Partida Rol por web

Rumio durante unos escasos segundos nuestras posibilidades. Sea cual sea nuestra opción, la mejor manera de llegar al Castillo para poder asaltarlo es tomar primero la ciudad. Las ruinas romanas están al norte de la ciudad pero dentro del perímetro de la misma. No podremos acceder al Koldun desde fuera. Y no podemos dar un rodeo con los carros de provisiones. Habrá que entrar por la puerta principal.

- Movilizad a las tropas. – Indico a mis hermanos. – Nos queda una hora de luz. Debemos entrar en la ciudad para poder acceder a las ruinas romanas donde supuestamente se esconde el Koldun. Cuando Adelmus despierte que sea ya en las ruinas. –

Me giro sin que mi armadura haga el más mínimo ruido y observo de nuevo Alba Iulia.

- La población nos teme. Son masas asustadas, un rebaño de ovejas. Y temen a Padre sobretodo. Dudo que sepan de su muerte. Será fácil intimidarles para que nos permitan pasar. –

Vuelvo a mirar a mis hermanos para ponernos todos en marcha.

- Hasta que Adelmus despierte y comencemos a buscar al Koldun necesitamos un lugar donde descansar y ocultarnos. Podemos ocultarnos en la Posada Nueva, que es de nuestra propiedad. Su posadero, Vicius, está en nuestra nómina desde siempre. O podemos ir directamente al cementerio. En cualquier caso las tropas necesitan descansar. –

Recojo la bolsa manchada de sangre que contiene la cabeza de Iacobus y monto en mi caballo de nuevo. Será mucho más fácil intimidar a la guardia con la cabeza del perro de Durius.

Espero a que mis hermanos comiencen a organizar a los pocos soldados que tenemos y luego encabezo la marcha hacia las puertas de Alba Iulia.

ALGO EXTRAÑO:

- Hay alguno extraño en la bolsa que contiene la cabeza de Iacobus.

- ¿Qué puede ser?

- Las tropas Basarab, aunque están agotadas por las largas horas de marcha, y por la falta de descanso de anoche, obedecen a sus tres señores Basarab y comienzan a avanzar hacia el Norte, hacia las puertas de Alba Iulia.

Freno mi montura y con cuidado abro la bolsa que contiene la cabeza de Iacobus para mirar en su interior conteniendo la respiración. Ese malnacido bien podría ser hijo de un demonio y estar descomponiéndose y soltando azufre. No me fío un pelo.

IADOR:

- Tirada oculta de Percepción + Consciencia y de Percepción + Medicina.

IADOR:

- Examinas atentamente durante largo rato la cabeza cortada del Caballero Iacobus.

- Si ello no fuera imposible, jurarías que el difunto te devuelve la mirada fijamente y hasta dirías que te mira con odio.

- ¿Te estarás volviendo loco?

Abro los ojos desmesuradamente. No puede ser. Vuelvo a cerrar la bolsa y aseguro bien el cordel. Sin frenar mi caballo giro la cabeza para mirar a Barakta.

- ¿Qué hiciste con el cuerpo de Iacobus? - pregunto con tono firme.

-¿Qué sucede, Iador? -pregunté, más preocupado que intrigado. Nada bueno podía significar que tras mirar la cabeza mi hermano preguntase instantáneamente por el cuerpo, y me temía cualquier tipo de brujería: sobre todo, lo peor, y es que aún degollado siguiese con vida.

- "¡Alto ahí! ¡No déis un paso más! ¡En nombre del Duque! ¡Sois forajidos y fuera de la ley, volved a vuestras tierras y dejadnos en paz!" - Grita un miliciano desde las puertas de madera de aspecto algo destartalado de la ciudad de Alba Iulia, cuando vuestras tropas están a menos de cuarenta metros.

Como para subrayar las palabras del miliciano, una lluvia de piedras de pequeño tamaño son arrojadas desde la exigua muralla hasta la primera línea Basarab. La mayoría están todavía lejos como para ser alcanzados, aunque unas cuantas piedras rebotan contra la armadura del Caballero Barakta.

Alzo el puño para frenar a mis tropas y a mis hermanos. Miro desafiante a esos miserables aldeanos y hago avanzar a mi corcel unos metros más hacia ellos. Mi mirada es desafiante. Si pudiera los destruiría con tan sólo mi mirada, que destila mucha más ira y furia que ponzoña podrían destilar mil serpientes. En cuanto freno mi corcel me apresuro a sacar la cabeza del caballero Radoslav y la sujeto por los cabellos mientras la muestro a esos campesinos.

- Os traigo un regalo de parte de mi padre. El Boyardo le manda sus saludos a Durius. - Bramo con toda la potencia de que son capaces mis pulmones. - Si no queréis acabar igual que el Caballero de los Cárpatos abridnos las puertas y apartaos de mi vista. Escondeos y no saquéis las cabezas mientras estemos por aquí cerca. -

Si la cabeza de Iacobus no es suficiente para amedrentarles no sé qué lo será. Pero si hay que usar la fuerza estoy más que dispuesto a ello.

IADOR:

- Tirada Oculta de Apariencia + Presencia.

¿El cuerpo? di órdenes para que lo quemaran- responde el caballero. Tras esto, oye el grito de aquel borracho y justo caen varias piedras contra su armadura, mas no presta mucha atención a aquella chusma. Deja a su hermano actuar en consecuencia. 

Los campesinos no parecen amilanados por la visión de la cabeza cortada del Caballero de los Cárpatos. O tal vez el miedo les hace actuar con locura demencial.

El caso es que arrojan piedras cada vez con mayor violencia y de mayor tamaño, hasta el punto de que Iador tiene que alejarse o de lo contrario no podrá controlar a su caballo para evitar que huya.

Regresa junto a sus hermanos y a sus agotadas y confusas tropas.

Esto va a ser mucho más complicado de lo que en un principio parecía.

IADOR:

- Va a haber que replantearse la estrategia.

- Los milicianos parecen muchos, y parecen tener una ilimitada cantidad de piedras de diversos tamaños para arrojar.

- Parece además que todos están armados con lanzas cortas. A corta distancia podrían arrojarlas en masa y causar mucho daño.

- Hubieses jurado que esos cagarros no tendrían valor para enfrentarse a los Basarab. Pero parece precisamente que el miedo les hace resistir.

- Tus propias tropas están agotadas por la falta de sueño y descanso. Anoche estuvieron corriendo sin parar y han avanzado casi todo el día en marcha forzada.

- Te parece factible infiltrarse en la ciudad, aunque no con armaduras desde luego. Algo que quizá sea posible para alguien sigiloso, en especial al amparo de la noche. Anochecerá en menos de una hora, y tal vez entonces podáis hablar con Adelmus.

Regreso junto a mis hermanos con el rostro impasible. Es algo que se me da bien aunque en este caso puede notarse la rabia bullir en mi interior. Si no fuera porque tenemos un objetivo mayor, arrasaría a esos miserables y les arrancaría las tripas para dar de comer a los cerdos. Que un grupo de analfabetos campesinos se atrevan a hablar así a un Basarab.

Cambiarán las tornas cuando gobernemos de nuevo. Memorizo la cara de los dos milicianos que han tenido la osadía de replicarme pues han incitado al resto a lanzarnos piedras.

Ordeno a las tropas retroceder para escondernos. Regresaremos al punto donde Molensk y yo esperábamos a Barakta y el resto de tropas. Es un buen lugar para descansar y dispondremos de una buena visión de la capital.

Cuando estamos de vuelta en el punto inicial doy el alto.

- Que todas las tropas descansen. – Ordeno. – Establecer turnos de guardias, no quiero que nadie se acerque a este campamento sin que lo sepamos. – Añado. Se puede notar algo de furia en el timbre de mi voz, aunque intento controlarla todo lo que puedo.

Desmonto de mi corcel y me dirijo hacia mis hermanos.

- Esos cagarros maldecirán el día que nacieron. – Gruño y luego miro a mi alrededor. – Necesitamos descansar. Todos. –

Sacudo la cabeza intentando despejarme un poco. La falta de sueño aun no comienza a afectarme pero pronto lo hará.

- En cuanto despierte Adelmus que alguien venga a despertarme a mí. Tenemos que hablar con él. – Indico mientras me dispongo a echarme aunque sea una hora. – Podemos intentar infiltrar a alguien en la ciudad al amparo de la noche. Alguien sigiloso que nos abra las puertas y permita nuestro acceso. Y quizá nuestro primo tenga alguna otra idea. De lo contrario, si no funciona lo de enviar a alguien sigiloso, tendremos que entrar por la fuerza. Y para eso necesito a todo el mundo descansado. –

En cuanto las órdenes para los guardias están repartidas, me quedo unos instantes más hablando con mis hermanos a solas.

- Barakta, hiciste bien en quemar el cuerpo de Iacobus. – Giro mi cabeza en dirección al saco con la cabeza del bastardo que hirió de muerte a Padre y a Glaatu. Está en el suelo donde lo he dejado. – Ese caballero estaba endemoniado. Antes sus ojos me devolvieron la mirada con un odio visceral. – Explico. Pueden creerme o no, pero la cabeza me devolvió la mirada. – No sé qué es o qué era Iacobus pero desde luego no era humano. Creo que mientras tengamos la cabeza con nosotros no podrá volver, pero me da miedo pensar que Durius pueda recuperar la cabeza, o incluso que el infame Iacobus pueda regresar de entre los muertos si quemamos su cabeza también. –

Mis ojos se desvían hacia Alba Iulia y hacia el castillo de Balgrad anhelantes. – Prometedme una cosa. Si algo me pasa que esa cabeza no vuelva a manos de Durius. Lleváosla o quemadla. Pero ante todo no quiero que jamás Iacobus pueda regresar. -

OCASO DEL CUATRO DE MAYO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.