Partida Rol por web

Los ojos de la niña reflejaban la sonrisa que curvó sus labios en cuanto manifestaste que había acertado con su elección y ya dentro del cuarto que parecía sacado de tus sueños, se subió encima de la cama sin preocuparse por los zapatos y se acercó a la maleta. 

—¡Wow! Te has traído muchísimas cosas —dijo con asombro al ver su contenido. 

Sus ojos brillaron aún más cuando recibió el paquete y lo desenvolvió rápido mientras daba pequeños botecitos que hacían temblar todo el colchón. 

—¡Halaaaaaa! —fue lo primero que dijo al ver el traje—. ¡Halaaaaaaaaaaaaa! —repitió, alargando un poco más la exclamación—. ¡Es supergenial! ¡Me encanta muchísimo!

Se puso de pie sobre la cama y siguió dando algunos saltitos que arrugaban la colcha mientras se ponía el traje delante y se miraba en el espejo. 

—¿Lo has cosido tú? ¡Muchísimas gracias, Sungun! 

Tardó algunos segundos en ser capaz de apartar la mirada de su traje para fijarse en el tuyo y entonces sus ojos se abrieron aún más.

—¿Y ese es para ti? ¡Mola mucho! ¡Vas a parecer una X-men cazadora de sombras!

Al ver a Jo subir con zapatos encima de la cama, contuve la respiración para no soltarle un grito. Era increíble, estaba enfrene de una rebelde sin causa y aun así parecía adorable. Esa niña tenía potencial.

Asentí a sus primeras palabras y procuré no sacar muchas de mis prendas mientras sus zapatos siguieran ensuciando la colcha. Aproveché mientras ella desenvolvía el paquete para cerrar la maleta con un gesto natural, cómo si nada me preocupara realmente y con ello me perdí su primera expresión al ver el traje pero su voz me dio una idea de la letra que su sonrisa debía haber dibujado.

Sonreí hasta perder los ojos invadidos por los mofletes al escuchar el veredicto final y salté encima de la cama con el trastero para sentarme a su lado y darle un abrazo aprovechando que aun era más pequeña que yo y el protocolo lo permitía pero sus pies parecían tener otros planes.

— ¿Sabes que en corea no se abren los regalos delante de la persona que te lo ha dado? —le explique entre sus saltos— Creo que es más bonito como lo hacéis aquí.

Asentí de nuevo contestando a su pregunta y dejando mi historia perdida mientras em ponía de pie para huir del movimiento del colchón. 

— Ha sido un placer, Jo —respondí con sinceridad pero automatismo a su gratitud y aquella fórmula tan prefabricada me obligó a añadir algo más—. De verdad. No sé de dónde viene mi sangre pero me gusta tenerte en la familia. Más que a los gemelos.

Luegó reí, reí desde el estómago al escuchar su opinión sobre mi traje y la miré ilusionada llevándome el meñique a los labios para cruzarlo creando un secreto.

— ¿Me lo pongo? —le pregunté cómo si me faltara un empujón para atreverme a mostrar estómago en una ceremonia— Seguro que nadie más lo reconoce — ¿Quieres que entrenemos con ellos en el jardín? Te puedo enseñar alguna cosa para que luego sorprendas a tu amiga ¿te hace? —la piqué con un guiño de ojo no me gustaba que alguien com mi sangre se quedara atrás en su preparación.

—¡Claro que sí! —fue la respuesta entusiasmada de la niña, sin llegar a especificar a qué de todo estaba respondiendo.

Aprovechó entonces la altura extra que le daba la cama y el impulso de su último bote para colgarse de tu cuello y besar tu mejilla. Sin embargo, el contacto fue breve, porque parecía estar demasiado exaltada como para permanecer quieta más de dos segundos, y en menos de lo que tardó en pestañear ya estaba en el suelo, estudiando con la mirada su disfraz como si tuviese intención de ponérselo en ese mismo instante.

—¿Por qué en Corea no abrís los regalos? ¿Es porque así si te regalan algo que no te gusta no tienes que fingir que sí? A mí una vez la tía de papá me regaló unos cuchillos pero yo pensaba que era un libro porque venían en una caja cuadrada y le dije que no me habían gustado nada y se enfadó. Me dijo que ya podría ser un poquito como Alice. —Acompañó el final de su frase con una mueca. Hablaba rápido, resumiendo aquella historia con un gesto de cabeza—. Ese día me habría gustado estar en Corea. Y a ella también. Te lo tienes que poner, es demasiado genial para que no lo hagas, ¿verdad? ¿Verdad? —insistió, sin dejarte hablar y empezando a meter un pie con zapato y todo en el suyo—. Pero no te lo pongas para la reunión del Consejo —añadió entonces, frunciendo un poco el ceño al mirarte y deteniendo su movimiento como si dudara si decirte algo sobre aquello o no. Sin embargo, debió decidirse por lo segundo, porque enseguida siguió hablando, aunque con un grado menos de entusiasmo—, póntelo para luego cuando te pongan la runa y así todos se caerán de culo. Y no puedo ir a jugar al jardín ahora... Tengo que ir con mis padres a ver geeeeenteeeee a siiiiiitiiiiioooos —alargó las sílabas haciendo gestos exagerados con ojos y mano— antes del Consejo. Pero podemos ir después de comer si no est~ —se detuvo en seco, como si hubiera estado a punto de meter la pata y abrió mucho los ojos mirándote fijamente, como si quisiera averiguar por tu cara si te habías dado cuenta de que había estado a punto de decir algo que quizá no debía.

Que Jo me besara se me hizo raro pero no protesté. Ya había quedado claro que la niña era una rebelde y tampoco me había molestado, todo lo contrario.

Además, no dejaba de ser más pequeña que yo, no tenía porqué ser formal con ella.

En cuanto volvió al suelo, la dejé hacer aunque la posibilidad de que se desnudara para meterse en el traje me aceleró el pulso. Quedaría muy raro si alguien venía y lo veía sin contexto. Le di la espalda volviendo a abrir mi maleta y dejé mi modelito de x-men extendido sobre las almohadas rosas.

Era gracioso escuchar a Jo tan acelerada que incluso se perdía en sus frases, dejando que algunas murieran inacabadas como la vida de Ami-son. También fue divertido escuchar como me explicaba el porqué de mis tradiciones. Era lista.

Su insistencia en mi atención hizo que volviera a mirarla y pudiera darme el regalo de no desvestirse. Asentí a aquellas verdades prometiendo que me lo pondría.

Luego cuando se calló de golpe, ladeé la cabeza al mirar sus ojos de cachorrito. Sabía perfectamente porqué se había callado: Alice. Seguro que los gemelos también se hubiesen corregido antes de pedirme cita para más tarde, pero con Jo iba a ser mejor hermana que Alice, en el sentido ingles. Iba a ser mejor en todo.

— ¿ocupada? —terminé su frase— Para ti estaré siempre disponible, princesa mutante.

Cogí algunas prendas envueltas en papel de seda de la maleta y las acerqué al armario.

— El vestido de Frost será para la runa, por supuesto que sí. Ahora iré a eso tal cual —empecé a responder guardando mi ropa—. Y si tus padres te esperan no debería entretenerte —me volví hacia ella y señalé el disfraz—. Puedes dejarlo aquí y entrar a buscarlo aunque no esté yo, luego.

— Y, en realidad sí es por eso. Lo de los regalos. En corea nos enseñan a no mostrar ni entusiasmo ni frustración en público. Es un tema de corrección, para no incomodar a nadie.

Volví a la maleta y dejé en ella mi música y mi bolso.

— ¿Qué hiciste con los cuchillos? ¿Quieres que te los cambie por un libro?

Jo empezó a ponerse roja como un tomate cuando terminaste su frase y su parálisis tardó hasta que llegaste al armario en deshacerse dando paso a un asentimiento de cabeza con el que aprobaba tus decisiones de vestuario. 

Para cuando regresaste a la maleta la niña ya tenía el disfraz medio puesto por encima y se miraba en el espejo encantada. 

—No importa, puedes entretenerme —aseguró un instante antes de que el sonido de una puerta cercana abriéndose y cerrándose dibujase la culpabilidad en su rostro—. La gente esa puede esperar un poco, ¿no? —Buscó tu mirada y tu aprobación mientras se encogía de hombros—. Se los quedó Alice, creo. Hace ya mucho de eso. Como dos o tres años o así. 

Ver a Jo enrojecer me hizo pensar que le había leído la mente a la perfección — pero qué mona —pensé con todas las letras y desvié un poco de ese pensamiento a Aly Ami-son para que viera a qué se podía llamar así—.

— Estás genial —le dije a su reflejo en el espejo—. Pero creo que la gente ya ha esperado mucho —¿como dos o tres años? ¿tan tarde vas? —sentí una punzada helada en el corazón. Iba a tener que empezar a "jugar" con ella cada tarde.

— ¿Y cuándo es tu cumple? —le pregunté camino a la puerta estirándola con conversación para que viniera conmigo.

Dudé en dejar el bolso, más que por querer tener a mano las mil cosas que llevaba, por las únicas que no funcionaban: mi móvil y mis cámaras. Me sentía tan incompleta sin ellos encima...

Y me costó. Otro pellizco helado para ser exactos, pero lo dejé en un mueble y abrí la puerta para mirar cómo estaban las otras dos.

— Creo que Mil-Carstairs ya está abajo. Vamos, gatita.

La niña sonrió ampliamente desde su reflejo al tuyo y después suspiró resignada y empezó a quitarse el disfraz. 

—Falta poco —respondió, arrugando la nariz como si el hecho de que llegase su cumpleaños no fuese una alegría sino un fastidio total—. El 12 de junio. 

Dejó el disfraz doblado con pulcritud sobre la colcha arrugada de la cama que no parecía merecer el mismo trato y empezó a caminar hacia la puerta tras de ti.

Las dos puertas se abrieron casi al tiempo. Por una de ellas salía Melissa, con el pelo suelto y expresión relajada, por la otra se asomó primero Sun-yun y tras ella apareció enseguida Jo. La puerta por la que habíais visto entrar a Milton estaba ahora cerrada. 

— ¿No te apetece? —pregunté a Jo aprobando con un casi imperceptible asentimiento de cabeza su trato con el traje.

Entonces volví a mirar a fuera y lo que vi en ese distribuidor me puso la piel de gallina.

— ¿Qué coño es esto? —pensé al ver a Meli-san con el pelo suelto— Joder, si fuera rubia estaría jodida.

— Vaya Meri-san Morgenstern qué guapa estás, no pareces tu —le sonreí sin separar los labios—.

Luego eché un vistazo a la puerta de Milton y al verla cerrada me moví hacia las escaleras para bajar.

—Es queee —empezó a responder la niña, arrastrando las sílabas tanto como los pies— cuando llegue tendré que empezar a entrenarme y todo eso. Quiero ser una cazadora de sombras, claro... ¿Pero tan prontooo? Vosotras sois unas suertudas.

Entonces hizo un gesto de saludo hacia la pelirroja, pero mientras que los pasos de Sun-yun la llevaban hacia la escalera, Jo empezó a dirigirse hacia el pasillo opuesto del corredor. 

—¡Nos vemos luego! ¡Que no os duela mucho lo del Consejo! —Y con esa despedida y un agitamiento de mano echó a correr en busca de sus padres. 

A pesar de las palabras de Amber yo me quedé ahí plantado mirando al estúpido de Robert durante algunos segundos. Fue más fácil reaccionar, sin embargo, cuando mi amiga tiró de mi brazo para sacarme de allí. En mi cabeza sabía que era lo mejor, sobre todo ahora que me había puesto en modo combate, pero eso no impedía que se me vinieran a la cabeza ideas para quedarme. Al ver cómo sonreía, además, bueno... Ni qué decir tiene que eso hizo más difícil marcharme de inmediato, y al menos me quedé a escuchar lo que decía.

Al principio asentí a lo de hablar largo y tendido, pero no tardó en estropearlo todo. Alex, Alex, Alex, puto Alex. Joder, no paraba de hablar de él, parecía que lo tenía dentro de la boca. Coño, que casi parecían un par de maricas que no sabían hablar de otra cosa.

—Vega, tío, nos vamos —respondí, dispuesto a marcharme ya—. Y los mundanos esos poco tienen de nephilim, ya lo verás. Un gota de sangre de cazador de sombras y ya se creen que pueden salvar el mundo.

Y con esas palabras, me marché.

Robert hizo un gesto de despedida con la cabeza para después girar sobre sí mismo para regresar junto a los otros, mientras Amber siguió tirando de ti hasta que estuvisteis fuera y hubo recuperado su mochila y sus dagas. Mientras se las colocaba en su lugar te miró con los ojos llenos de curiosidad y señaló con la cabeza hacia dentro. 

—¿Qué pasa con ese tío? —preguntó con naturalidad, terminando de ajustarse las cosas y disponiéndose a descender las escaleras.

Esos minutos de descanso en esa habitación fueron, para mí, lo mejor que le había pasado a mi cuerpo desde hacía mucho. No había sido demasiado rato, pero suficiente como para valorarlo.

En cuanto llegó la hora que habíamos acordado volver a bajo, cogí mi mochila y salí de la habitación. Al llegar al pasillo vi como también salían de la habitación de Sun-yun tanto ella como la pequeña Jo y les sonreí sin decir nada. Ese par hacían mucha gracia juntas.

No me esperaba la reacción de la coreana, para variar, y aunque me sorprendió con la coletilla de su frase, diciendo que no parecía yo, no le di importancia y le agradecí las palabras.

— ¡Gracias! No suelo ir con el pelo suelto, pero me apetecía —me justifiqué tocándome un mechón de pelo. Luego miré en dirección al pequeño monstruito que se iba y le dije adiós con la mano.

— Vamos a ver qué nos espera en este lugar —dije felizmente siguiendo a Sun-yun escaleras a bajo.

Asentí con la cabeza al capricho de Meri-san de su pelo, tomando sus gracias como si hubiesen sido necesarias y no añadí nada más, atrapada por la despedida de Jo.

Me resistí a fruncir el ceño con la referencia al dolor y la despedí con el mismo gesto que Meri-san. Podría decirse que me copié de ella pero en realidad no era copia, era aprendizaje de las costumbres occidentales, por supuesto.

Entonces di el primer paso escalones abajo y al oír la alegría -o cómo se llamara- de la pelirroja la miré con una expresión más propia de Ravenscar que mía — Dolor, ¿no lo has oído? —miré hacia delante y seguí bajando— Que nos lo aclaren.

Mientras descendíais las escaleras pudisteis llegar a escuchar una puerta abrirse y luego la voz de Jo y de Gareth, en alguna habitación del pasillo por el que la niña se había metido. 

Fuera, sentada en el primer escalón de la escalinata que llevaba a la calle y de espaldas a vosotras, estaba Ella y, de pie un par de escalones más abajo, Milton charlaba con ella. Fue él quien levantó la mirada hacia la puerta por la que salíais y os hizo un gesto de saludo con la mano para que os acercaseis. 

—¿Os gustan vuestras habitaciones? —preguntó cuando os pusisteis a su altura, mientras la chica se ponía en pie y se sacudía los pantalones. 

Bajando las escaleras Sun-yun hizo uno de sus comentarios que tanta gracia me hacían. De nuevo la chica no comprendía el significado de la expresión de Jo en ese contexto.

Sin embargo, no dije nada. Sólo me reí y asentí con convencimiento, siguiéndole la corriente. Ya se daría cuenta más adelante de que no sería dolor precisamente lo que íbamos a sentir. O eso creía, a pesar de no tener ni idea de qué íbamos a hacer.

Al llegar a donde se encontraban Ella y Milton, miré de nuevo aquel cielo tan espectacular. Me giré un momento para despedirme por el momento de la mansión de los Herondale y luego me volví hacia Milton para responder con los ojos brillantes.

—Son una pasada —dije recordando el rato que había pasado en ella descansando hacía a penas unos minutos—. Pero estoy deseando ver qué nos espera en este maravilloso lugar —proseguí echando de nuevo una mirada a la ciudad desde la escalinata.

La risa de Meri-san ante el dolor me generó un poco de aprecio por esa niña. ¿Sería por el pelo suelto que de verdad parecía otra? ¿y si al cruzar el portal se le había metido algo o alguien dentro? Qué pringada...

Una vez fuera, saludé a Milton con la cabeza y para cuando Ella se levantó, hice lo propio con ella.

— Sí, gracias —fui más moderada que la pelirroja—. ¿Puedo hablar un segundo contigo, Carstairs?

El chico escrutó por un instante el rostro de Sun-yun con seriedad, pero después sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa cortés y asintió con la cabeza.

—Claro —dijo, haciendo un gesto hacia el jardín y empezando a caminar hacia allí para alejarse con ella algunos metros de la escalinata.

Ella contempló cómo los dos se alejaban y volvió a sentarse. Desde ahí miró a Melissa y se encogió de hombros. 

—¿Esos dos están liados? —preguntó una sonrisa a medias divertida y a medias interesada personalmente por la respuesta—. No paran de echarse miraditas. 

Seguí a Carstairs intentando no pisar ningún rosal ni que mi vestido se enganchara en la maleza.

No necesitaba realmente que no nos escucharan, y tal vez era peor el remedio que la enfermedad para los rumores. Apartados en un jardín de belleza salvaje, seguro que desde fuera parecíamos dos enamorados de película como Buttercup y el otro, aunque desde dentro fuera un peligro constante para mis faldas.

— Necesito una runa para resistir mejor el dolor —declaré como entrante—. ¿Qué me harán? ¿Cuánta gente habrá? —pregunté lo último deseando que Imbili no estuvieran allí.