Partida Rol por web

Al fin llegamos a tierra y por mucho que me gustaran los barcos, la compañía de otros nunca había sido de mi agrado, al menos ahora podría tener un respiro si no fuera porque no soy capaz de quitarme de la cabeza las malditas cartas. Bajo por la pasarela siguiendo a la pareja desde una distancia prudencial durante un corto trayecto, pero la espesa niebla y mi deficiente vista me juegan una mala pasada haciéndome perder la estela de la pareja.  

Me detengo maldiciendo mi suerte aunque por otra parte quizás al fin pudiera así descansar. Pienso en pedir un taxi, pero la relajante brisa proveniente del Mississippi me acaricia con delicadeza mi fría piel, tal vez me ayudara a sentirme mejor, esas eran las pequeñas cosas que hacían a una disfrutar de esta vida, siempre endulzadas por la ilusión de poder que me otorga mi descomunal fuerza y por supuesto, el dinero.

Por la otra acera distingo la alta y corpulenta figura de quien sin duda no puede ser otro que Fowler, aunque no es necesario intercambiar ningún tipo de palabras, cada uno seguirá su camino sin necesidad de hacer gala de absurdos comportamientos sociales. Por desgracia, mis pasos de forma irremediable me hacen cruzar la calle para llegar así a mi destino, mi piso, acercándome al vástago y creando una de esas situaciones en las que el silencio eclipsa los gritos de una festividad como esta y por las que muchos dicen sentirse incómodos, sinceramente ahora mismo prefiero este silencio que una conversación banal.

Al volver la esquina, la visión de la extranjera no hace más que provocar una enorme mueca de desagrado en mi rostro, mientras el sonido una botella al rodar acapara la escena, seguida de tres personas que comienzan a rodearnos. Todo pasa tan rápido que no tengo tiempo de reaccionar hasta que los tengo encima. Muevo la cabeza observando los objetos que portan, amenazantes como las extrañas palabras que profieren a continuación.

Nada me fastidia más que me hagan perder el tiempo, yo tenía una idea de mi destino y no contaba con mancharme las manos, pero vista la situación, ni siquiera aunque quisiera podría evitar eso ya. Siento como la sangre burbujea de furia en mi interior, aprieto el asa de mi maletín con fuerza mientras llevo mi otra mano hacia uno de mis bolsillos.

La advertencia de la cainita es vana, no tienen ninguna oportunidad de sobrevivir. Pienso calmar al fin toda la rabia que he tenido que aguantarme hasta ahora. -¿Y tú qué dices puto imbécil?- Le contesto, pero me da igual, me importa una mierda el significado de sus palabras.

Príncipe… Suelto un bufido de desprecio. -Lamentarás la noche en la que quisiste bailar conmigo.- Digo amenazante mientras extraigo una pequeña navaja mariposa de mi bolsillo y la abro con un grácil movimiento de muñeca. 

Dejo caer mi maletín al suelo a la vez que flexiono las piernas levemente a la espera del menor indicio de debilidad, no tengo sed, pero pienso deleitarme con su sangre y su dolor.

Augustus descendió pausadamente por la pasarela que conectaba el Delta Night a Nueva Orleans como el cordón umbilical une a un recién nacido con su madre. La imagen le resultó tan graciosa que dejó escapar una corta risotada según se le ocurría, por esa dimensión tan sutil que a cualquier otro se le habría escapado: el Delta o, mejor dicho, el Príncipe, igual que el neonato de la metáfora, no era más que un parásito inadvertido.

Un breve mensaje de texto llegó justo entonces, advirtiéndole de que Roland no llegaría a tiempo en su busca. No importaba. Cuando había sido un mortal había pasado tanto tiempo caminando de pueblo en pueblo que, ahora que era un no-muerto realmente ocupado, incluso lo echaba de menos. Pasear ayudaba a reflexionar, y eso era algo que necesitaba con urgencia. La noche, al fin y al cabo, había sido un verdadero punto de inflexión para él y para muchos de los miembros de la Estirpe de Louisiana.

Fue por esto, por estar tan inmiscuido en sus propios planes, que no se dio cuenta de que caminaba muy cerca de Jane. Abandonaron el muelle en silencio para adentrarse en un callejón, y lamentó entonces el no haber tenido la oportunidad de mantener una conversación con ella.  Ahora que lo pensaba, él no la habría echado en falta. Aunque a veces la perdiera su mal genio, la Brujah no tenía rival a la hora de introducir mercancías en la ciudad. Lo prudente, sin embargo, sería esperar. Sabía que a ella la velada se le había hecho eterna, y que su humor para lo que quedaba de noche no era de la clase del que se prestaba a hablar de negocios.

Alguien les esperaba en el callejón. Era la señorita rubia, la desvergonzada que de tanto azuzar a a la estrella del rock había estado a punto de mandarle al frenesí. La obvió, mientras seguía caminando, hasta que los vio a los tres. Estaba seguro de que a muchos de los tripulantes del Delta la mera apariencia de los tres vampiros les habría resultado aterradora, pero sabía que ni a él ni a Jane se lo parecía. Sonrió en cuanto la vio cerrar los puños según ellos cerraban la distancia que les separaba y él empezaba a quitarse la chaqueta. Sin lamentarse, la dejó perfectamente doblada sobre un contenedor de basura que aguardaba

“¿Has bailado alguna vez con el diablo a la luz de la luna, hijo de Caín?”

Su lengua bífida se sacudió, insultada, en el interior de sus fauces, pero antes de que pudiera articular una respuesta Morgan lo hizo por todos con una elocuencia cruda. ¿Hijo de Caín?, pensó, mientras se arremangaba, concentrado en llenar de sangre sus músculos.

El rostro de Caroline solo expresaba un atisbo de fatiga mientras caminaba, alejándose del Delta para buscar el modesto sedan, lógicamente aparcado a un par de calles de las luces portuarias. Era el precio a pagar para que no compararan su humilde estatus con las limosinas u otras excentricidades que montaban los vástagos en estas noches.

Reencontrarse con Jasper y Eris no hacia la caminata mejor ni peor, pero aquel pequeño beso en la despedida si aliviaba un poco la línea de pensamientos que seguía agobiándola desde el barco. Ojala todo fuera tan simple como pregonaba la pequeña. No obstante, demasiado cansada para replicar, solo meneo la cabeza en forma resignada mientras dibujaba una sonrisa cansada, y redujo el paso para ir con ellos, por lo menos hasta el auto.

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Entonces aparecieron, haciendo que los músculos de sus brazos se tensaran. Tres figuras salidas del mejor evento de “freak show”, armadas  y al parecer, curiosamente conscientes de a quienes les hablaban. 

-Supongo que no son amigos tuyos, Jasper. +murmuro, mientras empujaba levemente a Eris para que quedara bien detrás del fanático de las cartas. Ella retrocedió ligeramente hacia el costado, para ponerse mas cerca de la pared mientras iba descalzandose de los incómodos tacones, uno en cada paso.

Los ojos de Caroline eran dos piedras preciosas, pero por su dureza solamente. La elección de las palabras no podía ser coincidencia. Estos gamberros sabían a lo que se enfrentaban, lo cual reducía a su vez, las chances de quienes serian. De haber estado sola o en una cacería normal, habría retrocedido inmediatamente y buscado la seguridad de la manada humana… pero no esta noche.

No después de pasarse toda una maldita velada con los verdaderos monstruos de la ciudad, los que paseaban en trajes de gala y hablaban con presuntuosa etiqueta de las banalidades más idiotas. En comparación, este teatrito resultaba como ver una cucaracha en la almohada tras salir de una “Pesadilla en la calle Elm”. Simplemente, perdía todo su efecto. Y, en su estado emocional actual eso también significaba otra cosa: eran algo con que podía desquitarse.

-¿Me repites la pregunta, querido?... Por favor. +contesto finalmente a los sujetos de la mascara, en un tono tensamente calmo. Mientras lo hacia, invocaba los poderes de la sangre para prepararse*, y se mantenía consciente de donde se ubicaba cada uno. En especial, calculaba la distancia que la separaba del que llevaba un machete. Esa era el arma que quería.

¿Es que esta maldita noche no se va a acabar nunca? 

Cruzo los brazos y enarco una ceja hacia los anarquistas estúpidos que nos han salido al paso, amenazándonos con armas que ya eran viejas cuando yo era joven. Oh, sí, el rollito de las máscaras en plan "La purga", está muy bien. Muy intimidatorio y todo eso, pero llevo una noche de mierda y no tengo paciencia para estas cosas.

-Excusez moi -comento, mirando de reojo hacia el cainita que se ha ofrecido a llevarme. Le he visto entrar en frenesí por menos, así que espero que llegado el momento adecuado, sepa distinguir amigo de enemigo-, yo no soy una hija de Caín, soy humana. ¿Puedo irme?

Lavonne sintió el agarre inesperado de alguien, volviéndose para descubrir a nada menos que al macarruzo sin modales que llevaba toda la noche metiendo las manos donde no tocaba. Había podido darle esquinazo hasta entonces, pero no podía dejarla tranquila en los últimos momentos. ¿Qué esperaba? ¿Que se quedase quietecita como una muñeca? ¿Que se derritiese en sus brazos como el chocolate al sol? Ya había tenido suficiente. De él y de todos. Algo hizo "clic".

—¿Pero quién te crees que eres? —exclamó cruzándole la cara para seguidamente apartarlo de ella de un empujón que, si bien no fue muy fuerte, dejó claro lo que pensaba de él y sus libertades.

No necesitaba un Sire ni un caballero. No necesitaba ni a Jeremiah ni a Sebastian ni a ningún otro hombre que pensase que era un pobre pajarillo indefenso. Y un instante después aterrizó en el suelo por culpa de Jeremiah, quien acababa de perder los papeles por completo. Y no fue el único. Sintió el golpe, el rasguño del suelo contra la piel y la vergüenza golpear sus mejillas como un latigazo. Aquella noche había sido el colmo de aquella estúpida ridiculez que había consentido durante demasiado tiempo.

—¡¿Y por qué demonios debería escuchar una sola palabra tuya?! —gritó, levantándose.— No eres más que un niñato caprichoso. Ni siquiera me sorprendería que me hubieses metido en todo ese asunto del maldito broche sólo para probar que soy tuya. ¿Y qué vas a hacer? ¿Eh? ¿Pegarme para demostrarme lo mucho que me quieres? ¿Meterte en mi cabeza? ¿Encerrarme y llevarme de vuelta a Londres? Adelante. Nada de lo que hagas va a cambiar el hecho de que te aborrezco.

Las palabras del toreador hacen que los atacantes se miren unos a otros por un instante, titubean y miran al que porta el bate que parece el líder de los tres.  

pero mi único Príncipe soy yo

Respuesta equivocada, espetó mientras golpeaba el bate contra su mano. Aunque tienes valor, se te respetará por no adorar a falsos ídolos. 

El anciano intentó continuar su camino pero con celeridad le cortó el paso y con toda la fuerza dirigió su bate directo a su estómago. 

Coged al principito, no le hagáis daño. 

Los otros dos cainitas se dirigieron hacia Sebastian que con su gran agilidad consiguió esquivar al primero que lo había subestimado pero el segundo lo sujetó fuertemente por la espalda dejando pocas posibilidades de movimiento.