Partida Rol por web

ITSVAN:

- Con la lluvia que está cayendo y los truenos, es factible que no escuches a Hakir, además de que tú estás concentrado mirando por una aspillera que da al lado opuesto al que está Hakir, una orientada al exterior del Castillo.

- Si quieres intentar oírle, es tirada normal de Percepción + Consciencia, pero se necesitan 3 o más éxitos.

GUARDIA HAKIR:

- Llegas ante la puerta que da a la antesala de las habitaciones privadas del Primer Caballero. Parece que está cerrada con llave. Apoyas la oreja en la sólida puerta, pero no se oye ningún sonido procedente del interior. Llamas, pero nadie responde.

- Parece que la única manera de entrar sería echar la puerta abajo.

- Observas nerviosamente el Patio, pero no detectas nada fuera de lugar.

Echar la puerta abajo sería una estupidez. Si estaba firmemente cerrada, sería porque todo estaba en orden. Sin saber cuales serían las artimañas de nuestro enemigo, se me antojaban más soberbias que cerrar las puertas con llave tras sus pasos. Pensé unos instantes en si habría otra manera de acceder a las dependencias del Primer Caballero*, a parte de aquella puerta, y comencé a deslizarme suavemente en la oscuridad de la noche, en dirección a la Barbacana, pero sin perder de vista la puerta cerrada ni el patio.

Aprovechaba cada relámpago para hacerme una idea global de la situación. También quise ver las puertas de la sala de invitados y de la zona de servicio, por asegurarme que todo estaba cerrado y en orden.

Aquella situación se tornaba claustrofóbica, debido a la oscuridad que todo lo envolvía.

HAKIR:

- Recuerdas que las estancias del Primer Caballero no tienen ventanas. Hasta donde sabes no tienen ningún otro acceso posible.

- Subes a la Barbacana y ves a tu compañero Itsvan vigilando el largo puente de piedra que cruza el río, uniendo el Castillo con la ciudad. El Capitán Zarak debería de haber regresado ya por allí.

- La tormenta no parece dar un respiro, el Castillo se ha vuelto aún más oscuro y siniestro si cabe bajo la fría lluvia y los relámpagos que resltan su silueta al final del largo puente de piedra, agazapado sobre el islote en mitad del río.

- Los guardias Hakir e Itsvan ven llegar a través del puente de piedra a Schaar Dvy en solitario, desde la ciudad.

- Al cabo de un rato, ven llegar detrás del hombre de armas de Dama Dubieta al Lacayo Mikail, sirviente del séquito del Primer Caballero.

- Los dos guardias ducales alzan el rastrillo y abren las puertas del castillo a los dos recién llegados.

- La tormenta parece haber ido incluso a peor cuando Boru sale al Patio, donde las escasas antorchas sujetas a los muros hace tiempo que se han apagado del todo.

- Sin embargo, los relámpagos le permiten ver que los guardias Itsvan y Hakir están abriendo las puertas del Castillo, dejando entrar primero a Schaar Dvy andando con su armadura pesada de caballero empapada, y luego al lacayo Mikail a caballo, manteniendo obviamente las distancias con el ex-caballero.

- La funda de la espada de Schaar Dvy está destrozada y porta su espada en la mano.

Nada más salir, el leal guardia maldijo la lluvia que encima le caía, llevándose la mano sobre la cabeza en un fútil intento de detener tan molesto repiqueteo. Busco cobijo bajo alguno de los tejadillos de paja mientras sus manos marchaban hacia las correas de la armadura, volviendo a abrocharlas con la mayor celeridad posible, y como era ya costumbre en él, callar y observar desde un segundo plano hasta que se le necesitara.

A cada rayo que caía del cielo, su cuerpo se retraía con cierto deje de temor, o más bien, acto reflejo mezcla de miedo y cierto trauma al ver como aquellos hombres, aun destrozados, volvían a ponerse en pie. Era totalmente consciente de que aquellas visiones le acompañarían el resto de sus días.

Su mirada fue hacia la puerta en cuanto vio a Schaar. La última vez que cruzaron palabras, el caballero se disponía a enfrentarse en la gloria del combate a criaturas sobrenaturales propias de las más oscuras noches. Y le llamó la atención que no le acompañara el capitán, si no en su lugar, aquel lacayo, Mijail. Porque llegados a aquel punto, solo una pregunta rondaba la cabeza de Boru.

¿Y ahora qué?

Mikail dirigió  al caballo a los establos para luego encaminarse él mismo hacia las estancias del Primer Caballero. Debía contar a Vasilov y Enrietta que por fin habían encontrado a Durius. Aún así las palabras de Schaar Dvy, aunque le parecían una sarta de tonterías, resonaban en su cabeza. ¿Sería posible algo así?

- Detened al lacayo Mikahil hasta que llegue el capitán y pueda ser interrogado- ordena el caballero con la voz empañada por la rabia- Un ser de las tinieblas está suplantando la identidad de Durius, fingiendo ser él. Es peligroso, y no podemos descartar que con su hechicería pueda suplantar otras identidades. Ha engañado a ese lacayo idiota... pero no es culpa suya. Así que no lo matéis salvo que sea tan imbécil como para oponerse a mi orden. Esperaré a que llegue el capitán, o el falso Durius. O el real, si es que viene- deja entonces de cargar con las tres armaduras basarab ricamente engalanadas y mira a Boru, con cansancio- Localicé el lugar donde debe ocultarse ese ser... pero demasiado tarde. No me enfrentaré a  él de noche, salvo que no haya otro remedio. Aun quedan enemigos con los que enfrentarnos. Tres, por lo menos: el ser que está usurpando la identidad de Durius, el vampiro oculto en las catacumbas con quien se reunieron los basarab, y el antiguo padre basarab, ahora también un ser de las tinieblas- Schaar se frota la frente, repentinamente cansado, y mira a los guardias.

Al escuchar las palabras del caballero Schaar, bajé rápido de la Barbacana, con mi lanza en ristre. Me situé ante el lacayo y le apunté con ella.

- Abajo hay unos aposentos preparados para ti. - Le dije a Mikail, haciendo evidente mención a las mazmorras. - El otro lacayo, Vasilov, también está encerrado allí abajo por orden del Capitán. - Informé al caballero Schaar.

- ¡Vamos, camina! - Azucé al preso, para dirigirlo a las mazmorras.

Mikail dio un respingo al escuchar su nombre de nuevo, tan mal pronunciado además por esa boca de cloaca. Abrió los ojos de par en par al escuchar lo que decía.

- Yo sólo cumplía...- Comenzó a rechistar pero sabía que sería lo mismo que con el Capitán. La soldadesca no atendía a razonamientos sólo a órdenes de un superior, tan limitados eran. Un buen lacayo era mejor que tuviese la boca cerrada o se la cerrarían a golpes. Así que resignado dejó caer los hombros y todo el aire de sus pulmones en un sonoros suspiro.- Ains...- Esperaría pacientemente el regreso de Durius o del Capitán en la trena. éste último había sido tan estúpido como el pues los dos seguían pensando que Durius había regresado.Lo que mas rabia le daba era pensar que por un loco mal de la chaveta tendría que soportar la pestilencia de las mazmorras. Al menos allí lo dejarían en paz. Entonces raudo como los buitres alrededor de un cadáver el guardia ducal Hakir fue a por su ración de carroña.- Tranquilo, tranquilo, baja eso no será necesario. He venido pro mi propio pie, no temáis nada.- Le dijo haciendo aspavientos con las manos para que alejara el acero de su esbelto cuerpo. Se arrebujó en la capa, giró sobre sus talones y caminó delante del guarda hacia las mazmorras. Parecía que Vasilov también se encontraba allí, vaya sinsentido- Qué disparate, ¿por orden del Capitán, dices? Pobre Vasilov... ¿y Enrietta?

- Bajo la amenaza de la punta de la lanza del Guardia ducal Hakir, el Lacayo Mikail se dirige hacia las Mazmorras.

Itsvan había ignorado lo que había ocurrido más abajo. Percatándose de que volvían amigos y de que Hakir estaba más abajo no se preocupó más por nada de lo que ocurría allí: Hakir era uno de los guardias más capaces que había conocido.

Pero además, Itsvan tenía otro motivo para permanecer ajeno: era en ese momento el único guardia de la barbacana que hacía alguna vigilancia. Es más, era el único guardia vigilando el castillo. Los dos que le acompañaban en la barbacana eran poco más que unos espantapájaros en ese momento. ¿Quién sabía lo que podía pasar si Itsvan se distraía, si apartaba la mirada del puente y de las tierras que había más allá? ¿Quién habría para dar una señal de alarma? Con los oscuros presentimientos que había tenido el mal acechaba en cada esquina, en cada sombra. Solo el relevo de Hakir o una muerte traicionera le haría abandonar la vigilancia.

ITSVAN:

- ¿Accionas el mecanismo que baja el rastrillo de hierro?

-¡Vosotros dos! -Gritó a los dos guardias que le acompañaban en silencio con la cabeza baja- Bajad el rastrillo. Eso podéis hacerlo, ¿verdad?

- Incluso contra el retumbar de los truenos, se escucha el chirriar del rastrillo de hierro del Castillo al bajar.

- Elena sale de la Torre del Chambelán en ese momento y alcanza a ver al Guardia ducal Itsvan. Más allá ve a Schaar Dvy, siniestro con la espada en la mano y la funda del arma destrozada al cinto. También ve al Guardia Boru.

- Está lloviendo y hace frío.

- El rostro de Elena se llena de lágrimas de repente, al recordar que Innya fue encarcelada por la falta de respeto al Boyardo Blaatu Basarab tras la desastrosa doble boda en el Castillo.

Las palabras de Schaar lo sacaron de sus dudas. Sus palabras fueron la promesa de que pronto, muy pronto, el capitán llegaría. Y eso quería decir que al menos estaba vivo. Aquel alivio era por un único y simple motivo: No es que fuera amigo suyo, ni compañero, ni nada. Pero era un soldado más dispuesto a luchar junto a ellos, con la habilidad suficiente como para destrozar a los enemigos que avanzaban hacia ellos.

Pero lo que escuchó, le hizo temer aun más los poderes de la ruina y la perdición de los cuales hacía gala el enemigo. ¿Podían convertirse en otras personas? ¿Qué oscura magia podía hacer eso? ¿De qué más eran capaces? La piel se erizó mientras sentía como los pulmones aireaban buscando aire ante la noticia.

Hakir no tardó en hacerse cargo del prisionero. Estaba seguro, de alguna forma, que el hombre disfrutaba con aquello. Agradecía mentalmente llevarse bien con el guardia ducal. Y la mirada de Boru, perdida durante unos segundos en la tormenta mientras pensaba, se vio sorprendida ante la caída de las armaduras Basarab al suelo.

Boru estaba seguro que aquellas armaduras estaban encantadas con algún tipo de hechicería oscura, incluso poseídas por algún poder de la ruina o de la perdición. No quería pensar ni en tenerlas cerca. Pensando en esto, el caballero se dirigió a él, y su mirada se cruzó con la del guerrero.

¿Tres seres del averno? - ¿Tres? - Preguntó, con la esperanza de haber escuchado mal. - Hablé con... - Carraspeó, el solo estaba acostumbrado a callar y obedecer. - ...el Guardia ducal, Hakir, sobre mi idea para defender el castillo... - Tenía sus dudas, pues desde su punto de vista, Schaar no era un ser humano normal, seguramente más inteligente que él, y temía que sus palabras sonaran estúpidas a sus oídos.

- Señor... - Lleno de dudas, estuvo a punto de añadir algo más cuando vio a Elena salir al patio, rompiendo a llorar. El noble guardia, la observó en silencio. Desconocía que le pasaba, pero ahora no era momento de atenderla, por desgracia. Su voluntad ahora, debía estar completamente volcada en la defensa del castillo.

O no verían un nuevo amanecer.

- ¡Las puertas que dan a las mazmorras se abren de golpe!

- Una sombra veloz sale al Patio con inhumana agilidad, convertida en un borrón de movimiento. En un momento dado un relámpago ilumina a la criatura, recuerda al Chambelán Otto, pero su piel se ha vuelto blanca como la cera, sus ojos son amarillos y bestiales, gruñe y sisea como una bestia salvaje, mostrando unos enormes colmillos afilados. Sus manos parecen engarfiadas como garras y sus uñas están rotas y ensangrentadas.

- Tras él, sale al Patio el Guardia Hakir, pálido de terror, aunque todavía en posesión de sus facultades.

El problema era que estaba cansado. No era un guardia: era un caballero cuya nobleza había sido reconocida por el duque... aún parcialmente. Estaba a punto de recordar esa diferencia al guardia Istvan cuando la aparición del Chambelan Otto, a lo que parece enloquecido, hace que otras prioridades sean necesarias. - Atentos todos - ordena mientras se prepara para el combate sin atacar aún.