Partida Rol por web

Basado en una aproximación inicial, todo el Software que manejaba la seguridad de Antony no parecía ser precisamente un producto comercial. Pedazos de código, scripts encriptados, parches de seguridad, cambios al código del S.O. Una cosa te quedaba clara, el tío sabía muy bien lo que hacía y al menos toda la mierda que hablaba parecía tener algún fundamento en sus habilidades. Por lo que, a este paso, bien podría tomarte varias horas ingresar al sistema, eso si el cansancio y el tiempo os dejaban y si no terminabas por meter la pata. Era más o menos un acto de equilibrista y un paso en falso podría acabar con todo el lo que llevases...

Oliver llevaba ya un buen rato cuando, con un gran suspiro, echó para atrás la silla ayudándose de las manos y miró a sus compañeros.

Tiene pinta de que me va a llevar un rato largo. Otras dos horas, lo menos, y eso si no la cago en algo. Antony es un pequeñuelo sagaz y artero. Yo estoy por hacerlo. Cualquier información que podamos conseguir, por pequeña que sea...

El rato que Oliver estuvo en el ordenador se me hizo eterno. Al principio me encontraba inquieto, mirándole como si así pudiera hacer que las cosas avanzasen más rápido. Sin embargo, conforme pasaban los minutos la tensión y el aburrimiento se mezclaba Miré el reloj varias veces y a punto estuve de llamar para ver si se sabía algo de lo de Arcadius.

En otras condiciones probablemente habría ido a la cocina y me habría preparado un café. Pero después de lo que había hecho Aiden no quería que ninguno pensase que lo suyo y lo mío era siquiera similar, de modo que me aguanté. Finalmente, cuando Oliver se giró para mirarnos, fruncí el ceño. ¿Un rato largo? Ni que aquello fuera el el ordenador del MI6. Creía que era de verdad bueno en esas cosas.

—¿Dos horas? —pregunté. Y ni siquiera teníamos la certeza de que Antony hubiera dejado nada de valor ahí. O al menos nada de valor para encontrarle. Emití un suspiro.

—Voy a bajar a tomar un café. Cualquier cosa, avisadme al móvil. —Antes de irme, sin embargo, pregunté algo más—. ¿Quieres decir dos horas en ese ordenador, o dos horas en total? —enuncié señalando también los otros que había allí.

Oliver puso una expresión que, de tan compasiva, resultaba un poco repelente. Dos horas como mínimo, querido. Y eso si no caigo en alguna de las pequeñas sorpresas que tiene nuestro común amigo en esta preciosidad de máquina. Por lo que se, el disco duro podría acabar borrado. Incluso, si es muy muy ingenioso, podría desatarse un pequeño incendio. Anthony era un despertado. A saber cómo funcionaría esa máquina. Oliver, en su lugar, habría puesto algunas cosas que... Cualquier cosa. Podía pasar cualquier cosa. Sentía cierto alivio al saber que su amigo era todavía un mago novato, como él mismo.

Miró el ordenador con un pensativo cariño.

Es lo que hay. No por nada elegimos a los mejores en nuestro pequeño ejército de tres.

En cuanto Oliver se acercó, me levanté y aparté la silla para dejarle sitio a la suya. Me metí otro puñado de cheetos en la boca y lo observé teclear mientras los masticaba con parsimonia. No tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo pero el movimiento de sus dedos era hipnótico, con ese sonido rítmico que hacían las teclas. Casi ni me enteré de que el tiempo iba pasando, hasta que se me acabó la bolsa de ganchitos y me di cuenta de que debíamos llevar la tira de rato así, Oliver tecleando y yo mirando por encima de su hombro. 

Sacudí la cabeza y me froté la cara con las manos para despejarme un poco. Estaba a punto de abrir la bolsa de patatas cuando empezaron a hablar. Escuché a uno y a otro y al ver que el abogado se piraba le hice un gesto con la mano levantando la bolsa. 

—Ya quevas, trae provisiones —pedí. Con mis colegas no habría sido necesario hacerlo, cualquiera que saliera a la calle a esas horas después de no dormir, sin duda traería un buen arsenal. Pero claro, Evan no era como mis colegas—. Algún refresco grande y másbolsas de patatas. Y algúnbollo. Trae cantidad, que vamos a estar aquí milhoras. 

Después me desentendí de él y eché un vistazo a mi alrededor. Podía empezar a trastear con el portátil, o con el teléfono móvil, pero teniendo a Oliver que sabía más de eso, a lo mejor era más útil que yo revolviese el piso.

—Voy a echar unojo porahí —le informé, poniéndome manos a la obra—. Pero sinecesitas ayuda, avisa. 

Abrí la bolsa de patatas y me puse a buscar por todas partes, sin saber muy bien qué esperaba encontrar pero con la idea en mente de que si veía algo interesante me daría cuenta. Empecé a abrir cajones y puertas, ojear cualquier papel o carta que me encontrase y hasta me agaché para mirar debajo de la cama y los muebles. Estaba en plan Sherlock Holmes total. A saber dónde podía haber una pista. 

Oliver fue vagamente consciente del olor a cheetos y al sonido que hacíe el que empezaba a llamar en su fuero interno la "mascota" del grupo.

Al oír la puntualización de Oliver me costó no poner los ojos en blanco. Dos horas como mínimo, y eso sin aclarar si se refería a un pc o a varios. ¿Merecía la pena la búsqueda entonces? Probablemente no. En ese tiempo Antony podría estar prácticamente en Francia. ¿Qué habría hecho yo? Llevarme los ordenadores y recurrir a ellos sólo si las otras vías resultaban ser muertas. Además, la posibilidad de un incendio... Bueno, el paralítico no era yo, después de todo.

Asentí en dirección a Aiden, aceptando traer a saber qué, antes de hablar.

—Hasta ahora —dije, saliendo ya de aquella casa.

Pensándolo bien, la verdad es que parecía inútil que estuviéramos los tres allí si sólo Oliver iba a hacer cosas con el ordenador. Aprovecharía el rato del café para pensar en qué otras cosas podríamos hacer el porrero y yo mientras: quizá no todos teníamos que perder el tiempo.

Una búsqueda superficial no revela nada que llame tu atención, o al menos nada que no llame tu atención de forma útil. Poco a poco los efectos de la droga iban desapareciendo mientras el teclear de Oliver es omnipresente, pero por el cuarto de Antony sólo están sus pertenencias desperdigadas. Paquetes viejos de comidas antiguas, calcetines que parecían haber sido olvidados indefinidamente, un bolígrafo sin tapa cuya punta ha acumulado semanas y semanas de polvo, y bastantes señales de que seguramente tu compañero debería haber hecho limpieza más a menudo.

Entre sus papeles encuentras varias facturas de McDonalds y Subway, las facturas de la luz de al menos dos meses atrás, varias notas independientes que hablan de algoritmos y cosas similares, con flechas y diagramas, al menos dos dibujos intrincados que parecen hechos en un momento de aburrimiento, una caja de minas para portaminas, varios libros en bastante uso desperdigados por el lugar, de literatura ligera y popular. Al final de tu búsqueda nada parece extraño o anormal para lo que esperarías en una habitación. Estaba claro que probablemente las demás cosas estuviesen en los dispositivos personales de Antony, pero por ahora no parecía haber nada que te encendiera el foco.

La calle empieza a ver a más personas, siendo casi las 6 de la mañana, parecía que finalmente la ciudad mostraba actividad. Los durmientes comenzaban a caminar, los coches a circular, el ruido aumentaban y el inescapable olor a humo comenzaba lentamente a hacerse visible. Aunque la oscuridad se resistía a desaparecer, el inefable aislamiento y la soledad de la madrugada quedaban como un mero recuerdo curioso, mientras el palpitar habitual de la metrópolis iba asentándose. La mayoría de los londinenses parecían ocupados o preocupados por llegar a su trabajo, y la atmósfera tenía algo de prisa mezclada con la extraña opresión que el frío genera sobre el pecho al respirar. 

No ves ningún café cercano, y revisando tu móvil, el mapa te revela uno a unas cuantas calles de allí. Sin más que hacer, caminas hacia el sitio. Un lugar pequeño, casi como si hubiese sido forzado entre otros dos locales de mayor tamaño que a esta hora están cerrados. Parece estar abriendo apenas, un hombre con sobrepeso está acomodando las sillas que están en su mayoría sobre las mesas y una mujer de no más de 20 años se encuentra rápidamente organizando algunos individuales. Ambos te observan apenas llegas, saludan con un -Buenos días- y con un intercambio rápido de miradas, la mujer te ofrece una mesa de las más cercanas al exterior y de las pocas que están arregladas y se dispone a tomar la orden.

El sitio parece sentir el frenesí mañanero. Hay un olor a metal y a café en el aire, mientras una corriente de aire frío eriza los pelos de tu nuca, recordándote que el clima de la ciudad, variable como él sólo, suele tender a bajar por ocasiones y amenazas con lluvia, y el cielo nublado y oscuro, aclarado sólo por las luces blanquecinas y naranjas parece confirmar lo que todo el planeta sabe: nunca hace buen tiempo en Londres.

Oliver se sumergió sin dificultad en el delicado mundo de los símbolos. Tecleaba con gracia, anotaba en una libreta aparte arcanas indicaciones, susurraba a Frankie, aprisionado en su terminal móvil y manoseaba el ordenador de Anthony con suave voluptuosidad, delicada eficiencia y, quizá, una familiaridad algo desconsiderada, teniendo en cuenta que no era de su propiedad.

El tiempo desapareció para él. Estaba en otro mundo. Un mundo más liviano, quizá, igualmente cruel y duro, pero con rasgos comprensibles para él.

La búsqueda no sirvió de mucho, pero al menos me despejó la cabeza. Cuando volví al lado de Oliver para ojear lo que hacía tenía una bolsa de patatas menos, pero me movía con menos torpeza y mis pupilas ya no estaban dilatadas. 

Me pareció que estaba enfrascado y Evan aún no regresaba, así que me fui hacia el portátil y me senté en la cama, apoyándolo sobre mis rodillas. 

—Voy a ir echando un ojo a este —informé, mientras ya pulsaba el botón para encenderlo. 

El tiempo caminando hacia aquel café me permitió darle unas vueltas a lo que estábamos haciendo. Cada vez tenía más claro que estábamos perdiendo el tiempo quedándonos allí. Lo cierto es que ya hacía algún rato que había dado por hecho que no iría a trabajar. Sin embargo, si seguíamos así sólo serviría para acumular tareas pendientes. Consulté el reloj, pensando en avisar ya de mi posible ausencia o esperar un rato más, y finalmente opté por eso último.

Antes de entrar en el local saludé a aquella pareja, y una vez en la mesa pedí un café. Me tomé mi tiempo para respirar y relajarme. No hacía tanto no creía en la meditación, casi ni en el hecho en sí de tomarme un respiro, pero en ese punto toda mi concepción de la realidad había cambiado considerablemente. No me quedé allí demasiado tiempo, sólo unos diez minutos en los que aproveché para repasar lo que había sucedido. Con el teléfono en el mano valoré llamar a Artemis primero, y luego a Maddie, pero al final acabé por aplazarlo también, dando por hecho que se habrían puesto en contacto de tener novedades.

Para cuando me levanté de la mesa y fui hacia la barra busqué con la mirada algunas de esas cosas que había pedido Aiden.

—¿Tiene bolsas de patatas, bollería o cosas así? —pregunté—. Y si tiene deme tres o cuatro latas de coca-cola.

La llamada con Maddie transcurre con cierta tensión. Sientes que su preocupación aumenta, aunque ella no puede explicar por qué, te dice que "tiene un mal presentimiento". Ella dice que de su parte hay poco que decir, ha tratado de darle un vistazo al futuro, pero no ha podido concentrarse bien y sólo presiente cierta angustia en lo que hay de venir. 

En cuanto le comentas lo del ascensor, ella te explica: -Hemos hablado poco de ello, pero podría ser que estéis detectando algo de magia. Ya sea porque el sitio resuena naturalmente y allí haya un nodo de energía pura, o porque alguien haya empleado recientemente su voluntad. Y si alguien ha forzado la entrada como piensas, quizás no haya sido lo único que hizo. En cualquier caso, parece que hay o hubo un Mago muy cerca- explica. -Sed precavidos.- os advierte.

La llamada con Arcadius transcurre de forma algo familiar. Éste aprueba que Oliver y Aiden estén buscando cosas allí y te pregunta si hay cámaras fuera del edificio. De su parte explica que ha estado observando sin parar el sector, identificando los posibles vehículos, pero ha descartado los pocos que parecían remotamente posibles. -Si es cierto que esta camioneta iba hacia el norte, entonces habrá parado en algún punto entre donde la habéis visto y Cambridge. Algún lugar en donde el sistema de vigilancia no le ha registrado...- sugiere. -Seguiré observando por si reaparece, pero con el aumento de vehículos, no será muy fácil seguirle la pista a todos.- Manifestando que la búsqueda parece destinada a dar muy pocos resultados. En cuanto le comentas lo que habéis observado, confirma lo que ha dicho Maddie. -No hay registros de un Nodo cerca a donde vive Antony, por lo que es probable que estéis captando residuos de esfuerzos de otro Despertado. Si empleó magia para entrar allí y retener a Antony por cualquier medio... es posible que sea eso lo que percibís.- no se atreve a hacer más conjeturas como Maddie, pero os sugiere que séais precavidos también y que si no encontráis nada, volváis a casa y os mantengáis alerta. -Revisaré nuevamente que no haya habido operaciones de los sombreros negros cerca. Esa sería la alternativa más lógica. De lo contrario, Antony tenía un enemigo con nuestras capacidades.- concluye friamente.

Cuando volví al piso lo hice llevando todo tipo de provisiones. Cuatro latas de coca-cola, bolsas de patatas y algo de bollería. Yo no habría comido nada de eso normalmente, a lo sumo cuatro o cinco patatas, y menos como desayuno, pero tenía pinta de encajar en lo que Aiden había pedido. 

Al llegar al portal llamé directamente al telefonillo, esperando que alguno de los dos —probablemente el fumeta, que seguro que estaba menos ocupado, aportaba menos y tenía más facilidad— me abriese. Una vez arriba traté de ver si al salir del ascensor se repetía la sensación de antes, pero no dije nada hasta estar dentro de nuevo y haber cerrado la puerta.

—Ahí tienes —dije al porrero, tendiéndole la bolsa—. Que aprovechen las grasas saturadas.

—He estado hablando con Maddie y con Arcadius, pero no hay mucha novedad. Creen que lo de fuera eran residuos de esfuerzos de otro como nosotros, yo supongo que el intruso. Arcadius está revisando que no hayan operado sombreros negros aquí cerca, sólo por asegurarse, y también dice wue ha seguido buscando, pero que la furgoneta debió parar en algún punto entre el lugar que vimos y Cambridge. 

—¿Vosotros cómo vais por aquí? ¿Alguna novedad?

Aparté la vista de la pantalla al escuchar el telefonillo. Dudé por un momento, podía ser el abogado, pero también el atacante... ¿No decían que los criminales volvían siempre a las escenas del crimen? ¿Funcionaría eso también con los secuestradores? Claro que también podía tratarse de cualquier colega de Antony o incluso alguien con información. Así que al final me levanté para responder y hasta me decepcionó un poco que sólo se tratase de Evan. 

Volví a sentarme en la cama, con el portátil sobre las piernas, y seguí tecleando en él. Así estaba cuando Evan entró en el piso, donde Oliver seguía trabajando enfrascado en el mismo lugar que cuando él se había ido. Al ver toda la comida que traía, se me iluminó la cara. Ya no me movía con la torpeza anterior y mis pupilas ya no estaban dilatadas, pero seguía con un hambre capaz de devorar una vaca con pezuñas y todo. 

—Joder, tío, qué grande —halagué su labor consiguiendo provisiones—. Cojonudo. 

Pillé una bolsa de bollos y la abrí para sacar uno y empezar a devorarlo haciendo pequeñas pausas para hablar mientras. 

—Pues ya ves. Estamos en ello —señalé, levantando un poco el portátil—. He estado echando un ojo por los cajones y debajo de la cama y eso. Como en las pelis, ya sabes. Pero no había una mierda, así que me puse con el bicho este para ayudar a Oliver. 

Me quedé pensando entonces en lo que Evan había contado. 

—Si Arcadius puede delimitar un poco el trozo de carretera podríamos pillar tu coche, ir para allá y ver al menos qué salidas hay o qué hostales... No sé, algo. ¿O qué? —pregunté al final, haciéndole un gesto con la barbilla. 

El tiempo transcurre con cierta premura, con cierto silencio tenso en el aire, mientras las escasas interrupciones se transforman lentamente en los murmullos del exterior. El paso de los minutos es directamente proporcional a la actividad que podéis sentir y percibir, y está claro que el gigante dormido que es Londres comienza a sacudirse, mientras por sus arterias y pulmones comienzan a circular vehículos, personas, ideas, preocupaciones y tragedias. Aquel fragmento mal aislado de la ciudad hace parte también de un conjunto infinito de relaciones, de actos y de historias, que pasan tangencialmente mientras os ocupáis de aquel misterio.

Los dedos de Aiden y Oliver teclean con rapidez, los pasos de Evan resuenan, y una y otra vez todo parece una carrera contra el tiempo. Vuestros mentores se esfuerzan por su lado, pero dejan de manifiesto la dificultad de todo aquello, y a medida que los cuartos de hora se acumulan, podéis sentir la desesperanza acumulándose en vuestros pechos. El primer rayo del sol se filtra a través de un pequeño espacio en la persiana y de repente, los tres os detenéis simultáneamente, y vuestras miradas se pierden en aquel simple fenómeno que por un brevísimo instante, os llena de esperanza...

El sol se alza a través de aquel interminable tunel, revelando la oscuridad a tu alrededor. Sientes el frío en tu cuerpo, tus extremidades entumecidas y adoloridas, tu boca amordazada. Tus piernas tiemblan y tu nariz lleva horas adormilada ante aquella fetidez que proviene de tu miedo. Aún había algo de esperanza en ti, en que despertarías pronto, en que te encontrarían y te sacarían de allí. Pero al ver aquel rayo del sol a través de la roca negruzca y antediluviana, reflejándose a través de la humedad y tocando tu rostro, en lugar de sentir esperanza... tuviste la certeza de que todo estaba perdido. 

Las tinieblas se disipan con rapidez, encegueciéndote un momento. La roca sobre la que estás recostado no incomoda tanto, pero sus pasos, sus pasos lentos mientra se acerca hacia ti te encogen el corazón y te llenan del terror primordial que todas las criaturas experimentan cuando saben que sus minutos están contados. Un gemido inútil y deforme escapa de tu garganta, mientras la figura encapuchada camina hacia ti, con su ritmo mecánico, y puedes sentir a través de la oscuridad que rodea su rostro, su mirada furiosa observándote.

Es demasiado tarde.

Se arrodilla a tu lado. Desearías poder percibir más de ella, escucharla, medirla, comprenderla, pero tus sentidos están obnubilados, alertas, sobrecargados en medio del pánico. intentas sacudirte, pero todo duele, tus ataduras son fuertes. Tus ojos se llenan de lágrimas mientras el brillo plateado en su mano, el brillo deforme y confuso se acerca como un presagio de la siega, como la guadaña de la parca. Ahogas un "Noooo", mientras sientes la hoja adentrarse entre tus costillas, como una punzada, y se clava en tu corazón, que late a gran velocidad. Cada latido es un estertor de dolor, un momento menos de vida, mientras tu pecho se siente cálido y tu cuerpo se va enfriando. Su voz se pierde como una cacofonía, tus pulmones intentan respirar, tu cerebro intenta mantener vivos tus últimos pensamientos, pero es inútil. El arma se entierra tan profundamente, y por allí sientes que se escapa todo: tu vida, tus emociones, tu esencia.

El disco solar brilla completamente visible a través del agujero circular y te baña con su luz. Lo último que percibes es la fría luz del sol mientras todo el dolor, la angustia y la tristeza se queda atrás.

Te descubres en la habitación de Antony nuevamente, de rodillas junto a la cama, mientras te cuesta volver a respirar. Toses con fuerza, escupiendo pequeñas gotas de sangre. Sientes el dolor punzante en el pecho, sientes el frío de tu cuerpo y sientes el terror que no te ha abandonado a ti. Estabas muerto, habías experimentado la muerte en tu propia carne y ahora estabas allí, con tus recuerdos, de nuevo en tu cabeza pero con la certeza de que Antony...

... ya no estaba vivo.

Todo avanza bien. Pero Antony ha sido astuto y aquello te cuesta, vaya que te cuesta. Incluso con tu experiencia, está claro que el tío te llevaba años de ventaja en esto. Lo único que tenías a tu favor era estar en su ordenador y un entendimiento más o menos rudimentario de lo que había intentado hacer. Tu intuición te estaba llevando por el camino correcto, pero vaya si había cosas por hacer. Estabas cerca de desentrañarlo, lo podías sentir, pero al cabo de las dos horas... todavía estabas allí, tecleando, explorando, al borde de abrir aquella caja de pandora y entonces observas el primer rayo de sol de la mañana...

El sol se alza a través de aquel interminable tunel, revelando la oscuridad a tu alrededor. Sientes el frío en tu cuerpo, tus extremidades entumecidas y adoloridas, tu boca amordazada. Tus piernas tiemblan y tu nariz lleva horas adormilada ante aquella fetidez que proviene de tu miedo. Aún había algo de esperanza en ti, en que despertarías pronto, en que te encontrarían y te sacarían de allí. Pero al ver aquel rayo del sol a través de la roca negruzca y antediluviana, reflejándose a través de la humedad y tocando tu rostro, en lugar de sentir esperanza... tuviste la certeza de que todo estaba perdido. 

Las tinieblas se disipan con rapidez, encegueciéndote un momento. La roca sobre la que estás recostado no incomoda tanto, pero sus pasos, sus pasos lentos mientra se acerca hacia ti te encogen el corazón y te llenan del terror primordial que todas las criaturas experimentan cuando saben que sus minutos están contados. Un gemido inútil y deforme escapa de tu garganta, mientras la figura encapuchada camina hacia ti, con su ritmo mecánico, y puedes sentir a través de la oscuridad que rodea su rostro, su mirada furiosa observándote.

Es demasiado tarde.

Se arrodilla a tu lado. Desearías poder percibir más de ella, escucharla, medirla, comprenderla, pero tus sentidos están obnubilados, alertas, sobrecargados en medio del pánico. intentas sacudirte, pero todo duele, tus ataduras son fuertes. Tus ojos se llenan de lágrimas mientras el brillo plateado en su mano, el brillo deforme y confuso se acerca como un presagio de la siega, como la guadaña de la parca. Ahogas un "Noooo", mientras sientes la hoja adentrarse entre tus costillas, como una punzada, y se clava en tu corazón, que late a gran velocidad. Cada latido es un estertor de dolor, un momento menos de vida, mientras tu pecho se siente cálido y tu cuerpo se va enfriando. Su voz se pierde como una cacofonía, tus pulmones intentan respirar, tu cerebro intenta mantener vivos tus últimos pensamientos, pero es inútil. El arma se entierra tan profundamente, y por allí sientes que se escapa todo: tu vida, tus emociones, tu esencia.

El disco solar brilla completamente visible a través del agujero circular y te baña con su luz. Lo último que percibes es la fría luz del sol mientras todo el dolor, la angustia y la tristeza se queda atrás.

Te descubres en la habitación de Antony nuevamente, apenas sosteniéndote por el escritorio. El teclado está manchado de sangre que sale desde tu nariz. Sientes el dolor punzante en el pecho, sientes el frío de tu cuerpo y sientes el terror que no te ha abandonado a ti. Estabas muerto, habías experimentado la muerte en tu propia carne y ahora estabas allí, con tus recuerdos, de nuevo en tu cabeza pero con la certeza de que Antony...

... ya no estaba vivo.

Antony podía ser listo, pero tú contabas con la fortuna y tu recursividad. El tío no había cerrado la sesión de su ordi, y aunque estas cosas de sistemas operativos y demás te eran desconocidas, no había nada que mirando internet, el historial de páginas que había visitado él, y aplicando las cosas no resolviese. Y vaya que las cosas iban saliendo, porque poco a poco ibas rompiendo la seguridad de tu compañero. No entendías muy bien el cómo, y probablemente replicar el método te costase más, pero estaba funcionando. Es en ese justo instante, cuando sientes el primer rayo de sol de la mañana.

El sol se alza a través de aquel interminable tunel, revelando la oscuridad a tu alrededor. Sientes el frío en tu cuerpo, tus extremidades entumecidas y adoloridas, tu boca amordazada. Tus piernas tiemblan y tu nariz lleva horas adormilada ante aquella fetidez que proviene de tu miedo. Aún había algo de esperanza en ti, en que despertarías pronto, en que te encontrarían y te sacarían de allí. Pero al ver aquel rayo del sol a través de la roca negruzca y antediluviana, reflejándose a través de la humedad y tocando tu rostro, en lugar de sentir esperanza... tuviste la certeza de que todo estaba perdido. 

Las tinieblas se disipan con rapidez, encegueciéndote un momento. La roca sobre la que estás recostado no incomoda tanto, pero sus pasos, sus pasos lentos mientra se acerca hacia ti te encogen el corazón y te llenan del terror primordial que todas las criaturas experimentan cuando saben que sus minutos están contados. Un gemido inútil y deforme escapa de tu garganta, mientras la figura encapuchada camina hacia ti, con su ritmo mecánico, y puedes sentir a través de la oscuridad que rodea su rostro, su mirada furiosa observándote.

Es demasiado tarde.

Se arrodilla a tu lado. Desearías poder percibir más de ella, escucharla, medirla, comprenderla, pero tus sentidos están obnubilados, alertas, sobrecargados en medio del pánico. intentas sacudirte, pero todo duele, tus ataduras son fuertes. Tus ojos se llenan de lágrimas mientras el brillo plateado en su mano, el brillo deforme y confuso se acerca como un presagio de la siega, como la guadaña de la parca. Ahogas un "Noooo", mientras sientes la hoja adentrarse entre tus costillas, como una punzada, y se clava en tu corazón, que late a gran velocidad. Cada latido es un estertor de dolor, un momento menos de vida, mientras tu pecho se siente cálido y tu cuerpo se va enfriando. Su voz se pierde como una cacofonía, tus pulmones intentan respirar, tu cerebro intenta mantener vivos tus últimos pensamientos, pero es inútil. El arma se entierra tan profundamente, y por allí sientes que se escapa todo: tu vida, tus emociones, tu esencia.

El disco solar brilla completamente visible a través del agujero circular y te baña con su luz. Lo último que percibes es la fría luz del sol mientras todo el dolor, la angustia y la tristeza se queda atrás.

Te descubres en la habitación de Antony nuevamente, su portátil en el suelo. Un hilo de sangre se escurre por tu nariz, y respirar te cuesta, como si lo acabases de olvidar y tuvieses que aprenderlo nuevamente en cuestión de segundos. Sientes el dolor punzante en el pecho, sientes el frío de tu cuerpo y sientes el terror que no te ha abandonado a ti. Estabas muerto, habías experimentado la muerte en tu propia carne y ahora estabas allí, con tus recuerdos, de nuevo en tu cabeza pero con la certeza de que Antony...

... ya no estaba vivo.