Partida Rol por web

Dhaeva 2: El Caballero de las Tinieblas.

Transilvania: 1) Alba Iulia: Calles de la ciudad.

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29/10/2014, 10:10
Guardia ducal Itsvan.
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Se acercaba la batalla. Ojalá esta fuera la última.

Itsvan estaba preparado para lo que tuviera que venir, o al menos concienciado de que se enfrentaba a poderes sobrenaturales que podían destriparlo de un golpe. Así es la guerra, no puedes preocuparte de esas cosas.

Mientras tanto, marchaba en formación en el grupo del Capitán y Schaar Dvy. Este último era quien parecía estar dando las órdenes. Al menos era el que lanzaba afrentas al enemigo para intentar provocarle.

Mientras avanzaban por la ciudad el grupo advirtió una extraña estratagema de los Basarab, quienes les arrojaron unos milicianos atados para estorbarles para seguidamente los tres Basarab que los dirigían huir hacia el oeste. Itsvan no habría dudado en ensartar a esos milicianos si se lo hubieran ordenado, así es la batalla, pero afortunadamente Dvy pudo hacer que se apartaran. También habría perseguido a esos Basarab, pero estaba claro que algo raro tramaban. Itsvan pudo interrogar a uno de los milicianos atados antes de volver a la formación y seguir avanzando.

-¿Dónde están las fuerzas de los Basarab? ¡Habla!

-E-en el cementerio viejo...

No se le había ocurrido nada mejor que preguntar. La respuesta no les descubría nada nuevo, salvo que no se habían movido de allí para atacar en otro lado. Pero si es allí donde estaban, allí irían.

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29/10/2014, 11:05
[RIP] Caballero Barakta Basarab, Cuarto Hijo.
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El plan estaba saliendo a pedir de boca. No esperaba el cuarto hijo que sus palabras lograsen convencer a aquellos pobres milicianos para que les dejasen entrar así por las buenas al castillo. Valdav no tiene tanta suerte: en un instante lo cogen los milicianos y comienzan a darle varios golpes, que si bien es cierto no van hacer mucha mella, deben ser molestos.

Bien, ahora solo queda librarnos de estos tipos y seguir nuestro avance- el cuarto hijo quería seguir con la farsa hasta el final, pero su hermano tenía otros planes. O mas bien, su paciencia le hizo actuar en consecuencia. Tras unas breves palabras con un soldado a todas luces borracho,  Iador sacó su arma para matar a esos milicianos.

Barakta suspiró para sus adentros. Matar a aquellos indeseables no es que fuera un combate digno, pero no había otras opciones. De un rápido movimiento, el cuarto hijo desenvaina su espada y la descarga en el enemigo mas cercano, atravesando en un corte descendente el pecho del pobre imbécil.

Uno menos- pero aún quedaban mas para divertirse. Los milicianos sacan sus armas y se abalanzan sobre ellos -estúpidos pero valientes- pero no tenían posibilidad. Barakta lanza un terrible puñetazo a otro de los milicianos, rompiéndole la nariz en el golpe y lanzándole un par de metros hacia atrás. Bloquea un ataque con su espada de otro de sus rivales, y con una rapidez sobrehumana clava su espada en su pecho. 

Oye como sus hermanos hacen frente al enemigo pero no tiene tiempo en que pensar. Saca la espada del pecho del hombre que acababa de matar y agarra su cuerpo para lanzarlo a dos milicianos que iban a por él haciéndoles trastabillar. Oye un grito detrás de él y gira con celeridad cortando la cabeza del enemigo que quería atacarle por la espalda. Tras esto, se mueve hacia los dos tipos a los que había tirado el cadáver: estos no tienen tiempo ni tan siquiera de presentar una defensa eficaz. De dos eficaces tajos corta el brazo y hombro a uno mientras que el otro recibe una fea herida ascendente en el pecho que le deja moribundo en el suelo. 

Aburrido- este combate no tenía emoción alguna. ¿Pero que podía esperar? no eran dignos rivales, sino mera carne de cañón. Otro miliciano carga contra él. Barakta desvía el golpe y le corta literalmente por la mitad: un rápido corte hace que su cintura se separe de su cuerpo. 

A su frente solo quedaban dos milicianos en píe- acabemos ya con esto- se abalanzó sobre ellos, un rápido corte y otra cabeza que sale despedida por los aires. Otro corte y la mano que sujeta la espada del otro miliciano es cercenada, pero no tiene tiempo de gritar: agarro su cabeza con mi mano y le estampo contra el suelo. Mis dedos se clavan en sus ojos mientras aplasto su cráneo contra el suelo. Un par de convulsiones y el hombre está muerto. 

A su alrededor el combate ya había terminado: con varios campesinos muertos y el resto rendido. Solo quedaba una cosa que hacer: se acercó al miliciano al que había roto la nariz -aún en el suelo del fuerte golpe- y le remató, atravesando con su espada su corazón. 

Tras desarmar a los milicianos restantes y atarles, decidimos proseguir la marcha. Pero Iador está débil (herido por lo que parece, quien lo pensaría que esos putos campesinos pudieran haberle hecho algo a su hermano) y deciden descansar allí mismo. No es lo mas sensato, pero es mas seguro que no ir en este instante a la iglesia. Tras ver como su hermano mayor se recupera, continúan con su marcha. 

En la plaza era donde se encontraban nuestros enemigos. Molensk amenaza a los milicianos a que carguen contra ellos, mientras nosotros seguimos a Iador a un callejón para defendernos -la mejor opción posible, dadas las circunstancias-. Tras varios gritos de provocación infructuosos de nuestros enemigos, esperamos pacientemente su llegada, solo para comprobar que se dirigían hacia el norte, hacia nuestro campamento. Esperaba al menos que nuestros hombres se defendiesen con dignidad y valor. 

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30/10/2014, 14:22
Guardia Boru.
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No pudo evitar mirar atrás mientras abandonaba la seguridad de las murallas. Un escalofrío recorrió su espalda, recordándole que se dirigía hacia la batalla, hacia la muerte, hacia la condena del alma. Había escuchado las historias. ¡Maldición! todos las habían escuchado, y él, un simple guardia, un simple protector de su Señora, no podía evitar tener los nervios a flor de piel.

En su mente, las historias sobre vampiros, sobre los poderes de la noche y la ruina se repetían una y otra vez, como una oración que le recordaba la importancia de sobrevivir. La pregunta que lanzó al aire en el castillo se perdió en la nada, no obtuvo respuesta, o nadie se atrevió a contestarla.

Quizás, porque sospechaba y temía que la respuesta fuera la que no deseaba escuchar. Porque la respuesta fuera la que nadie deseaba escuchar, y que no luchaban solo por sus tierras, por sus hogares y por sus vidas. Si no también por sus almas. Así, nada más salir, no pudo evitar caminar con la cabeza agachada, murmurando oraciones de forma compulsiva con las que llenar su corazón de coraje, con las que llenar su alma de fortaleza.

Caminó tras el caballero y el capitán. El descanso, la comida y el miedo -sobretodo el miedo- habían sido suficientes motivaciones para sentirse despierto y preparado para el combate. Habían sido suficientes para estar tan ansioso por el combate como asustado. Porque él solo era un hombre, delante de monstruos. Solo tenía su arma, su valor y su fe para enfrentarse al enemigo.

El camino se le hizo corto, y no pudo evitar mostrar sus dudas en cuanto al asunto de Maserrak, a quien no pudo evitar lanzar alguna mirada con cierto escepticismo y dudas. Pero no había momento para la superstición, o la desconfianza. Ahora solo había cumplimiento del deber.

Se repitió una vez más, que estar allí era mejor que estar en el castillo, esperando la muerte como un cobarde.

Las exigencias de Schaar cayeron en saco roto, los Basarab, que intentaban ocultar como milicianos fueron descubiertos, y Boru comenzó a seguir las ordenes que le encomendaron, vigilando la ruta por la cual habían llegado mientras el caballero provocaba a los Basarab.

Dudaba que seres tan crueles, viles y oscuros pudieran caer en tales artimañas diseñadas para hombres de bien y valor, pero comprendía que el caballero buscaba herir su orgullo antes que su carne.

Entonces, Schaar ve algo que no soy capaz de ver, comprendo por qué él es capitán y yo un mero guarda cuando da una orden que no acabo de comprender y nos manda avanzar, no hacia el enemigo en una persecución incansable, si no hacia el norte y el cementerio. - A la orden, señor. -

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31/10/2014, 23:20
Capitán Ferenk Zarak.
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De acuerdo a sus órdenes, criados y sirvientas quedaron atrás, a las órdenes de la Dama Dubieta mientras el chambelán siguiera indispuesto.

Hubiera sido estúpido llevarlos. Nada sabían de armas; ni siquiera contaban con armaduras para protegerse de los golpes. Solo podían interponer sus cuerpos entre las armas de los Basarab y los que tenían la habilidad de decidir el curso del combate. Y sus cuerpos y vidas pertenecían a Su Señor. Suficiente le había sido arrebatado de aquello por lo que había sacrificado el botín del saqueo de todo un reino. Si eran capaces de masacrar a los Basarab, acabando con la revuelta antes de que se extendiera como un incendio entre las viejas familias nobles, que al menos encontrara al regresar un castillo en funcionamiento, y si Durius seguía vivo, con un consejero capaz.

Recordó entonces las palabras del Secretario antes de su marcha hacia la mansión Basarab. No son más que palabras. Al final, Durius hará lo que es mejor para Transilvania, como ha hecho siempre.

Ferenk Zarak abandonó el castillo cabizbajo. Dejó que fuera Schaar Dvy quien dirigiera la marcha. El antiguo caballero demostraba poseer toda la energía que a él le había faltado en las últimas jornadas. Aunque su aspecto apenas había cambiado en los últimos años, ya no era el muchacho magyar que llegó a Transilvania como parte de una horda sedienta de sangre y botín.

Aunque su semblante era el mismo, sus entrañas eran las de otro hombre. Uno inseguro y cansado que hubiera avergonzado al que era no hacía tantos años.

Ahora que la confrontación parecía inevitable, acariciaba el pomo dela espada con un gesto distraído. ¿Cuántos años hacía que no la había blandido para lo que estaba hecha? Para matar a otros hombres. Se había convertido en una prenda de vestir, como la armadura. Un símbolo de su grado y cargo en la corte de Su Señor. Entraba en su absurda jaula de acero cada amanecer y escapaba de ella cada madrugada. Esta vez era real. No como los entrenamientos con el malogrado sargento.

Lo que esperaba que fuera una batalla simple, hombre contra hombre hasta que el suelo fuera una sopa de sangre, carne y metal, se torció al alcanzar la plaza. Un grupo de milicianos cargaron contra ellos, sus rostros presos no de furia u odio, sino de horror atávico. El terror inspirado por quienes habían atrapado un puñado de tierra y las generaciones de hombres que habían nacido en ella con puños acorazados. Entre esos milicianos, tan reconocibles como lobos en un rebaño de corderos, se camuflaban los caballeros Basarab.

Los caballeros, huyeron y los milicianos dejaron caer sus armas cuando reconocieron lo imposible de su tarea.

Schaar Dvy dedujo que los Basarab se disponían a emboscarles más adelante. No parecía haber otra razón para su comportamiento. En los callejones, la enorme ventaja numérica de la que disponía carecía de valor. Dejaron atrás a un contingente y prosiguieron su camino hacia el norte, hacia el campamento del cementerio, hacia una masacre.

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06/11/2014, 19:34
EL TIEMPO TODO LO VENCE.
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BIEN PASADAS LAS TRES DE LA TARDE.

CINCO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

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06/11/2014, 19:34
T01: ALBA IULIA.
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Notas de juego

// Entran en escena: Al menos los Lacayos Mikail y Vasilov, en el pescante del negro carruaje de Durius de Slobozia, y con caballos de sobra. - Proceden de: Castillo de Balgrad: Patio del Castillo.

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07/11/2014, 13:00
Lacayo Mikail.
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- ¡Tsk!¡Sooooo!- El rostro de Mikail se torció en un gesto de disgusto al ver como la calle por la que se dirigían estaba cortada por lo que parecía una turba de milicianos. Miró a Vasilov con resignación.- Será mejor buscar otro camino. No nos interesa llamar demasiado la atención.-  Con el carro era algo casi imposible. Con la única baza con la que jugaban es que se hubiera montado una buena en la ciudad. Había un problema añadido, el Capitán Ferenk Zarak.

Será estúpido.

- Vasilov, dime qué te ha dicho Maserrak. - Se dirigió al lacayo mientras tomaba las riendas del caballo que no tiraba del carro.- Parece que la ciudad esta que bulle. Mejor si uno se adelanta en previsión de lo que nos podamos encontrar.- Prefería ser él el que lo hiciera, pero era Vasilov el que tenía más información.

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12/11/2014, 20:52
Lacayo Mikail.
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Mikail esperaba nervioso la respuesta de Vasilov. Miraba en las dos direcciones posibles. Unas retorcidas callejuelas o una abarrotada avenida.

¡Diablos!

Acabó montando en el caballo y adelantándose por la calle llena de milicianos.

- ¡Apartad! ¡Abrid paso!

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13/11/2014, 13:58
Lacayo Vasilov.
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Avanzo siguiendo a Mikail.

- Arre. - digo azuzando a los caballos. No os detengáis.

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14/11/2014, 21:32
Lacayo Mikail.
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- ¡Abrid paso, he dicho!¡Paso al carruaje!- Mikail luchaba con determinación por abrir paso al carro conducido por Vasilov. El tapón formado en las calles era considerable. Nervioso, comprobaba que el Capitán no estaba entre el tumulto de gente. Su mirada se posó en Carcelero al cual parecía haberles visto. Le hizo un gesto para que se acercara y le ayudara a apartar a la gente, algo confusa por la situación. En su interior se lamentaba por no haber escogido el otro camino.

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18/11/2014, 18:20
Lacayo Mikail.
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Por fin avanzaban algo. Todo gracias a la inestimable ayuda del perro de Carcelero. Con tal de no verle la cara Mikail también saldría despavorido. Le repugnaba aquel hombre pues le recordaba el cautiverio de Innya y Dagu. Pero más le repugnaba aún Maserrak, al que vio de reojo al cruzar la calle donde se encontraba.

Casi de puntillas desde los estribos de su montura, el lacayo trataba de divisar cuánto les hacía falta por recorrer antes de que la calle estuviera despejada. ¿Estaba el Capitán más adelante?

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24/11/2014, 22:04
Lacayo Mikail.
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No veía al Capitán por ninguna parte entre la multitud y eso le tranquilizaba. Pero, ¿qué hacían todos aquellos milicianos allí parados, sin avanzar o retroceder? Se estaba enervando así que iba a dirigirse a Vasilov cuando comenzó a oscurecerse, como si una nube estuviese ocultando el sol. Se giró y lo que vio casi le hizo caer del caballo.

¡Mierda!

El miedo se apoderó del lacayo. Giró la montura y se encaminó por una de las calles que salían de la principal, dejando a Vasilov con la palabra en la boca. ¿Dónde iba el lacayo?¿Huía o pretendía ver qué era lo que taponaba al gentío?

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12/01/2015, 17:52
[RIP] Caballero Iador Basarab, Segundo Hijo.
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Todo va mal. Nada ha ido bien desde la boda. Cuando acudimos a semejante acto, teníamos que haber acabado con esos bastardos. Pero no, Padre estaba por encima de eso. Él y sus famosas consecuencias. Pues bien Padre, aquí lo tienes.

Estoy con mis dos últimos hermanos ante una encrucijada de caminos. Literal. Si regresamos a la plaza es posible que nos quedemos atrapados en dos frentes. Pero no hay más remedio. Si queremos expulsar a estos perros ducales debemos apoderarnos del castillo. Y el Koldun necesita nuestra ayuda.

Cada vez me lamento más de haber dejado atrás nuestras armaduras y vestir ahora con estos harapos, porque es lo que son: harapos.

La imagen del enorme puño de Padre golpeándome viene a mi mente. La primera y única paliza que me dio, y sólo tenía ocho años. Tuve suerte pero de ahí aprendí. Y no volvió a tocarme jamás. Alguno de mis hermanos lo pasó peor… y eso que éramos puros Basarab. Ya vi cómo golpeaba sin miramientos hasta la muerte a alguno de mis hermanos bastardos, por el mero hecho de haberle servido mal una comida, o cualquier chorrada similar.

La verdad es que nuestro progenitor nunca tuvo una mente táctica o estratega. Sí, mucho podía hablar de batallas, pero a la hora de la verdad era un negociador y conspirador nulo. Incapaz de mantener una alianza sin menospreciar públicamente a sus aliados. Así nos ha ido.

Si tan sólo me hubieran dejado al mando antes. Cuánta sangre Basarab no se habría vertido. La muerte del perro de Iacobus es un escaso premio de consolación… ni de lejos sirve para compensar la muerte de mis otros hermanos. Glaatu. Luchaste con honor. Nos diste una oportunidad  y una ínfima victoria que en aquel momento nos pareció enorme y nos dio esperanza.

La esperanza, una vana ilusión. Ahora en las calles de Alba Iulia si uso mi cerebro me dice a todas luces que no tenemos posibilidad alguna. El enemigo es superior. Superior en número, superior en conocimientos… Es una tarea imposible. Desconocemos de qué fuerzas disponen, y además la mayor parte de los lacayos de Durius tienen alguna habilidad sobrenatural que nos puede pillar por sorpresa. ¿Y nosotros qué? Nosotros ahora mismo no somos más que tres caballeros sin armadura. Duros, resistentes, fuertes. Sí, somos Basarab, pero no hacemos magia.

Y ni siquiera puedo concentrarme para intentar que mis hermanos y yo sobrevivamos. No cuando tengo la puta vocecita de Padre todo el rato en mi cabeza instándome a dejarme llevar por la ira y por la rabia. No hace más que descentrarme… sería tan fácil dejarse llevar. Pero no, yo estoy por encima de eso. No puedo dejarme llevar. Si sigo tus pasos acabaré muerto, Padre.

No parece que los Ducales nos sigan así que hago un gesto con la mano a mis hermanos y avanzo con el arco presto. Llegamos de vuelta a la plaza y asomándome veo a los últimos de la comitiva ducal alejándose en dirección al campamento que tienen nuestras tropas en las ruinas. Sé lo que pretenden y es posible que les salga bien. Pero ahora han dejado más desprotegido el castillo.

Por un instante diviso al Capitán Zarak. Coloco una flecha, tenso el arco y disparo. Si tenemos un poco de suerte nos libraremos de él. Pero no es así. Uno de sus hombres avista mis intenciones y se interpone en el camino del proyectil que se incrusta en su armadura. Aprieto los dientes con rabia.

Ignorando ese camino, vuelvo a hacer un gesto a Molensk y Barakta y les indico el camino principal al Castillo. No deberían quedar muchas tropas en nuestro camino, así que cruzamos la plaza y nos dirigimos a esa calle que lleva al Este. Nada más entrar me encaro a una de las casas y de un potente salto me encaramo al tejado de la misma. Desde ahí podré cubrir mejor a mis hermanos con mi arco. La posición elevada me permitirá estar más atento a posibles peligros, o eso creo.

Sin embargo mi sorpresa es mayúscula cuando la voz de Padre surge de nuevo distrayéndome. ¿Por qué? ¿Por qué no te vas de una maldita vez, Padre? ¡Estás muerto! ¡Asúmelo!

Parpadeo y sacudo la cabeza tratando de alejar esa voz de mi cabeza. Sé que no está ahí, sé que no es real. Y entonces veo que los sargentos de Radovina han alcanzado a mis hermanos, abajo en la calle. Mierda. De nuevo Padre me ha distraído. Desde su muerte no soy yo. Lo que podía haber sido, la de logros que habría alcanzado si no hubiera sido por él…

Apunto otra flecha y suelto la cuerda. Escucho el silbido y contemplo cómo el proyectil se incrusta con facilidad entre los huecos de la armadura del sargento. La flecha le atraviesa el vientre y éste cae al suelo sujetándose las tripas. Es perfecto.

El combate es rápido y brutal, los sargentos son oponentes duros, experimentados, no como guardias normales. Y por encima de sus cabezas veo que vienen más. Aunque son tropas normales. Y juraría que el carruaje de Durius se acerca más atrás… Puede ser una oportunidad de oro.

Mis hermanos luchan como nunca, matan y son heridos pero nuestra sangre es fuerte y se recuperan rápidamente. Disparo más flechas hiriendo a varios de los sargentos mientras mis hermanos les remetan, pero no puedo seguir así mucho rato. Aunque me quedan flechas, la maldita voz de Padre vuelve con más fuerza. La ira se apodera de mí y por un segundo no me controlo y el arco se parte en mis manos. ¿Por qué?

Todo parece indicar que está perdido de antemano, es como una batalla imposible que estamos obligados a luchar. Haciendo un paripé eterno, una pantomima de obra comparable con cualquier teatro.

Para rematar la faena, tras los Sargentos surge la figura del Carcelero. El maldito ejecutor de Durius. Y cómo no, hace gala de alguna habilidad sobrenatural para convertirse en una criatura de más de dos metros de puro músculo. Tan hinchado que no parece humano y su armadura está a punto de reventar. Sin miramientos carga a por Molensk o Barakta. No lo sé. Por culpa de Padre la ira me consume, no tengo arco y sólo soy consciente de aferrar con fuerza mi escudo  y mi espada mientras salto para caer a espaldas de Carcelero.

Golpeo. Una y otra vez. Golpe con ira y furia, pero el ser para mis ataques, que no están siendo demasiado certeros. Reconozco que ahora mismo bulle una fuerza enorme en mi interior, pero estoy siendo poco preciso. Me va a costar caro. Y así es. Noto el primero de los golpes en pleno pecho, y la armadura sirve de poco. No sé de qué clase de infierno habrá salido este ser, pero desde luego no es humano. Otro golpe más y caigo de rodillas.

Noto cómo la sangre fluye desde mi boca, sale por la comisura de mis labios y chorrea y gotea poco a poco hasta el suelo. Maldito sea.

Maldito sea el Boyardo, no este infame Carcelero que de nuevo no es más que un perro de su Señor. Mis hermanos apenas pueden ayudarme, están siendo atacados por la espalda por los guardias ducales. Ya han completado su encerrona.

No veo de dónde sale pero el Capitán Zarak… o algo parecido a él, surge a mi espalda para atacarnos también. Estamos rodeados. Y entonces diviso a Maserrak. Si las miradas mataran ese cerdo ya habría muerto diecisiete veces por lo menos. En el fragor del combate no escucho lo que dice pero le veo gesticular las manos y sospecho lo que ocurrirá.

En breves segundos la sangre me hierve. Me arde, quema. Como si estuviera en el mismo infierno. Es imposible que haga frente a Carcelero o a nadie en estas condiciones. No es justo. Nada de esto lo es. No es lo que yo me merecía.

Pero nadie me dijo nunca que el mundo fuera justo. Es una lección que aprendí y que ahora tengo que recordar amargamente. Apenas noto el siguiente golpe de la maza de Carcelero y no soy consciente de caer al suelo de rodillas. Me niego a morir.

Aguantaré unos segundos más, todo lo que pueda para dar algo de tiempo a mis hermanos. Pero sé que estamos condenados, que nuestros intentos, mis intentos, son fútiles.

Yo te maldigo Boyardo. Te maldigo a ti y a tus estúpidas decisiones. Y maldigo la hora en que naciste Basarab, pues es un apellido que has mancillado y que yo estaba orgulloso de portar.

Un último ramalazo de dolor me recorre el cuerpo cuando lo poco que queda de mi sangre hierve desde dentro y caigo. Me sumo en el placer de la inconsciencia, sabedor de que al menos con mi muerte morirá el destino de los hijos de Niktu. Sólo espero que Barakta y Molensk sepan morir.

Nos vemos en la otra vida, hermanos.

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12/01/2015, 22:21
Guardia ducal Hakir.
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La locura se había desatado en intramuros de la ciudad. Un guardia ducal como el que os habla no debe hacerse demasiadas preguntas, pues de lo contrario vacilaría al ejecutar las órdenes encomendadas, aunque su propia vida se ponga en juego.

Por suerte, yo estaba a las órdenes del buen Capitán Ferenk Zarak. Y así me encontraba yo, junto a Itsvan, escoltando a mi Capitán por las calles de la ciudad. Primero en dirección norte, atentos a ser perseguidos por los Basarab que pretendían atraparnos entre dos frentes. Fue entonces cuando una flecha voló en dirección al pecho del Capitán. No podía permitirlo, mi deber era defender a mi Capitán, así que me lancé para interponerme ante el proyectil. No sé ni cómo lo logré, pero pude bloquear la flecha con mi propio escudo.

No sé si fue verse tan cerca de la muerte o que símplemente los enemigos ya se habían mostrado suficiente, que entonces el Capitán cambió de táctica y regresamos hacia el sur. En busca de los Basarab. Me situé como cabeza de avanzadilla en este nuevo rumbo y allí pude ver a los tres hermanos aguardando nuestro encuentro con sus armas prestas. 

Los hermanos vestían armaduras ligeras, diría que de cuero. Uno de ellos, el mayor, de un salto inverosímil se encaramó al tejado de la iglesia. Era quien portaba el arco y el más temible de los tres. Aun así, avanzamos. Al poco tiempo alcanzamos la esquina donde los dos hermanos menores estaban distrayendo los filos de sus espadas con las entrañas de la milicia ducal. Pero pronto sabrían aquellos malnacidos de lo que era desafiar las fuerzas ducales.

Asombrosamente, el Capitán también se ancaramó al tejado de la iglesia y entonces bastante tuvimos Istvan y yo con encomendarnos a los más altos poderes y entrar en batalla al unísono. El convencimiento de estar llamando a las puertas de la muerte nos dio fuerzas y vigor. Con nuestras lanzas comenzamos a aguijonear a los hermanos Basarab que, dicho sea de paso, luchaban como demonios.

Fue una maniobra perfecta, pues finalmente atrapamos a los hermanos entre dos frentes, en una calle, sin posibilidad de escapatoria y con ataques lloviendo de todas partes, pues al otro lado llegó en ayuda Carcelero. Luego el Capitán se precipitó desde las alturas, en su lucha contra el mayor de los tres hermanos y, finalmente, también acudió Masarrak. Aunque poco puedo explicar de qué hicieron ellos, pues mi mente confunde las cosas cuando son de difícil explicación, yo sólo sé que empujé mi lanza incesantemente, lanzada tras lanzada, contra los enemigos, hasta el punto que el acoso los perdía por estar atacados tanto y tan incesantemente por todas partes.

Cayó finalmente a mis pies Barakta Basarab. Muerto, en apariencia. Pero mis ya malditos ojos han visto tantas calamidades y tantos imposibles, tanto milagro obrado por sangres altas, que no creí que pudiera asegurar la victoria sobre él si no me aseguraba que jamás volvería a levantarse. Por eso y por nada más, me precipité sobre él y, primero ensartando su cuello con la lanza y luego abriendo más y más las carnes de éste con mi daga, conseguí decapitarlo.

Para cuando acabé con la sangrienta labor, puse la cabeza a un lado y miré hacia el único hermano que aun quedaba en pié, pues el mayor de los tres había caído sucumbido por unas llamas, que no puedo explicar de dónde salieron, y sólo Molensk Basarab aguantaba aun los envites. Aunque poco tiempo. Pronto, entre el acoso de Itsvan, los golpes brutales de Carcelero y la presa invencible del Capitán Zarak, cayó el último Basarab en un amasijo de carne y sangre que, de no ser por las maravillas que vieran mis ojos obrar por los suyos, pareciera del todo innecesario que ataran aquel cuerpo con aquella cuerda que trajeron, como si fuese un reo. Pero así lo hicieron e hicieron bien con hacerlo.

El cansancio invadió entonces mi cuerpo. Los golpes sufridos y las magulladuras comenzaban a protestar con vehemencia ahora que todo parecía haber acabado. Mirando en derredor, la sangre bañaba la calle. Las botas se hundían en líquido vital hasta casi alcanzar la caña. El sabor ferroso de la batalla llenaba nuestras fauces que luchaban por capturar una bocanada de aire aun mayor de lo posible. Hundí la vara de mi lanza en el lodo sanguinolento de la calle y me apoyé en ella, como un viejo en su cayado.

Los vítores. ¿Alguien tenía aliento para vítores?

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13/01/2015, 22:26
[RIP] Caballero Molensk Basarab, Sexto Hijo.
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Aquella falacia con los milicianos no salió bien, y aquello no fue si no el principio de nuestras desgracias. Al menos aquel funesto día, pues la caída de la casa Basarab, aunque mis hermanos y yo nos resistiésemos a aceptarlo, estaba ya firmada desde el día en que murió Padre.

La escoria miliciana no supuso el más mínimo esfuerzo para nosotros, nueve de ellos no tardaron en caer como moscas, y el resto no tardó en rendirse entre gritos de piedad y vientres sueltos presa del pánico. Avanzamos a través de la ciudad: yo iba en la retaguardia mientras mis hermanos avanzaban en cabeza. No éramos si no los avatares de la muerte, y los once desgraciados bajo nuestro yugo no eran si no prueba de ello. La ciudad se escondía atemorizada. Éramos pocos en número, y peor aún era nuestro equipo, pero si jugábamos bien nuestras cartas, y con la ayuda del Koldun, los magyares se ahogarían en su propia sangre aquel día.

El cementerio era nuestro objetivo, pero el sonido de las botas y las armaduras pesadas llegando por el este de la plaza a la que daba la calle que recorría nuestra comitiva fue lo que nos puso sobre alerta. Rápidamente mis hermanos y yo ideamos un plan junto a Valdav, quien se perdió deshaciendo el camino que nos había traído hacia aquí, no sin antes liberar a los milicianos. Nuestra idea era crear una distracción y ganar algo de tiempo mientras buscábamos una posición estratégica: por el sonido, se diría que se avecinaba un grupo numeroso, y nos encontraríamos en desventaja numérica.

-Corred en dirección este -dije, mientras los milicianos eran liberados-, como si no hubiese mañana. Desobedeced, y el infierno enmudecerá ante vuestros gritos de insufrible dolor.

Mis palabras parecieron amedrentar a los hombres, que corrieron como almas que llevara el Diablo. Miré a mis hermanos y continuamos avanzando hacia la plaza, sólo para descubrir que no eran si no los Ducales quien se acercaban, extrañamente liberados por Schaar Dvy. Los perros magyares intentaron provocarnos apelando a nuestro honor de guerreros y, a pesar de saber controlarme y mantener la cabeza fría, he de reconocer que por un momento temí que la sangre Basarab de mis hermanos les nublara el juicio. Por suerte, Iador pareció tragarse aquella rabia y continuar utilizando la estrategia, buscando refugio en un callejón, tal como le indiqué.

Llegué después, junto a Barakta, y nos preparamos para el combate. Sin embargo, los hombres de Dvy parecían tener otros planes y no vinieron a por nosotros. Malditos perros de Alba Iulia... A pesar de todo, los Basarab no permitiríamos que aquello quedara así, y nada podía parar a Iador, quien, con su arco preparado, avanzó en pos de ellos, de nuevo hacia la plaza y luego hacia el norte, mientras Barakta y yo le cubríamos las espaldas.

Continué siguiendo a mis hermanos mientras intuía las posiciones de mis enemigos. No podía verlos, pero los tenía localizados perfectamente, no sabría decir cómo.

-Creo que podremos alcanzarlos en la calle por la que vinimos, al menos lo suficiente como para poder disparar con el arco -comenté a Iador.

Llegamos entonces a la boca del callejón.

-Aguantaremos hasta que el enfrentamiento cuerpo a cuerpo sea inevitable -dije a mis hermanos, precavido-. Iador, ¿crees que puedes acertar desde aquí? Debemos mantenerlos a raya si vuelven a por nosotros: no podrán acercarse sin ser objetivo de tus flechas, con algo de suerte quizá podamos eliminar a alguno. Recordad: cerrar el callejón: que nadie pueda entrar ni salir, hemos de aprovechar la estrechez de las calles si nos superan en número.

Aprovechar la estrechez de las calles. Aquel era el plan. No importaba cuántos fuesen: no podrían luchar más de tres al mismo tiempo en la estrechez de los callejones que rodeaban la plaza. Sin embargo, el final fue muy distinto. A día de hoy sigo pensando que, quizá, si hubiésemos podido seguir aquella estrategia...

Sin embargo Iador decidió cambiar el plan. En lugar de avanzar al norte, nos dirigimos a la calle que salía hacia el este desde la plaza. Nuestro líder quería las cabezas de Durius y aquel mago, y ni Barakta ni yo dudamos un instante en seguirle. Aquel movimiento fue lo que nos sentenció.

En la calle había una multitud. Unos cuantos milicianos y sargentos bien entrenados en combate. Aquello no debía suponer ningún problema para nosotros, a pesar de los harapos de cuero que llevábamos por armadura, y así me lancé a la carga contra ellos matando a dos casi al instante. Los otros nueve se arrojaron al suelo suplicando piedad y clemencia, dejando paso a los traidores de sangre transilvana que ahora lideraban como sargentos las tropas ducales. Me parcaté de que Barakta se había quedado atrás, y rápidamente me olvidé de aquellas ratas que suplicaban piedad mientras arrancaba mi arma del cadáver de mi última víctima para centrar mi atención en los nuevos oponentes.

Un silbido acompañado de una flecha que apenas me dio tiempo a ver me advierten de que mi hermano Iador me cubría las espaldas desde las alturas, cuando un pensamiento recorrió mi mente.

¿A qué esperas, Barakta?

Sin otro remedio, me lancé al ataque contra el enemigo más cercano. No era yo hombre de armas, pero notaba en mis sientes cómo mi corazón bombeaba con fuerza la sangre Basarab. La adrenalina recorría todo mi cuerpo, y volví a lanzarme al ataque contra dos de los enemigos.

-¡Sufreréis la ira de Blaatu, malditos perros magyares! ¡La ira Basarab! ¡Aaarh!

El combate estaba siendo triunfal para nuestro bando, a pesar de que incluso consiguieron herirme. El dolor no hizo si no aumentar mi adrenalina. La situación era adversa, pero, como un animal herido, intenté sacar fuerzas de donde no las había, aun viéndonos superados en número... Hasta que llegó Carcelero al fondo del callejón, apartando a las tropas que se apelotonaban. Aquella bestia, sin duda, sí que podía plantarnos cara, y, justo en el peor de los momentos, bajo aquel sol que por algún motivo se había tornado verde hacía unos instantes, el sino se había puesto en nuestra contra e Iador quedó despojado de su arco. Nuevos enemigos llegaban por nuestra retaguardia, consiguiendo que aquella estrategia de buscar la estrechez de las calles no fuera si no nuestra sentencia de muerte, quedando atrapados como ratas entre dos flancos.

Lo que restó de combate no fue si no una locura, una carnicería. Mi esperanza se desvaneció como la ceniza. La ruina se había cernido sobre nuestra Casa, sobre el apellido Basarab, pero aquello no quedaría así. Tenía claro que iba a morir, pero aquellos perros magyares lo pagarían. Y caro. Niktu aún seguía con vida, y en él y sus herederos recaía ahora la obligación de retomar lo que era nuestro por derecho.

En cualquier caso, no pensaba vender cara mi vida. No, Barakta e Iador se lo merecían. Lo último que me atormentó antes de perder el conocimiento y ser capturado fue la imagen de los restos humeantes que quedaban de Iador y de la cabeza de Barakta en el suelo, con la mirada perdida en el infinito.

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14/01/2015, 09:58
Guardia ducal Itsvan.
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Por fin, los enemigos del Ducado empezaban a moverse. La suerte estaba echada. Hoy se consolidaría la paz de Durius o moriríamos a manos de los traidores Basarab.

Sabíamos que el enemigo se concentraba en el cementerio al norte de la ciudad. Avanzamos en formación por las calles de Alba Iulia. Schaar, Ferenk y los guardias ducales iríamos a enfrentarnos a ellos. Hasta que descubrimos que varios de los caballeros Basarab, los tres hermanos, estaban por la ciudad, buscando un combate en los callejones o emboscados para atacarnos por la retaguardia. Entonces nos separamos. Ferenk, Hakir y yo volvimos hacia la plaza de la ciudad para enfrentarnos a ellos mientras Schaar continuaba hacia el cementerio.

Los tres caballeros Basarab habían empezado una carnicería contra nuestros hombres. Nuestros mejores soldados eran incapaces de hacerles frente a pesar de superarlos en número. Los siguientes en enfrentarlos seríamos nosotros.

No es que no tuviera miedo. Lo tenía. Temía caer en aquella batalla contra hombres que no parecían hombres sino monstruos, de caer bajo ese maldito sol verde, de que toda mi fuerza fuera inútil contra aquellos seres. Pero avancé y empuñé mi lanza, mi fuerza no viene de poderes sobrenaturales, viene de mi fe en los dioses viejos y nuevos, y sobre todo mi confianza ciega en el Capitán Ferenk.

Afortunadamente para Hakir y para mí, nuestro bando contaba entre sus filas con sus propios monstruos. Ferenk, sin duda, era capaz de hacerles frente, al menos en combate igual. Y el poderoso Carcelero también. Sin ellos, la Guardia Ducal habría caído también en poco tiempo.

Dos de los hermanos Basarab se vieron acorralados y el tercero, que nos acosó con su arco desde un tejado, tardó poco en unirse a la refriega en cuerpo a cuerpo y fue el propio Ferenk quien se aseguró de que no ganaran ventaja.

El combate se resolvió rápidamente, aunque no tanto como hubiera deseado. Los Basarab eran fuertes y se defendían con una agilidad pasmosa. Pero flanqueados y portando armaduras ligeras les fuimos desgastando poco a poco. Hay que reconocerles el honor en su derrota: lucharon hasta el final, y aún después de caer siguieron luchando.

Sí, esos hombres con fuerza sobrenatural volvieron a levantarse y luchar con todas sus fuerzas cuando ya parecían vencidos y muertos. Aún así, dos de los hermanos volvieron a caer rápidamente. Ferenk ordenó que dejáramos al último vivo para interrogarle, y la piedad que mostré permitiéndole rendirse sin hacerle más daño pudo haber significado mi muerte. El Basarab no se rindió y devolvió los golpes con incluso más saña. Mientras Hakir se ensañaba cortando la cabeza de uno de los hermanos, quizá un gesto sabio pues cómo estar seguros de que no volvería a levantarse, Ferenk, Carcelero y yo tratamos de reducir al que quedaba en pie. Entre los tres no fuimos capaz de derribarle una segunda vez, era demasiado poderoso para intimidarle o reducirle marcando los golpes. Finalmente incluso Ferenk se rindió ante la evidencia de la fuerza del Basarab y renunció a capturarlo con vida. Solo la voluntad de Dios quiso que aún poniendo todo nuestro ahínco y descargando toda nuestra furia contra él, no consiguiéramos infligirle un golpe mortal. Cuando cayó herido e inconsciente tardamos solo unos segundos en atarlo. Sin duda, unas cuerdas de cuero para atar caballos no fueran suficientes para contener la fuerza que había visto en él, pero de momento tendrían que servir. Ya habría tiempo para ponerle fuertes cadenas.

Tras el combate la sensación de confianza nos invadió. Schaar seguramente habría triunfado en el cementerio y pronto tendríamos noticias de su victoria. Incluso si no hubiera sido así, mi escudo y armadura me habían protegido bien y podía unirme a otro asalto inmediatamente. Me levantaría y seguiría luchando con todas mis fuerzas. Pero no era esa una idea que me entusiasmara. De momento, esperaré sentado y rezando porque todo haya terminado hasta que Ferenk me de nuevas órdenes.

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14/01/2015, 21:06
Capitán Ferenk Zarak.
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Hasta que no vio la flecha acercándose a él, no fue realmente consciente de que, después de casi una década de paz, volvía a encontrarse en una batalla.

No era una batalla como las de antaño, junto a su padre, cuando Ferenk era solo un muchacho delgaducho con parches de pelo fino insinuándose en su mandíbula y mejillas. Un niño guerrero jugando a la guerra.

Ni mucho menos como las de la invasión. La familia Zarak era vasalla del ahora Duque Gyula Kadar, y debía honrar su compromiso. Habían marchado hacia Transilvania como parte de una horda, dejando tras su paso tierras alimentadas por la carne y la sangre de los hombres que las habían llamado suyas.

Se había quedado atrás con Su Señor. Donde otros habían decidido regresar con su botín, el Duque había renunciado a grandes fortunas y había gastado el resto, encontrando una nueva forma de vida en la reconstrucción del país.

En esa invasión estaba la semilla de la batalla de esa extraña noche que se había interpuesto al día. La Transilvania pisoteada por las botas magyares se había transformado en una nación de mujeres, ancianos y niños. Durante una generación, no habría hombres con los que construir ejércitos. Solo profesionales de la guerra, como esos tres caballeros que se resistían de la única forma que sabían a perder su orgullo, como él mismo e incluso sus hombres.

Fue precisamente uno de sus hombres, el guardia Hakir, quien reaccionó primero, interponiendo su escudo entre el proyectil y el cuerpo del capitán. Ferenk retrocedió con el escudo levantado y ladró al mismo tiempo una orden para que se pusieran a resguardo de próximas flechas.

Los tres hermanos Basarab abandonaron la persecución, perdiéndose de vista más allá de los muros de la Iglesia, en la dirección en la que se encontraban el castillo y el grueso de las fuerzas ducales.

¿Qué sabía de las habilidades de esos tres hombres? Incluso sin sus pesadas armaduras, eran nobles transilvanos, sangre antigua, entrenados para la guerra desde su infancia por un padre brutal. Frente a ellos había una veintena de guardias, Carcelero y Maserrak, que fueran cuales fuesen sus habilidades, había asegurado ser capaz de acabar con uno.

No podía dejar que se enfrentaran solos a los tres monstruos. No cuando la seguridad del castillo estaba en peligro.

Schaar Dvy, con los hombres de Dubieta a su lado, continuó hacia el mausoleo romano ignorando su llamada. No había tiempo para discutir. Vencerían a esos tres sin su ayuda, y si en su arrogancia, el antiguo caballero se estrellaba contra una pared de carne y metal, entregando la vida, que así fuera.

Ordenó el regreso y corrió junto a sus guardias, tan rápido como el peso de su armadura le permitía, siguiendo al trío de caballeros.

Su instinto resultó certero cuando el sol del mediodía, pendiendo de la cúpula celeste en un claro, ardió con llamas del color de la hierba al atardecer. Su brilló se atenuó y Alba Iulia se sumió en una tiniebla grisácea.

En la tierra, la refriega comenzaba. Vio la figura de Iador saltando sobre los tejados, como si los huesos que sostenían su esqueleto fueran varillas ligeras como las de un pájaro. ¿Eran ellos también…? Y si lo eran, cómo habían sobrevivido a la luz del día.

Envió a sus hombres a unirse al combate, cuyos sonidos ya llegaban desde la vuelta de la esquina: el estruendo del metal contra el metal y los aullidos de dolor de las primeras víctimas.

Apoyó las manos en la pared y recordó. No lo había necesitado en años, tantos como había durado la paz del Duque, tantos como había permanecido su espada envainada, una simple decoración para su traje de gala de metal. Visualizó la sangre que empantanaba sus músculos, sangre que en ausencia de Su Señor, había provisto el Secretario antes de su desaparición. Las fibras se expandieron como un millón de diminutos miembros en erección. Apretó los dientes para soportar el dolor de cada parte de su cuerpo estirándose más allá de su resistencia. Los anillos de metal crujieron, las placas se distendieron. Clavó dedos como arpones en ladrillos de mantequilla. Tensó los músculos y se propulsó con brazos y piernas, abriendo asideros en la fachada de la iglesia con manos y pies.

Asomó por el tejado a tiempo de ver cómo Iador se dejaba caer en mitar de la pelea. Su fuerza sobrenatural había sido suficiente para que el arco estallara entre sus manos. Ferenk no se detuvo. Corrió tras él, pulverizando tejas bajo sus botas blindadas. Saltó, un proyectil humano apuntado a la cabeza del hijo mayor.

Los siguientes instantes fueron confusos. El combate solía serlo, y su condición solo acentuaba esa sensación. Espadas, mazas, lanzas y escudos chocaron entre sí, encontraron armaduras, encontraron carne que devorar y sangre que beber.

Los tres Basarab cayeron uno tras otro, para volver a alzarse al unísono sobre las alas de un vigor inhumano. Sin embargo, su suerte estaba echada. El embate de Carcelero, el Capitán y sus dos hombres: Hakir e Istvan, no cesó. A ellos se unieron las llamas infernales conjuradas por Maserrak, explicando finalmente por qué Durius lo había llevado consigo y con Iacobus a la finca de aquella familia.

Iador y Barakta fueron los primeros en caer. Recuperando parte de su raciocinio, el Capitán Zarak tiró espada y escudo al suelo. Solo uno seguía vivo, y si era capaz, pretendía capturarlo con vida.

El sol verde, la desaparición de varios de los hermanos Basarab y los hijos de Niktu, la misteriosa figura del mausoleo, el hombre que se había separado de ellos en las calles de la ciudad, el paradero de Adelmus. Las incógnitas sobre lo acontecido eran múltiples, y requerían respuestas que solo uno de ellos sería capaz de responder. Bajo los cuidados de Carcelero, si era necesario. Tras lo acontecido en las últimas jornadas, no podrían reclamar la victoria hasta que no hubieran derramado cada gota de sangre Basarab.

Incluso en solitario, Molensk resistió como un guerrero. Mas herido y bajo el asediado de cuatro combatientes profesionales, no fue suficiente. La maza de Carcelero quebró su espalda, y el Capitán cayó sobre él, apretando bajo su rodilla blindada las vértebras que pujaban, como si estuvieran vivas, por volver a alinearse.

No tenían cuerdas a mano, así que usaron las correas que sujetaban el tiro al carruaje para inmovilizarle. Con su fuerza, quizás sería capaz de romperlas cuando recuperara la consciencia, pero desarmado y bajo supervisión, pero el trayecto hacia las mazmorras era corto, y lo haría bajo supervisión.

Centró su mirada entonces en el carruaje de Durius. No debía estar allí, pero qué podía esperar de unos imbéciles que no apreciaban ni siquiera sus propias vidas.

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14/01/2015, 21:22
Lacayo Mikail.
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 ¡Tsk!¡Sooooo!- El rostro de Mikail se torció en un gesto de disgusto al ver como la calle por la que se dirigían estaba cortada por lo que parecía una turba de milicianos. Miró a Vasilov con resignación.- Será mejor buscar otro camino. No nos interesa llamar demasiado la atención.-  Con el carro era algo casi imposible. Con la única baza con la que jugaban es que se hubiera montado una buena en la ciudad. Había un problema añadido, el Capitán Ferenk Zarak.

Será estúpido.

- Vasilov, dime qué te ha dicho Maserrak.Se dirigió al lacayo mientras tomaba las riendas del caballo que no tiraba del carro.- Parece que la ciudad esta que bulle. Mejor si uno se adelanta en previsión de lo que nos podamos encontrar.Prefería ser él el que lo hiciera, pero era Vasilov el que tenía más información.

Mikail esperaba nervioso la respuesta de Vasilov. Miraba en las dos direcciones posibles. Unas retorcidas callejuelas o una abarrotada avenida.

¡Diablos!

Acabó montando en el caballo y adelantándose por la calle llena de milicianos.

- ¡Apartad! ¡Abrid paso!

Por fin avanzaban algo. Todo gracias a la inestimable ayuda del perro de Carcelero. Con tal de no verle la cara Mikail también saldría despavorido. Le repugnaba aquel hombre pues le recordaba el cautiverio de Innya y Dagu. Pero más le repugnaba aún Maserrak, al que vio de reojo al cruzar la calle donde se encontraba.

Casi de puntillas desde los estribos de su montura, el lacayo trataba de divisar cuánto les hacía falta por recorrer antes de que la calle estuviera despejada. ¿Estaba el Capitán más adelante?

No veía al Capitán por ninguna parte entre la multitud y eso le tranquilizaba. Pero, ¿qué hacían todos aquellos milicianos allí parados, sin avanzar o retroceder? Se estaba enervando así que iba a dirigirse a Vasilov cuando comenzó a oscurecerse, como si una nube estuviese ocultando el sol. Se giró y lo que vio casi le hizo caer del caballo.

¡Mierda!

El miedo se apoderó del lacayo. Giró la montura y se encaminó por una de las calles que salían de la principal, dejando a Vasilov con la palabra en la boca. ¿Dónde iba el lacayo?¿Huía o pretendía ver qué era lo que taponaba al gentío?

Trontando lo más rápido que podía por las callejuelas de la ciudad, que no era demasiado, Mikail trataba de avanzar, aunque fuera dando un rodeo para ver si veía lo que provocaba el embotellamiento en la calle. Su primera opción, la más cómoda no dio ningún resultado. Tan sólo veía a la soldadesca parada en las calles. Al menos seguía sin ver al Capitán. Giró como pudo, sin bajarse en nigún ,momento de la montura, y decidió que no le quedaba otra que dar un buen rodeo hasta llegar a la plaza por la otra calle.

Y así lo hizo. Cuando llegó pudo ver a los Basarab siendo derrotados. Aún así su visión era monstruosa y había uno aún en pie. Hizo señas a Vasilov, que seguía sin poder avanzar, y huyó. Fue hacia el sur, como habían quedado. Si todo iba bien y el último Basarab era derrotado, Vasilov podría pasar sin problema y acabarían viéndose otra vez. Si no, lo tendría más difícil. Pero ya se lo había advertido antes de salir de la ciudad. Lo bueno de salir con el carro es que los Basarab podían creer que Durius iba en él y así Mikail podría salir de la ciudad sin problemas. Un último vistazo hacia atrás y el lacayo observó al Capitán Ferenk Zarak. No iba a quedarse esperando una reprimenda por su parte.

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15/01/2015, 11:20
Maserrak de Flambeau.
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Copiae terrae audierit vocem meam,
Ut ignis, apparet, usque ad mortem torrent
Oscula et amplectendo corpora letalis
Inimicos meos interfice, et ad extremum poenas
¡Ignem mortem!
¡IGNEM MORTEM!

Las palabras retumbaron en mi cabeza después de haber sido pronunciadas. Estaban (nunca mejor dicho) grabadas a fuego en mi memoria, tanto cómo el recuerdo de mi gran amigo caído en combate. Sin apenas ser consciente estaba llevando a cabo mi venganza, cerrando el círculo al fin, terminando con aquella espiral de violencia y destrucción surgida del odio de aquella tierra maldita.

" Debo abandonar este lugar... es poderoso si, pero tan peligroso que no merece la pena vivir en él... regresaré a Baviera, allí me recibirán con los brazos abiertos..." - aquel pensamiento me embargó de repente.

El cuerpo de Iador Basarab quedó reducido a cenizas, cómo había ocurrido antes con sus hermanos en la mansión Basarab. Sus hermanos cayeron presa de las fuerzas ducales: la brutalidad de Carcelero y el Capitán. El agotamiento se apoderó de mi y tuve que apoyarme en la pared para no desmayarme. Mientras tanto, el último de los hermanos Basarab era apresado, le esperaba una tortura infinita a manos de un monstruo... aunque en el fondo me alegraba de que recibiera su merecido.

Los lacayos habían sacado el carruaje del castillo con claras intenciones de ir en busca de Durius con las indicaciones que yo les había dado, de modo que allí no había mucho más que yo pudiera hacer. Me retiraría de nuevo al castillo a buscar el necesario descanso y a esperar a que Durius regresara para decidir el siguiente paso a seguir.

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18/01/2015, 17:00
TEMPUS FUGIT.
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FALTAN MENOS DE DOS HORAS PARA EL OCASO.