Partida Rol por web

El campo parecía comenzar a tener otro color. Otra forma. La forma de la victoria. Por eso, comenzó a avanzar junto a sus camaradas y compañeros, hacia el frente, cuando algo extrañ ocurrió. Aquellas moscas, moviendose de forma inteligente. Entonces se formó aquel demonio, que hablaba y caminaba igual que ellos.

Y aquello pudo con su mente, con su cabeza. Simplemente, algo hico clic y dejó de funcionar correctamente.

Sonrió. Y comenzó con una leve risa mientras recargaba su arma. - _{Vamos a morir.} - murmuró, mientras seguía con aquella risita. Sintió un escalofrío recorriendole la espalda, y volvió al vista a aquella grotesca monstruosidad. Y volvió a reir. Esta vez más fuerte. - Vamos a morir. - repitió, esta vez de forma más audible.

El miedo había hecho mella en él. Se había apoderado de su alma y de su cuerpo. - ¿¿Me habeis escuchado?? ¡¡TODOS VAMOS A MORIR!! - reiteró con fuerza, mientras apuntaba al frente y comenzó a apretar el gatillo de forma indiscriminada.

- MORIR!! - Gritó mientras disparaba.

-¡¡Bienvenidos, mortales, bienvenidos!! ¡¡Venid y disfrutad de las maravillas del abuelo Nurgle, que amablemente os ofrece!! ¡¡Sed acogidos en su purulento regazo!!

Las palabras retumbaban en mi cabeza cómo las ondas generadas dentro de la caja de resonancia de un tambor. Imágenes retorcidas, con visceras se proyectaron en mi cabeza. Mis manos intentaron arrancarme la cabeza para dejar de vislumbrarlas mientras en la comisura de mis labios se empezaba a formar una sonrisa... Fusionándose las visiones con mi psique la sonrisa se convirtió en una carcajada a pleno pulmón. Mis manos, con la misma fuerza que habían intentado arrancarme la cabeza agarraron el fusil y vislumbrándome solo en la cima de una montaña de muertos, realmente muertos comencé a disparar en todas las direcciones.

Ahmed observó el campo de batalla. Aquellas moscas que caían sobre los cadáveres, los envolvían y los transformaban en... otra cosa. Eran aberraciones contra el Emperador. No podía comprender cómo algo así podía existir, pero no era su trabajo. Su trabajo era acabar con todo enemigo del Emperador... Arrasar. Matar. Sin cesar.

Pero entonces escuchó aquellas palabras. Parecían normales, pero la voz... esa voz. Le estremeció. Era como si algo le recorriera en su interior, de arriba a abajo. No podía controlarlo. No podía.

Ahmed tenía el rifle apuntando y la mano en el gatillo... pero era incapaz de disparar. Con los ojos abiertos en extremo por el terror, el acechadunas se quedó paralizado en su sitio.

Es increíble lo rápido que una situación puede dar la vuelta. La podredumbre de aquellos seres y el horror que traían con ellos había sido suficiente para romper en buena medida el frente de batalla, acabando con varias unidades desmayadas en los suelos, o sollozando como bebes, mientras otras se disparaban las unas a las otras presa de la locura, algo que vosotros estabais viviendo en primera persona debido a la enajenación transitoria de Khaled, Janan y buena parte de los acechadunas, que os habían costado al sargento de momento. Verdaderamente, había cundido el Caos. 

Aunque la mayoría de demonios no parecían estar entusiasmados con moverse de sus sitios, por algún motivo, algunos vomitaban desde sus posiciones, acabando con sus nauseabundos fluidos con la vida de más imperiales. Por si fuera poco, dos de los tres Hellhound tenían su cañón Inferno atascado, y aunque en el caso del ¡Arde, zorra, arde! uno de sus tripulantes había salido ya, como si nada le importara, y estaba trabajando con el cañón, de momento no había conseguido nada.

Más no todo estaba perdido. Algunas unidades resistían, y aquellos benditos lunáticos que eran los nativos de Krieg seguían disparando salva tras salva, siendo incluso los responsables de fulminar a varios demonios. Incluso juraríais que estaban cantando algo por lo bajo al unísono mientras masacraban zombies y demonios. Definitivamente, por raros que fueran, se habían ganado que se les invitara a un amasec cuando volvierais a la base... Si es que volvíais. 

La risa se fue apagando cuando oí dos disparos... viendo a dos compañeros en la distancia caer. No conseguí vislumbrar quienes eran pero me hizo darme cuenta que mi fusil no estaba apuntando donde debería... había sucumbido al miedo y horror de aquellas criaturas y me tenía que redimir. Viendo la expresión de horror de mi pardilla, le grité. - ¡Vamos, tenemos que atravesar el lago, aun quedan muchos enemigos al otro lado, ayúdame a ir mermandolos! - Avanzando sin pensarlo para intentar reducir lo máximo posible al enemigo, aunque fuera a costa de mi vida. Tenía que conseguir que el emperador me perdonara por esa flojera anterior.

- ¡MORIR! ¡MORIR! ¡MORIR! ¡MORIR! ¡MORIR! ¡MORIR! ¡MORIR! ¡MORIR! - Gritó de forma repetitiva mientras disparaba sin ton ni son hacia donde su destrozada voluntad le decía. Él simplemente disparaba, reía y gritaba que TODOS iban a morir allí. Pero quizás fue ver como una precisa ráfaga de disparos provenientes de su arma fulminaban a su propio sargento lo que le devolvió a la realidad.

- Por el Emperador ¿Qué he hecho? - Se preguntó viendo el cadáver de su Sargento. ¡Él era médico! Y había hecho exactamente lo contrario presa del miedo. - ¡Emperador, perdóname! - grito mientras avanzaba hacia el cuerpo del Sargento, tomándolo entre sus brazos para ver si podía hacer algo por su vida.

Siguiente parada: La legión penal.

Ahmed miró a una decena de metros de su posición. El Sargento acababa de ser acribillado a tiros por uno de sus compañeros.

La mirada de Khaled parecía totalmente perdida mientras apretaba el gatillo, pero tras unos segundos de caos, su dedo se apartó del arma y el fuego cesó. Ahmed se quedó con los ojos abiertos como platos, incrédulo.

Su compañero acababa de abatir al líder de los Acechadunas. Abderramán... que tanto había hecho por el grupo... parecía muerto y bien muerto.

- ¿Qué has hecho? - Increpó a su compañero mientras éste se dirigía hacia el cuerpo del Sargento. Pero Ahmed no podía perder el tiempo. El enemigo se había reforzado y aún quedaban muchos por abatir.

Señaló en una dirección para que Yasira apuntara con él y ambos abrieron fuego a la par sin cesar de gritar.

- ¡Por el Emperadoooooor! -

Tanto barro, cuerpos en descomposición, escoria y suciedad hacían imposible ver dónde estaba su rifle, o quizás era la situación en pleno combate, pero por una razón o por otra, su rifle había desaparecido de su lado y cuando se dio cuenta de ello un sentimiento de culpa se apoderó de él, pero no pensó mucho tiempo en ello pues empezó a oír los cantos y palabras de las nuevas abominaciones que se lanzaban a por ellos. Su mente ya algo cansada se desquebrajo al verlos sonreir.

-JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA

Las líneas parecían mantenerse y, en parte, seguir luchando, pero había demasiados problemas. Muchos de los hombres estaban tan afectados por el miedo que eran absolutamente inútiles, o su efectividad había caído en picado. Dos de los Hellhound habían visto sus cañones Inferno atascados, y aunque uno de los tripulantes del ¡Arde zorra, arde! había logrado desatascarlo, a juzgar por el gesto victorioso y los gritos de sus compañeros, el último Hellhound había sufrido el mismo destino. 

Los Leman Russ, o estaban enfangados detrás de cortinas de tropas aliadas, o no tenían objetivos adecuados para sus armas, si es que les quedaba en efecto suficiente munición. Uno de ellos incluso había empezado a arrollar enemigos con sus orugas. Pero el problema principal consistía en que se suponía que tenían que estar avanzando, y llevaban ya casi un minuto enfangados en aquel lugar sin avanzar un solo metro... Si la situación no se desbloqueaba, puede que aquel asalto estuviera ya condenado. 

Con el cuerpo del Sargento entre sus brazos, rezando en busca del perdón del Emperador, se le ocurrió que quizás pudiera reanimarlo. Quizás, podía haber salvación alguna para él. Y le buscó el pulso en el cuello, intentando ver donde tenía las heridas más graves, buscando si había algo que podía hacer por él.
 

Su risa histérica lo consumió hasta que el sonido de las ejecuciones le hizo recapacitas sobre lo que había pasado. Había perdido por unos instantes la conciencia, y al fijarse a su alrededor vio a sus compañeros que estaban en la misma situación, sin contar con todas las bajas que regaban el campo a su alrededor y se fijo en la escena dónde el sargento yacía entre los brazos. Acercándose a ellos.

-¿Puedo hacer algo?, ¿como podría ayudarte?, por el Emperador ¿Como ha podido pasar esto?

Ahmed buscó un lugar donde tener algo de cobertura con la mirada, preparó su rifle y avisó a su pardilla.

Debían prepararse para continuar la batalla, pues el enemigo no frenaba su avance.

Allí seguían, sin avanzar apenas nada, con pequeñas victorias aquí y allá, salpicadas por el hecho de que no lograban moverse un ápice de aquel maldito lugar. Sin embargo, todos sabían que aquella situación no duraría para siempre. Tarde o temprano, el enemigo se impondría, si no lograban hacerle retroceder y avanzar de una maldita vez. Además, con las mil veces malditas artes oscuras del Enemigo, nunca se sabía qué se podía esperar. 

-Avanzar, avanzar, avanzar... - es lo único que tengo en la cabeza. El lago no parece lo suficientemente profundo para detener el paso de los zombies así que tampoco lo es para detener el mio. - ¡Vamos chicos! ¡¡Tenemos que ganar metros por el emperador!! - grito animando a mis compañeros a seguir cómo yo, mientras vuelvo a levantar el rifle y disparo.

- No hay nada que hacer. Esta muerto. - Sentenció el médico de los Acechadunas. - Descanse en la Gloria del Emperador. - Contestó así a Korlo, quien se había acercado a ver que había ocurrido. Se puso en pie, dejando allí al Sargento y tomó su arma entre manos. - Ahora solo podemos honrarle ganando esta batalla. - Y dicho esto, se dispuso a marchar hacia adelante, tomando su arma y comenzando a disparar.

Viendo como su camarada, entendido en las artes sanatorias, le confirmaba la inexistencia de vida en el cuerpo tendido de su sargento, Korlo decidió hacer la única cosa que sabía seguro que valdría de algo. Empuñar su arma y terminar la batalla. Iría junto a sus compañeros hasta dónde pudiera, para detener la aberración cada vez más insostenible y sangrienta.

La situación parecía seguir estancada, pero por desgracia para las fuerzas imperiales, eso no era realmente cierto. Primero llegaron los refuerzos enemigos. Con un sonido de pífanos y trompetas oxidadas que los precedía, detrás de la horda de zombies se intuía movimiento, y aquellos con mejor vista pudieron ver como llegaban varios pelotones de tropas enemigas... Aunque no se parecían a los desesperados milicianos traidores del asalto a las trincheras. 

Estos marchaban ordenadamente, su equipo, aunque marcado por el óxido y la suciedad, parecía totalmente funcional... Y era razonable pensar que sus rifles láser no estarían descargados como los de esos pobres diablos que enviaron a morir. Una cosa era abatir a las fuerzas no muertas, que aunque se contaban por miles, se movían lentamente y no podían responder a los disparos... Pero tener soldados competentes al otro lado dificultaba enormemente la tarea. 

Pero lo peor vino tras eso. Todos los Portadores de plaga que podían ver acabaron con su inactividad, y simultáneamente alzaron sus zarpas al cielo, entonando un breve cántico en algún lenguaje impío, que pronunciado a través de sus gargantas llenas de mucosidad y detrito no mejoraba precisamente. Y al sureste, una figura se alzó. Una figura humanoide, solitaria, empezó a flotar en el aire, alzándose cada vez más, para después empezar a retorcerse en el aire, mientras su cuerpo crecía y crecía... Tejidos se expandían hasta destrozarse y volvían a formarse, mientras un hedor realmente nauseabundo se impuso por encima del de la carne podrida y la basura que habían conocido hasta ahora. Finalmente, lo que había sido probablemente un ser humano aterrizó en el suelo. Pero ya no era humano.

Doce metros de montaña de carne putrefacta observaban a las fuerzas imperiales. Un ser imposiblemente obeso, con una cantidad tal de aflicciones que no podía seguir vivo, heridas abiertas plagando todo su cuerpo, incluso sus propios órganos internos expuestos, sin que pareciera importarle nada. En uno de sus brazos, una enorme espada de plaga. Y, tras observar todo el campo de batalla, se rió. Una carcajada demoníaca, llena de alegría, expulsada por una garganta llena de flemas y pus, recorrió el campo de batalla, encontrando su eco en todos los demonios que quedaban en pie. 

-¡SÍ! ¡SSSSSÍIIII! ¡VENID A MI, MORTALES, Y OS COLMARÉ CON LA ALEGRÍA Y LAS BENDICIONES DEL GRAN NURGLE!-proclamó, antes de romper a reír de nuevo. 

Sin embargo, esa risa no duraría mucho. Un agudo silbido se fue acentuando, un sonido que todo veterano sabía a qué precedía: artillería. De repente, las posiciones frente al flanco norte y la zona central de la avanzada imperial volaron por los aires. Trozos de cuerpos destrozados aterrizaron por doquier, y las fuerzas imperiales sintieron como sus pies se despegaban del fangoso suelo durante un par de segundos debido a las potentes explosiones. Incluso algunos dirían que los propios blindados también "saltaron". Cuando se despejó la neblina putrefacta alzada por la explosión, se pudo ver como los demonios que ocupaban esas posiciones habían sido reducidos a nada, y junto a ellos, aproximadamente la mitad de los enemigos que avanzaban hacia ellos. Con un grito de dolor y rabia, la mole volvió a hablar.

-¡NO! ¡MIS QUERIDOS NIÑOS! ¡LO PAGARÉIS, MORTALES, NO PODRÉIS ESCAPAR DEL GRAN NURGLE!

Tras la amenaza, los emisores vox de todo el destacamento imperial chasquearon antes de emitir la voz del Lord General Marius Hephaestus:

-¡A todas las fuerzas leales que puedan recibirme! ¡Ordeno la retirada, reagrúpense y retrocedan ordenadamente a la posición designada como Fénix! ¡Repito, retrocedan a Fénix!

Para aquellos que aún no habían perdido la cabeza por el horror de aquella mole, quedó claro que no volvían a las líneas imperiales. Fénix estaba en tierra de nadie, algo debía ocurrir para que su vuelta a las trincheras se viera negada de ese modo. 

Ahmed no podía creerlo. Aquella cosa quizá había sido humana alguna vez. Pero las heridas supurantes, todos aquellos órganos expuestos, los trozos de piel, carne y hueso colgando. Aquella visión de pesadilla le superó.

Se llevó las manos a la cabeza soltando su rifle y gritó. Algo muy dentro de él... un terror más allá de lo cognoscible comenzó a removerse. Estaban perdidos. Iban a morir todos. Era una certeza.

Cayó de rodillas, se llevó las manos al estómago y echó todo el desayuno de por la mañana.