Partida Rol por web

El intento de contacto por parte de Marius y Agripa tiene éxito, y al otro lado se escucha la atribulada voz del Lord General, sin duda dedicado a varias labores al mismo tiempo.

-Aquí el Lord General Marius, eh... 13º de Asedio. ¿Qué ocurre?

Alrededor de ellos comenzaron a formarse densas nubes de moscas que zumbaban con furia y malevolencia, congregándose en varios puntos del campo de batalla. Había algo antinatural en sus movimientos y la forma de comportarse, como pronto pudieron comprobar.

Las diferentes nubes convergieron en varios puntos, apelotonándose como si estuvieran abalanzándose sobre un cadáver prutrefacto, ansiosas por devorarlo. Poco a poco, las moscas fueron desapareciendo dejando ver unas criaturas de pesadilla. Aquellos seres eran puros demonios invocados por las fuerzas del Caos, y un miedo atroz recorrió las filas de las fuerzas del Imperio. El lechoso ojo de una de aquellas cosas se fijó en él y se sintió romper por mil sitios. Su mente amenazaba con zambullirse en el olvido mientras su cuerpo y piernas pugnaban por salir corriendo alejándose de aquellos horribles seres, mientras su alma gritaba de pánico sabiendo, sin ser consciente él, de lo que le podría llegar a pasar si conseguían agarrarla los señores de los Demonios.

Aquella ola de terror y pánico llegó hasta Albius como una oleada imparable, casi física, golpeándolo y sometiéndolo a partes iguales, haciéndolo caer de rodillas. Sendas lágrimas se derramaron por su cara a la vez que sollozaba casi sin control, pero un rezo, un mantra que habían aprendido en la Schola Progenium vino a él en su ayuda, y fue como si la luz se hiciera entre las tinieblas que se lo estaban tragando sin remisión.

- Confía en el Emperador...el Emperador protege....confía en el Emperador, el Emperador protege.... - así una y otra vez. Se percató de que estaba repitiéndolo en voz alta y poco a poco levantó la cabeza, alzando la voz cada vez más.

- ¡CONFÍA EN EL EMPERADOR!¡EL EMPERADOR PROTEJE! - gritó, exultante en sí mismo, pues la oleada había pasado, y con su ojo interior miró atrás y vio que el miedo había pasado y él permanecía allí. En la misma posición que estaba, arrodillado como si estuviera orando al Gran Emperador de la Humanidad se percató que Celonius permanecía en la misma posición que él, rezando visiblemente. Abofeteó dos veces a su pardillo, para sacarlo en un santiamén del estado en el que estaba y con un gruñido* apuntaron su arma hacia el más cercano de los infectos seres que podían ver desde su posición.

Gritando - ¡POR EL EMPERADOR! ¡MORIR SUCIOS DEMONIOS! - su dedo apretó el gatillo y una oleada de furia justiciera salió por la bocacha de su arma, trazando un funesto camino hacia el demonio. Las balas impactaron en él, explosionando en su interior y destrozando parte de su cuerpo mientras miles de gusanos, larvas y moscas se desperdigaban a su alrededor, muertas.

Es increíble lo rápido que una situación puede dar la vuelta. La podredumbre de aquellos seres y el horror que traían con ellos había sido suficiente para romper en buena medida el frente de batalla, acabando con varias unidades desmayadas en los suelos, o sollozando como bebes, mientras otras se disparaban las unas a las otras presa de la locura. Verdaderamente, había cundido el Caos. 

Aunque la mayoría de demonios no parecían estar entusiasmados con moverse de sus sitios, por algún motivo, algunos vomitaban desde sus posiciones, acabando con sus nauseabundos fluidos con la vida de más imperiales. Por si fuera poco, dos de los tres Hellhound tenían su cañón Inferno atascado, y aunque en el caso del ¡Arde, zorra, arde! uno de sus tripulantes había salido ya, como si nada le importara, y estaba trabajando con el cañón, de momento no había conseguido nada.

Más no todo estaba perdido. Algunas unidades resistían, y aquellos benditos lunáticos que eran los nativos de Krieg seguían disparando salva tras salva, siendo incluso los responsables de fulminar a varios demonios. Incluso juraríais que estaban cantando algo por lo bajo al unísono mientras masacraban zombies y demonios. Definitivamente, por raros que fueran, se habían ganado que se les invitara a un amasec cuando volvierais a la base... Si es que volvíais. 

Después de su inconsciencia, se levantó para combatir de nuevo. Estaba algo aturdido y tuvo que mirar de un lado a otro para situarse. Tardó algo en volver a estar en situación pero lo logró, fue capaz de identificar la zona combate y la disposición de sus enemigos. Era algo complicado e iba a ser una dura batalla, pero él deseaba unirse a ella y demostrar sus capacidades para honrar a su regimiento.

Pero nada era tan fácil cuando sus ojos se cruzaron con los enemigos sus brazos comenzaron a flaquear, su pulso era tembloroso y el miedo comenzó a apoderarse de él en modo de shock. No era capaz de pensar, únicamente quería huir de aquellos horrores, correr y no volver a mirar nunca atrás, eso era lo que le pedía el cuerpo. No fue capaz de hacer otra cosa que huir y alejarse del enemigo.

Marcus había recuperado la conciencia unos segundos antes sólo para, al ver aquellos seres venidos de los más obscenos y purulentos agujeros del caos, notar como nuevamente la conciencia y la voluntad parecían fundirse ante aquellos horrores. 

¡Pero por el Emperador eran el 13º de asedio! No podían dejarse vencer así, no de una manera tan horrible. No podían dejar de combatir y no podía, él no podía, ver como sus compañeros eran ajusticiados por su profunda ineptitud para dirigir a tantos buenos hombres. 

- ¡Por el Emperador! ¡por la victoria! ¡por el 13º! No desfallezcáis. ¡A por ellos! Destruyamos a esos engendros - ordenó usando la Tecnología-Vox para que todos los hombres cercanos recibieran la orden de "a por ellos". Debían terminar la batalla y eliminar a cuantos más enemigos mejor. Sin embargo aunque su tono era el adecuado, su voz mostraba aún los estragos del pánico sufrido hasta momentos antes, con lo que no logró el efecto deseado.

Y la Disformidad vomitó su carga sobre la tierra.

Las órdenes no llegaban. El 13 no daba aviso, y no veía movimiento de nadie. El aire estaba enrarecido, y el miasma era tan palpable que enfangaba los visores. El auspex pitaba como loco dentro de su ausconsultum, pero no necesitaba su guía para saber que algo estaba saliendo muy mal, muy cerca. La clase de mal que nubla la razón y encoge el alma, contra el que el hombre examina su alma contra la inmensidad del cosmos y se encuentra pequeño, insignificante. Una micra en el aliento del cosmos.

Nicodemus se encontró cara a cara con la futilidad de la existencia y le importó tres carajos.

-La maaaadre del cordero...

Testamento a su habilidad y criterio es que levantó la cabeza, vio aquello y siguió atendiendo a Quintus como si no hubiera un mañana: un Quintus que se encontró con el golpe profundo en el estómago que anunciaba el efecto del diagnostor, esa sensación agradable y delicada que produce una biopsia a lo puro vivo. El diagnostor le indicó que el hombre estaba bien, aunque tenía el humor pessimum a un 74.3%. Genial. Iba a necesitar algo más fuerte que el STIMM para sacarlo de ahí.

"Aquí el Lord General Marius, eh... 13º de Asedio. ¿Qué ocurre?"

"SAGRADA CAGADA"

-¡Titus! ¡Vigílame a este!

Tomó los mandos del vox. Honestamente tenían suerte de que todos estuvieran entrenados en mekhanoperatio en aquella unidad o estarían tan jodidos que lanzarse a la muerte a las fauces de los muertos vivientes hubiera sido hasta preferible.

-¡Milord, aquí Med-Asig-Nicodemus, del 13 de Asedio! ¡Las comunicaciones parecen fallar y dirigirse a quien no deben, y nos enfrentamos a lo que parecen demonios! -dijo- ¡Esperamos órdenes y/o refuerzos, Milord!

Puffffff. De la que se habían librado.

Bueno, ténicamente no se habían librado de una mierda, pero entre lo que se podía enfadar por que comunicaran con él y lo que IBA a hacerlo si le llamaban y nadie le contestaba, había un universo de por medio. Gritaba, porque el BRAKA-BRAKA-BRAKA de la artillería pesada que gracias al Emperador seguía funcionando y los berridos de poderoso oficial chusquero de su sarge predilecto tampoco permitían otra cosa. Colgó el teléfono, le dio las gracias a la macizorra de la oficial de comunicaciones Agrippa y volvió a su tarea.

-¡QUINTUS SERTORIUS! ¡ESTÁS INTACTO Y NO HAY RASTRO DE CORRUPCIÓN EN TU TORRENTE! -gritó, ayudandole a levantarse- ¡JURO POR DIOS QUE COMO NO EMPIECES A MOVERTE TE VUELO LA ALMENDRA LA PUTA CABEZA!

Zombis a un lado. Demonios al otro. Sin órdenes. Sin fuego desde la unidad. Con un idiota paralizado.

De puta madre.

Casi como a cámara lenta pudo ver como las últimas balas de su ráfaga impactaban en el cuerpo del demonio y éste explotaba en mil pedazos, cayendo miles de cuerpos diminutos, negruzcos y nauseabundos alrededor de su objetivo. 

Sonrió exultante, girando su arma a izquierda y derecha buscando algún objetivo más, pero no había ninguno más a la vista. - Gracias Emperador. - susurró, percibiendo que por un momento casi podía decir que había sentido su presencia. 

A su alrededor caían imperiales, ya fuera por efecto del enemigo o del comisariado, pero él nada más podía hacer que seguir dando lo mejor de sí mismo, pues no por nada habían sido también elegidos por el mismísimo Inquisidor como una de sus unidades de élite. 

Viendo que el Sargento se levantaba y les animaba, hizo lo propio, se levantó, y cogiendo su arma vigiló durante un momento, y allí estaba, otro de esos seres putrefactos y asquerosos a sus espaldas, un poco más hacia el norte de su posición. Sus dientes se apretaron y casi le sangraron las encías por el esfuerzo de voluntad que tuvo que hacer para poder hablar mientras obligaba a sus piernas a moverse en dirección a aquella cosa, para poder tener un mejor ángulo de disparo - Sargento, allí hay otro de esos bastardos, me posiciono al lado del charco y lo fulmino con una ráfaga, señor. - dijo, moviendose junto a su pardillo hacia el charco de donde habían salido aquellos malditos zombis y señalando con uno de sus brazos hacia el norte.

Hacia adelante no tenía sentido apelotonarse, las tres primeras filas estaban combatiendo y casi sin poderse mover. 

Las líneas parecían mantenerse y, en parte, seguir luchando, pero había demasiados problemas. Muchos de los hombres estaban tan afectados por el miedo que eran absolutamente inútiles, o su efectividad había caído en picado. Dos de los Hellhound habían visto sus cañones Inferno atascados, y aunque uno de los tripulantes del ¡Arde zorra, arde! había logrado desatascarlo, a juzgar por el gesto victorioso y los gritos de sus compañeros, el último Hellhound había sufrido el mismo destino. 

Los Leman Russ, o estaban enfangados detrás de cortinas de tropas aliadas, o no tenían objetivos adecuados para sus armas, si es que les quedaba en efecto suficiente munición. Uno de ellos incluso había empezado a arrollar enemigos con sus orugas. Pero el problema principal consistía en que se suponía que tenían que estar avanzando, y llevaban ya casi un minuto enfangados en aquel lugar sin avanzar un solo metro... Si la situación no se desbloqueaba, puede que aquel asalto estuviera ya condenado. 

El vox volvió a chascar con la respuesta, levemente distorsionada, del Lord General.

-¿¡Demonios!?-preguntó, alterado por la noticia-muy bien, medicae Nicodemus, o quien diablos me esté escuchando, el mando necesita un informe detallado ahora mismo. Puede que la viabilidad del asalto se haya visto comprometida. ¿Me reciben? Informe inmediato. 

Albius no pudo descargar su justa ira sobre aquel engendro porque alguien se le había adelantado, bien por él, pero mal porque ahora no tenía ningún objetivo claro. Se giró y vio como sus compañeros Fezzornitas caían al suelo como muñecos de hilo cortados por una tijera invisible, allí yacían como si fueran un plato de primer orden del día para los zombis que avanzaban hacia ellos.

Sin pensarlo demasiado, corrió hasta adelantarse al pelotón Fezzornita*, dando algún golpe o empujón a quien se le interponía por el camino, y así poder colocar su arma en solución de disparo contra el enemigo. Allí adelante veía otro de esos odiados demonios que parecía cebarse en lo que estaba sucediendo en el campo de batalla, y un grupo de zombis que atravesaba una charca para comerse vivos a los penales que estaban tirados por el suelo. Los soldados sobre los que pasaba tampoco podían poner mucha resistencia a su paso, pues o estaban inconscientes o echando la papilla mientras se intentaban sacar los ojos.

Colocó su arma y apuntó al demonio mientras su pardillo hacía castañear los dientes de puro miedo, pero nada que no pudiera arreglarse con un par de collejas bien dadas por Albius. Tras un par de "discusiones" con su mano derecha, Celonius tuvo a bien colocar varias piedras y algunos cascos perdidos por sus portadores para construir una base en la que colocar el bólter pesado y comenzar a descargar muerte ante sus enemigos.

- ¡Sargento, abramos brecha por éste lado y ataquemos por el flanco! - gritó Albius.

Señaló a los zombis y esperó que los de Krieg, que tenía a su costado, hicieran su trabajo, pues los penales que tenían justo delante estaban todos tirados por el suelo y no les iban a taponar la visión para disparar....pese a que a los de Krieg todo eso parecía darles igual, claro.

Mientras tanto, Nicodemus seguía gritando cosas por el vox-parlante con cara de susto.

Mientras termina de dar las órdenes, Marcus escuchó las palabras que salían del intercomunicador y, rápidamente, se puso frente al mismo.

- Medicae, revisa a las filas y comprueba que todo está en orden.- le dijo a Nicodemu mientras respondía a las órdenes dadas al otro lado de la línea- Mi señor, el sargento Marcus Druso. La avanzada se ha detenido y estancado. Han surgido alrededor de nuestras tropas hordas de muertos si bien la mayor parte ha sido destruida. Sin embargo ahora han surgido también diversos demonios que han afectado tremendamente a la moral. Algunos han sido destruidos, pero no logramos avanzar. Llevamos casi un minuto sin lograr seguir adelante. Dos de los Hellhound parecen tener sus cañones Inferno atascados, y aunque uno de los tripulantes del ¡Arde zorra, arde! ha logrado desatascarlo, el último Hellhound había sufrido el mismo destino. Por su parte los Leman Russ están enfangados tras nuestras líneas, o no tienen objetivos adecuados. Si no se logra desbloquear la situación, el asalto está condenado. En mi opinión, señor.

Tras las palabras el sargento pasa a describir la zona de batalla lo mejor posible, para dar una idea táctica a su superior de la situación en la que se encontraban.
 

Allí seguían, sin avanzar apenas nada, con pequeñas victorias aquí y allá, salpicadas por el hecho de que no lograban moverse un ápice de aquel maldito lugar. Sin embargo, todos sabían que aquella situación no duraría para siempre. Tarde o temprano, el enemigo se impondría, si no lograban hacerle retroceder y avanzar de una maldita vez. Además, con las mil veces malditas artes oscuras del Enemigo, nunca se sabía qué se podía esperar. 

Al otro lado del comunicador, se escucha la voz del general, aunque esta vez no parece demasiado contento ni animoso, una vez recibida la descripción de la situación:

-Recibido, aguanten e intenten presionar. Nuevas órdenes en breve.

Ante las palabras, Nicodemus saludó marcialmente y tendió el vox.

-¡A la orden mi sargento!

Años de entrenamiento como lo más granado de la Schola Progenium le habían condicionado a la obediencia innata, ciega y completa al superior, donde la duda es tan nocivaa como pecaminosa, y años de existencia en la Guardia le inducían a obedecer a sargentos chusqueros cuyos recios y poderosos brazos anticipaban hostias correctivas impresionantes si les entrabas de malas: no había escapatoria posible a la cesión del aparato, incluso si hubiera querido. Que no era el caso. Que reportase con los altos mandos el galón, ya bastante mierda estaban tragando ahí.

"Literalmente"

Pensó mientras esquivaba el craneo de un muerto cuya mandíbula abierta había entrado en un asqueroso y malosiente lodazal lleno de el-emperador-sabría-qué. Se acercó al pelotón para empezar a inspeccionar a la tropa, buscando a los heridos y pasando revista de las condiciones junto con su aprendiz que no va a mucho bigardo compañero Titus. A la espera de nuevas órdenes: y por lo que veía, en aquel flanco podían ellos mismos empezar a tomar la trinchera a puro huevo.
 

Albius había llegado a su destino, por fín, pasando por encima de algunos cuerpos y saltando por encima de otros, había llegado a una posición inmejorable, desde ahí tenía línea de visión perfecta tanto con los zombis como con los demonios. Apretó los dientes al sentir las nauseas acudir a su garganta, tragando con fuerza para alejar aquel sentimiento de él.

Se agachó junto a Celonius, posicionando el arma en la diagonal entre los zombis y el demonio más cercano a él. En breves segundos, el motor interno del arma comenzó a vibrar, indicando que el arma ya estaba lista para ser puesta en funcionamiento.

El soldado Vespillo acarició el borde del arma y elevó una plegaria al Sagrado Emperador, activando el vox por el canal de toda su unidad. El que quisiera, se podría unir a su sagrada plegaria. - Tú, que siempre nos observas, Tú, que siempre permaneces vigilante, Tú, que eres el azote de los enemigos de la humanidad, asísteme en éste momento, pues mi cuerpo es tuyo y mi voluntad la del Imperio, pues no quiero más que destruir a tus enemigos. ¡Por el Emperador! - concluyó.

La bocacha de su arma apuntó hacia el demonio, poniendo el abdomen del cuerpo del mismo en la mira. - Agarra fuerte, Cel, tenemos que acabar con ellos y seguir adelante, no vamos a quedar como los inútiles de todo el ejército. -, le susurró a su compañero. Celonius cogió el arma y la afianzó mejor, pues en realidad, no tenía otra opción. Sabía que como le tocara los cojones a Albius con sus lloriqueos, la somanta de palos estaría asegurada, así que se limitó a tragar y a trabajar.

Albius no se permitió parar a apuntar. Utilizando su habilidad innata, apretó el gatillo y una ráfaga recorrió en un santiamén el espacio entre él y el demonio. Las dos primeras balas golpearon en el suelo justo delante de aquella horrenda criatura, levantando dos torrentes de barro que dificultaron la visión del objetivo, pero el ataque ya había sido lanzado y era imparable. Las balas restantes atravesaron perezosamente la tierra levantada y penetraron en el cuerpo del demonio, explotando en su interior.

- Alabado sea el Emperador. - musitó por el canal general. - ¡Impacto directo sobre el sucio demonio, Sargento! ¡Hay que acabar con esos zombis de ahí delante, o se comerán a nuestra carne de cañón, señor! - transmitió a su Sargento, Marcus Druso.

El vox crepitó brevemente antes de dejar paso a una transmisión, al parecer de otro compañero en el asalto.

-¡Aquí Van Host del 303º de Fezzorn, llamando al 13º de Asedio! ¡Tenemos que identificar al responsable de esta oleada de muertos andantes antes de que nos arrollen! ¡Pasad el mensaje por la línea! ¡Alguien tiene que tener visual del comandante enemigo y abatirlo o pedir fuego de artillería sobre su posición debe ser nuestra prioridad! 

Sin embargo, los acontecimientos que siguieron a aquella transmisión pronto la privaron de toda importancia. Y es que la apariencia de estancamiento de la situación resultó ser una mentira. Primero llegaron los refuerzos enemigos. Con un sonido de pífanos y trompetas oxidadas que los precedía, detrás de la horda de zombies se intuía movimiento, y aquellos con mejor vista pudieron ver como llegaban varios pelotones de tropas enemigas... Aunque no se parecían a los desesperados milicianos traidores del asalto a las trincheras. 

Estos marchaban ordenadamente, su equipo, aunque marcado por el óxido y la suciedad, parecía totalmente funcional... Y era razonable pensar que sus rifles láser no estarían descargados como los de esos pobres diablos que enviaron a morir. Una cosa era abatir a las fuerzas no muertas, que aunque se contaban por miles, se movían lentamente y no podían responder a los disparos... Pero tener soldados competentes al otro lado dificultaba enormemente la tarea. 

Pero lo peor vino tras eso. Todos los Portadores de plaga que podían ver acabaron con su inactividad, y simultáneamente alzaron sus zarpas al cielo, entonando un breve cántico en algún lenguaje impío, que pronunciado a través de sus gargantas llenas de mucosidad y detrito no mejoraba precisamente. Y al sureste, una figura se alzó. Una figura humanoide, solitaria, empezó a flotar en el aire, alzándose cada vez más, para después empezar a retorcerse en el aire, mientras su cuerpo crecía y crecía... Tejidos se expandían hasta destrozarse y volvían a formarse, mientras un hedor realmente nauseabundo se impuso por encima del de la carne podrida y la basura que habían conocido hasta ahora. Finalmente, lo que había sido probablemente un ser humano aterrizó en el suelo. Pero ya no era humano.

Doce metros de montaña de carne putrefacta observaban a las fuerzas imperiales. Un ser imposiblemente obeso, con una cantidad tal de aflicciones que no podía seguir vivo, heridas abiertas plagando todo su cuerpo, incluso sus propios órganos internos expuestos, sin que pareciera importarle nada. En uno de sus brazos, una enorme espada de plaga. Y, tras observar todo el campo de batalla, se rió. Una carcajada demoníaca, llena de alegría, expulsada por una garganta llena de flemas y pus, recorrió el campo de batalla, encontrando su eco en todos los demonios que quedaban en pie. 

-¡SÍ! ¡SSSSSÍIIII! ¡VENID A MI, MORTALES, Y OS COLMARÉ CON LA ALEGRÍA Y LAS BENDICIONES DEL GRAN NURGLE!-proclamó, antes de romper a reír de nuevo. 

Sin embargo, esa risa no duraría mucho. Un agudo silbido se fue acentuando, un sonido que todo veterano sabía a qué precedía: artillería. De repente, las posiciones frente al flanco norte y la zona central de la avanzada imperial volaron por los aires. Trozos de cuerpos destrozados aterrizaron por doquier, y las fuerzas imperiales sintieron como sus pies se despegaban del fangoso suelo durante un par de segundos debido a las potentes explosiones. Incluso algunos dirían que los propios blindados también "saltaron". Cuando se despejó la neblina putrefacta alzada por la explosión, se pudo ver como los demonios que ocupaban esas posiciones habían sido reducidos a nada, y junto a ellos, aproximadamente la mitad de los enemigos que avanzaban hacia ellos. Con un grito de dolor y rabia, la mole volvió a hablar.

-¡NO! ¡MIS QUERIDOS NIÑOS! ¡LO PAGARÉIS, MORTALES, NO PODRÉIS ESCAPAR DEL GRAN NURGLE!

Tras la amenaza, los emisores vox de todo el destacamento imperial chasquearon antes de emitir la voz del Lord General Marius Hephaestus:

-¡A todas las fuerzas leales que puedan recibirme! ¡Ordeno la retirada, reagrúpense y retrocedan ordenadamente a la posición designada como Fénix! ¡Repito, retrocedan a Fénix!

Para aquellos que aún no habían perdido la cabeza por el horror de aquella mole, quedó claro que no volvían a las líneas imperiales. Fénix estaba en tierra de nadie, algo debía ocurrir para que su vuelta a las trincheras se viera negada de ese modo. 

Al ver... eso, Marcus sintió como las garras del miedo le atravesaban el alma. Sin embargo, no iba, no podía, caer, así que alzó la voz.

- No miréis a ese ser. Retroceded ordenadamente hasta el punto designado por el mando. Posición fénix. ¡Ya! Nuestros mandos van a seguir combatiendo. Nosotros vamos a seguir combatiendo. ¡Por el Emperador! ¡por el imperio!

La tecnovox hacía que las palabras del sargento se escucharan no sólo por su regimiento, sino por los cercanos, tratando de aumentar la moral de todos los presentes y ayudarles a superar el miedo que... que eso producía.

...

"Estamos follados"

Refuerzos por todos los lados y ni una gota para beber, rodeado de los cadáveres de sus amigos. Trató de concentrarse en su tarea ignorando el clarín de las trompetas del infierno y los gritos que empezaban a surgir, los que venían de un lugar y, o así se sentía, de toda mosca, chinche o corcován que empezaba a escalar por los cadáveres de sus compañeros. Empezó a realizar la horrible tarea de confirmar las muertes y las bajas para pasaar en un futuro a recolectar de los campos de miseria cuando-

"No miréis a ese ser. Retroceded ordenadamente hasta el punto designado por el mando. Posición fénix. ¡Ya! Nuestros mandos van a seguir combatiendo. Nosotros vamos a seguir combatiendo. ¡Por el Emperador! ¡por el imperio!"

y se levantó.

Y lo vio.

¿Qué se forma en el alma de un hombre cuando ve el fragmento de un dios? ¿Qué mancha se posa en el alma inmortal de un hijo del Imperio del Hombre cuando ve aquello que no está, ni estará, jamás preparado para ver?

"...te he visto antes"

¿Dónde? En la cudicia de los ricos que dejan a los pobres al antojo de las miserias, los bichos y las enfermedades; en el odio de los poderosos, que otro tal hacen; en el veneno que son las lenguas de los maledicientes; en el apetito de los lujuriosos y antojadizos; en los estómagos abiertos y en las heridas laceradas; en toda la vida horrible que vive con el hombre y se festonea con ella; en la vanidad de los príncipes que acogen y mollifican todas estas cosas escondidas con tal de que nadie les diga una palabra más alta. Y donde cabe este infierno todo, sin que se pierda una gota, es en campo de batalla todo, que no hay engaño ninguno en la miseria ni la calamidad del trabajo de un medicae, que debe mirar a los ojos a la muerte y sentir su aliento gélido en la nuca en cada momento, sabiendo que es a la vez batalla y consuelo.

"¡JA! ¿¡Y TÚ ERES EL JUICIO!?"

Si aquello era el dios al que anhelaban, si aquello era el juicio, la verdad que había sospechado en su corazón era cierta: que el que hay en el mundo no es juicio, ni hay hombre de juicio, y que hay muy poco juicio. ¡Si los hombres en el imperio pudieran ver al heraldo podrido, qué verlo siquiera, por señas o sombras siquiera! Otro gallo cantaría. Casi tuvo ganas de arrojarse a reírse: todo lo que prometía aquella cosa era ni más ni menos que su trabajo. ¿¡Eso es todo lo que hace falta para condenar a un alma inmortal!?

Por supuesto. Ni siquiera la pérdida de su alma inmortal implicaba que iba a dejar de currar. Qué menos.

-¡TITUS!

Rugió, soltándole un hostiazo con la mano abierta en la oreja a su compañero al que estaban empezando a flaquear las piernas, lo que sirvió para que perdiese su atención de aquello y la centrase en otro lado. Justo lo que necesitaba.

-¡Ya has oído las órdenes, chaval! ¡Deja de mirar al maldito coro infernal de la Peste que nos replegamos! -levantó la voz por encima de las legiones de gritos, aullidos, vómitos y lloriqueos a una madre que nunca conocieron demasiado siendo huérfanos- ¡Si hay alguien medianamente decente después de esto, sacad los cuerpos a uno por cada dos personas y cagando leches: si eso os ralentiza soltadlo y seguid! ¡Soy vuestro medicae y tengo potestad para ordenar un PROTOCOLO AUXILIA, carajo!

Por demás, Nicodemus no parecía más afectado: el terror no le impedía un ápice la capacidad de comprender que el miedo no iba a ayudarles en nada, así que hizo lo de siempte: tomó las armas al hombro, se echó el equipo a la espalda y esperó a que nadie hiciese una mierda productiva en absoluto mientras empezaba a seguir las órdenes.
 

Su ráfaga había herido mortalmente a un demonio, mientras otro desaparecía del mapa volatilizado por las armas aliadas, pero la alegría le duró poco. 

Dispuesto a apretar otra vez el gatillo, con su mira apuntando directamente al demonio, pudo ver con claridad como alzaba sus brazos al cielo y pura energía demoníaca surgía de aquel ser, concentrándose en algún punto más allá. Pronto se hizo visible la monstruosidad que se les venía encima. 

No llegó a ver al ejército enemigo, ni siquiera recordaba haber cogido su arma y haber salido corriendo. 

Momentos después, sólo sabía que, cargando su arma por encima de los hombros, había salido escopeteado con el rabo entre las piernas, saltando y dando golpes apartando gente de su camino, sin importarle con quién se cruzaba. Por suerte, el comisario estaba lejos de él cuando emprendió su alocada huida. 

Celonius, como no, estaba más que dispuesto a salir corriendo, y como era de naturaleza cobarde per se, no le había costado nada recoger sus enseres y salir corriendo detrás de su compañero, Albius. 

Y corrió, corrió y corrió, deseando alejarse de aquella cosa monstruosa que iba a comérselo, que iba a devorarlo entero. 

Aquello era el mal encarnado, y Albius intentó poner toda la tierra que puso entremedias de él y aquel asqueroso demonio.

Y empezó la retirada, o mejor dicho, el caos. El miedo hizo estragos, mandando a buena parte de las filas imperiales al suelo, desmayados o sollozando, e incluso a algunos con ataques al corazón y catatonias. Hubo quienes aguantaron firmes, desde luego, aunque fueron los menos. Iba a ser complicado, por utilizar un eufemismo, mover a tantos soldados incapacitados, aquella retirada podría ser muy costosa para el Imperio... Aunque probablemente menos que continuar el avance en esas condiciones.

Sin embargo, las fuerzas de Krieg se mantenían firmes, y parecían dispuestas a ayudar, o a dar hasta la última gota de sangre para asegurar la retirada. Y, más sorprendente aún, un sargento y un artillero del 38º de kasrkin parecían negarse a retirarse de allí. Aquello solo podía ser una muestra del valor más insensato, o de una locura pertinaz. 

Pero no fue la única sorpresa. Finalmente, el "Corcel de acero" hizo hablar a su torreta, tras apuntar al enorme demonio. El proyectil voló por el aire y golpeó con fuerza a la abominación, causando bastantes daños. 

Miró hacia atrás un segundo, craso error. Allí estaba aquel ser que era todo lo malo que a Albius se le podía ocurrir. 

En sus ojos vio muerte, desesperación, horror y maldición. Vio torturas inimaginables, dolor infinito y maldad. Vio enfermedad, quebranto y agonía suprema. 

Rezó al Emperador para que le protegiera de aquello y sus piernas corrieron, y corrieron...y corrieron....