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Rifts 20: Rifts Warriors Legacy.

Relatos de las Grietas.

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27/12/2015, 19:06
RIFTS.

RELATOS DE LAS GRIETAS:

Notas de juego

/ Escena de narraciones.

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27/12/2015, 19:07
Equilibrium.

HISTORIA DE EQUILIBRIUM:

Mi padre siempre me dijo que era un niño especial. Él sí era especial, un reportero muy querido por el gobierno que en sus últimos años se dedicaba a denunciar la maldad de los Gobiernos de la Coalición y de Whykin, famoso y respetado hasta el final. Murió cuando yo era un niño, abatido por unos soldados de Whykin, en medio de un reportaje encubierto.

Desde ese momento me entrené para ser un reportero tan bueno como él. Hacía ejercicio para ser ágil, aprendí cómo abrir cerraduras y detectar trampas que hubiese en los lugares a los que me metería a averiguar algo. El trabajo de un buen periodista incluye ser capaz de ver y oír lo que nadie más es capaz y mi sueño siempre fue ser como él, el héroe que más admiraba.

Incluso me acerqué a ciertas pandillas y chicos de la calle con quienes aprendí ciertas mañas que me serían muy útiles para ejercer mi soñado destino. Junto con ellos me metí en un par de casas y las vaciamos sin que nadie se enterase. Nunca nos atraparon.

Entendí que no era tan especial como él decía la primera vez que mi instructor militar me pateó por no ser capaz de superar un obstáculo. Como todos los jóvenes de Kingsdale, entré en la instrucción militar obligatoria cuando cumplí los 18 años, así que entré a los campos de entrenamiento. Me patearon el culo como si no fuese más que un perro y sufrí siendo especialmente abusado pues mis instructores conocían la fama de mi padre, la que usaban para burlarse de mí, argumentando que ser el hijo de un famoso no me hacía una celebridad ni me daba beneficios. Sentía incluso que se me exigía más que al resto.

Por lo menos ahí aprendí a usar armas, armaduras de combate y a combatir. El entrenamiento militar no se me daba tan mal pero la verdad es que nunca tuve el carácter para seguir órdenes. Estuve casi tres años en la instrucción.

El Instituto de Kingsdale es la única institución educativa de importancia en la ciudad después del apocalipsis y fue en ella donde estudié para ser un reportero, igual que mi padre. Mi carrera de periodismo duró cuatro años y fui un alumno excepcional, obteniendo calificación máxima en todas mis asignaturas y graduándome con honores. Durante todo ese tiempo supe que era el mejor y que definitivamente sería el mejor. Nadie había tenido mis calificaciones en los registros y eso hizo que tuviese gran fama entre los estudiantes y docentes. Me sentía una estrella y definitivamente lo era.

Entré a trabajar como reportero para ser como mi padre y sabía que sería una gran figura pues era especial, tal como él decía. Empecé siendo solo el que revisaba la ortografía del periódico barato en el que trabajaba. Después recortaba las fotografías y encuadernaba las noticias, pero no tenía derecho a cubrir ninguna. Mucho tiempo pasó sin que fuese alguien ni hiciera algo útil hasta que conseguí que me ascendieran para hacer algunas notas. Recuerdo lo emocionado que estaba cuando me dijeron que sería un verdadero reportero.

Mis primeros trabajos no fueron lo que esperaba pues sólo me enviaron a cubrir noticias menores y sin importancia, como inauguraciones de edificios y peleas menores del pueblo. Me sentí estúpido, un fracasado sabiendo que en realidad podría hacer lo que quisiera. ¡Era especial, con un demonio! ¡Podría cubrirlo todo y meterme en el mismísimo palacio de la C.S. para revelar su maldad y en cambio me tenía reporteando la nueva pastelería! Me enojé y le reclamé al director del periódico, incluso invoqué el nombre de mi padre para que supiese qué es lo que estaba desperdiciando. Conseguí la oportunidad de mi vida un año después de haber entrado a trabajar.

El trabajo consistía en denunciar a un supuesto colaborador de Whykin demasiado bien situado en esta ciudad como para levantar sospechas. La información llegó de forma anónima e indicaba el barrio en el que supuestamente se escondería. Decía también que las autoridades habían desechado la información, por lo que probablemente era un pez gordo. El Director me dijo que debía ir e investigar para informarle a él personalmente. No debía hacer nada estúpido y sólo informarle a él.

Hice mis averiguaciones y encontré sólo una persona que cumplía con las sospechas. Era un médico de la zona. Le seguí y aceché hasta que noté que todas las semanas entregaba correspondencia a un tipo muy discreto, no perteneciente a ninguna agencia de mensajería, que la llevaba hacia Whykin. Entré a su casa una noche y revisé sus cosas hasta que encontré cartas de un hermano suyo que era un político en esa ciudad. Todo calzaba, el hermano político le había enviado a Kingsdale para que averiguase cosas de nuestra ciudad. Sonreí pensando que ahí estaba mi camino a la gloria.

Cuando llegué al periódico, me asaltó un funesto pensamiento: Se habían burlado de mí todo este tiempo volviéndome su esclavo y luego, ridiculizándome como un reportero de última categoría. Si entregaba los datos, otro lo publicaría y me harían a un lado. Eso es algo que no podría permitir.

Me infiltré, tan bien como siempre he sabido hacerlo y encuadré la noticia en el nuevo periódico, en la misma portada para que nadie pudiese ignorar mi nombre. Las imprimí rápidamente y convencí al editor de que eran órdenes de arriba que la edición fuese antes pues era una noticia importante. Si no fuera tan bueno mintiendo, no hubiese cometido tamaño error.

El periódico se repartió por todo Kingsdale mostrando la evidencia de la cercana relación entre el médico y un político de Whykin. Entré triunfante a la oficina del Director luego de que se publicase y distribuyese mi logro. El rostro del hombre estaba pálido. Se puso de pie y me dio un puñetazo antes de gritarme que debía informarle a él. Que el médico no era un espía sino un informante del periódico que recibía información a través de su hermano, el verdadero espía. Me dijo que lo había hecho como una prueba para ver si yo tenía lo que a mi padre le sobraba, pero en cambio era un imbécil que no fue capaz de ver la verdad y con demasiada arrogancia como para seguir instrucciones. No sólo había fallado, sino que le había cagado la vida a mucha gente.

Supimos que el espía político de Whykin fue ejecutado ese mismo día, probablemente los espías que tienen en Kingsdale leyeron en periódico e informaron. Su hermano médico se suicidó después de eso y yo sabía por sus cartas que era porque no tenía a nadie en el mundo más que a su hermano. El periódico fue cerrado por el escándalo social y político que desató la presencia de un espía de Kingsdale en Whykin. El Director del periódico desapareció dos días después. Sentí incluso que me seguían, pero yo sabía escabullirme demasiado bien como para ser atrapado tan fácilmente.

Necesitaba protección o me atraparían tarde o temprano. No sabía si eran de Kingsdale o de Whykin aunque me decantaba más por la segunda opción. Me alisté en el ejército para perderme entre sus filas y con protección si es que mis perseguidores eran de la ciudad enemiga. Si detectaba cualquier clase de presión, sabría que eran de los nuestros y tendría que escapar de la ciudad.

Recordé la sensación de las botas militares en el rostro el primer día como soldado. No fue estimulante, pero sabía que era la única forma de mantenerme seguro hasta pensar en algo mejor. Me mantuve en entrenamiento un año durante el cual no sentí nada extraño, nadie me seguía y los militares no sabían nada. Renuncié después de eso, pero mi vida ya era una mierda.

Cuando salí de los cuarteles, nadie me esperaba. Mi casa había sido saqueada, no tenía amigos y los pocos conocidos me cerraron sus puertas en la cara cuando quise hablar con ellos. Un año no había bastado para que olvidaran o perdonaran lo que había hecho. Sólo conseguí un empleo barriendo y limpiando un edificio residencial del barrio bajo.

Casi un mes aguanté viviendo así, comiendo de mi miserable salario y viviendo la vida más patética y sin sentido que se pudiese tener. Mis sueños ya se habían quebrado en pedazos y mi existencia ya no tiene ningún sentido. Jamás seré lo que esperaba ser y jamás podré ser lo que mi padre deseaba que yo fuese, pues él quería que su hijo hubiese sido más grande, pero no le llegaré ni a los tobillos por el resto de mi vida. ¿Por qué un joven especial debía vivir y morir como si no fuese nadie? Definitivamente el mundo estaba loco.

Un día escuché a unos pandilleros del edificio que limpiaba, hablaban de unos implantes que te daban capacidades inhumanas con las que podrías hacer lo que quisieras. Un tipo los ponía de forma ilegal en el barrio a pesar de que los mismos se ponían en centros legales, pero debías pasar ciertos exámenes y yo sabía que nadie que hubiese escuchado de mí me autorizaría. Tenía que hacerlo y nadie debía saberlo.

Recogí los pocos ahorros que me quedaban, parte herencia y parte mi sueldo de una vida anterior. No los había necesitado mientras estaba en el ejército pues ellos me daban todo, por lo que aún tenía una muy respetable cantidad de dinero. También tenía guardadas cosas de mi padre y de mis tiempos de pandillero, todo a buen resguardo en el banco. Saqué todo y fui a ver al tipo.

Le di todo mi dinero y me drogó hasta caer inconsciente.

Cuando desperté, tenía unos discos enterrados en mi cabeza que pude cubrir con el sombrero de viaje de mi padre. El tipo se había marchado sin rastro, mudándose, pero el trabajo estaba bien hecho. Sentí desde el primer momento las mejoras que me brindó: La fuerza, la rapidez, los sentidos. Todas las cosas que me ofrecía aquel nuevo poder es justo el camino que necesitaba para la gloria que tanto merecía y que se me había escapado.

Tomé todo mi equipo, vendí algunas cosas para comprar algo más ad-hoc para mi nueva profesión y mi nuevo destino.  También robé un poco, pero nadie tiene por qué saberlo. Ahora seré un jodido superhéroe que arreglará este mundo de mierda donde nada es como debiese, siendo yo mismo el mejor ejemplo.

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15/05/2016, 12:17
Alexa.

Alexa: Texto Primero de Las Grietas.

Pasaba suavemente la mano por encima de la tela del bordado edredón. Los dibujos estaban desgastados, pero aún así seguía siendo bello. Una reliquia de otro tiempo. Un lazo al pasado, a la Abuela. Abuela. Sabía su nombre porque lo había descubierto al tener que lidiar con los papeles de la casa, con todo el jaleo con el alcalde, y la lucha legal por hacerse con ella, como si no tuviera derecho, como si no le perteneciera. Pero la había recuperado, había conseguido quedarse con la casa. Y descubrir el nombre de la Abuela: Rosa.

Esta era su herencia, su legado, pero no era el único. Le debía mucho más. Abuela había sido la que la había criado, la que la había sacado de las calles cuando ella empezó a estar más bajo las estrellas que bajo techo. Lo había hecho con la mejor de las intenciones, quería para Alexa una vida agradable. No normal, eso ya no era posible, pero hizo lo que pensó que era lo mejor para la niña, la llevó al Colegio de Magia para que la educaran allí.

Y allí se quedó estudiando, practicando. Tenía madera de psiónica, más que de maga. Brotó poder de su interior, lo tenía, y no era necesario que anduviera las Líneas para obtenerlo, lo hallaba en sí misma. No como Muxu, su compañera entonces y después, que era una genuina Ley Line Walker. Fue por Muxu que, al morir la Abuela, ella se decidió a salir del nido. Del Colegio, y, aún más osado, de DarkGate. No conocía nada fuera de la ciudad, apenas había visitado la granja de una familia wolfen que había sido masacrada por los ghouls, pero allí se había dado cuenta de lo que era la realidad del exterior, fuera de los algodones en los que vivía.

Y ya no estaba la Abuela, bendita fuera por todo lo que la había querido, por todo lo que le había procurado. Por eso ahora había luchado con uñas y dientes por la casa, para que nadie borrara su recuerdo.

De modo que se decidió, la muerte de ella y la de la familia wolfen la decidió. Eso y saber que Muxu se iba. Con los aventureros que se habían enfrentado a los ghoul. Irían allí donde la injusticia y los desalmados abusaran de gente como ella, como la Abuela.

La mañana del 25 de diciembre del año 103 Post Apocalíptico amaneció con frío y el cielo nublado. El viento movía matojos secos en las aún desiertas calles de DarkGate.

"Hoy es el primer día del resto de vuestra vida, pues es el día en que os lanzáis a la aventura". Lo había leído en alguna parte, y era sí para ella, así había sido para ella...

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13/07/2016, 18:51
Alexa.

Alexa: Texto Segundo de Las Grietas.

Convertirse en un Héroe.

Era un deseo extraño, ella no era más que una chiquilla, después de todo. Acababa de emanciparse de las faldas, protectoras a pesar de la disciplina y el sacrificio, de la Escuela de Magia de DarkGate. Con más corazón que cabeza se había unido a un puñado de personas desconocidas, de las que sólo sabía lo que la gente decía de ellas. Bondad, Honor, Altruismo... se presuponía. Porque eres lo que haces, dicen, y esas personas acababan de arriesgar sus vidas por salvar las de otros. Y no sólo eso, iban a seguir haciéndolo.

Leyenda.

Oh, sí. Y lo que de romántico comporta esa palabra. Así se narran las historias, así se forjan mitos. Pero la realidad es que los héroes son personas de carne y hueso, o de chip y jeringa, da lo mismo. Personas que comen, y que defecan; personas que sufren, que aman, que pillan resfriados.

Anochecer del 25 de Diciembre, año 103 Post Apocalíptico.

Alexa tiritaba en sus ropas casi andrajosas cuando llegaron a la casa de postas. Podía sentir el peligro de un modo tan aplastante que dolía. En silencio, junto a ella, sus nuevos compañeros miraban los restos de huesos machacados, digeridos, que indicaban la presencia que ella ya llevaba mucho tiempo notando. Un depredador de medida y fiereza descomunales, un señor de entre los depredadores. Las ruinas de esa antigua parada de diligencias contenían la amenaza que los iba a hacer héroes. O que les traería la muerte.

Todos los Héroes mueren.

Fácil de decir, pero cuando te enfrentas a la realidad, el miedo se hace sólido, te envuelve, te paraliza. Y así se vieron todos, absolutamente todos, cuando el T-Rex apareció. Bien, no, su yegua, la joven y fiel "Tostada", se quedó pastando como si nada cuando ella desmontó y se arrodilló, lentamente, apuntando su pistola al carnosaurio. Y vaciándola.

Lo que siguió fue fruto de la suerte, del coraje y de la temeridad a partes iguales. Los guerreros, separados en dos grupos, combatiendo ya no a uno, sino a dos tiranosaurios. Y ella y Muxu intentando salvar la vida de Vicky y de Goldman. 

Y, en contra de todo pronóstico, en contra de su propia intuición, de la de todos ellos, del más agorero de los destinos planeando sobre sus cabezas, sobrevivieron. Vencieron.

Y cuando la noche les alcanzó, espesa, aviesa, supo que ella ya no era aquella niña ingenua e ilusionada que apenas unas horas atrás se había alejado de DarkGate. Que el miedo dejaba huella. Que ser Héroe pasaba factura.

Pero la Gloria es eterna...

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08/08/2016, 23:44
Raxus.

CLAN SILVERAXE, HIJOS PERDIDOS.

El primer Silveraxe que cruzó las Grietas huyendo de un genocidio que amenazaba con extinguir a la raza enana en nuestro olvidado mundo de origen, fue mi abuelo Akhâtros Silveraxe. Empuñaba una reliquia familiar, el hacha de Plata Auténtica que llevaba generaciones en la familia y tras un vistazo a este nuevo mundo arrugó la nariz. Nunca, durante el resto de su vida, dejaría de ser un extranjero en él. No obstante antes que permitir la extinción de su pueblo les hizo cruzar la traslúcida Grieta, y así mi abuela Blanka y mi padre Aradûn, aún un mocoso imberbe la cruzaron, así como los pocos supervivientes de algunos clanes.

Estos hechos sucedieron en el 02 PA, y no hubieran sobrevivido sin la ayuda de otros enanos que ya llevaban meses en la Tierra de las Grietas. Éstos provenían de otros mundos, más avanzados tecnológicamente, mientras que los Silveraxe provenían de un mundo en el que la tecnología no había avanzado demasiado. No obstante mi Abuelo era un reputado Maestro Herrero, que conocía los secretos de la forja y la magia enana como nadie. Armado con ese conocimiento, ya que su arcaica forma de luchar apenas tenía cabida en este mundo tan avanzado, trató de labrar un futuro para su familia y los restos de su Clan.

El azar lo llevó a conocer a un hombre de honor que tenía un ideal: Fundar una comunidad en la que poder sobrevivir al poder desatado por la Grietas. Ese hombre era James West, un antiguo pistolero, ahora convertido en filántropo y visionario. Aunando esfuerzos, y con la ayuda de otros muchos valientes, tardaron años en dar forma a ese sueño. Y ese sueño fue la ciudad de Santo Tomás de Aquino. En esos años mi padre creció y aun no siendo un enano de segunda generación (técnicamente cruzó la Grieta con menos de cinco años), adaptó las enseñanzas de su padre a un mundo radicalmente diferente a aquel del que provenían.

Pasaron los años y tras la muerte de West, mi abuelo se encerró en sí mismo, y recluyéndose en el taller, haciendo de su trabajo su único solaz. Sus ojos habían visto muchas cosas y lo que pasaba por su mente sólo él lo sabía. Hablaba poco, apenas salía del taller y se dedicaba a labores de ornamentación mayormente. Escondió la reliquia familiar diciendo que sólo la entregaría cuando fuera necesario. Nadie le pudo hacer cambiar de opinión a ese respecto, y pese a contar con algo más de doscientos años, parecía que su mente se había debilitado. Padre tomó las riendas del taller y sacó adelante el negocio familiar en la ciudad, trabajando para los mercenarios y tropas que protegían la ciudad, además de labrarse una reputación que atraía a los errantes que necesitaban reparaciones en sus diversos equipos.

Los años se precipitaron y yo nací, la tercera generación Silveraxe en el inestable planeta Tierra, que tantas maravillas y horrores albergaba. No había en mí una apetencia natural para con la herrería, estando más influido por historias de luchas y conflictos. El deseo de todos los niños de ser luchadores y la atracción de las armas, sin duda, pensaba mi padre. Akrôg el de los "pajaros en la cabeza". - Ya se le pasará - seguro que le decía la parte más esperanzada de su cabeza.

El caso es que con las tonterías de fingido héroe, me pavoneaba delante de algunas jóvenes enanas. Demasiado jóvenes, según algunos. Una cosa llevó a la otra, y corría el año 84 PA cuando Hüna, una hermosa jovenzuela, quedó embarazada. La chica tenía treinta y dos primaveras, el equivalente a una adolescente humana, yo pocos más. Fuimos valientes y confesamos nuestro acto. Las enanas no son muy fértiles y es raro que queden embarazadas, por lo cual habíamos sufrido una cruel broma del destino. Aún peor, los embarazos de las enanas son complicados, pues los bebés desarrollan una recia osamenta en la gestación. El aún menudo cuerpo de Hüna no soportó el esfuerzo de dar a luz y cuando el pequeño Âugustin (llamado así en honor a su abuelo, que no llegó a cruzar las Grietas) nació, ya era huérfano por parte de madre. Esto causó algunas fricciones entre los clanes enanos de Santo Tomás, pero al final todo siguió su curso y el mi hijo se quedó a mi lado.

Los años se sucedieron y mi interés por la artesanía no acababa de despertar. Si bien asistía a mi padre o a mi abuelo en algunas labores, lo hacía como mero ayudante, no como un verdadero Aprendiz. Pasaba gran parte del tiempo escuchando los relatos de los mercenarios de Santo Tomás, e intentando que los guardas de mi padre me enseñaran a pelear. Creo que era un coñazo para toda esa gente, el hijo no apto para nada del jefe. A todo eso había que sumar el ser padre a tiempo completo. A pesar de la inestimable ayuda de mi abuela Blanka (a mi madre Hëlga se la llevaron unas fiebres hacía diez años), el inquieto Âugustin me daba mucho trabajo, ya que si algo ponía por delante de todo lo demás, era a mi hijo.

Finalizando el año 100 PA, la fama del taller Silveraxe le hizo ser receptor de un encargo de una conocida figura del suroeste del continente. El mismo Emperador Sabre Lasar solicitó la creación de un arma para su persona. Un sable forjado en plata auténtica, como símbolo del brillo de su estrella emergente en la región. Mi padre aceptó el trabajo, y se sumergió en él con entusiasmo. Fueron necesarios algunos viajes para conseguir ciertos componentes clave para la forja de la encantada arma y a pesar de mi deseo de acompañarle, nunca era un buen momento, sobre todo con Âugustin a punto de entrar en la adolescencia enana a sus veintisiete primaveras.

Sin embargo, tras muchos meses de trabajo, la recta final de la creación del sable requería insertar ciertas gemas familiares pertenecientes al Emperador en el propio pomo del mismo, y el más adecuado para ese trabajo era mi hosco abuelo, Akhâtros. Éste había cogido cierto cariño a su biznieto, y a través de su mediación, pude conseguir que nos incluyeran a ambos en el viaje a los dominios del Emperador. Partimos a principios de 103 PA y el viaje duró algunas semanas para mi deleite, y que pude aprender cosas (siempre con mi hijo) sobre vida al aire libre, armas, armaduras y combate. Una vez los guardias de mi padre tuvieron que ahuyentar a un monstruo llamado Wraith Worm, y cuando me explicaron lo que era, tragué saliva. A lo mejor ser aventurero no era tan emocionante.

Finalmente llegamos al Campamento del Emperador, el cual nos recibió con una fiesta de bienvenida, en la que se sirvieron suculentos manjares y bebidas. De hecho, los ojos de mi abuelo se abrieron mucho cuando probó un pastel hecho a base de unos hongos muy particulares que crecen enterrados en la tierra, y que son muy apreciados por su aporte al sabor de los platos. – Son raxus… - dijo. Nos contó con hoscas palabras que el “raxus” era una delicia de nuestro mundo de origen, algo que no había vuelto a probar desde el viaje a través de las Grietas, su plato más apreciado. No lo había degustado desde hacía más de un siglo. Un alto cargo del Emperador nos explicó que ese hongo era bastante raro, y sólo se daba en la región en un pueblo cercano, Linde del Bosque. Los habitantes del pueblo buscaban activamente en el bosque cercano el raro manjar, para ofrecérselo al Emperador como parte del tributo por su protección, más no se conseguían más que escasos kilos al año. De hecho, las últimas existencias se habían consumido en el banquete que recibimos.

El trabajo de orfebrería que quedaba pendiente para hacer el arma, pasaba por algo más de un mes de trabajo por parte de mi abuelo, así que quedamos invitados en el campamento del Emperador. Mi abuelo insistía algunas veces en degustar otra vez pastel de “raxus”, pero lamentablemente no había más existencias del raro manjar. Decidido a agradecer que hubiera mediado con mi padre para que mi hijo y yo pudiéramos acompañarlos hasta aquí, me ofrecí para viajar a Linde del Bosque, e intentar conseguir algunas piezas del  “raxus” que tanto entusiasmaba a mi abuelo. Protegidos por una escolta personal de cuatro Sabre Warriors asignados por el mismo Emperador Sabre Lasar para nuestra protección, Âugustín y yo viajamos con la esperanza de encontrar alguno de esos hongos para el bueno de mi abuelo y hacer así que su interés en el culmen del trabajo no se resintiera. Fue la peor decisión que he tomado en mi vida. Ha habido otras con mayor impacto quizás, pero si pudiera borrar alguna, sería esa.

Con los Sabre Warriors luciendo su orgulloso estandarte, el viaje a Linde del Bosque fue tranquilo, y las buenas gentes del pueblo nos acogieron de manera entusiasta. Nos alojaron en una casa vacía y desde allí comenzamos a hacer excursiones al bosque en busca del “raxus”. Los habitantes del lugar sonreían viendo que tras una semana sólo habíamos conseguido rompernos las uñas y llenarnos de suciedad.

Un chico del pueblo que había hecho buenas migas con Âugustin, nos prestó un pequeño cerdo, y nos dio instrucciones, sobre cómo usaban el olfato el animal para encontrar el “raxus”. Pero sacudió la cabeza, - Las trufas sólo se suelen encuentrar por la linde del bosque, y este año ya han cosechado varias veces. Hay alguna que siempre se escapa, a lo mejor internándoos un poco conseguís alguna… - nos dijo encogiéndose de hombros.

Pasamos unos días internándonos cada vez un poco más en la espesura del bosque, pero sin éxito. Tras más de diez días, los escoltas habían hecho turnos, y se relevaban para acompañarnos de dos en dos. Después de todo, el área era bastante tranquila y nada raro había ocurrido. Hasta aquel día.

Ese día llevábamos al cerdito con una correa, como siempre, pero Âugustin me pidió llevarlo él y yo se lo cedí con una sonrisa. En un momento de la búsqueda el cerdito chilló como si algo le hubiera asustado y emprendió una loca carrera que arrancó la correa de las manos de mi hijo, que con una maldición poco apropiada para un enano con pelusa en la barbilla aún, salió corriendo detrás del animal.

Mientras los guardas y yo corríamos tras mi hijo y el cerdo, pude ver un destello de una extraña ¿escama? de color verde brillante en el suelo, desde donde el cerdito empezó a correr – Qué extraño… - pensé. Alcanzamos a mi hijo en un claro que se abría abruptamente, en el medio del cual había una especie de gran piedra yaciendo en el centro. Indiqué a uno de los guardias que se quedara allí con Âugustin, mientras el otro y yo perseguíamos al veloz puerco. El guarda, con sus piernas más largas me ganaba terreno rápidamente en pos del animalito, que ya parecía que había reducido su ritmo, quizás debido al cansancio.

En ese momento, el guarda se detuvo en seco, girándose hacia la derecha, en dirección a un repentino estruendo de madera astillada. El hombre empuñó con aplomo en apenas un segundo su rifle laser, dirigiendo una ráfaga sostenida que hizo pedazos la espesura, hasta que una masa desbocada verde brillante, grande como un aerodeslizador, lo embistió sin reducir en un ápice su velocidad, haciendo que una cortina de sangre cayera sobre mí. Parpadeé por unos segundos, empapado en fluidos y vísceras, viendo como una cola escamosa y verde se perdía en la vegetación aledaña. En ese momento un grito infantil, y el sonido inconfundible de un arma de plasma al descargarse, hicieron que mi corazón diera un vuelco, y mis piernas se pusieron en marcha por sí solas de vuelta al claro. Al llegar allí, un espectáculo horrible se abrió paso a mi córtex, paralizándome por unos momentos.

El guarda estaba tendido boca abajo en un charco de su propia sangre que crecía por momentos. En su espalda se apreciaba un hueco, como si algo lo hubiera atravesado por completo, de pecho a espalda. Una mujer vieja y horrible, entonaba un cántico ininteligible mientras mantenía una mano sobre Âugustin, el cual yacía encima de la piedra, aturdido y gimoteante, mientras la mujer lo rociaba con la sangre que escurría de un corazón que sostenía en la otra mano, perteneciente sin duda al fallecido guarda. Me sacó de mi horror el cascado grito de la mujer:

– ¡Uber Galen, yo te invoco, otórgame el Dominio que me ha sido prometido en el Reino Oscuro! – en ese momento una luz y un sonido de algo que se desgarra surgieron de un punto encima de la piedra, y se delimitó la silueta de una Grieta palpitante en el mismo aire. Con un grito de pura rabia cargué contra la mujer dispuesto a liberar a mi hijo de tan obsceno ritual. Pero una forma surgió de un salto de la Grieta, un humanoide enorme como un ogro con torso superior humano y parte inferior como una cabra vellosa de pezuñas hendidas. Su rostro era una máscara de malignidad de pelos hirsutos y colmillos afilados, cuyo tinte malvado sólo podía sugerir una criatura del Infierno. Me interceptó y sujetó sin apenas esfuerzo, mientras sus carcajadas maliciosas me herían los oídos, forcejeaba sin ninguna oportunidad contra la fuerza sobrenatural de la criatura.

La mujer volvió su cabeza con una sonrisa que goteaba malicia, mientras continuaba con el oscuro rito: – No lo mates, que mire y desespere, eso favorecerá el ritual… - Luché con todas mis fuerzas. Tiré y tiré, retorciéndome, utilizando cada gramo de fuerza de mi cuerpo enano para soltarme del demonio, y poder llegar a mi hijo, que se retorcía a escasos metros. Sin ningún efecto. Aunque empapado como estaba en sangre y fluidos, llegué a escurrirme por un momento, desequilibrando apenas medio paso las pezuñas del demonio, pero un golpetazo en la base del cráneo, me dejó grogui e incapaz de ejercer ninguna fuerza. Observé impotente cómo terminaba el ritual, mientras el cuerpo ensangrentado de Âugustin flotaba hasta la Grieta y desaparecía en ella con un destello. La mujer devoró el sangrante corazón con unos voraces bocados mientras decía más incoherencias para sí misma:

- Al fin el puente está tendido... - y olvidándose de lo que dejaba atrás, levitó hasta la Grieta desapareciendo por ella, en un instante. Luego la Grieta destelló una última vez, y desapareció, para mi desazón. La criatura demoníaca me soltó mirando ceñudo el lugar. Levantó una mano dispuesto a derramar mi sangre, pero se detuvo a escasos centímetros, con la garra temblando. Parecía que la orden de no matarme perduraba aún en ausencia de la Bruja. Aulló brutalmente y luego desapareció con un destello así mismo. Libre de la presa de hierro del demonio caí al suelo, hundiéndome en la oscuridad.

Ignoro cuento tiempo pasó antes de que la escolta que nos esperaba en Linde del Bosque batiera el bosque y me encontrara, balbuceante, cubierto de sangre seca, con el cerdito atado a mi antebrazo, y un saquito con algunos "raxus" al cinto. Musitaba incoherencias llamando a mi hijo, y me llevaron en un rápido viaje al Campamento del Emperador Sabre Lasar. Atacado por un estado febril reposé allí durante semanas, quizás meses.

Al despertar, mi mente estaba velada y no farfullaba más que incoherencias. No fue hasta el día de la ejecución de la Bruja Isabel, cuando la lucidez empezó a abrirse camino a mi castigada conciencia. Después de la ejecución, cuando salí de mi camastro, y llegué a la plaza donde la Bruja había sido ajusticiada. Cuando vi ese lugar, con la mancha de sangre negra aún en el suelo, cuando las nieblas que cubrían mis recuerdos comenzaron a retroceder. El temor a la maldición de la Bruja, había hecho que dejaran todo como estaba, así que con una mano temblorosa agarré el hacha manchada de sangre seca del difunto Juicer verdugo y la oculté bajo mi lecho.

Unos días después de la partida de los Rifts Warriors, con la mente más despejada, me fueron relatando la historia que un grupo de valerosos héroes había terminado con la Bruja, viajado a través de la Grieta, y el rescate de los desaparecidos en Linde del Bosque a lo largo de los meses pasados. Lamentablemente Âugustin no estaba entre los que habían vuelto de ese maligno lugar. Una mezcla entre ira e impotencia me consumía por dentro, una oleada de rabia que nunca había soñado con sentir, me sacudía.

El recuerdo de mis fútiles esfuerzos para liberarme, el sentirme indefenso atenazado por la fuerza brutal de ese demonio, me torturaba, pensando cuál habría sido el destino de mi hijo. Una pregunta sin respuesta para alguien normal. Yo no quería ser normal. Algo se había roto en mi interior, pero algo se removía así mismo. Algo nuevo, duro e insensible, como un hongo que crece bajo tierra. Como un "raxus"...

Con la locura anidando en mi interior, llevé a mi Abuelo el hacha del verdugo, la que derramó la sangre de la Bruja, y le dije que necesitaba un arma, un arma que me llevara a encontrar respuestas del destino de Âugustin. Pero mi brazo era débil. Lo había sido cuando el demonio me sujetaba a meros pasos de mi hijo, y lo seguía siendo. Nunca más lo sería. Me convertiría en una fuerza capaz de sacudir las paredes del mismo Infierno. Me convertiría en un Juicer. La esperanza de vida era algo sin importancia; sin duda mi hijo ya estaba muerto, pero la verdadera muerte era no saber. Mi abuelo y yo apretamos a mi padre, que finalmente solicitó que el pago por el flamante sable del Emperador fuera mi conversión en Juicer en Kingsdale.

Con la carta de pago en nuestro poder, viajamos de vuelta a Santo Tomás, donde mi abuelo comenzó la forja del hacha del verdugo Juicer de la Bruja Isabel. Le aplicó antiguas técnicas de nuestro mundo natal, y cuando me la entregó me dijo: – Es el último arma que forjaré nunca. En ella llevas toda la fuerza de nuestros ancestros para ayudarte en tu búsqueda, pero cuidado, porque también está unida por la sangre que derramó a fuerzas más oscuras. Si pasas mucho tiempo mirando un Abismo, cuídate de que el Abismo no mire dentro de ti. - El hacha tenía un aspecto peligroso, con un filo que parecía capaz de cortar el aliento. Aunque al mirar el tono negro rojizo del metal parecía como si estuviera manchada de sangre, y cuando se blandía con fuerza, un sordo chisporroteo parecía recorrerla.

Una caravana comercial me llevó a Kingsdale, donde el pagaré del Emperador Sabre Lasar financió mi conversión en Titán Juicer, además de rebajar el periodo obligatorio de un año de servicio en el Ejército a dos meses. En esos meses he aprendido muchas cosas, entre ellas a que Akrôg ha quedado enterrado en algún sustrato, muy abajo, mientras que quien se ha abierto paso desde la parte enterrada y oscura de mi mente es RAXUS.

Es hora de buscar respuestas, y sólo se me ocurre empezar por quienes más cerca estuvieron de ellas. Los que fueron al Infierno, podrían volver a él algún día. Es hora de buscar a los Rifts Warriors.

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16/08/2016, 20:26
Xavier Callahan.

MICHAEL PREACHER

El Predicador

Episodio I

Los orígenes

Y contemplé un caballo pálido;

y el nombre de su jinete era La Muerte.

Y el infierno le seguía.

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? La gente se obstina en plantear cuestiones a veces imposibles de resolver. Esta es una de ellas. Dicen que son las tres grandes preguntas, aquellas que dan sentido a nuestra existencia. Lo ignoro, al igual que ignoro otras muchas cosas. Tampoco me importa. Soy feliz en mi torpe ignorancia de una infinidad de aspectos. Pero me lo preguntáis y yo responderé. Eso sí, tendréis que dejarme que empiece desde el principio o casi, hará cosa de tres lustros. Sí, esta es una de esas cosas que deberéis saber de mí. Me gusta hablar como otros no lo hacen, usando términos ante los cuales muchos me miran perplejos, otros con rechazo. Los demás... no me miran siquiera. Son los que prefiero.

Si he de ser sincero con Dios, con el hombre y con las criaturas que pueblan este maldito mundo, en aquel entonces, con apenas trece años, sólo podría y habría sabido responder a la segunda de esas preguntas. Triste, pero real. ¿Qué hubiera dicho? Que venía de Tolkeen. En efecto, la inocencia que esgrimía en mi adolescencia era como la inocencia de muchos animales, pero, ¿qué otra cosa podría haber dicho?

Tolkeen, esa ciudad abierta, amigable y norteña, cercana a los grandes lagos, bañada por mil lagos, amiga de la magia o cuando menos de quienes la emplean y en constante tensión con la Coalición. No es una mala descripción para reseñar la que fue, es y será mi hogar. Así como el de mis padres y amigos. Porque soy quien soy por mis raices y por las gentes que me educaron y compartieron vida conmigo. Algunos siguen ahí. Por suerte o por desgracia. Otros se fueron y ya no regresarán. Por suerte o por desgracia. Y todo ello me conduce a la figura de mi padre.

Su nombre, Peter Paul Preacher. Un nombre puede marcar un destino. Un apellido puede sellarlo. No obstante, es la voluntad la que finalmente decide y la de mi padre decidió que lo apuntado por sus nombres y apellido debía ser lo correcto. Y así, a ojos de todo vecino de Tolkeen, Peter Paul Preacher se aparecía como un hombre ligeramente tosco, pero de buen corazón. Sobrio, siempre educado, listo para ayudar a cualquier miembro de la comunidad siempre y cuando fuera humano, o al menos lo que él entendía por humano y que identificaba con lo que Dios también definiría como tal. Buen esposo, buen padre, justo, fiel y leal y siempre atento a las enseñanzas que el buen libro de Dios proporcionaba.

De puertas adentro, su tosquedad podía volverse brutalidad. Su sobriedad en fanatismo. Su educación en un patriarcalismo demente. Su generosidad para con los demás en xenofobia manifiesta. Pero fue un buen esposo de acuerdo con las escrituras y aunque no hizo feliz a mi madre tampoco la maltrató ni la convirtió en un ser infeliz. Como padre... sus enseñanzas, marcadas por su exacerbada y literal interpretación de los textos sagrados, lo conminaba a sustentarlas en el valor de la vara y del cinto, como bien recuerdan aún mi espalda y posaderas. No fueron pocos los días en que mi madre aplicaba arnica sobre los hematomas que vestían mi cuerpo o manzanilla fría en mis heridas y bañaba mi espíritu maltrecho con el calor de su amor incondicional. A día de hoy, creo y creeré que fue ese amor el que me salvó y también la fuente de la rudeza de mi padre, incapaz de entender y racionalizar que su esposa prefiriera a la carne de su carne y a la sangre de su sangre que a su persona, una persona hambrienta de amor e incapaz de amar a un tiempo. Y pese a todo ello, quería y respetaba a mi padre y en el presente, veo en él el reflejo de una humanidad, nuestra humanidad, que no ha terminado de asimilar los cambios, la nueva naturaleza de nuestro mundo, y que necesita aferrarse desesperadamente a cualquier cosa que mantenga su cordura, la sensación de que nada ha cambiado, de tal modo que todo lo que haga tambalear su esquema de realidad se convierte en enemigo, fuente de conflicto o se niega su existencia.

De mi infancia no guardo grandes recuerdos. No así de mi adolescencia, el momento en que el germen del cambio empezó a aflorar en mí. Frente a un padre estricto y rígido sólo cabía una adolescencia marcada por la rebeldía y eso sólo conduce a lo que otros definirían como malas compañías. Una idiotez, pues nunca tuve mejor compañía ni mejores amigos, o al menos eso creía en aquel momento. Es curiosa la adolescencia. Los padres, fuente de saber, se transforman en el enemigo, en esa constante que marca límites que te impiden desarrollarte y frente a cuya autoridad te muestras reacio, cuando no abiertamente contrario. Cansado de la palabra del Señor y de las ordenanzas de mi padre, me refugié en mi nueva familia, aquella que yo había elegido, formada por iguales que compartían conmigo idénticas o paralelas experiencias. Con ellos me emborraché por primera vez, fumé mi primer cigarrillo y tenté a mujeres a la búsqueda de una sexualidad más ignorante e ingenua que satisfatoria. Escarceos con drogas que nunca fueron a más, largas conversaciones marcadas por la intimidad, sentimientos de amistad irrompible y eterna. ¡Cuán inocentes podemos llegar a ser, dominados más por las hormonas que por nuestros cerebros, aparcados para la ocasión!

Mas fueron buenos tiempos y John, Sam, Tom, Grace, Emily y Dick lo eran todo para mí. Pero de aquellos increíbles compañeros, Daniel fue con quien creé mayores y más estrechos vínculos. Era el amigo por excelencia, con mayúsculas, aquel por quien hubiera dado mi vida, cuya aprobación buscaba, con quien podía hablar de cuanto quisiera, apoyo incondicional, camaradería absoluta. Su personalidad y carácter eran tales que a nadie podía extrañar que fuera nuestro líder, el cabecilla de aquel pequeño grupo de pandilleros cuyo único objetivo era crecer y ser felices, fuera de los angostos y asfixiantes límites de nuestras respectivas y reales familias.

No sé exactamente cuándo fue la primera vez que cometimos un hurto. Pero sí recuerdo mi angustia, la quemazón en mi interior, la lucha entre aquello que se me había inculcado y que me decía que lo que íbamos a hacer no era correcto y la lealtad y fidelidad que debía a mi grupo. Aún puedo sentir la adrenalina de aquel momento, las risas nerviosas después, las conversaciones atropelladas, los abrazos, la angustia desvaneciéndose, el sentimiento de ser capaces de todo, la mayor comunión entre nosotros, ligados ahora por un acto prohibido, ilegal, delictivo. No diré que me sienta orgulloso. Ni siquiera en aquel momento terminé de saborear nuestra pequeña victoria, pero sí puedo decir que lo volvería a hacer si nada se hubiera torcido con el tiempo, si no nos hubiéramos convertido en otra cosa, en algo que sigo odiando a día de hoy.

Lo que empezó siendo diversión y un coqueteo con el peligro sin mayor afán que la ruptura de límites, acabo deviniendo progresivamente en algo cada vez más intenso, en una búsqueda de retos mayores, en una transgresión consciente y voluntaria de la legalidad con fines personales. Era uno más y pese a que sentía rechazo por lo que hacíamos, lo hacía, porque era uno más, porque era miembro de aquella pandilla, porque eran mis amigos. De haber sido más inteligente, más determinado, más fuerte, hubiera podido rechazar nuestro comportamiento, intentar convencerles de que aquel no era el camino, pero no hice nada, nada que no fuera ser una oveja más del rebaño.

No olvido aquella noche. Debía ser un golpe sencillo. El robo de un almacén de las afueras, teóricamente con apenas protección. Quien filtrara la información se equivocó o quizá no y fue uno de los nuestros quien quiso tentar la suerte con algo más potente. A estas alturas ya no importa. Recuerdo las luces y las sirenas de alarma, los disparos que, como relámpagos, rompían la noche con destellos rojizos y el atronador sonido de la pólvora. Huimos. Corría como jamás lo había hecho, sin mirar atrás, ahogado por el miedo. Y entonces lo vi caer, justo ante mí. A Daniel. Caí de rodillas a su lado. Vi la bala que se había abierto camino desde su nuca y a través de su cráneo para finalmente salir por su cara, destrozándosela. Mis manos y mis ropas se mancharon con su sangre y mis lágrimas. Murió, y con él, murió una parte de mí que jamás volverá.

Hubo manos que tironearon de mí, arrancándome de aquel lugar y de Daniel, pero es cuanto recuerdo y sé, salvo que amaneció un nuevo día, salió un viejo sol por el este y Daniel no estaba. Era hora de partir hacia un nuevo destino. En solitario.

FIN