Partida Rol por web

Ignoro el cadáver desangrado a mis pies y vuelvo a hacer un gesto para que mis hermanos, mi primo y nuestras tropas avancen tras de mí en dirección al cementerio. Una vez atravesada la puerta Norte nuestro objetivo estará más cerca.

Espero que el Koldun no nos lo ponga difícil, estoy cansado y mi mal humor va en aumento.

El avance proseguía del grupo sin apenas una resistencia significativa por parte del castillo. A excepción de los milicianos que estaban protegiendo la puerta Norte -y que Iador no tuvo muchas dificultades en hacerles huir- la cosa estaba saliendo a pedir de boca. Claro que el viaje estaba haciendo mellas en todos ellos, y eso sería perjudicial en el combate que estallaría tarde o temprano.

Esperaba al menos que Koldun no les diese muchos problemas, sino estarían acabados.

Una vez que la milicia del lado Norte de la ciudad ha huido, los guardias abren las puertas de par en par.

Iador encabeza la marcha, seguido por sus hermanos, y pronto toda la comitiva está en el camino que conduce al Norte, y también a las ruinas romanas de la vieja ciudad dacia.

El pasaje a través de la ciudad transcurrió sin sobresaltos luego de la masacre inicial. Era sin embargo una de las peores noches para estar vivo en una ciudad asolada por la anarquía y la muerte. La gente de Balgrad sufriría muchas desgracias más en el futuro, porque con el nuevo boyardo la guerra habría de extenderse por largos y amargos años. Todo es eso suponiendo que los invasores magyar continuaran con esa mediocridad política que los distinguía.

Pero nada de eso importaba para el sacerdote, hastiado ya de los violentos juegos de sus bárbaros compatriotas. Su ansias de lucha e intriga se habían desvanecido noches atrás, y ahora sólo pensaba en un silencioso exilio y en la promesa del olvido. Fue así que, a poco de salir de la ciudad amurallada, se dirigió al nuevo patriarca:

- A llegado el momento de separarnos, como os dije que sucedería. Espero que cumplaís con vuestra palabra y me dejéis marchar en paz, pues no es otro mi deseo.

Iador Basarab mantenía un estado de enajenación preocupante. Todos sus deseos miraban hacia las catacumbas, en procura de un poder oscuro que pudiera hacerle conseguir la tan ansiada y esquiva venganza. Pero aún ante esa tentadora posibilidad, Adelmus no podía concebir en su mente que la fuerza del Koldun y de un puñado de caballeros pudieran hacerle frente a un señor feudal tan poderoso y con tantos recursos como Gyula Kadar. A menos que asesinaran de alguna a ese bastardo usurpador, la guerra de desgaste favorecería siempre al dueño de esas malditas tierras.

- Durius atraviesa sin oposición las calles de la ciudad, con destino a su mansión.

FALTA MEDIA HORA PARA EL CANTO DEL GALLO.

CINCO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

- Es por la mañana todavía temprano en esta fresca primavera transilvana, cuando Itsvan y Radu el Flaco cruzan a caballo el largo puente de piedra que une la isla artificial en mitad del río sobre la que se alza el Castillo de Balgrad, y la antigua ciudad de Alba Iulia, desde hace varios años Capital del Ducado de Transilvania.

- Los cascos resuenan ruidosamente con los adoquines del puente. Poco después ambos guardias cabalgan por las calles de la ciudad. Están completamente desiertas.

- Un tercio aproximado de la población ha huido hacia el Sur. El resto están encerrados en sus casas, llenos de temor. Los ciudadanos de Alba Iulia odian por igual a los partidarios del Duque Gyula Kadar y a sus anteriores amos, los Basarab, por lo que no tomarán partido alguno en esta contienda.

ITSVAN:

- Tirada oculta de: Percepción + Consciencia.

- La suma en dados de 10 caras, desglosados, a dificultad 7. Importante marcar la casilla "oculta".

En esa parte de la ciudad solo podían oírse los cascos de sus caballos. Itsvan se alegró de que estuviera desierta, así podrían ir más rápido. Pero pensó en todos los cobardes que había huido o esperaban encerrados en sus casas sin importar quién fuera a ser su señor.

-¡Ratas! -escupió a un lado sin aminorar la velocidad.

ITSVAN:

- Al llegar a la puerta Norte de la ciudad, la que da al cementerio y al camino a las Tirsas Norteñas, observas que unos veinte milicianos han vuelto a ocupar sus puestos en la empalizada, restaurando un semblante de orden, si bien sea sólo aparente.

- Las puertas han sido cerradas y atrancadas y no se ve ni un alma en toda la zona, descontando a los milicianos.

- El Duque Kadar ha mantenido milicias como esta en todo el país, para que se ocupen de las tareas menores de mantener el orden entre el populacho y que así sus guerreros magyares se vean libres de esa carga. Parece que se ha buscado a propósito que no sean gran cosa a nivel militar, caso de haber revuelta no se conviertan en un problema si se ponen del lado de los rebeldes, ya que son todos población local y la invasión está todavía muy fresca en la memoria colectiva.

- Observas durante algo más de una hora hacia el campamento de los Basarab. Te parece ver de vez en cuando a los poderosos caballeros enfundados en sus armaduras tremendamente pesadas. ¿Es que acaso esas bestias no descansan nunca? Hay quien afirma que son vampiri, y que sus armaduras están hechizadas para permitirles sobrevivir a la luz del día.

- Te parece que los guardias de los Basarab están construyendo alguna clase de máquina de asedio improvisada, tal vez un ariete.

-Ya he visto suficiente, Radu. Me vuelvo a informar al Capitán. Tú recuerda las órdenes: si ves algo sospechoso vuelve raudo.

Itsvan subió a su caballo de un salto y partió a toda velocidad a la plaza donde había dejado al Capitán.

ITSVAN:

- Ágilmente saltas a lomos del caballo, como si algo atávico en tu memoria muscular recordase el legado de tus antecesores nómadas. Emprendes veloz cabalgada primero al sur por la calle principal hasta la plaza central y luego directo hacia el Este, saliendo por la puerta Este (custodiada por otra veintena o así de milicianos atemorizados). Cruzas el largo puente de piedra, después el puente levadizo y llegas al interior del Patio del Castillo.

DE LA SEGUNDA A LA TERCERA CAMPANADA DE LA TARDE.

CINCO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.

TIRSA DE BALGRAD: CIUDAD DE ALBA IULIA: CALLES DE LA CIUDAD:

Se escucha con claridad la segunda campanada desde la Iglesia. El nuevo párroco de la ciudad debe haberla hecho sonar. El tañer de la campana me hace volver a la realidad. Abro los ojos y miro a mi alrededor. Mis hermanos, Valdav y los prisioneros siguen tal y como recordaba. Me observo luego el estómago con detenimiento. La herida ha desaparecido, posiblemente gracias a que mi organismo se ha sumido en ese letargo que ha acelerado el proceso de curación.

- ¿Qué hacemos todavía aquí? – Pregunto mientras me pongo en pie. Ha debido de pasar al menos una hora y recuerdo haber indicado a mis hermanos que me llevaran hasta la Iglesia, aunque entiendo que temiendo por mi seguridad decidieran acampar aquí… ¿pero en medio de la calle? No ha sido sensato.

Entrecierro los ojos y alzo la mano a modo de visera. Veo algunos nubarrones negros por el Sur. Las calles están desiertas. La población está aterrorizada, encerrada a cal y canto en sus casas, tras puertas y contraventanas atrancadas. Algo ocurre y no es sólo por nuestra llegada.

Ordeno avanzar hacia la Iglesia. Nos llevamos a los prisioneros. Mis pasos se hacen cada vez más rápidos. Barakta y Molensk caminan junto a mí y detrás nuestro Valdav, el lacayo del Koldun tira de una cuerda que guía a los prisioneros. Somos vulnerables. Mucho. No me gusta.

Ya vemos nítidamente la plaza central, aunque antes de salir de la calle y adentrarnos en la plaza escucho algo. Parecen pasos. Mucha gente. Definitivamente son armaduras pesadas. Y nosotros no estamos equipados para la ocasión.

Un par de miradas, unas palabras susurradas y Valdav retrocede hasta esconderse en otro callejón lateral. Salgo corriendo en dirección a la calle del Oeste, seguro de que mis hermanos vendrán conmigo. Al pasar por en medio de la plaza vemos a la comitiva Ducal, y ellos a nosotros.

Escucho la voz de Dvy irguiéndose como líder de la comitiva Ducal, por encima incluso del Capitán Zarak. Extraño. No, en realidad no. Dvy siempre fue un cambiacapas. Alguien de quien no se puede uno fiar.

- ¡Basarab… deponed las armas y vuestra desobediencia a vuestro legítimo señor! -

Miserable gusano. Le ignoro. Trato de azuzar a los prisioneros para que corran hacia nuestros perseguidores pero no parecen reaccionar. Parecen paralizados de terror. Por suerte Molensk da un paso al frente y con un par de gritos salen disparados como liebres huyendo de lobos.

Sonrío. Al menos ganaremos algo de tiempo. Hago un gesto a mis hermanos y salgo corriendo en dirección a uno de los callejones laterales. Debemos encontrar un lugar donde poder defenderos y que nos ataquen como mucho de dos en dos. Hay que anular su ventaja numérica de alguna forma.

Y escucho de nuevo la voz de Dvy: - No ataquéis a estos pobres necios. Sólo apartarlos de nuestro camino. – Habla obviamente de los prisioneros. Sentimental y patético.

- ¿Es ese el valor Basarab? - Intenta provocarnos, pero mi prudencia y buen juicio pueden más que mi orgullo. - ¡PERROS BASARAB!, ¿ÉSTE ES VUESTRO VALOR? VENID A LUCHAR. - No ceja en su empeño. Le mataré. Juro por Padre que le mataré. Dvy, de aquí a unas horas tendré tu cabeza en una pica.

Doblo en un callejón y me doy la vuelta para enfrentarme a nuestros perseguidores. Molensk y Barakta llegan y se sitúan junto a mí. Esperamos con las armas a punto… pero no llega nadie.

Me asomo, con el arco tenso y la flecha lista para disparar sobre cualquiera que se mueva, pero no veo a nadie. ¿Dónde demonios están? ¿Qué hacen? Entonces lo entiendo. Deben haber avanzado hacia el Norte. Van al Cementerio. Nuestros hombres esperan ahí. Tienen vigías… deberían ver llegar a los Ducales y presentarles batalla, aunque comandados por Schaar Dvy y el Capitán Zarak, dudo que los nuestros tengan muchas oportunidades.

Pero nuestros hombres pueden ser sacrificados por un bien mayor. Es nuestra oportunidad. No queda nadie en el castillo, nadie. Salvo Durius. Es el momento de tomar el lugar. Es nuestra mejor oportunidad para dar con Durius y exponer su cabeza en una pica para cuando esos insensatos vuelvan.

He visto a Maserrak entre los hombres de Schaar. Me gustaría acabar primero con ese patético mago, pero creo que si acabamos primero con Durius será más fácil.

El sonido de las botas y las armaduras pesadas llegando por el este de la plaza a la que daba la calle que recorría nuestra comitiva fue lo que nos puso sobre alerta. Rápidamente mis hermanos y yo ideamos un plan junto a Valdav, quien se perdió deshaciendo el camino que nos había traído hacia aquí, no sin antes liberar a los milicianos. Nuestra idea era crear una distracción y ganar algo de tiempo mientras buscábamos una posición estratégica: por el sonido, se diría que se avecinaba un grupo numeroso, y nos encontraríamos en desventaja numérica.

-Corred en dirección este -dije, mientras los milicianos eran liberados-, como si no hubiese mañana. Desobedeced, y el infierno enmudecerá ante vuestros gritos de insufrible dolor.

Mis palabras parecieron amedrentar a los hombres, que corrieron como almas que llevara el Diablo. Miré a mis hermanos y continuamos avanzando hacia la plaza, sólo para descubrir que no eran si no los Ducales quien se acercaban, extrañamente liberados por Schaar Dvy. Los perros magyares intentaron provocarnos apelando a nuestro honor de guerreros y, a pesar de saber controlarme y mantener la cabeza fría, he de reconocer que por un momento temí que la sangre Basarab de mis hermanos les nublara el juicio. Por suerte, Iador pareció tragarse aquella rabia y continuar utilizando la estrategia, buscando refugio en un callejón, tal como le indiqué.

Llegué después, junto a Barakta, y nos preparamos para el combate. Sin embargo, los hombres de Dvy parecían tener otros planes y no vinieron a por nosotros. Malditos perros de Alba Iulia... A pesar de todo, los Basarab no permitiríamos que aquello quedara así, y nada podía parar a Iador, quien, con su arco preparado, avanzó en pos de ellos, de nuevo hacia la plaza y luego hacia el norte, mientras Barakta y yo le cubríamos las espaldas.

Todo termina alguna vez. Pero Schaar no estaba dispuesto a ser un esclavo inane de los acontecimientos, ni a permitir que los enemigos del duque camparan en la ciudad. Sí, los basarab no tenían por qué haber sido enemigos suyos. E incluso podía sin esfuerzo reconocer que buena parte de la culpa de esta situación no era suya: la boda y las actuaciones de Iacobus y Durius prácticamente no les habían dejado otra ocasión que hacer esto. 

Pero ya todo eso apenas importaba. Quizás los basarab habían olvidado que había sido Durius el que había logrado evitar que la horda magyar exterminase a los transilvanos. Quizás ellos podían jugar a no importarles el mañana, ni las consecuencias que una rebelión como esta podía implicar. Pero él no. 

Esa mañana había reunido en el patio del castillo a todos y les había dado, hablando en nombre del capitán, sus instrucciones. Desgraciadamente el capitán estaba en un estado de mutismo bastante evidente. Pero por fortuna aceptó que fuera el propio Schaar el que diera las instrucciones tras pactar entre ambos el plan. Un plan que resultaba muy sencillo. 

Los centinelas les había avisado de donde se encontraban los basarab. Estos por lo que parecían habían vuelto a atacar la puerta norte de la ciudad, cerca del cementerio donde habían establecido su campamento. Debían llevar a todo lo posible contra ellos y eliminarlos. Bien sabía Schaar el nivel de poder de los siervos de unos y otros, y bien sabía las consecuencias de seguir esperando. Afortunadamente esas cuestiones habían convencido al capitán. Todos los hombres se prepararon con sus armas y armaduras, y salieron, dirigiéndose a la puerta norte, cerca de donde se encontraba el campamento basarab.

Al poco de salir, empezaron los problemas. Los milicianos y algunos guardias, parecía como poco "reticentes". Fue necesario recordarles sus obligaciones, y colocar al final de la comitiva a Carcelero y a Maserrak para que los milicianos siguieran avanzando como debían. Entre eso y mis palabras, la moral volvió a niveles aceptables, y la marcha continuó sin más aspavientos. 

La campana de la iglesia tañó, señalando que eran las dos de la tarde. La comitiva ducal, comandada por el capitán, en cuyo nombre hablaba, llegó hasta la plaza central. Allí descubrimos como un grupo de milicianos ducales nos atacaba. Pero entre ellos, disfrazados como los perros cobardes que eran, evidentes como lobos en medio de corderos, había cuatro basarab.

- ¡Basarab… deponed las armas y vuestra desobediencia a vuestro legítimo señor! - les grité. En realidad y a estas alturas era poco probable que tal cosa ocurriera pero era mi obligación intentarlo. 

Los basarab lanzaron los prisioneros contra nosotros, pretendiendo enfangarnos en una batalla estúpida para matar a nuestros propios milicianos mientras ellos probablemente planeaban una emboscada, pero descubrí su ardid, ordenando a mis hombres que hicieran caso omiso a los milicianos. 

- No ataquéis a estos pobres necios. Sólo apartarlos de nuestro camino- ordeno a los hombres que, en efecto, no se molestan en atacar a los milicianos, y los intimidan. Mientras hago un nuevo intento para que los basarab nos ataquen- ¡PERROS BASARAB!, ¿ÉSTE ES VUESTRO VALOR? VENID A LUCHAR. 

Obviamente, ese es en efecto su valor, puesto que continúan con sus innobles tretas. Veo como el guardia Istvan interroga a uno de estos mientras ordeno a los hombres que mantengan una posición defensiva. Tres basarab se retiran por el oeste, el cuarto ha desaparecido. Sus inexistentes armaduras le dan una mayor velocidad, con lo que perseguirlos es un error táctico evidente. Pero al retirarse dejan expedito el camino al norte, a su campamento. Miro al capitán que comprende lo que estoy pensando, y asiente.

-  Hacia el norte. Carcelero, Maserrak, llevaros a guardias y milicianos y proteger la entrada al castillo, colocándoos en la entrada de los callejones que antes observamos. Y estad atentos, señal de llamada para acudir, ya sabéis- miró al resto- Y los demás vamos a eliminar el campamento basarab.

Empezamos entonces a avanzar hacia el norte. LLevábamos ya tres cuartas partes de camino desde la plaza cuando se escuchó tañer la campana. Debían ser las tres.