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Cólera se enganchó por la espalda al gran trasgo y empezó a arrancarle trozos de su cuerpo a base de mordiscos y arañazos, hasta que no aguantó más y terminó cayendo al suelo inconsciente. Después, Filos lanzó de nuevo el conjuro que ya era un habitual en él, dejando a uno de los trasgos y a un gran trasgo dormidos.

Tan solo quedaba uno de aquellos combatientes en pie, y Huesos dio un paso para atrás para coger distancia y trató de asustarle sin ningún éxito. Así que dio un paso hacia delante y se encaró con Filos tratando de clavarle su espada pero golpeando tan solo su armadura.

Filos sonrió al único gran trasgo que quedaba cuando vió que su compañero caía y, tranquilamente, se mofó de él.

-Ahora, ¿Qué vas a hacer, eh?... Pobre estúpido...

Después, con un sereno paso hacia la derecha, se colocó frente a él y, riéndose por lo bajo con crueldad enterró su hacha en su cuerpo en una trayectoria descendente diagonal, entrando por su trapecio e incrustándose hasta el corazón.

Cuando el Filo del Ocaso retiró su arma, la sangre manó a chorros y el trasgo, prácticamente partido por la mitad, se desplomó, muerto.

Como si de un perrero se tratase y la cría de dragón fuese su más voraz sabueso, Huesos hizo un gesto a Cólera indicándole que tenia vía libre para dar rienda suelta a su malicia con los pobres desgraciados que habían caído bajo el influjo del hechizo de Filos. Por su parte, él se lo tomó con calma. Guardó lanza y escudo y sacó su guadaña ceremonial. Ya que podía matar a sangre fría iba a ofrecerle a su dios aquel sacrificio.

Dejando tras de sí un rastro de sangre ajena Cólera avanzó con trotecillo alegre hasta el siguiente gran trasgo dormido, abriendo sus fauces sobre su cuello pulsante con su respiración. Con un meneo de hombros, cadera y cola dejaba claro que le encantaba jugar con la comida, si despertaba ahora lo atacaría y, si no lo hacía lo descuartizaría en breves.

Cástor, herido de manera más que notable, decidió dejar la no muy honrosa tarea de rematar a los heridos a sus compañeros, mientras buscaba en su interior las fuerzas que Pélor había puesto en él e invocaba su renovadora gracia sobre sí mismo. De poco uso sería tan herido, de todos modos, así que lo mejor era que se preparara para lo que hubiera de venir. 

Los aventureros remataron a los grandes trasgos que habían caído al suelo ya fuera por el sueño del conjuroo de Filos o por los ataques del resto de sus compañeros. El resto de trasgos que había en la sala estaban colocados en una esquina aterrados por lo que acababan de ver. 

Aquella sala tenía tres puertas, dos de las cuáles tan solo conducían a las letrinas de la habitación. También había un agujero en la pared que daba lugar al pasillo por el que los grandes trasgos habían aparecido.

Filos, ya cansado de tonterías, agarró a la hembra de antes y le dijo:

-Donde está vuestro líder. Sólo necesitamos matarlo a él y se hará la paz. Piensa y toma la mejor decisión.

El gran trasgo abrió los ojos cuando Cólera de un brinco se plantó sobre su pecho, lo único que vió antes de que le devorasen la cara fue la expresión de perversa alegría de un dragón tan pequeño como un mapache. El griterío fue escalofriante, alaridos de pánico de una monstruosidad adulta incapaz de evitar ser alimento en vida para una fierecilla recién eclosionada.

Para cuando terminaron los estertores, convulsiones y salpicaduras de sangre Cólera había echado pancita, regurgitaba para mascar lo que no le cabía en el cuerpo y movía la cabeza de lado a lado de pura exultación, sus garras rasgando la armadura de manera distraída mientras miraba a los demás.

- Zí-zí-zí-zí... Toroz bibos ytasgoz muedtoz- hablaba más despacio y peor que de costumbre, mordiendo un nuevo trozo de trasgo y tratando de retener en su boca más de lo que podía tragar- Kebien, kebien, kebiennn- comenzó a jadear y boquear con dificultad, algo molesta por la situación, pues se negaba a parar de comer pese a que se resentía.

Ramase sabía muy bien qué sensación de euforia se tenía cuando disponías de una víctima a tu merced. Era difícil saber cuándo parar.- Cólera, para ya o te empacharás.- Le dijo sin reproche en su voz, sino más bien como un consejo. Sin bajar la guardia esperó a ver el resultado del interrogatorio de Filos antes de decidir por dónde ir.

Cástor observó la situación, mientras poco a poco sus heridas se cerraban por arte de magia, a una velocidad muy superior a la que cabría esperar en un humano. Todo gracias a los dones que Pelor había volcado sobre él. Sin embargo, mientras recuperaba salud y aliento a partes iguales, no pudo evitar reparar en el espectáculo que estaba dando Cólera. Un comportamiento que le hizo fruncir el ceño con disgusto. 

-Cólera... No debes caer tan bajo, la barbarie y la masacre son propios de los débiles que no saben hacer otra cosa. 

Quería replicarle, quería hacerlo de veras; sacarle la lengua a Cástor como locuaz respuesta a su reprimenda. Lo que salió sin embargo fueron los indigestos contenidos de sus tripas entre ahogos y toses. Con babas verdosas por doquier y jadeando después de su primer exceso desde que eclosionó Cólera miró con resquemor al clérigo, dolida en su corazón por no tener la razón de su lado ni la fuerza para arrebatársela a él.

La trasgo, asustada por el intento de intimidación de Filos, más que de diplomacia, señaló el camino que llevaba al pasillo sin decir absolutamente nada más. Allí era donde debía estar el líder de aquella tribu.

Filos la apartó de un manotazo y echó a andar hacia el pasillo. Le había molestado el ataque sorpresa de los trasgos, que lo había obligado a desperdiciar una magia preciosa. Hacha en mano, el duskblade se preparó para el que esperaba que fuera el combate final

Seres traicioneros y cobardes. Eso es lo que eran los trasgos. Lo sabían y no podían esperar otra cosa. Armado con escudo y lanza, el renqueante Huesos siguió a Filos pro el pasillo.

El malestar del momento molestó sobremanera a Cólera, quien por un momento hincó el diente de nuevo sobre el trasgo, pero la idea de que Cástor pudiera tener razón respaldada por el pringue a sus pies le llevó a liberar la carnaza y a acompañar a los demás sin chistar más.

- Zoy fuedteh, tazgoz zanjran i io mloz komo- aquello no era una disculpa de su comportamiento sino una reflexión simplona, pero golpeó con sus incipientes cuernos contra las grebas del clérigo de Pelor, quizás un gesto de aprecio por su preocupación, quizás un desafío a futuro.

Cástor observó con preocupación a la bestezuela, aunque su gesto se relajó un poco al ver como dejaba aquel macabro festín. Sin duda habría que enseñarle modales y orientarla para alejar a la cría de sus oscuros impulsos, pulsando en su sangre reptiliana. Pero aquel no era el momento. En aquel instante, debían dar con el líder trasgo y evitar más sinsabores a los habitantes del Acantilado Verde. 

El grupo de aventureros tomó el camino que el trasgo les indicó hasta que llegaron a una pequeña sala compuesta por una sala que parecía de entrenamiento, acompañada de una mesa rodeada de algunas sillas. Aquel lugar parecía una salita de estar, o para entrenar, pero lo único destacable del lugar era un cofre, y un par de pasillos enfrentados. 

El pasillo les llevo hasta una sala de estar o de entrenamiento donde lo único que destacaba era un cofre.

-Si no pudiéramos abrirlo nos lo llevamos así.

Cástor siguió a los suyos, hasta que llegaron a aquel lugar, dando con ese cofre. Debían seguir, pero ante la sugerencia de Huesos, le miró extrañado. 

-No sabemos si está cerrado. Y aunque así fuera, alguien ha de tener la llave, no lo forzarán cada vez que necesiten abrirlo-razonó el clérigo-aún así, deberíamos continuar y acabar con esto de una vez por todas.