió para Tambi.
--Escucha, Tambi: vivimos en un mundo de sueños y perseguimos sueños... pero si nos olvidamos de que tenemos una vida mortal, los sueños a veces pueden perdernos. Ven, vamos a acompañar a Marnie y te lo explicaremos mejor ¿vale?
-¡No! -protestó el sátiro-. ¡No quiero volver a casa! -Las lágrimas acudieron a sus ojos y su rostro se deformó por el llanto-. Lauryn que vuelva si quiere, ¡ella estaba contenta con su maestra! Pero yo... ¿no puedo quedarme contigo, Marnie? ¿O contigo, Hericus? No quiero volver... con ella...
El cuerpecillo del fauno empezó a temblar. Siempre parecía chorrear alegría y vitalidad, pero ahora parecía realmente acongojado, no como cuando fingía para llamar la atención.
Tambi había impresionado y frustrado a Marnie sin fin durante el último mes cada vez que había intentado sacar algo en claro sobre él; incluso en el ánimo parecía el pequeño tener la resistencia de los sátiros, pero por fin se le había terminado. Se agachó con un poco de dificultad para quedar a la altura de Tambi y le habló con la calma y la suavidad que le había dado la experiencia.
-Con... mi madrastra. Es mala, Marnie. -El sátiro se frotó los ojos y luego se echó al cuello de la gruñona-. ¿Podemos ir a casa? ¿Porfa?
Hericus suspiró tranquilo al ver que no tendría que hacerse cargo de los niños. Al fin y al cabo, no sólo no los conocía de nada, es que aún era demasiado joven para esas cosas.
--¿Te echo una mano con los niños? --le preguntó a Marnie.
-Gracias. ¿Puedes ir atrás con ellos? Tambi, monta en el coche.
Abrió la puerta de atrás del coche para dejarles entras, les recordó que se pusieran el cinturón y se volvió hacia la redcap con una sonrisita de disculpa, aunque se la notaba demasiado aliviada y contenta para estar arrepentida de verdad por haberla arrastrado a esa situación.
-Perdona por todo esto. En cuanto volvamos te doy de comer. Lo que quieras. Eliges el menú.
Irish, que había observado toda la escena sin entusiasmo alguno y sin dar señales de seguir ahí, montó en el coche devolviéndole una torpe sonrisa a su anfitriona.
-No ha sido nada -murmuró fijando la vista en el frente-. Me alegro de que hayas encontrado a esos críos.
No era del todo cierto pero tampoco era mentira. Por suerte tampoco tenía que explicarse más.
Los duendes montaron en el coche de Marnie, que arrancó quemando rueda de vuelta a San Francisco.