Partida Rol por web

- El Mayordomo Valru abandona el Salón Principal.

Iacobus giró hacia el lacayo, casi arqueando una ceja. Observó por un largo instante el emblema de los Cárpatos que estaba ante él, y una sonrisa se extendió por sus labios en respuesta a un pensamiento fugaz. No había símbolo que pudiera aferrar el significado de esas montañas, ni tampoco la infinidad de caminos que había recorrido desde ellas, y entre ellas, hacia ese preciso momento. Pero aquello era sólo un paso más, como había sido el otro, como habían sido todos los otros que lo habían conducido al cielo, al infierno, y más abajo incluso que el sitio más profundo del abismo más insondable. Ya no era ese mismo joven, pero seguía siendo ese mismo hombre. Sólo que, joder, extremadamente mejor.

- Por supuesto - se limitó a decir, porque no habían más palabras. El Duque no quería contestación.

¿De rodillas? Acusó una breve punzada en las entrañas, mas la sensación se difuminó una vez que subió por su pecho. Iacobus pensó en que una rodilla a tierra no significaba más que un instante perdido de tantos otros. Así, se adelantó y se agachó, reposando la rodilla sobre el suelo como era lo que se esperaba de él. De rodillas pedían los dioses, de rodillas pedían los hombres. De rodillas pedía él mismo. No significaba más que un eslabón más. Cruzó el brazo por delante de su pecho, adoptando la postura que un caballero debía adoptar, y esperó.

Sonreía.

- La solemnidad del momento se ve empañada por el ruido de las puertas al abrirse una vez más, para dar acceso al Capitán Zarak y al Mayordomo Valru que regresan ahora al salón principal.

- "En este acto, yo, el Duque Gyula Kadar de Transilvania os tomo juramento de fidelidad eterna a vos, el Iacobus Radoslav de los Cárpatos.

Y por el poder que me ha sido conferido por el rey Tristán I, monarca de Hungría, os nombro Caballero y os confiero el título de Caballero de los Cárpatos." - La espada roza ambos hombros de Iacobus antes de volver a su funda.

El Duque alza la mirada y mira con obvio desagrado al Capitán Zarak y al Mayordomo Valru.

CAPITAN ZARAK:

- Eres el esclavo de sangre del Duque Gyula Kadar, y le amas con todas tus fuerzas. Un amor tan arrollador y abrasador que a veces sientes que te devora las entrañas.

- En este momento muestras un aspecto cansado y demacrado, y te sientes irascible. Hace una semana que el Duque no te da su sangre y la necesidad es fuerte.

- Ver la expresión de desaprobación hacia tu persona en su rostro duele tanto como una lanza en tu corazón.

DURIUS, VALRU:

- Sabéis que el Capitán es el esclavo de sangre del Duque, y que necesita beber vitae vampírica con una regularidad de al menos una vez por semana.

- Lo sabéis porque durante las ausencias del Duque, vosotros, especialmente Durius, sois los encargados de alimentarle con vuestra sangre.

- Por el aspecto fatigado, demacrado e irascible del Capitán, diríais que no ha sido debidamente alimentado esta semana, tal vez tampoco la semana anterior.

"Uhm... No me gusta esa mirada, pero era lo mejor" pensó Valru, aunque procuró moverse rápida y silenciosamente al lado de Durius, dejando que el capitán Zarak se posicionara donde más gustase. 

Miró a Durius al llegar a su lado. Esperaba sinceramente que la ira del Duque no repercutiera en él, y que Durius pudiera librarle de ello si éso ocurría. 

Tiberiu supo que lo de Schaar había sido solucionado en cuanto vio que el Duque le sonreía, solo a él. Luego se lo confirmó al resto con palabras. Para entonces el pequeño paladín ya se había hecho a la idea de que todo había sido gracias a él. No tenía ni idea del verdadero sacrificio que su madre y el resto, incluido él, habían hecho para conseguir esa victoria pírrica.

- Caballero Schaar Dvy- enfatizó sonriente el título que había salvado cuando Schaar compartió con él un gesto de júbilo ante la “victoria”.

Pero la audiencia ya duraba mucho. El momento de atención que había conseguido quedaba atrás y cada vez estaba más convencido de que el Duque no iba a repetir el truco de aparecerse, así que poco de interés quedaba allí para él.

- ¿Queda mucho?¿Podemos irnos?- le susurró viendo que la gente entraba y salía del salón a su antojo.- ¿Podemos ir a ver a Fiero Orgullo ya?

La mirada del Duque hacia el Mayordomo y el capitán no paso desapercibida al Chambelán. Desde luego, esa mirada no transmitía nada bueno. Zarak y Valru podían estar en problemas, todo dependiendo del ánimo del Duque. Pero ellos solos se lo habían buscado. 

El paso de la espada tan cerca de sus hombros, de su rostro, de su cuello, prometía y a la vez, avisaba. Sólo se hubiera necesitado un movimiento para que ese filo quisiera arrancar la cabeza del cuerpo. Sin embargo, su fluidez cortaba el aire de una manera que era casi música. O eso diría alguien que tuviese tiempo para tales artes. Para Iacobus era un ruido perpetuo en el fondo de sus oídos. Aunque, si fuera en verdad música, debía reconocer que él mismo era un intérprete extraordinario o, incluso, más.

El caballero levantó más la cabeza, cuando la espada del Duque volvió a su funda. ¿Y ahora, qué? ¿Agradecer? ¿Fundirse con las sombras? O mirar atentamente qué sucedía con el Capitán y el Mayordomo. La puerta había quedado a sus espaldas, pero el sonido de sus pasos lo reconocía bien. Y esa mirada del Duque se lo afirmaba. Bueno, ni hablar. Iacobus se puso de pie, con gracia, enfrentando a su interlocutor.

- Mis acciones honrarán este acto mejor que mil palabras. Que así sea - dijo, simplemente, realizó una última inclinación hacia quien acababa de armarlo caballero - Duque.

Extendió la mano para recibir, del lacayo, el escudo con su flamante emblema. El Capitán se moriría de verlo. Y suerte tenía de que el Duque no considerase la idea de entregárselo a Iacobus como escudero, a fin de demostrarle cuál era su lugar. Lanzó hacia Kadar una mirada de entendimiento, y dio el paso hacia atrás, para dejar a Krevcheski en soledad y al alcance del señor del castillo.

¿Cuál sería el plan que tenía el Duque? Otra trampa o una misión suicidad como la que me encomendó el voivoa, hace tiempo.

Como siempre no se equívoca en ningún punto. Sigo al servicio de mi tío. Pero antes que a él, le debo lealtad al señor de mi tío, a usted, Duque. El petimetre no sabía si sus palabras se entendían o no, pero en la turbidez de las mismas dejaba entrever el poco aprecio que tenía a su tío.  

Disculpe mi atrevimiento, pero esto impaciente por empezar cuanto antes. ¿Cuál es la nueva ocupación que su excelencia me tiene reservada?

Flaviu sabía que la misión podía ser mala o funesta; pensó en la peor situación, y empezó a temer por su vida. Seguramente otra misión suicida o de alto riesgo. Pero su rostro no mostraba ningún sentimiento, permanecía tranquilo, esperando las palabras que como una maza derribarían su actual modo de vida.  

Dominik estaba cerca de su señor y escuchó las palabras que este le decía a Valru. El sargento no era un cortesano. Su posición allí era sencilla. Había visto como el duque trataba a las dos damas sin mover una ceja, tal como si considerase dichos actos como los más normales del mundo. Dominik tendía a considerar la vida con la simplicidad del campo de batalla. ¿Acaso alguien dejaría que dos personas en las que no confiara estuvieran dentro de las huestes de su ejército? Lo mínimo era jurar fidelidad, y aunque tal vez había existido un punto de sequedad en las palabras del duque, el no podía dejar de pensar que era inevitable. Al fin y al cabo el duque había conquistado por la espada.

Lo único que le preocupaba en todo esto era la posición de su señor, y el nuevo viaje que pronto tendría que hacer

El capitán palidece e inclina su cabeza hacia el duque, pero se mantiene firme en su puesto. Sabe que deberá dar explicaciones, o que será castigado con el desagrado de su señor. No sabe a cual de las dos posibildades teme más. Y todo por culpa de ese advenedizo, bueno en nada, del que ningún hombre de bien debiera fiarse. Nota que la mano se le tensa en el pomo de la espada al pensar en el recién nombrado "caballero". Pero ha sido su señor el que lo ha hecho. Cierra los ojos, un momento, como concentrándose para recuperar el comportamiento que se espera de alguien como él, y calla

- "Flaviu Krevcheski, te nombro Escudero del Caballero de los Cárpatos. Desde este momento sujetarás su escudo y su lanza, atenderás sus caballos, cumplirás todas sus órdenes y aprenderás de él todo cuanto puedas como un buen escudero." -

El Duque hace un gesto con la mano ligeramente despreciativo, indicativo de que Flaviu ya se puede retirar.

- "Chambelán, te ocuparás de redactar y sellar el título de Caballero para el Caballero de los Cárpatos.

Ah, Capitán Zarak, si has terminado de pasearte, tu presencia me recuerda la desobediencia del Mayordomo Otto. Quiero que sea castigado por tu mano, ocúpate de procurarle cinco fuertes golpes de fusta en la espalda. Y ahora sí que tienes mi permiso para retirarte, Capitán, espero no volver a verte en este salón en varios días.

Durius, sé que tienes en gran estima a tu pequeño ahijado, el hijo de tu difunto escudero. Le concedo el apellido "De Slobozia". Esto no es un reconocimiento de nobleza, pues sigue siendo de sangre plebeya, pero es un privilegio muy poco común, pues poquísimos miembros de la plebe tienen el derecho a un apellido. Además, le nombro paje de la Corte, al igual que al pequeño Tiberiu.

Maestro Maserrak de Flambeau, por favor, adelántate." -

CAPITAN ZARAK:

- Haber incurrido en el desagrado de tu Domitor, ser privado varias noches de su presencia, y una semana más sin su preciosa sangre son un tremendo castigo.

- Es a esto a lo que te han conducido los celos y envidia hacia ese caballero errante.

"El Duque le prefiere a él." - Susurra una parte de tu mente.

- Como ordeneis mi señor - dice el capitán con voz fuerte, cuadrándose ante las duras palabras del duque. Por dentro sentía un dolor inmenso, aun mayor que la rabia por todo lo ocurrido. Pero eso ahora carecía de trascendencia. No iba a empeorar mas aun la situación diciendo, o haciendo, nada. - Iré a cumplir vuestras órdenes

Y tras esto, sale del gran salón

- El Capitán Zarak sale una vez más del salón de la Corte.

Le dediqué a Lindor una leve sonrisa antes de acudir a la llamada del Duque. El joven Lindor estaría más que emocionado por aquel nombramiento y, sobre todo, porque el Duque le otorgase el privilegio de llevar con orgullo el apellido de su lugar de origen.

"Lindor de Slobozia... suena estupendamente" - pensé.

Con unas rápidas zancadas me coloqué frente al Duque. Su presencia era ciertamente abrumadora cuanto más cerca se encontraba, diría que incluso aquella pálida y tersa piel irradiaba una belleza inusual. Por suerte había tenido la oportunidad de exponerme a ella en varias ocasiones, por lo que no infundía en mi nada más que respesto, el respeto que se tiene por un superior.

- Mi señor - dije con una amplia reverencia.- Estoy a vuestro servicio.

- "Maserrak de Flambeau. Hace años que Durius te invitó a la Corte y te encuentras a su servicio, pero creo que no hemos hablado ninguna vez.

Durius me cuenta que estás haciendo un buen trabajo con la educación de su ahijado. Puesto que ahora vamos a tener a más niños viviendo en la Corte, necesitarán un tutor que les enseñe a leer y escribir y todos los conocimientos que unos nobles deben aprender.

Te otorgo el rango de Maestro de la Corte, que viene acompañado de un pequeño estipendo dinerario anual. Tu retribución inicial, aparte del alojamiento y comida que ya estás disfrutando, será muy modesta, pero podría aumentar con los años si el rendimiento de los niños es el apropiado.

Puedes retirarte, y llévate a los nuevos pajes de la Corte. Es tarde y los niños deben descansar." -

- Será un honor serviros como Maestro de la Corte, mi señor - dije con una nueva reverencia.- Les enseñaré todo lo que deben saber, podéis estar seguro.

En cuanto así me lo indicó me retiré con una última reverencia para acercarme a Lindor, que esperaba impaciente. Por su cara parecía que aún no se creía lo que acaba de escuchar pero la verdad es que así era, Lindor de Slobozia era el nuevo paje de la corte.

- Es hora de marcharse, Lindor - sonreí.

Pero el Duque había ordenado que me llevase también al otro paje, al pequeño Tiberiu, el hijo de la Condesa Dubieta. De modo que me acerqué hasta el pequeño, siempre acompañado del Caballero Schaar Dvy y le dediqué una amplia sonrisa.

- ¿Vienes conmigo, pequeño? Quiero presentarte a Lindor, es ese chico de allí - le señalé a Lindor.- Podréis jugar juntos a partir de ahora ¿Qué te parece?