Partida Rol por web

No fue Trish la única sorprendida por la forma de Nick de pasarle a ella la patata caliente en forma de mano extendida. Jimmy alzó una ceja con aquel giro de los acontecimientos y desvió su mirada del escritor hacia la muchacha, sin que su sonrisa llegase a tambalear lo más mínimo. Lo que sí hizo fue recoger el brazo, viendo que la negociación no había terminado y la chica tenía todavía mucho por decir. 

La escuchó con ese mismo aire de encantadora travesura con que parecía enfrentarse a lo que el mundo le pusiera por delante y no dijo nada hasta que ella terminó de hablar. Entonces alzó una mano pidiendo a Ransom que no interviniese todavía y se dirigió a la chica. 

—Ya tengo quien puede conseguirme una reunión —dijo, con naturalidad, haciendo un gesto con la mano—. Así que... Me estás ofreciendo que os consiga la información a cambio de algo que ya tengo. —Se encogió de hombros—. No suena muy rentable para mí, ¿no te parece, Trish? —Sin embargo, no se detuvo a esperar respuesta para esa pregunta antes de seguir hablando—. La cosa es que no me sirve con que me reciban. Necesito que me escuchen. Y para eso hace falta algo más que una cita en la agenda. Hace falta la palabra de alguien como él —añadió, echando un vistazo a Nick. 

Hizo una pausa, breve, en la que su sonrisa se acentuó con cierta diversión al volver a mirar a la chica.

—La información que buscáis y un favor de los gordos es demasiado, pero estoy dispuesto a negociar —señaló, con postura relajada—. Pide algo que no comprometa mi futuro. Me gusta ser un alma libre —terminó, con tono ligero y una sonrisa cómplice que parecía personalizada para ella. 

Ransom no había tardado en perder el interés en la conversación que los otros tres mantenían a su lado. Su mirada había terminado por desviarse de ellos para recorrer el mercado, deteniéndose especialmente en las armas que podían verse expuestas en el puesto más cercano. 

Después de contemplarlas durante algunos segundos había buscado al perro, que seguía dando vueltas por allí, recibiendo miradas, caricias y saludos, pero que comenzaba a enfilar la puerta cuando la voz de Trish diciendo su nombre atrajo la mirada del hombre. 

Estuvo a punto de hablar cuando ella terminó, pero ante el gesto de Jimmy se detuvo y se dedicó a alternar su mirada entre los tres, hasta que él también se calló. 

—Yo me fío —dijo entonces, con un leve encogimiento de hombros—. Lo conozco desde hace tiempo y siempre cumple. Hemos hecho muchos tratos con él y nunca nos ha dado problemas. Pero es cosa vuestra —terminó, señalando a los habitantes del Major Morris con la cabeza.

Para Nick la opinión de Ransom suponía aligerar un buen peso de encima. No era un tipo salido de la nada que quisiera una reunión con un gran jefe del hampa. Era un tipo salido de la nada que conocía a gente de confianza y que quería una reunión con un gran jefe del hampa. La diferencia era enorme.

Aún así, lo que Jimmy dijo tampoco le terminaba de parecer una excusa ni medio decente. Pero bueno, era cosa de Trish. Volvió a mirar a su amiga de pelo azul, interrogante.

"Todo tuyo, chica".

Arriesgaba buena parte de su reputación y sus contactos a una apuesta de ella, pero Nick no estaba preocupado. No más de lo que estaba antes de levantarse y encontrarse un cachorro humano en la puerta.

Al ver cómo Jimmy le pedía a Ransom que guardase silencio por el momento Trish tuvo claro que la negociación no había concluido. Habría sido demasiado fácil. Ella llevó un instante su mirada hacia Nick, aún sabiendo que la imagen que daba, buscando su aprobación, no tenía por qué ser la mejor para el negocio. Tampoco le importaba tanto sacar el máximo provecho, la verdad.

La muchacha se encogió de hombros cuando el chico dijo que estaban pidiendo que les consiguiera la información prácticamente gratis, con la misma actitud de «es lo que hay» que él había usado antes. Aún así parecía tener algo que decir, aunque se contuvo para dejar que el chico continuase.

Entendía lo que Jimmy decía, claro. La palabra de Nick podía abrir muchas puertas y quizá algunos oídos. Ese parecía ser el asunto. Trish no tenía motivos para desconfiar de él, pero tampoco motivos para tener fe al menos hasta que Ransom hablase. Entendía lo que Jimmy decía... Y entendió también el trato que propuso después.

Estuvo a punto de hablar entonces, pero lo que dijo Ransom la hizo aguardar. Asintió en su dirección, como dándole las gracias por sus palabras, y luego se centró de nuevo en el conseguidor.

—No es algo que ya tienes —puntualizó—. Tendrías que pedir esa cita a quien sea, igual que si te la conseguimos nosotros. —Hizo una pausa—. Pero entiendo lo que dices.

En ese momento Trish se tomó un momento para pensar. Miró a Nick, que parecía decidido a dejarla hablar a ella, y luego de nuevo a Jimmy.

—Si va a avalarte Nick podrá estar presente en la reunión, para retractarse de lo que sea si lo que haces le mete en un lío —dijo de manera tajante, como si aquello fuera indiscutible. A lo mejor luego el escritor prefería no estar, pero eso les garantizaba además enterarse de lo que fuera.

Trish cambió entonces el peso de pierna, valorando qué más podía exigir. Una opción era cualquiera de las piezas que se le estaban resistiendo de las cosas que tenía entre manos, como un par de altavoces de teléfono para los walkies, pero aquello sería demasiado banal. Sin embargo pronto se le ocurrió otra cosa.

—Y nos consigues una bomba de agua para un par de días. Bueno, o el tiempo que tarde en drenar el sótano del Morris. Luego la vendes si quieres, o lo que sea.

—No creo que eso te cueste mucho —dijo con una sonrisa ladeada, ya extendiendo la mano para sellar aquel pacto—, ¿no?

El silencioso juego de miradas entre Nick y Trish parecía divertir a Jimmy, a juzgar por las arruguitas que se formaban cerca de sus ojos mientras seguía la mirada de la chica hacia el escritor y luego de regreso a ella. Su sonrisa se acentuó cuando ella se encogió de hombros, reconociendo su propio gesto en ella, sin que aquello pareciese incomodarlo o apremiarlo lo más mínimo. 

La cabeza del chico se movió lentamente, señalando en silencio que la puntualización de Trish eran minucias, pero sin llegar a decir en voz alta nada que diese más información de la que ya tenían sobre sus posibilidades de conseguir esa reunión. Sin embargo, ese gesto se detuvo cuando ella terminó asegurando su comprensión. 

De nuevo los ojos de Jimmy viajaron siguiendo la estela de los de Trish hasta llegar al escritor, pero esta vez se quedaron allí algunos segundos, como si el silencio del antiguo escritor fuese más interesante que sus hipotéticas palabras. Llegó la condición de Trish y el chico apartó su mirada despacio de Nick para dedicarle a ella su sonrisa. Una que parecía demostrar que ya contaba con eso. La contempló mientras ella revolvía en su mente y cuando terminó de  hablar, intervino. 

—La información antes de la reunión. La bomba después —aclaró, definiendo así los plazos para el trato mientras llevaba su mano hacia la de ella y la estrechaba con firmeza. 

Soltó la mano de Trish, pero mantuvo sus ojos en los de la chica, con un brillo travieso en ellos a juego de su sonrisa.

—Tenemos un trato entonces —le dijo, en un tono sugerente, que parecía prometer el mundo entero, para después llevar su mirada de nuevo hacia Nick. 

—Y será un placer que Nick Bennett me acompañe en persona a esa reunión. Si no fuese algo tan serio llevaría uno de tus libros para que me lo firmases —parecía bromear sólo a medias con esas palabras—. Pero mientras... Parece que tengo trabajo que hacer. 

Se giró para encarar a Ransom y dio un golpe amistoso en su hombro a modo de despedida. 

—Nos vemos, tío. Dile a Will que pasaré por allí hoy o mañana con lo suyo. 

Ransom asintió con la cabeza mientras Jimmy ya estaba buscando de nuevo los ojos de Trish. 

—Ha sido un placer conoceros. Pronto tendréis noticias mías. 

Y, con un guiño de ojo, giró sobre sus talones, dispuesto a ponerse en marcha hacia la misma salida por la que el perro había abandonado el mercado poco antes. 

A Nick le tranquilizó un poco que Jimmy estuviera dispuesto a ir acompañado a la reunión. Por lo general los magnicidas eran quirúrgicos y preferían evitar colaterales. Colateral... la palabra de la que más se abusaba en aquella Nueva York de pesadilla. ¿Cuántas personas habían pasado hambre colateral por cada vez que Nick había comido?

- Pues todo bien entonces, ¿no? - Nick se encogió de hombros -. ¿Estamos listos, chica? ¿Vamos yendo a Morris y me cuentas lo que me tenías que contar?

La actitud de Jimmy divertía a Trish. O, más precisamente, ayudaba a que su buen humor se mantuviera a flote. Aún sin contar con lo del bebé aquel día estaba siendo, cuanto menos, interesante. Y prácticamente acababa de empezar. Incluso en medio de lo que parecía el fin de la humanidad Trish sabía moverse en el limbo entre la precaución y el buen humor, y eso era lo que hacía tan fácil seguir adelante.

La chica no necesitó la confirmación verbal de Jimmy para saber que el trato estaba hecho, aunque le gustaron los plazos establecidos. Si habían estado sin sótano todo ese tiempo podían esperar un poco más. Y que aceptase que Nick fuese a la reunión —y que pudiera retractarse de lo que fuera— sólo podía ser algo bueno. Probablemente aquel encuentro también sería beneficioso para ellos, de una forma o de otra. Las cosas marchaban.

De modo que Trish estrechó la mano del chico cuando este cerró el acuerdo, y una nueva sonrisa afloró en su cara. Se sentía satisfecha. Aquella mañana de comercio estaba siendo productiva, desde luego.

Acto seguido, cuando Jimmy se despidió con aquel guiño, ella negó con la cabeza más hacia fuera que hacia dentro. El chico sabía ser encantador, de eso no había duda. Y aunque Trish sabía por experiencia que esos podían ser los peores, le hizo cierta gracia lo incorregible que parecía.

—Ya sabes dónde encontrarnos —dijo alzando la voz mientras este se marchaba. Después se giró hacia Nick. Le gustaba que fuera él quien proponía volver. A lo mejor la idea de ver al bebé ya no le parecía tan mala ahora que tenían cómo alimentarlo.

—Todo bien —aseguró de cara al hombre—. Al final han sido veinticinco gramos, y luego se pasa a cobrarlos y ver al crío. En plan revisión médica, o algo así. Creo que puede venir bien. —En ese punto Trish hizo una pausa—. Le he dicho que si quiere la invitamos a comer. Es lo menos.

Dicho aquello la muchacha miró a Ransom, dispuesta a marcharse.

—Eh, Ran —lo llamó antes de hacer un gesto con la barbilla a modo de despedida. Luego, aún sin ponerse a caminar, señaló hacia alguien conocido y volvió a hablar a Nick.

—¿Te parece que saludemos a Astrid antes de marcharnos?

Trish lo estaba pasando bien. ¿Demasiado bien? Nick esperaba que la actitud de Jimmy no se le pegara mucho, Trish ya tendía al exceso de entusiasmo. Si lo convertía en su estado natural, a Nick le iba a dar un síncope. Al menos, si conseguía la bomba para despejar el garaje estaría ocupada. Tendría que hablarlo con Morgana porque seguía sin fiarse de lo que pudiera haber allí.

Cuando Trish le contó que tendrían invitados, evitó poner cara de superviviente amargado. No quería que le llamara tacaño ni paranoico.

- Está bien - dijo el escritor -. Supongo que será para bien.

Ante la perspectiva de ver a Astrid, Nick se encogió de hombros.

- No me pidas permiso - sonrió -. Hoy mandas tú.

Ransom devolvió el gesto de despedida a Trish, extendiéndolo hasta Nick, y sus ojos no tardaron en desviarse de los dos para dirigirse de nuevo al puesto que había atrapado su atención. 

Mientras él se dirigía al hombre que lo llevaba, los pasos de los dos habitantes del Major Morris les dirigieron al lugar donde Astrid seguía sentada, con cara de estar aún asimilando el nuevo día.

La mujer siempre había tenido debilidad por Trish, aunque ni ésta ni el antiguo escritor conocían los motivos. Para muchos, tan sólo era una drogadicta más en un mundo demasiado podrido, pero, después de compartir hoguera algunas noches, Nick y Trish conocían parte de la historia que había tras ella. 

Al verlos llegar les dedicó la sonrisa lánguida y tranquila que solía adornar sus labios cuando la necesidad de su adicción estaba apaciguada. Con un bostezo enderezó un poco su postura, todavía sentada en el suelo, y después se levantó con un ligero tambaleo. 

—Buenos días, pareja —saludó, rascándose el brazo por encima de la gruesa chaqueta que protegía su cuerpo del frío invernal al tiempo que sus ojos miraban hacia el sol que se iba alzando en el cielo nublado—. Parece que ya se ha hecho de día.

Nick no tenía claro sí tenía que ser el primero en hablar con Astrid, pero la mujer le caía bien. Inspiraba esa parte de él que quería proteger al niño que les habían dejado en la puerta. Aunque Astrid no era una niña indefensa, no. Sobrevivir al colapso del mundo con el handicap de ser una yonqui era todo un doctorado en la universidad de la vida.

Y, claro: cualquiera que tuviera simpatía por Trish tenía la simpatía de Nick.

- Bonita mañana, ¿eh? - sonrió el escritor -. ¿Cómo lo llevas, Astrid?

Trish ya había visto a Astrid al llegar al lugar. Sin embargo había antepuesto lo urgente a lo común. Sólo ahora que tenían cómo alimentar al bebé se permitía acercarse a aquella chica.

Astrid le caía bien. Siempre le había parecido de esas personas que no buscan problemas, que conocen sus defectos y han aprendido a vivir con ellos. En su caso quizá la adicción se contase entre ellos, al menos para la yonqui. Trish sin embargo tenía otra forma de ver las cosas: le faltaba buena parte de la educación del viejo mundo. En la situación en la que se encontraban en ese momento, cuando cualquier cosa podía matarte y cualquier día ser el último, ser una adicta era un problema menor. Al menos mientras no te pusiera en peligro. Y si con algo de droga en las venas ella podía olvidarse un rato de todo lo que la rodeaba... Qué demonios, Trish entendía que quisiera eso. Lo cual no significaba que quisiera probar. En cualquier caso, Astrid nunca le había parecido mala gente.

Al llegar adonde ella se encontraba Trish se agachó para quedar a su altura, doblando las piernas y quedando sólo sobre las puntas de sus botas. Permaneció sólo un instante así, dedicándole una sonrisa, y al ver que ella ya se levantaba la muchacha hizo lo propio.

—Buenos días, As —la saludó, y en lugar de la mano le tendió el puño por si quería chocarlo con camaradería. Entonces miró alrededor mientras reflexionaba sobre algo.

—Mola el sitio para dormir —alabó asintiendo después de que Nick hablase. A pesar de lo que pudiera parecer cuando tenía el mono Trish tenía claro que Astrid no era idiota en absoluto—. Con estos en las puertas controlando quién entra y la gente haciendo sus historias por aquí es difícil que pase algo raro.

—¿Sabes? —dijo entonces con una media sonrisa—. A nosotros nos han dejado un bebé en la puerta esta mañana, sin nota ni nada.

Los ojos de Astrid se entrecerraron con una sonrisa mientras extendía el brazo, chocando su puño con el de Trish para después abrirlo moviendo sus dedos, como si quisiera simular una explosión imaginaria. Después se encogió de hombros, respondiendo con ese gesto a la pregunta de Nick.

—Sin novedad en el frente —bromeó, llevando a continuación sus ojos alrededor, como si estuviese valorando el lugar de nuevo con las palabras de Trish—. Sólo lo vigilan por la mañana, pero me gusta despertarme con las voces y los olores de las mercancías. ¿Y vosotros qué tal?

Sin embargo, en cuanto hizo su pregunta su ceño se frunció con retraso cuando las noticias del Morris calaron en su cabeza y entonces sus ojos buscaron a la chica. 

—¿Un bebé? —repitió—. ¿Y os lo vais a quedar o lo venderéis? —preguntó, mirando hacia las manos de los dos, casi como si esperase que lo tuvieran encima para intercambiarlo en el mismo mercado por unas judías. 

- Yo estaba pensando en comérmelo - bromeó Nick, hasta darse cuenta de que a lo mejor Astrid estaba hablando en serio -. Pues me parece que nos lo vamos a quedar, ¿por qué? ¿Sabes de alguien que esté comprando críos?

Igual podía pasarle la información a Vadim, y así de paso se ganaría su buena voluntad para poder presentarle a Jimmy. Y, claro, también estaba lo de ayudar a los niños, por supuesto. Eso era lo más importante...

En realidad sí, aunque Nick no lo admitiría jamás. No estaba el mundo para ponerse heroico.

- La verdad es que nos estábamos preguntando de dónde habrá salido, ¿sabes tú algo?

Demasiado directo, demasiado bruto. Nick sonrió. Se lo estaba poniendo difícil a Trish.

Al ver lo que hacía Astrid tras chocar los puños Trish la imitó, tomándolo como una especie de juego. Lo entendió, claro, como una de esas cosas que no sabía de dónde venían, pero seguro que de un tiempo anterior a que el mundo se fuera a la mierda y ella naciera.

Acto seguido, con su explicación sobre el lugar, Trish asintió. Le sorprendió un poco que sólo vigilaran el mercado durante la mañana, y lo sumó a los datos que algún día podían ser relevantes. Y al final, con su pregunta sobre el futuro del crío, la muchacha cambió el peso de pierna. No se encontraba incómoda: en realidad le gustaba el pragmatismo que demostraba.

A punto estaba de responder cuando escuchó las palabras de Nick y por un momento le miró con el ceño fruncido. Sin embargo eso no duró demasiado: en cuanto los ojos azules de la chica se cruzaron con los del escritor su expresión se suavizó y una media sonrisa apareció en su boca. Luego empujó con suavidad al hombre, amistosamente, antes de encarar de nuevo a Astrid.

La idea que Astrid había dado y a la que Nick acababa de dar la vuelta era algo en lo que Trish no había pensado. Quizá porque aquel crío a ellos les había salido gratis, o quizá porque la compra y venta de chavales no la imaginaba al menos hasta que no podían levantar y mover bultos con cierta independencia. Aunque no podía perder de vista que todo era vendible si uno sabía a quién. Y en este caso Trish ni siquiera quería imaginarse para qué.

—Pero es bebé, bebé, ¿eh? —enunció, aclarándolo por si acaso—. No sé si llegará a los tres meses.

Astrid recibió la broma de Nick con una mirada que parecía haber visto ya tantas cosas que nada podría espantarla. Tardó un indolente segundo en captar que el hombre no lo había dicho en serio y sonreír y después negó con la cabeza.

—No especialmente —respondió—. Pero si preguntáis un poco seguro que encontráis quien os lo compre. Cualquier cosa se puede vender —aseguró, encogiéndose de hombros— y los niños siempre sirven para algo. 

Miró entonces a Nick y cierta sorna se instaló en sus labios.

—Hombre, Nick... ¿De verdad a tu edad necesitas que te explique de dónde salen los bebés? —se burló con una risa breve.

Sacó del bolsillo un pequeño paquete de cigarrillos que había perdido todo su color y sacó un pitillo. Del mismo paquete sacó unas cerillas y tardó tres intentos en encender una con la que prender el cigarro. La brasa avanzó con rapidez, quemando la hierba reseca desde hacía años y la mujer vació el humo de sus pulmones despacio antes de hablar de nuevo, mirando esta vez a Trish.

—Los bebés son un coñazo, pero si los tienes desde pequeños los educas como quieres. Así puedes hacer esclavos o vete a saber qué más. Conozco a una tía que se quedó preñada y vendió el crío. Le dieron un montón de caballo por él —explicó, con cierto brillo en los ojos—. Ella nunca supo para qué lo querían, pero de todo se puede sacar un negocio, ¿no? Si cambiáis de opinión y queréis libraros de él puedo preguntar. 

- No te extrañe - Nick le suigió la broma a Astrid -. Llevo sin intentar hacer uno... ¡buf! ¿cuándo salió el último Windows?

Cada vez tenía más claro que tenía que hablar con Vadim. ¿Y si Dima se estaba conviertiendo en la nueva poli? ¿Esa que no se enteraba de nada, o que dejaba que pasara delante de sus narices? ¿Y si los viejos lobos de la estepa tenían la zarpa metida en demasiadas cosas y se les estaba escapando su gran máxima, su chispita de humanidad?

- "A caballo regalado no le mires el corte" - el escritor persistió en su intento de quitar hierro al asunto -. Antes de hacer algo así deberíamos engordarlo un poco, ya sabes, como a Hánsel. 

Dirigió una rápida mirada a Trish, una que quería decir: "tú dirás, señorita". A Nick le empezaba a gustar aquello de ser el payaso y que la chica se ocupara de apagar fuegos. Tal vez se lo sugeriría a los demás, sólo para que aprendieran empatía. Bueno, y por chincar. 

Mientras Astrid seguía hablando, explicando algo que Trish siempre había dado por hecho, la muchacha llevó los ojos hacia el suelo. Dio una pequeña patada a cualquier piedra más o menos pequeña que hubiera al alcance, y luego volvió a subir la mirada. A lo mejor era por haber crecido cuando el mundo ya se había ido a la mierda, pero Trish siempre había dado por hecho que cualquier cosa estaba a la venta. El cuerpo de Daniel era un buen ejemplo, o lo que había pasado con robin. Un bebé, en cambio... Aunque siempre había dado por hecho que al menos habría que esperar a que creciese un poco.

Como fuese, Trish siguió escuchando. Echó de menos dar una calada al porro de antes mientras continuaba pendiente de Astrid, y cuando ella devolvió la pregunta a Nick de aquella forma su sonrisa se amplió. La mujer había empleado una ironía natural, una que no entendía de fines del mundo, ni plagas, ni de nada más que el simple y llano humor. Y eso divertía a Trish, sin duda.

La respuesta de Nick, por su parte, le hizo negar con la cabeza. Ahí estaba de nuevo, aunque como siempre el escritor hacía referencias a un pasado que ella no conocía. Probablemente, con el paso de los años, había aprendido más de esa época por los comentarios del escritor que por ninguna otra cosa. Salvo los libros y las historias, quizá.

Para cuando ambos siguieron hablando los ojos de la muchacha se desviaron de uno a otro, y en determinado momento volvió a negar, aunque esta vez con una actitud bien diferente.

—Creo que prefiero no saber qué más —comentó de pasada, sin prisa. Entonces sacó otra vez lo necesario para liar un porro y se puso a ello. No tardó en ofrecérselo a Astrid aún apagado. Con eso, desde luego, no podría comprar un crío, aunque estaba claro que tampoco le interesaba. Ni tampoco caballo. Pero de algo le serviría, ya fuese para consumo propio o para usar como algo una vez que no le apeteciera demasiado dejarse follar.

—Bueno, As —enunció entonces—. Sólo nos pasábamos a saludar. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde estamos.

—Ni idea —respondió la mujer a Nick, acentuando un poco más la curva de sus labios—. En mi casa se llevaba más la manzanita. Pero eso será porque tú quieres —añadió, con una risa breve que se disolvió entre el humo que abandonaba sus labios. 

Miró entonces hacia Trish y asintió despacio, con el gesto de quien podría empezar a enumerar los horrores que poblaban los rincones más oscuros del mundo pero no lo haría por no espantar a la muchacha de cabellos azules. El regalo hizo que le brillasen los ojos y el porro no tardó en desaparecer tras su oreja, escondido detrás de sus cabellos. 

—Claro —dijo entonces, llevando un par de dedos a su frente en un saludo pretendidamente militar—. Yo estaré aquí o allá si necesitáis algo. Ya sabéis. 

Y con esa despedida tan sólo esperó hasta que los dos habitantes del Major Morris se marchasen para volver a deslizarse hacia el suelo. 

"Será por que tú quieres". ¿Lo sería de verdad? Nick había tenido muchas cosas en las que pensar durante el colapso de la civilización. El asueto que había encontrado no había sido más que eso: consuelo en un mundo de mierda. Antaño había posado para revistas y se le había considerado un hombre atractivo. ¿Cómo le habría dejado el hambre, la pérdida y las batallas por sobrevivir de 24 horas?

- Gracias. Creo que ya es hora de que volvamos, ¿no, jefa? - miró interrogante a Trish.

Los ojos de Trish se separaron de Astrid, mirando un momento alrededor, mientras ella respondía a Nick. Con la lata de leche en polvo apoyada contra la cadera cambió el peso de pierna, entendiendo por lo que siempre había oído a qué se refería con la manzana esa. La verdad es que antes de la caída de la humanidad parecía que sólo intentasen complicarse, haciendo tantos tipos de ordenadores que funcionaban tan distinto entre sí. Con lo fácil que era ser simple.

Luego, cuando la chica de una forma tan indefinida dónde estaría, asintió. Siempre había sido así. Lo bueno era que la conocía tanta gente que, en caso de necesidad, de verdad era fácil dar con ella. Y viceversa. Finalmente miró a Nick.

—Venga, vamos —enunció, alzando una ceja ante la mención a su jefatura. Entonces sonrió de una forma que dejaba claro que lo que venía sólo lo decía por chinchar—. Viejo.