Partida Rol por web

Los días pasaron después del primer ataque y aquel tenso momento con la Inquisición. Ninguno volvió a saber nada del sargento Aurelius ni de Cneo, aunque por las caras de los involucrados en aquel accidente, todos podían suponer que destino habían sufrido ambos. Con poco más aparte de la llegada de los heridos, convenientemente parcheados, pasaron cinco días. El sexto trajo noticias. 

El propio teniente Augustus hizo acto de presencia ante todos vosotros, junto con parte del cuadro de oficiales del regimiento.

-¡Muchachos, preparados en diez! ¡El alto mando nos requiere!-dijo simplemente, esperando a que todos estuvieran listos, cosa que no tardó mucho. Convenientemente equipados para el combate, siguieron marchando al teniente a través de las trincheras, hasta una "plaza" con capacidad para cientos de hombres, donde os encontrasteis con representantes de otros regimientos desplegados. 

A los pocos minutos, desde una balconada pudo verse aparecer a todo el alto mando. Algunos tenían signos de haber sido tratados, probablemente consecuencia de aquel impacto afortunado al búnker de mando, pero todos parecían bastante enteros y dispuestos, al menos así se apreciaba desde la distancia.

-¡Soldados del Imperio!-saludó el Lord General, con su voz amplificada a través de varios dispositivos vox fijos situados en postes por toda la plaza-ha llegado el momento de actuar. Ya hemos comprobado como ataca el enemigo, y ahora esos traidores comprobaran como asaltan posiciones los hombres y mujeres fieles al Dios Emperador. En el día de hoy, cruzaréis la tierra de nadie y combatiréis para tomar las líneas enemigas. No os engañaré, no será fácil. Puede que muchos no sobreviváis. Pero, si os mantenéis firmes en vuestra fe al Dios Emperador de la Humanidad, y actuáis de manera disciplinada, vuestro sacrificio no será en vano. ¡Recordad este día, pues hoy damos los primeros pasos hacia la victoria! ¡Por Sélica IV! ¡Por el Imperio!

Con esas aclamaciones finales, coreadas por la mayoría de los presentes, terminó la comunicación, tras lo que cada regimiento fue conducido a sus posiciones en primera línea para iniciar el asalto. 

No se tardó mucho en explicar las órdenes: las fuerzas imperiales se volcarían en tomar una sección concreta de trinchera, la zona central, si es que conseguían llegar. Se rumoreaba que los escaneos orbitales habían tenido problemas últimamente para distinguir lo que había al otro lado de la tierra de nadie, aunque nada de eso estaba confirmado, y había toda clase de teorías al respecto.

De todos modos, eso poco importaba ahora. Era el momento de avanzar, y empezaron a hacerlo, caminando a buen paso a través del barro y los restos. 

Los progena siguieron avanzando, no muy lejos del resto de fuerzas imperiales, a las que se podía ver asomar de vez en cuando tras elevaciones fangosas, o cúmulos de niebla o humo aquí y allá. La buena vista de Albius y Nicodemus también evitó algunos problemas, como algún campo de minas, o cráter lleno de alambre de espino que podría provocar algunas heridas a sus compañeros del 13º. 

Sin embargo, eso era lo más agradable que había para ver. Aquí y allá, en los cráteres, se podían encontrar cadáveres de soldados, y no pocos. En distintos estados de descomposición, y que parecían haber sufrido distintas muertes, algunos por disparos, otros por golpes... Y seguramente, alguno de ellos víctima del hambre o la sed, aislado en tierra de nadie. 

Por si eso fuera poco, algo no estaba del todo bien más adelante, en la zona hacia la que avanzaban. No era fácil de describir, pero de algún modo, había "saltos" o "errores" en la realidad, además de una serie de ominosas luces de un verde pálido, que surgían tan rápido como volvían a desaparecer, a veces moviéndose, otras quietas.

A Marcus no le gustaba. Pero esperar no era adecuado.

- Avanzad. Paso rápido, pero sin correr, y sin desperdigarse. Ni unirse. Armas preparadas y atentos. Albius, Nicodemus, bien hecho

El avance de la 13ª continuó sin incidentes.

Que el tipo cuyo trabajo en la unidad era percibir, analizar y reaccionar lo más rápido posible ante la necesidad y el otro tipo que estaba acostumbrado a ser el único de la unidad con un arma con un mínimo táctico de distancia pudieran ayudar a los demás a evitar problemas, campos minados y un par de trampas para bobos mal montadas era inesperado pero no descabellado... igual conllevaba que nadie explotase por el camino o tuvieran que detenerse/llevarlo entre dos, así que estaba bien.

...

"..."

-Dulce emperador en su trono -murmuró- qué puñetas es eso...

Se descolgó un poco el asa de la mochila con los materiales que iba a usar y empez´ño a ajustar la munición, colando los cartuchos en la escopeta. Clac. Clac. Clac. Clac. K-chunk!

-...a sus órdenes mi sargento.

Su cuerpo le mandaba desde cada parte del cuerpo órdenes para que pusiese pie en dirección contraria y saliese pitando de allí, pero ser soldado consistía en saber ignorar esas cosas. El Comisario ayudaba, también: uno se sentía más seguro sabiendo que estaba ahí para recordarle qué pasabva si era un imbécil que se dejaba llevar por el pánico.

Albius, cargado con el enorme bólter pesado y con Celonius a su lado cargando la munición, avanzó con paso resuelto y seguro hacia el enemigo. Apuntaba aquí y allí, cada vez que veía moverse algo, sin prisa, pero sin pausa. 

Con la armadura completa y todo el equipo, su escuadra era una estampa impresionante, eran lo mejor de lo mejor, la élite entre los suyos, y estaban allí para demostrar de qué pasta estaban hechos. Además, había un pensamiento en Albius que le impulsaba a sentirse un poco más osado e intrépido. 

- Hemos sido elegidos por un Inquisidor como parte de sus fuerzas especiales. Tenemos que darlo todo para demostrar que somos dignos de tal honor. - le iba diciendo a Celonius cada vez que le veía dudar, pues su naturaleza cobarde hacía que se quedara ligeramente retrasado o tendiera a mirar hacia atrás más de lo recomendable. Se percató de la presencia de un campo de minas, así como otros peligros, y los transmitió a su escuadra, con Nicodemus haciendo otro tanto en otras partes algo alejadas de donde estaba él. Asintió para sí mismo, lo estaban haciendo bien. Las trampas del enemigo no impedirían que el castigo del Emperador cayera sobre ellos. 

Miró a Celonius y con movimientos precisos le señaló uno o dos cadáveres que parecían tener alguna granada o algo similar que pudiera ser útil. Estaba seguro que si cogía una granada de un soldado imperial muerto y la usaba para matar herejes, no importaría.*

- A la orden, mi Sargento. No impedirán que la furia justiciera del Sagrado Emperador caiga sobre ellos. - contestó con feliz orgullo a su Sargento, tras su felicitación. 

Seguís avanzando por tierra de nadie, y cambiando ligeramente el rumbo. El plan era formar un frente coordinado, con apoyo de varios regimientos complementándose entre sí, así que pronto la distancia entre las distintas unidades imperiales se acortó. Los penales marcharían al frente, distribuidos usando su gran número para ejercer de pantalla frente a posibles ataques. El resto detrás, especialmente los acechadunas.

Aquí y allá, algún blindado avanzaba junto a las formaciones, principalmente Leman Russ y Hellhounds. No es que estuvieran jugándose todo a una carta, pero desde luego aquel asalto no iba mal provisto… Incluso tenía posibilidades.

Sin embargo, las luces verdes que algunos vieron pronto fueron visibles para todos, como siniestros fuegos fatuos que parecían asomar brevemente aquí y allá. El terreno era más fangoso, el hedor era casi asfixiante y cierta neblina fétida parecía emerger del suelo, casi como el aliento pútrido de un cadáver. En esas condiciones avanzaban cuando escucharon algo. Lejana, como si procediera de un punto imposiblemente distante… Era una voz, una voz gargajeante y húmeda.

-Ilusos… Necios e ignorantes… Seguís a un cadáver muerto y marchito… No puede salvaros, este planeta ya ha sido salvado… Ya se ha decretado un nuevo maestro para los Selicanos. ¡Él nos salvará! ¡En la muerte y el renacimiento viviremos para siempre! Así que venid… Venid y moriréis. Y en la muerte viviréis para siempre… Pues su amabilidad no conoce límites, y a todos concede sus regalos… Bendito sea Nurgh-leth… Bendito sea…

Conforme más se acercaban a aquel lugar todo era peor: las luces, el viento, los gemidos, la peste infernal, los cadáveres a medio pudrir, la humedad, hasta el suelo estaba poniéndose horriblemente fangoso y desagradable, dejando un plop-plop asqueroso con cada paso y un glooop cada tantos después de la marcha.

"El Trono nos asista"

...

Se pide a un guardia que no huya y que cumpla su deber. Lo estaba cumpliendo.

No se pide a un guardia que no se acongoje ante lo imposible, lo cual era un verdadero alivio, porque hubiera suspendido aquella prueba. Sentía el frío en la boca del estómago y algo similar descentiendo sobre la planta de sus pies, y los dedos se paseaban nerviosos por el arma, como buscando su consuelo, igual que dirigiendo una mirada ocasional a los enormes tanques: nada para mantener el ánimo como 20 toneladas de FUCK YOU HERETIC acompañándote en tu cruzada.

"Tranquilo... pronto te irás con tu maestro Nuru-geleth. O como se llame"

Trató de serenarse con la idea de la buena y clásica purga, pero ni siquiera eso le hacía tenerlas todas consigo. Hubiera agradecido una buena soflama en aquel momento para encenderle el cuerpo, o la intervención de Malatesta para inspirarles algo de fervor en esos cenagales abandonados de la Buena mano. Aferró el arma con más fuerza, los ojos más recelosos y perceptivos, la postura más tensa y concentrada... y siguió avanzando.

Y allí iban, adelantando posiciones poco a poco mientras contemplaban la devastación que el enemigo había hecho en la tierra que pisaban. El hedor y podredumbre se extendía a su alrededor, como una mancha indeleble, como una muestra del poder preternatural que les estaba esperando. Albius sintió un regusto amargo en la boca, pero aguantó las ganas de escupir porque no pensaba quitarse ni la máscara ni el casco.

La visión de las otras tropas avanzando, junto con algún tanque, le confirió más seguridad a sus pasos y a su actitud. Nada podía parar la ira justa del Emperador, ellos representaban la ira, por lo tanto, no podían pararles.

Le pareció detectar cierto decaimiento entre sus compañeros, por lo que, tras detectar un sitio que le serviría para lo que tenía en mente se dirigió hacia allí y, al llegar, alzó el cañón de su arma mostrándolo a todos y bajándolo después para señalar hacia el enemigo. Estaba en la parte alta de una pequeña loma que apenas se levantaba un par de metros por encima de las demás, mientras hablaba se mostró confiado y pletórico de fuerzas, en pocas palabras, sin ningún miedo. - ¡¡ Ánimo muchachos !! Si tanto hablan, es porque nos temen. No dejéis que unas simples palabras os amedrenten. En cuanto tengamos a tiro al enemigo, les enseñaremos a éstos Selicanos cómo matar de verdad !! ¡¡ Lo que pasa aquí es que no los han enterrado bien, ¿eh? !! ¡¡ Jajajajaaaaaa !! - transmitió a su escuadra, intentando levantarles la moral.

Escuchó varios murmullos, alguna imprecación por lo bajini y algo de estática en el canal, pero no dudó de que algunos le miraban directamente, por lo que estaba seguro que se le había tenido que escuchar...pero no había conseguido el efecto deseado. Con un encogimiento de hombros siguió adelante, paso a paso, hacia las trincheras enemigas.

- Vaya mierda de lugar, Celonius. Les están menguando las pelotas. Sí, como a tí, que las tienes tan pequeñitas como las bolitas esas que usan los niños para jugar en el suelo. Menos mal que yo compenso. Ya me pedirán que "hable fuerte" cuando empiece el baile. - le dijo a su pardillo, con un poco de mal humor encima y enfurruñado porque no le había salido nada bien el pequeño discurso.

Quizás el resto de soldados sólo respetaban a uno si veían que tenías más rángo que ellos. Qué triste.

El sargento avanzaba, y notaba como esa tierra perversa iba a darles problemas. Muchos problemas. No eran, sin embargo, un grupo de idiotas recién salidos del cascarón. Y tampoco unos jodidos penitenciarios. Eran el 13º de asedio. Eran un brigada de élite. Y los que le rodeaban eran sus malditos hombres. 

Cuando sonó aquella voz ominosa sintió como el pánico prendía en su pecho, y quizás, hubiera logrado apoquinarle si no tuviera su entrenamiento. Si no fuera quien era. Pero no había pasado por todo lo que había pasado para que unas amenazas que apestaban a caos le hicieran caer, le hicieran retroceder en su deber.

Antes que pudiera dar una orden escuchó al cercano Vespillo tratando de elevar la moral. Por supuesto, fracansando. Después de todo no se podía dejar a los niños que hicieran el trabajo de hombres. Esperó a que los murmullos cesaran, y casi de inmediato, hizo un gesto a Agrippa que conectó el techno-vox

- Vaya, chicos... ¿es que necesitáis que el nuevo amor de cierto ogrete os recuerde vuestro deber?- oyó ciertas risas y continuó- ¿O es que el bueno de Vespillo busca a alguien que le sustituya en tan jodidamente importante función? ¡Es que tengo que cabrearme, joder!. Si alguno teme más a ese fantasmón que a mi voy a empezar a preguntarme donde hemos pasado los últimos años. Di mis órdenes, mantenedlas. Firmes. El miedo hace más daño que las balas. En orden, avanzando, sin miedo. Vamos a matar a esos hijos de puta.

Seguisteis avanzando, con el eco de las últimas palabras de aquella voz, obligados a juntaros más por las condiciones del terreno. Sin embargo, apenas un par de minutos después, los ecos malignos dieron paso de nuevo a la voz.

-Eso es… ¡Eso es! ¡Habéis venido!-dijo con auténtica alegría-me alegro de que os unáis a nosotros. Me alegro de que elijáis ser partícipes de sus grandes bendiciones… En la muerte encontraréis vida… Y en la vida, encontraréis muerte. ¡Bienvenidos al ciclo del renacimiento!-exclamó finalmente. Y con aquellas últimas palabras, la luz verde se intensificó, para luego desaparecer.

Durante unos largos segundos no ocurrió nada, y buena parte de los guardias presentes esperaban que siguiera así. Sin embargo, los Poderes Ruinosos parecían haber tomado tierra en aquel planeta, y pronto el suelo se estremeció. Al principio levemente, aumentando después, con burbujas y chorros de neblina saliendo del suelo pantanoso. Y, por desgracia para las fuerzas imperiales, no fue lo único que surgió.

Desde dentro de los cráteres, de entre el barro, del agua lodosa, de los restos de anteriores trincheras… De todos lados, se alzaron al cielo unas manos cadavéricas, manoteando para salir y dejar paso al resto de sus cuerpos. Los muertos se alzaron, por todas partes, a miles… Con una conciencia maligna brillando verdosamente en sus ojos muertos, descompuestos, pero animados con un siniestro propósito y aún más siniestro poder. Por los gritos que llegaban de detrás, parece que la retaguardia también se había visto sorprendida por aquel alzamiento masivo y repentino.

Ahora se trataba de matar o morir… Si es que aquellas cosas podían morir.

El avance de las fuerzas imperiales, casi codo con codo, enorgulleció a Albius, el cual avanzaba marcando el paso casi de forma marcial. La voz seguía hablando y hablando, pero las últimas palabras preocuparon al soldado. El repentino silencio que se hizo le hizo pensar en ése momento de calma que precede a la caída de las bombas de artillería. Era como cuando escuchabas el "sssssssssssshhhhiiiiiiiiiiiiiiiiiiuuuuuuuuuuuuuuu...", que si estabas a cubierto, te quedabas quieto y acojonado porque no sabías dónde iba a caer el pepino. Si estabas al descubierto, corrías en dirección al enemigo a toda velocidad, para tratar de estar fuera del rango mínimo de las bombas.

Pero ni bombas, ni explosiones.

Algo mucho más horrible. Algo salido de los sueños de un loco, o de las obras de ficción de un demente. Los muertos se levantaban en el mismo sitio que habían caído, hombres de la guardia, lanceros, acechadunas, silicanos....imaginó que con muchos herejes mezclados con ellos. Todos en diversos estado de putrefacción, y todos con el mismo propósito. Matarlos a ellos. Comérselos, si es que hacía caso a las historias.

Por un momento sus piernas se negaron a responder, contemplando, entre incrédulo, fascinado y acojonado, la escena de cientos, miles de hombres levantándose con una especie de luz verdosa en su interior, reflejada en sus hambrientos ojos.

El audible gemido que salía de sus gargantas le conminó a ponerse en movimiento de nuevo. - ¡Celonius! ¡Escopeta para combate cerrado! - dijo en casi un grito histérico a su ayudante. Casi era un grito histérico, pero no lo era. A pesar de ello, no se movió del sitio, contemplando como los cadáveres andantes terminaban de salir de entre las aguas. A lo lejos se veían mucho más...estaban prácticamente rodeados.

Pero no podrían decir que Albius "el enterrador", el fuerte y gran Vespillo, había huído. No señor.

Básicamente, porque no se había movido del sitio.

Y los muertos se levantaron contra los vivos

...

...

En el momento en el que se ven las cosas de fondo, mientras uno actúa de forma mecánica, el hijo de Remus Octavianus tenía que admitir que había algo erróneo en el hecho de estar reaccionando como estaba reaccionando. En que había algo irreal en que los muertos de los viejos camaradas y enemigos y desgraciados por igual se levantasen gruñendo, negándoseles el descanso que se les debía después de una existencia de miserias. En que tendría que haber gritado... haberse sumergido en shock... algo. No concluir en lo horrible de su corazón que había visto gente peor agarrada a la vida y seguir con su tarea.

"Trono"

-¡MIERDA ALBIUS! -gritó para intentar que le escuchase- ¡REPLIEGA POSICIONES! ¡NECESITAMOS ESE BOLTER!

Granada, cocer, un-dos-tres-lanzar. Acabó perdida no demasiado lejos de la montaña de cuerpos que se estaba formando, reventando con un estallido y llevándose a un pelotón por delante, al menos ocho o nueve de esas cosas: una mella en el bosque, pero una muy satisfactoria.

Nicodemus se giró, buscando al resto con la mirada por unos segundos mientras espezaba a moverse lejos de... de los muertos, de los que algunos trozos habían caído no demasiado lejos de ellos, sembrando el camino de trozos calcinados para el resto, lo que no debía ayudar demasiado a refrenar los nervios de los demás. Estaba tranquilo.

Demasiado tranquilo.